miércoles, 23 de enero de 2013

What A Feeling- Capitulo 34




Unas semanas más tarde, Nick estaba revisando unos documentos
cuando Sam salió de su despacho y lo llamó.
—¿Puedes venir un momento?
—Sí, claro. —Se levantó y apagó el ordenador. Últimamente no se fiaba
de nadie y, siempre que él no estaba delante, bloqueaba su ordenador.
—¿Pasa algo? Se te ve preocupado. —Nick se sentó y cogió la pelota
antiestrés que Sam tenía encima de su mesa.
—Sí.  ¿Quieres  dejar  esa  pelota?  Lo  siento,  estoy  nervioso.  —Sam
andaba de un lado a otro—. ¿Has descubierto algo sobre el  robo de los
artículos?
—No,  aún no.  He estado preguntando y nadie parece saber  nada.
Incluso he hablado con un periodista de la revista The Scope y para él los
artículos eran originales. Parece como si no hubieran existido antes de que
ellos los publicaran. Todo sigue siendo muy confuso. ¿Por qué lo preguntas?
¿Has averiguado algo?
—No, bueno, no sé. He estado pensando que la persona que roba los
artículos tiene que trabajar aquí. Antes de que te sulfures, escúchame. Tú
mismo lo has dicho, es como si los artículos nunca hubieran existido, sólo
había tenido acceso a ellos nuestro personal. Los únicos que nunca han sido
robados son los que escribes tú, y ni siquiera yo conozco los códigos de tu
ordenador. Tiene que ser alguien que trabaje aquí y a quien no le gustamos
demasiado.
—¿Adonde quieres llegar? —Nick estaba cada vez más confuso. A él
no le gustaba desconfiar de sus compañeros. Algunos de ellos eran además
sus amigos, pero la idea de Sam no era totalmente descabellada.
—He pensado que podríamos  echar  un vistazo a  los  currículos  de
todos,  a ver si  encontramos alguna pista.  Yo empezaré con el  equipo de
dirección y los administrativos. Tú empieza con los periodistas, fotógrafos y
diseñadores. ¿Te parece bien?
—No,  no me parece bien, pero acepto;  quizá pueda sernos útil.  Pero
con una condición.
—Tú dirás.
—Sólo lo haremos  tú y yo.  No quiero que nadie más  se entere,  y
cualquier  cosa que encontremos  la hablaremos antes de hacer  nada.  Y,
Sam, cuando digo nadie es nadie, ni siquiera Clive. —Nick le sostuvo la
mirada a Sam.
—Está bien, sólo tú y yo —suspiró—. No puedo entender por qué tú y
Clive ya no os lleváis bien. Fuisteis a la universidad juntos, y ya sé que mi
sobrino puede ser un poco difícil a veces, pero su trabajo aquí ha sido muy
bueno.
Nick lo interrumpió, —Como tú muy bien has dicho,  Clive puede ser difícil.  Dejémoslo en
que tenemos estilos diferentes. —Nick no tenía intenciones de contarle a
Sam que su sobrino era un egoísta que sólo utilizaba a sus amigos, así que
decidió cambiar de tema—. ¿Vas a pasar fuera este fin de semana?
—No,  y  ahora que lo pienso,  a Silvia y a las  niñas  les  encantaría
conocer a tu novia. La verdad es que desde que les conté lo de Miley no
hacen más que insistir en que os invite. Vaya, ¡no sabía que fueras capaz de
sonrojarte tanto!
—Yo no me sonrojo, y Miley no es mi novia. —Nick se arrepentía ya
de haber  preguntado por  el  fin de semana,  y apretaba tanto la pelota
antiestrés que temía por la integridad del artefacto.
—Suelta la pelota, la vas a romper. Ya, bueno, si no es tu novia es que
eres idiota. La última vez que conocí  a una chica como ésa, me casé con
ella y tú sabes que ha sido lo mejor  que he hecho en mi  vida.  En fin,
piénsalo,  Miley,  tu no-novia,  y tú podríais venir  a cenar  el  sábado y,  si
quieres, os podéis quedar a dormir. A las niñas les encantaría y a mí  me
gustaría recordarte quién te enseñó a jugar al ajedrez.
—Está bien, lo pensaré. Pero prepárate para perder miserablemente.
—¡Ya, sigue soñando! Sal de aquí y vuelve a trabajar.
Miley no había visto a Nick durante todo el día. Era raro. Desde que
habían vuelto a hacer  las paces,  él  iba a saludarla en algún momento;
seguro que había estado muy ocupado. La verdad era que ella también lo
había estado.  Además,  ese día se sentía muy melancólica;  al  marcar  la
fecha en el  calendario que tenía encima de su escritorio,  se había dado
cuenta de que prácticamente sólo le quedaban dos meses para volver a
Barcelona. Dos meses. Era muy poco. En ese instante sonó el teléfono.
—¿Diga?
—Mils, soy yo. —Era Nick—. ¿Cómo estás?
—Bien. ¿Y tú? Hoy no te he visto. ¿Pasa algo?
—No, nada, lo de siempre, trabajo. —«Y que no paro de pensar en ti»,
se dijo para sus adentros.
—¿Puedo hacer algo? —preguntó Miley.
—No, pero gracias por preguntar. Nos vemos luego en casa. —Nick
se dio cuenta de que le encantaba tener ese tipo de conversación con ella.
—Sí, claro, hasta luego. —Y colgó el teléfono.
Tras esa conversación,  Nick  se quedó pensativo.  Era incapaz de
recordar lo que había pasado la noche en que se puso enfermo,  pero se
acordaba perfectamente de que antes de que se fueran a dormir, Miley le
había  dicho  que  iba  a  alquilar  un  piso.  Supuso  que  al  haber  estado
cuidándole durante todo el fin de semana no había podido ir a finalizar los
trámites,  pero  le  inquietaba  saber  si  continuaba  teniendo  esa  idea  en
mente. Él no quería que ella se fuera de su casa. No quería perderla antes
de que ella regresara a Barcelona. Tenían que aclarar ese tema antes de
que fuera demasiado tarde, pero no sabía cómo plantearlo. Cerró los ojos
un  instante  para  pensar  y  de  repente  tuvo  una  idea.  Ella  siempre  le
cocinaba platos maravillosos, había llegado el momento de que él hiciera lo
mismo. Seguro que en Internet encontraría alguna receta que podría serle
útil. Buscó por unas cuantas páginas y, cuando dio con lo que necesitaba,
apagó el ordenador y ante la mirada atónita de Sam y Amanda, se fue a su casa.
Cuando Miley salió del  trabajo,  decidió replantearse su actitud.  Era
verdad que ya sólo le quedaban dos meses y pico,  pero estaba en sus
manos  hacer  que  fueran  increíbles,  tenía  que  disfrutarlos  al  máximo.
Además, Barcelona y Londres estaban al lado, seguro que seguiría viendo a
sus  amigos.  Lo  de  Nick  ya  era  más  complicado.  Desde  que  estuvo
enfermo, Miley había decidido dejar de engañarse: estaba enamorada. Pero
no como lo había estado de pequeña, no, nada que ver. Ahora lo conocía,
sabía que era un buen amigo, que era un nieto fantástico y que estaba muy
herido y confuso. Tal vez pudiese ayudarlo de alguna manera. Tenía algo
más de dos meses para averiguar qué había pasado con su padre y con su
madre y, quizá, cuando se fuera, él la echaría tanto de menos como ella a
él. No había tiempo que perder. De camino al piso, decidió poner en marcha
su plan y llamó a Nana. Desde que llegó a Londres, se habían visto en un
par más de ocasiones, y Miley estaba convencida de que era la aliada que
necesitaba.
—¿Diga?
—¿Nana?  Soy  Miley,  la  amiga  de Nick.  —Las  risas  de  Nana  la
interrumpieron.
—Miley, ya sé quién eres, no hace falta que me lo recuerdes. ¿Cómo
estás? ¿Vais a venir pronto? El pasado fin de semana Nick no me llamó.
¿Ha pasado algo?
—Estoy bien. No creo que podamos ir este fin de semana, Nick tiene
mucho trabajo, ha estado enfermo, por eso no te llamó, y a mí se me pasó.
Lo siento.
—¿Enfermo? Nick nunca está enfermo. —Nana parecía preocupada.
—Pues esta vez sí. La verdad es que me dio un susto de muerte. Tuvo
tanta fiebre que pensé... En fin, por suerte ya está bien.
—Miley, ¿de verdad está bien? De pequeño una vez le subió mucho la
fiebre, tuvo pesadillas y llegó a delirar. Lo pasó muy mal. Espero que esta
vez no haya sido así.
Miley decidió arriesgarse y seguir con su plan.
—Sí, también fue así. Él no se acuerda y yo no se lo he contado. Nana,
he llamado para pedirte un favor. —Esperó la respuesta mientras oía cómo
Nana suspiraba:
—Sabía que no me equivocaba contigo. Dime, ¿qué necesitas?
—La verdad. Quiero saber qué le pasó al padre de Nick, quiero saber
por qué Rupert empezó a beber y por qué no le importó que su hijo lo viera
todo. Quiero saber por qué Nick tiene miedo del amor.
Silencio otra vez.
—Miley, Rupert era mi hijo, le quería, le querré toda mi vida, aunque
no pueda perdonarle. No estoy dispuesta a que Nick pase otra vez por
ese infierno. Así que, dime, ¿por qué quieres saberlo?
—Porque le quiero y quiero ayudarlo.
—Ésa es una gran razón,  la mejor.  —Suspiró—. La próxima semana
tengo que ir de visita a Londres, te llamaré. Podemos vernos entonces y te
contaré todo lo que sé. —Volvió a suspirar.
—Gracias, no puedo ni imaginar lo difícil que debió de ser todo para ti.
—Sí, pero Nick merecía la pena. Es un chico fantástico y creo que tú eres una chica fantástica. Nos vemos en unos días y, Miley, si quieres un
consejo...
—¿Sí?
—No le cuentes nada aún a Nick.
—No iba a hacerlo.
—Ja, ja, ja... sabía que eras lo que él necesitaba. Besos.
—Adiós.
Miley colgó el teléfono. Ahora sólo tenía que esperar.
Nick puso música y empezó a cocinar. Sinatra. Si a Miley lo ayudaba
a lo mejor a él también le funcionaría. La receta que había encontrado era
para  preparar  fideos  tailandeses.  Siempre  le  había  gustado  la  comida
oriental, y durante los últimos meses había probado muchos platos nuevos.
Por otra parte, en Londres era muy fácil encontrar todo tipo de ingredientes.
Cuando Miley entró en el piso, tuvo que parpadear dos veces. No podía
creer lo que estaba viendo.
—Nick,  ¿estás  cocinando?  —preguntó  mientras  se  quitaba  la
americana y la colgaba en la entrada—. Esa fiebre debió de afectarte más
de lo que pensaba.
—Muy graciosa. Sal de aquí —la riñó Nick, que estaba muy ajetreado
entre los fogones.
—Huele muy bien,  ¿qué es? —Miley se apoyó en la puerta para no
molestar al chef.
—Son fideos tailandeses, es una receta que he encontrado por Internet.
No te atrevas a reírte y sé amable.  —Se enjugó el  sudor  de la frente y
repasó las instrucciones de nuevo—. Es la primera vez que los hago, así que
no esperes demasiado.
—Seguro  que  te  quedarán  buenísimos.  —El  corazón  de  Miley
empezaba a estar descontrolado. Resistirse a Nick en estado normal ya
era difícil, pero ese Nick tímido e inseguro era letal para sus sentidos—.
Tiene muy buena pinta.
—Ya, pero hazme un favor, no se lo digas a mi abuela, o si no, cuando
vaya a su casa me va a tener esclavizado cocinando para ella.
Los dos sonrieron,  pero Nick  seguía preocupado pensando en que
Miley decidiera finalmente mudarse.
—Tranquilo, tu secreto está a salvo conmigo. Soy una tumba. —Volvió
a sonreír—. ¿Qué hago? ¿Pongo la mesa?
—¿Por qué no vas primero a cambiarte? Pareces cansada y ahora que
lo pienso, ¿por qué llegas tan tarde?
—Porque me he parado a alquilar una película. Como creía que ibas a
llegar tarde...
—¿Qué película es? —Nick estaba concentradísimo en su receta.
Drácula.
¿Drácula? ¿La versión de hace unos años?
—Sí,  ésa.  A mis hermanas y a mí  nos encanta,  y cuando alguna de
nosotras está un poco «depre» o tiene mal  de amores,  la vemos juntas,
lloramos, luego nos reímos de nosotras mismas y todo nos parece menos
grave.
—Ya, bueno, creo que no lo entiendo, pero si quieres podemos verla.
Aunque no esperes que llore.
Miley se rió.
—No te preocupes. Si además de cocinar lloras al ver  Drácula,  tendré
que casarme contigo. —A Nick se le cayó la espátula de la mano—. Es
broma. Voy a cambiarme.
—Date prisa, esto casi está. —Nick recuperó la compostura y probó
los  fideos  con  la  cuchara  de  madera  para  ver  si  necesitaban  sal.  Al
comprobar que sabían bastante bien se sintió muy orgulloso de sí mismo.

What A Feeling- Capitulo 33




Debían de ser  las tres o las cuatro de la mañana cuando Miley se
despertó sobresaltada. Nick se movía nervioso y hablaba en sueños. En
realidad no hablaba, pensó Miley, discutía, gritaba.
—Papá, te he dicho que no bebas. ¿Hasta cuándo vas a seguir así? —
Tenía la respiración entrecortada—. ¡Deja esa botella! Si tengo que pegarte
para que lo hagas, lo haré.
Miley se levantó y se acercó a él.  La cara de rabia de Nick  le
destrozó el corazón. ¿De qué estaba hablando? ¿Qué lo atormentaba tanto?
—Nick, es sólo un sueño.
Estaba ya a su lado cuando Nick, completamente dormido, la apartó
sin querer y ella se cayó encima de la mesilla que había junto a la cama. El
dolor casi  la dejó inconsciente durante unos segundos.  Seguro que al  día
siguiente tendría el ojo morado, pero ahora tenía que encontrar la manera
de tranquilizarlo a él antes de que se hiciera daño. Así que se levantó y se
colocó encima de su estómago.
—Nick,  estate quieto,  es sólo una pesadilla,  tranquilo.  —Él  seguía
respirando entrecortadamente,  pero el  peso de Miley sobre él  le impedía
moverse tanto—. Nick, despacio, tranquilo.
Pero entonces volvió a acelerarse.
—Papá, ¡es que no lo entiendes! No te quiere, ni a mí tampoco. Nunca
nos ha querido.
Miley notó cómo volvían a tensarse los músculos de él y, para evitar
otro ataque, lo besó. No es que fuera muy buena idea, pero fue lo único que
se le ocurrió. Primero sólo tenía intención de colocarse encima de él, pero
cuando vio la cara de angustia de Nick no pudo evitarlo. Pensó que él no
respondería, y así  fue durante unos segundos,  pero cuando sus labios se
entreabrieron, la besó como si ella fuera la única medicina que necesitaba
para curarse. Sus manos ardientes por la fiebre la atraparon, le resiguieron
toda la espalda hasta meterse por dentro del pantalón del pijama. Y una vez
allí, la apretaron fuerte contra su erección. Miley le devolvió el beso con la
misma pasión,  pero con más dulzura.  Quería tranquilizarlo,  que él  notara
que alguien lo quería,  y ella ya estaba harta de negar lo que sentía.  Le
acarició  la  nuca,  y  poco  a  poco,  Nick  fue relajando los  brazos.  Ella
continuó  besándolo;  posó  sus  labios  en  sus  párpados,  que  parecían
húmedos de lágrimas, en la frente, en la nariz, y Nick  fue relajando el
ritmo  de  su  respiración.  Por  fin  se  tranquilizó.  Parecía  ya  totalmente
dormido, de modo que Miley intentó levantarse para volver a la silla, pero
al notar que se movía, los brazos de Nick volvieron a apresarla, esta vez
sin tanta fuerza. La abrazó como si no quisiera que ella se apartara de él.
—Bueno, supongo que después de esto, puedo perfectamente dormir
en tu cama.  Aunque dudo que seas consciente de nada.  Seguro que ni
siquiera sabes que soy yo a quien besabas.
Le dio un pequeño beso en el hombro y se acurrucó a su lado. Aunque
sólo fueran unas horas, tenía que descansar, si no, al día siguiente no daría
una en el trabajo. Ya estaba casi dormida cuando Nick la abrazó un poco
más fuerte y susurró:
—Miley.
Al  oírlo,  ella se dio cuenta de que ya no había vuelta atrás;  estaba
enamorándose como nunca había creído posible.
Nick fue el primero en despertarse. Le dolía todo el cuerpo como si
le hubieran dado una paliza, pero no había sido el dolor de la espalda lo que
lo había despertado,  sino notar la mano de Miley en su abdomen y sus
labios  en  el  hombro.  ¿Habían  dormido  juntos  y  no  se  acordaba?  Era
imposible.  Si  uno de sus sueños se hacía realidad,  tenía que acordarse.
Además, era imposible que él hubiese podido hacer nada. Por mucho que
deseara a Miley,  y la deseaba mucho,  estaba demasiado enfermo como
para hacerle el  amor.  ¿O no? Iba a volverse loco.  Tenía que saberlo,  y el
único modo era preguntárselo al duende que tenía pegado a su costado.
—Miley, despierta. —Ella se acurrucó aún más. Él  estaba encantado,
pero entonces notó que ella desplazaba la mano que tenía descansando en
su cintura más  abajo.  Peligro.  Si  bajaba un centímetro  más,  notaría  lo
recuperado que estaba. Le cogió la mano e insistió—. Mils, despierta.
Lentamente,  ella abrió los  ojos  y se desperezó.  Cuando su cerebro
conectó todos los cables y se dio cuenta de dónde estaba, se despertó del
todo, y se incorporó sobresaltada.
—¿Cómo te encuentras? ¿Tienes fiebre? —Le tocó la frente, que ahora
ya estaba fría—. Voy a buscarte las pastillas.  —Iba a levantarse cuando
Nick la detuvo.
—Estoy bien.  —Le cogió la muñeca y,  por  algún extraño motivo,  no
quería soltarla—. ¿Qué haces en mi cama? —preguntó él un poco sonrojado.
Miley  pensó  que  era  fantástico  ver  que  él  también  podía  sentir
vergüenza.
—¿No te acuerdas? —Miley se apartó el cabello de la cara. Siempre se
levantaba hecha un desastre, y en ese instante Nick vio el morado que le
estaba apareciendo en la mejilla izquierda.
—¿Qué te ha pasado? —Le acarició la cara preocupado—. ¿Cómo te
has hecho esto?
Al  principio,  Miley  no sabía de qué hablaba,  pero cuando notó  la
punzada de dolor  debajo del  ojo se acordó del  golpe que se había dado
contra la mesilla al caer.
—No es nada. Voy a la cocina a por tus medicamentos. —Él seguía sin
soltarla. Había algo raro en Miley aquella mañana—. Nick, ahora vuelvo.
—Se liberó de la mano que le agarraba la muñeca.
«Gracias a Dios», suspiró Miley. Ya no podía más. Si llega a estar dos
minutos más sentada en la cama con Nick mirándola con aquellos ojos y
con la camisa del pijama desabrochada, se muere o se lo come a besos. Por
desgracia,  ninguna  de las  dos  opciones  era  posible,  así  que tenía  que
recomponerse y seguir con su vida.  Tardaría unos mil  o dos mil  años en
olvidar a aquel hombre, pero lo lograría. Mientras, lo mejor que podía hacer
era disfrutar de su amistad y sacar el máximo provecho de su experiencia
británica. Ya lo había decidido, ahora sólo tenía que creérselo y llevarlo a la
práctica. Bebió un vaso de agua y preparó otro para su enfermo, cogió las
pastillas,  compuso su mejor cara de «sólo somos amigos» y regresó a la
habitación.
Cuando entró, vio que Nick se había abrochado la camisa del pijama
y estaba sentado en la cama. Tenía la mirada ausente.
—¿Te  sientes  mal?  Tienes  que  tomarte  estas  pastillas  —dijo  ella,
acercándole el vaso de agua.
—Gracias.  —Se tomó las pastillas,  cerró los ojos,  como si  intentara
pensar, y cuando volvió a abrirlos buscó con la mirada a Miley—. ¿Cómo te
diste ese golpe en la mejilla?
—Me caí y me golpeé con la mesita de noche. No es nada —respondió
ella sonrojada.
—Ya. Miley, te lo preguntaré directamente, ¿te lo hice yo? No sé qué
me pasa,  no puedo acordarme de nada.  —Nick  estaba nervioso y no
dejaba de tocarse el  pelo—. Lo último que recuerdo es que te pedí  que
llevaras los artículos a Sam, ¿lo hiciste? Vaya tontería, seguro que sí. Esto
ya me pasó una vez de pequeño,  la fiebre se me disparó y...  no sé,  mi
abuela dice que no paré de hablar, pero yo nunca logré acordarme de nada.
Miley, por favor, dime si te lo hice yo antes de que me vuelva loco. —La
miró directamente, esperando la respuesta.
—Claro que no, tú eres incapaz de hacerle daño a nadie.
Estaba tan preocupado que Miley decidió no contarle nada de sus
pesadillas. Ya encontraría la manera de ayudarlo más tarde.
—Ya sabes que soy torpe; tropecé al salir de la habitación con las luces
apagadas. No te preocupes, ahora lo más importante es que te pongas bien.
Anoche estabas ardiendo de fiebre, casi  me muero del  susto, por eso me
quedé aquí. —Miley no podía dejar de tocarle la frente, necesitaba saber
que ya estaba bien, y a Nick parecía no importarle—. Ahora descansa, yo
voy a ducharme para ir a trabajar y, antes de que lo intentes, no, tú no vas
a ir a trabajar, te vas a quedar aquí recuperándote, ¿de acuerdo?
Dicho esto, se levantó y le acarició el pelo por última vez.
—De  acuerdo.  —Nick  la  miraba  hipnotizado.  Realmente  era
preciosa. ¿Cómo había sido capaz de estar tantos días sin apenas verla y sin
tocarla? Debía de estar loco. No había escuchado nada de lo que le había
dicho, sólo estaba concentrado en que no paraba de acariciarlo, le tocaba la
frente,  el  pelo,  como si  no pudiera evitarlo.  Cuando ella se levantó de la
cama,  reaccionó y le cogió la mano—. Miley,  gracias por cuidarme.  —Le
besó el interior de la muñeca.
—De nada. —Y salió ruborizada de la habitación.
A partir de ese momento,  la relación entre Miley y Nick  cambió;
dejaron de evitarse y  volvieron a pasar  más  ratos  juntos.  Miley  había
perdido la oportunidad de alquilar el piso, pero ahora que las cosas volvían
a estar bien, estaba encantada de que hubiera sido así. Nick  tuvo que
quedarse en cama un par de días,  pero al  empezar la semana siguiente
volvió a incorporarse a la revista como si nada hubiera pasado. Seguía muy
preocupado por los robos de los artículos,  pero ya no utilizaba el  trabajo
como excusa para llegar tarde a su casa. Le encantaba cenar con Miley,
hablar con ella, contarle cómo le había ido el día y que ella le contara sus aventuras.  Le  encantaba  oírla  hablar  de  la  nueva  tienda  que  había
descubierto, del último chisme que su hermana Helena le había contado o,
sencillamente,  mirar la tele con ella.  El  único problema era que cada día
tenía más ganas de tocarla, y debía hacer esfuerzos para recordarse que él
no era el  hombre que ella necesitaba.  Miley era dulce,  romántica y se
merecía un hombre capaz de amarla con locura. Y si algo había aprendido
de su padre, era que él nunca iba a amar de ese modo. Con lo que tenía
resuelto; Miley y él sólo serían amigos.

What A Feeling- Capitulo 32



Miley colgó y compró las naranjas para hacer zumo y las verduras para
preparar  la  sopa.  Iba  cargada  como  una  mula,  y  tuvo  que  hacer
malabarismos para que no se le cayera todo por la escalera, pero por fin
llegó a casa.
—Hola, ya estoy aquí. —Dejó todas las bolsas en la cocina, se quitó la
chaqueta y fue directa a la habitación de Nick.
—Nick, ¿hola? —Entró en la habitación, que empezaba a oler ya a
enfermo, y se sentó en la cama—. Nick, ¿cómo estás? —Le puso la mano
en la frente y comprobó que la tenía empapada de sudor y ardiendo.
—Miley, ¿qué haces aquí? Vete, déjame. —Temblaba al hablar y seguía
sin abrir los ojos.
—Vivo aquí, al menos de momento. —En ese instante se acordó de que
se había olvidado de ir a firmar el  contrato de alquiler—. No pienso irme
hasta que te cures. Tienes que tomarte esto y beber algo. Vamos, seguro
que te pondrás bien. —Se levantó de la cama y subió un poco las persianas
para que entrara algo de luz del  exterior—. Voy a prepararte un caldo.
Descansa y luego te lo traigo.
—Los artículos.
—Ya están maquetados. La verdad es que son muy buenos; espero que
no te moleste que los haya leído. —Le secó el sudor de la frente con una
toalla—. Todos me han dicho que te mejores, y que no vuelvas al trabajo
hasta que estés bien. Así  que ya sabes, tienes que cuidarte. —Recogió el
vaso y salió de la habitación. Nick volvía a estar dormido.
En la cocina,  Miley preparó el  caldo de verduras.  Mientras lo hacía,
escuchaba a Nina Simone y pensaba en cómo habían cambiado las cosas.
En tan sólo unos meses había encontrado nuevos amigos, un nuevo trabajo
y a Nick. Quizá no había sido tan malo lo de romperse la pierna.
Preparó una bandeja con un plato de sopa, un poquito de zumo,  los
antitérmicos y una servilleta, y se lo llevó a Nick.
—Hora de cenar. He preparado sopa de verduras. Despierta.  —Como
Nick ni siquiera se movió, Miley dejó la bandeja y se acercó a él—. ¡Dios
mío! Estás ardiendo. Nick, por favor, despierta, vamos.
Estaba muy preocupada, tenía que hacer algo.
—Miley, mi princesa. —Nick deliraba, sudaba sin parar y tiritaba.
—Nick,  abre  los  ojos,  por  favor.  —Nada—.  Nick,  tienes  que
tomarte esta pastilla, tienes que ponerte bien, si no, yo... —Notó cómo se le
llenaban los ojos de lágrimas—. Vamos Miley, no seas histérica —se dijo a
sí misma—. Sólo es un resfriado. Lo que tienes que hacer es lograr que se
tome la medicación y hacer  que le baje la temperatura.  Tranquilízate y
piensa en lo que haría mamá.
Entonces  se  acordó  de  que  su  madre  trituraba  las  pastillas  y  las
mezclaba con el zumo, y decidió que no perdía nada por intentarlo.
—Nick ,  tienes  que beberte esto.  —Él  seguía sin responder,  así  que
Miley cogió una cucharilla y se la acercó a los labios—. Eso es —dijo al ver
que así conseguía que se la tomara—. Espero que cuando te mejores me
compenses por este susto. —Nick estaba ahora un poco más tranquilo, y
Miley logró que se bebiera todo el zumo.
Cuando acabó,  le secó otra vez la frente,  le arregló las sábanas y,
antes de salir de la habitación, le dio un pequeño beso en la nariz. Fue una
tontería, pero su madre siempre se lo hacía cuando estaban enfermos, así
que seguro que eso también serviría para algo.
Miley puso orden en la  cocina  y  vio un rato la  televisión.  Estaba
muerta de sueño, pero no quería acostarse antes de haberle dado otra vez
la medicación a Nick, de modo que tenía que quedarse despierta hasta
las doce.  Cuando llegó la hora,  volvió a preparar un poco de zumo para
poder diluir en él las pastillas.
—Ya estoy aquí. Veamos cómo está mi enfermo preferido. —Se sentó
en la cama y notó cómo se le iba todo el  color  y se quedaba blanca en
cuestión de segundos. Nick  estaba aún más caliente que antes.  Tanto,
que cuando ella le puso la mano en la frente,  él  se apartó como si  no
pudiera soportar  nada más  sobre la piel—. Nick ,  espero que cuando te
recuperes, no te enfades por lo que te voy a hacer.
Dicho esto,  se levantó,  apartó las sábanas de la cama y empezó a
desabrochar la camisa del pijama de Nick. Éste no paraba de quejarse,
pero por suerte para ella, estaba demasiado débil para oponer resistencia.
Para calmarse los nervios, Miley siguió hablando:
—¿Sabes una cosa? Nunca imaginé que el  día que te quitara la ropa
sería así. Y no me digas que ya te he visto desnudo antes. Esa noche que
nos acostamos fue todo demasiado rápido. —Suspiró—. Siempre pensé que
haríamos el amor en la playa, como en las películas. Vaya tontería, ¿no? —
Con cada botón le confesaba algo más—. Otra cosa que me imaginaba era a
ti  desnudándome; despacio,  lentamente, no como el  otro día. ¿Recuerdas
que te dije que lo había olvidado? Era mentira. Aunque supongo que tú sí lo
has olvidado. En fin, es mi destino. Soy pésima enamorándome.
Ya le había quitado la camisa y el  pantalón, sólo le había dejado los
bóxers.
—Gracias a Dios que te dejaste los calzoncillos debajo del pijama, no sé
si  habría podido hacer  esto si  hubieras estado totalmente desnudo.  Por
cierto, estás demasiado delgado, pero eso ya lo arreglaremos, ¿vale? Voy al
baño a buscar  toallas,  no te muevas.  No está mal  eso de que no me
repliques.
Miley regresó con un par de toallas totalmente empapadas en agua
helada, se sentó y empezó.  Al  notar el  contacto con el  agua fría, Nick
tembló aún con más fuerza.
—Shh, tranquilo.
Primero se las pasó por la cara y el cuello, y cuando creyó que ya se
había acostumbrado al frío, bajó al pecho. Nick volvió a estremecerse.
—No pasa nada.
Oír su voz parecía tranquilizarlo, así que continuó hablando.
—Espero que tengas el detalle de no acordarte de esto, aunque para
mí  será  difícil  de olvidar.  Creo que vas  a formar  parte de mis  sueños
eróticos toda la vida. —Le mojó también los brazos—. Me encanta este vello
que tienes en los brazos,  es tan sexy.  Nunca he entendido por  qué hay
hombres que se depilan. Bueno, basta de decir tonterías, creo que ya te ha
bajado  un  poco  la  temperatura.  Ahora  tienes  que  tomarte  otra  vez  el
antitérmico.
Dejó las toallas y le volvió a dar la medicación. Por suerte, él se la tomó
en seguida, y pareció quedarse tranquilo. Miley estaba agotada. Tenía que
dormir, pero no se atrevía a dejarlo solo. ¿Qué pasaría si Nick  volvía a
ponerse tan mal? ¿Cómo lo oiría? ¿Qué podía hacer? Tenía tres opciones: la
primera, dormir en la cama con él. ¡No! La convención de Ginebra prohíbe
la tortura.  La segunda,  irse a su habitación y dejar  las puertas abiertas;
tampoco,  al  fin y al  cabo les  había prometido a Jack y a Amanda que
cuidaría de él. Y la tercera, quedarse a dormir en la silla que había en la
habitación,  aunque al  día siguiente le doliera la espalda.  «Pero así  podré
vigilarle», pensó Miley. De modo que fue a su habitación, se puso el pijama
y, en menos de un minuto, regresó al cuarto de Nick para intentar dormir
en aquella incómoda silla.