Unas semanas más tarde, Nick estaba revisando unos documentos
cuando Sam salió de su despacho y lo llamó.
—¿Puedes venir un momento?
—Sí, claro. —Se levantó y apagó el ordenador. Últimamente no se
fiaba
de nadie y, siempre que él no estaba delante, bloqueaba su
ordenador.
—¿Pasa algo? Se te ve preocupado. —Nick se sentó y cogió la pelota
antiestrés que Sam tenía encima de su mesa.
—Sí. ¿Quieres dejar
esa pelota? Lo
siento, estoy nervioso.
—Sam
andaba de un lado a otro—. ¿Has descubierto algo sobre el robo de los
artículos?
—No, aún no. He estado preguntando y nadie parece
saber nada.
Incluso he hablado con un periodista de la revista The Scope y para él los
artículos eran originales. Parece como si no hubieran existido
antes de que
ellos los publicaran. Todo sigue siendo muy confuso. ¿Por qué lo
preguntas?
¿Has averiguado algo?
—No, bueno, no sé. He estado pensando que la persona que roba los
artículos tiene que trabajar aquí. Antes de que te sulfures,
escúchame. Tú
mismo lo has dicho, es como si los artículos nunca hubieran
existido, sólo
había tenido acceso a ellos nuestro personal. Los únicos que nunca
han sido
robados son los que escribes tú, y ni siquiera yo conozco los
códigos de tu
ordenador. Tiene que ser alguien que trabaje aquí y a quien no le
gustamos
demasiado.
—¿Adonde quieres llegar? —Nick estaba cada vez más confuso. A él
no le gustaba desconfiar de sus compañeros. Algunos de ellos eran
además
sus amigos, pero la idea de Sam no era totalmente descabellada.
—He pensado que podríamos
echar un vistazo a los
currículos de
todos, a ver si encontramos alguna pista. Yo empezaré con el equipo de
dirección y los administrativos. Tú empieza con los periodistas,
fotógrafos y
diseñadores. ¿Te parece bien?
—No, no me parece bien,
pero acepto; quizá pueda sernos
útil. Pero
con una condición.
—Tú dirás.
—Sólo lo haremos tú y
yo. No quiero que nadie más se entere,
y
cualquier cosa que
encontremos la hablaremos antes de
hacer nada. Y,
Sam, cuando digo nadie es nadie, ni siquiera Clive. —Nick le
sostuvo la
mirada a Sam.
—Está bien, sólo tú y yo —suspiró—. No puedo entender por qué tú y
Clive ya no os lleváis bien. Fuisteis a la universidad juntos, y
ya sé que mi
sobrino puede ser un poco difícil a veces, pero su trabajo aquí ha
sido muy
bueno.
Nick lo interrumpió, —Como tú muy bien has dicho, Clive puede ser difícil. Dejémoslo en
que tenemos estilos diferentes. —Nick no tenía intenciones de
contarle a
Sam que su sobrino era un egoísta que sólo utilizaba a sus amigos,
así que
decidió cambiar de tema—. ¿Vas a pasar fuera este fin de semana?
—No, y ahora que lo pienso, a Silvia y a las niñas
les encantaría
conocer a tu novia. La verdad es que desde que les conté lo de Miley
no
hacen más que insistir en que os invite. Vaya, ¡no sabía que
fueras capaz de
sonrojarte tanto!
—Yo no me sonrojo, y Miley no es mi novia. —Nick se arrepentía ya
de haber preguntado
por el
fin de semana, y apretaba tanto
la pelota
antiestrés que temía por la integridad del artefacto.
—Suelta la pelota, la vas a romper. Ya, bueno, si no es tu novia
es que
eres idiota. La última vez que conocí a una chica como ésa, me casé con
ella y tú sabes que ha sido lo mejor que he hecho en mi vida.
En fin,
piénsalo, Miley, tu no-novia,
y tú podríais venir a cenar el
sábado y, si
quieres, os podéis quedar a dormir. A las niñas les encantaría y a
mí me
gustaría recordarte quién te enseñó a jugar al ajedrez.
—Está bien, lo pensaré. Pero prepárate para perder miserablemente.
—¡Ya, sigue soñando! Sal de aquí y vuelve a trabajar.
Miley no había visto a Nick durante todo el día. Era raro. Desde
que
habían vuelto a hacer las
paces, él iba a saludarla en algún momento;
seguro que había estado muy ocupado. La verdad era que ella
también lo
había estado. Además, ese día se sentía muy melancólica; al
marcar la
fecha en el calendario que
tenía encima de su escritorio, se había
dado
cuenta de que prácticamente sólo le quedaban dos meses para volver
a
Barcelona. Dos meses. Era muy poco. En ese instante sonó el
teléfono.
—¿Diga?
—Mils, soy yo. —Era Nick—. ¿Cómo estás?
—Bien. ¿Y tú? Hoy no te he visto. ¿Pasa algo?
—No, nada, lo de siempre, trabajo. —«Y que no paro de pensar en
ti»,
se dijo para sus adentros.
—¿Puedo hacer algo? —preguntó Miley.
—No, pero gracias por preguntar. Nos vemos luego en casa. —Nick
se dio cuenta de que le encantaba tener ese tipo de conversación
con ella.
—Sí, claro, hasta luego. —Y colgó el teléfono.
Tras esa conversación, Nick se quedó pensativo. Era incapaz de
recordar lo que había pasado la noche en que se puso enfermo, pero se
acordaba perfectamente de que antes de que se fueran a dormir, Miley
le
había dicho que
iba a alquilar
un piso. Supuso
que al haber
estado
cuidándole durante todo el fin de semana no había podido ir a
finalizar los
trámites, pero le
inquietaba saber si
continuaba teniendo esa
idea en
mente. Él no quería que ella se fuera de su casa. No quería
perderla antes
de que ella regresara a Barcelona. Tenían que aclarar ese tema
antes de
que fuera demasiado tarde, pero no sabía cómo plantearlo. Cerró
los ojos
un instante para
pensar y de
repente tuvo una
idea. Ella siempre
le
cocinaba platos maravillosos, había llegado el momento de que él
hiciera lo
mismo. Seguro que en Internet encontraría alguna receta que podría
serle
útil. Buscó por unas cuantas páginas y, cuando dio con lo que
necesitaba,
apagó el ordenador y ante la mirada atónita de Sam y Amanda, se
fue a su casa.
Cuando Miley salió del
trabajo, decidió replantearse su
actitud. Era
verdad que ya sólo le quedaban dos meses y pico, pero estaba en sus
manos hacer que
fueran increíbles, tenía
que disfrutarlos al
máximo.
Además, Barcelona y Londres estaban al lado, seguro que seguiría
viendo a
sus amigos. Lo
de Nick ya
era más complicado.
Desde que estuvo
enfermo, Miley había decidido dejar de engañarse: estaba
enamorada. Pero
no como lo había estado de pequeña, no, nada que ver. Ahora lo
conocía,
sabía que era un buen amigo, que era un nieto fantástico y que
estaba muy
herido y confuso. Tal vez pudiese ayudarlo de alguna manera. Tenía
algo
más de dos meses para averiguar qué había pasado con su padre y
con su
madre y, quizá, cuando se fuera, él la echaría tanto de menos como
ella a
él. No había tiempo que perder. De camino al piso, decidió poner
en marcha
su plan y llamó a Nana. Desde que llegó a Londres, se habían visto
en un
par más de ocasiones, y Miley estaba convencida de que era la
aliada que
necesitaba.
—¿Diga?
—¿Nana? Soy Miley,
la amiga de Nick.
—Las risas de
Nana la
interrumpieron.
—Miley, ya sé quién eres, no hace falta que me lo recuerdes. ¿Cómo
estás? ¿Vais a venir pronto? El pasado fin de semana Nick no me
llamó.
¿Ha pasado algo?
—Estoy bien. No creo que podamos ir este fin de semana, Nick tiene
mucho trabajo, ha estado enfermo, por eso no te llamó, y a mí se
me pasó.
Lo siento.
—¿Enfermo? Nick nunca está enfermo. —Nana parecía preocupada.
—Pues esta vez sí. La verdad es que me dio un susto de muerte.
Tuvo
tanta fiebre que pensé... En fin, por suerte ya está bien.
—Miley, ¿de verdad está bien? De pequeño una vez le subió mucho la
fiebre, tuvo pesadillas y llegó a delirar. Lo pasó muy mal. Espero
que esta
vez no haya sido así.
Miley decidió arriesgarse y seguir con su plan.
—Sí, también fue así. Él no se acuerda y yo no se lo he contado.
Nana,
he llamado para pedirte un favor. —Esperó la respuesta mientras
oía cómo
Nana suspiraba:
—Sabía que no me equivocaba contigo. Dime, ¿qué necesitas?
—La verdad. Quiero saber qué le pasó al padre de Nick, quiero
saber
por qué Rupert empezó a beber y por qué no le importó que su hijo
lo viera
todo. Quiero saber por qué Nick tiene miedo del amor.
Silencio otra vez.
—Miley, Rupert era mi hijo, le quería, le querré toda mi vida,
aunque
no pueda perdonarle. No estoy dispuesta a que Nick pase otra vez
por
ese infierno. Así que, dime, ¿por qué quieres saberlo?
—Porque le quiero y quiero ayudarlo.
—Ésa es una gran razón, la
mejor. —Suspiró—. La próxima semana
tengo que ir de visita a Londres, te llamaré. Podemos vernos
entonces y te
contaré todo lo que sé. —Volvió a suspirar.
—Gracias, no puedo ni imaginar lo difícil que debió de ser todo
para ti.
—Sí, pero Nick merecía la pena. Es un chico fantástico y creo que
tú eres una chica fantástica. Nos vemos en unos días y, Miley, si quieres un
consejo...
—¿Sí?
—No le cuentes nada aún a Nick.
—No iba a hacerlo.
—Ja, ja, ja... sabía que eras lo que él necesitaba. Besos.
—Adiós.
Miley colgó el teléfono. Ahora sólo tenía que esperar.
Nick puso música y empezó a cocinar. Sinatra. Si a Miley lo
ayudaba
a lo mejor a él también le funcionaría. La receta que había
encontrado era
para preparar fideos
tailandeses. Siempre le
había gustado la
comida
oriental, y durante los últimos meses había probado muchos platos
nuevos.
Por otra parte, en Londres era muy fácil encontrar todo tipo de
ingredientes.
Cuando Miley entró en el piso, tuvo que parpadear dos veces. No
podía
creer lo que estaba viendo.
—Nick, ¿estás cocinando?
—preguntó mientras se
quitaba la
americana y la colgaba en la entrada—. Esa fiebre debió de afectarte
más
de lo que pensaba.
—Muy graciosa. Sal de aquí —la riñó Nick, que estaba muy ajetreado
entre los fogones.
—Huele muy bien, ¿qué es? —Miley
se apoyó en la puerta para no
molestar al chef.
—Son fideos tailandeses, es una receta que he encontrado por
Internet.
No te atrevas a reírte y sé amable. —Se enjugó el
sudor de la frente y
repasó las instrucciones de nuevo—. Es la primera vez que los
hago, así que
no esperes demasiado.
—Seguro que te
quedarán buenísimos. —El
corazón de Miley
empezaba a estar descontrolado. Resistirse a Nick en estado normal
ya
era difícil, pero ese Nick tímido e inseguro era letal para sus
sentidos—.
Tiene muy buena pinta.
—Ya, pero hazme un favor, no se lo digas a
mi abuela, o si no, cuando
vaya a su casa me va a tener esclavizado cocinando para ella.
Los dos sonrieron, pero Nick seguía preocupado pensando en que
Miley decidiera finalmente mudarse.
—Tranquilo, tu secreto está a salvo conmigo. Soy una tumba.
—Volvió
a sonreír—. ¿Qué hago? ¿Pongo la mesa?
—¿Por qué no vas primero a cambiarte? Pareces cansada y ahora que
lo pienso, ¿por qué llegas tan tarde?
—Porque me he parado a alquilar una película. Como creía que ibas
a
llegar tarde...
—¿Qué película es? —Nick estaba concentradísimo en su receta.
—Drácula.
—¿Drácula? ¿La versión de hace unos años?
—Sí, ésa. A mis hermanas y a mí nos encanta,
y cuando alguna de
nosotras está un poco «depre» o tiene mal de amores,
la vemos juntas,
lloramos, luego nos reímos de nosotras mismas y todo nos parece
menos
grave.
—Ya, bueno, creo que no lo entiendo, pero si quieres podemos
verla.
Aunque no esperes que llore.
Miley se rió.
—No te preocupes. Si además de cocinar lloras al ver Drácula, tendré
que casarme contigo. —A Nick se le cayó la espátula de la mano—.
Es
broma. Voy a cambiarme.
—Date prisa, esto casi está. —Nick recuperó la compostura y probó
los fideos con
la cuchara de
madera para ver
si necesitaban sal.
Al
comprobar que sabían bastante bien se sintió muy
orgulloso de sí mismo.
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