miércoles, 23 de enero de 2013

What A Feeling- Capitulo 34




Unas semanas más tarde, Nick estaba revisando unos documentos
cuando Sam salió de su despacho y lo llamó.
—¿Puedes venir un momento?
—Sí, claro. —Se levantó y apagó el ordenador. Últimamente no se fiaba
de nadie y, siempre que él no estaba delante, bloqueaba su ordenador.
—¿Pasa algo? Se te ve preocupado. —Nick se sentó y cogió la pelota
antiestrés que Sam tenía encima de su mesa.
—Sí.  ¿Quieres  dejar  esa  pelota?  Lo  siento,  estoy  nervioso.  —Sam
andaba de un lado a otro—. ¿Has descubierto algo sobre el  robo de los
artículos?
—No,  aún no.  He estado preguntando y nadie parece saber  nada.
Incluso he hablado con un periodista de la revista The Scope y para él los
artículos eran originales. Parece como si no hubieran existido antes de que
ellos los publicaran. Todo sigue siendo muy confuso. ¿Por qué lo preguntas?
¿Has averiguado algo?
—No, bueno, no sé. He estado pensando que la persona que roba los
artículos tiene que trabajar aquí. Antes de que te sulfures, escúchame. Tú
mismo lo has dicho, es como si los artículos nunca hubieran existido, sólo
había tenido acceso a ellos nuestro personal. Los únicos que nunca han sido
robados son los que escribes tú, y ni siquiera yo conozco los códigos de tu
ordenador. Tiene que ser alguien que trabaje aquí y a quien no le gustamos
demasiado.
—¿Adonde quieres llegar? —Nick estaba cada vez más confuso. A él
no le gustaba desconfiar de sus compañeros. Algunos de ellos eran además
sus amigos, pero la idea de Sam no era totalmente descabellada.
—He pensado que podríamos  echar  un vistazo a  los  currículos  de
todos,  a ver si  encontramos alguna pista.  Yo empezaré con el  equipo de
dirección y los administrativos. Tú empieza con los periodistas, fotógrafos y
diseñadores. ¿Te parece bien?
—No,  no me parece bien, pero acepto;  quizá pueda sernos útil.  Pero
con una condición.
—Tú dirás.
—Sólo lo haremos  tú y yo.  No quiero que nadie más  se entere,  y
cualquier  cosa que encontremos  la hablaremos antes de hacer  nada.  Y,
Sam, cuando digo nadie es nadie, ni siquiera Clive. —Nick le sostuvo la
mirada a Sam.
—Está bien, sólo tú y yo —suspiró—. No puedo entender por qué tú y
Clive ya no os lleváis bien. Fuisteis a la universidad juntos, y ya sé que mi
sobrino puede ser un poco difícil a veces, pero su trabajo aquí ha sido muy
bueno.
Nick lo interrumpió, —Como tú muy bien has dicho,  Clive puede ser difícil.  Dejémoslo en
que tenemos estilos diferentes. —Nick no tenía intenciones de contarle a
Sam que su sobrino era un egoísta que sólo utilizaba a sus amigos, así que
decidió cambiar de tema—. ¿Vas a pasar fuera este fin de semana?
—No,  y  ahora que lo pienso,  a Silvia y a las  niñas  les  encantaría
conocer a tu novia. La verdad es que desde que les conté lo de Miley no
hacen más que insistir en que os invite. Vaya, ¡no sabía que fueras capaz de
sonrojarte tanto!
—Yo no me sonrojo, y Miley no es mi novia. —Nick se arrepentía ya
de haber  preguntado por  el  fin de semana,  y apretaba tanto la pelota
antiestrés que temía por la integridad del artefacto.
—Suelta la pelota, la vas a romper. Ya, bueno, si no es tu novia es que
eres idiota. La última vez que conocí  a una chica como ésa, me casé con
ella y tú sabes que ha sido lo mejor  que he hecho en mi  vida.  En fin,
piénsalo,  Miley,  tu no-novia,  y tú podríais venir  a cenar  el  sábado y,  si
quieres, os podéis quedar a dormir. A las niñas les encantaría y a mí  me
gustaría recordarte quién te enseñó a jugar al ajedrez.
—Está bien, lo pensaré. Pero prepárate para perder miserablemente.
—¡Ya, sigue soñando! Sal de aquí y vuelve a trabajar.
Miley no había visto a Nick durante todo el día. Era raro. Desde que
habían vuelto a hacer  las paces,  él  iba a saludarla en algún momento;
seguro que había estado muy ocupado. La verdad era que ella también lo
había estado.  Además,  ese día se sentía muy melancólica;  al  marcar  la
fecha en el  calendario que tenía encima de su escritorio,  se había dado
cuenta de que prácticamente sólo le quedaban dos meses para volver a
Barcelona. Dos meses. Era muy poco. En ese instante sonó el teléfono.
—¿Diga?
—Mils, soy yo. —Era Nick—. ¿Cómo estás?
—Bien. ¿Y tú? Hoy no te he visto. ¿Pasa algo?
—No, nada, lo de siempre, trabajo. —«Y que no paro de pensar en ti»,
se dijo para sus adentros.
—¿Puedo hacer algo? —preguntó Miley.
—No, pero gracias por preguntar. Nos vemos luego en casa. —Nick
se dio cuenta de que le encantaba tener ese tipo de conversación con ella.
—Sí, claro, hasta luego. —Y colgó el teléfono.
Tras esa conversación,  Nick  se quedó pensativo.  Era incapaz de
recordar lo que había pasado la noche en que se puso enfermo,  pero se
acordaba perfectamente de que antes de que se fueran a dormir, Miley le
había  dicho  que  iba  a  alquilar  un  piso.  Supuso  que  al  haber  estado
cuidándole durante todo el fin de semana no había podido ir a finalizar los
trámites,  pero  le  inquietaba  saber  si  continuaba  teniendo  esa  idea  en
mente. Él no quería que ella se fuera de su casa. No quería perderla antes
de que ella regresara a Barcelona. Tenían que aclarar ese tema antes de
que fuera demasiado tarde, pero no sabía cómo plantearlo. Cerró los ojos
un  instante  para  pensar  y  de  repente  tuvo  una  idea.  Ella  siempre  le
cocinaba platos maravillosos, había llegado el momento de que él hiciera lo
mismo. Seguro que en Internet encontraría alguna receta que podría serle
útil. Buscó por unas cuantas páginas y, cuando dio con lo que necesitaba,
apagó el ordenador y ante la mirada atónita de Sam y Amanda, se fue a su casa.
Cuando Miley salió del  trabajo,  decidió replantearse su actitud.  Era
verdad que ya sólo le quedaban dos meses y pico,  pero estaba en sus
manos  hacer  que  fueran  increíbles,  tenía  que  disfrutarlos  al  máximo.
Además, Barcelona y Londres estaban al lado, seguro que seguiría viendo a
sus  amigos.  Lo  de  Nick  ya  era  más  complicado.  Desde  que  estuvo
enfermo, Miley había decidido dejar de engañarse: estaba enamorada. Pero
no como lo había estado de pequeña, no, nada que ver. Ahora lo conocía,
sabía que era un buen amigo, que era un nieto fantástico y que estaba muy
herido y confuso. Tal vez pudiese ayudarlo de alguna manera. Tenía algo
más de dos meses para averiguar qué había pasado con su padre y con su
madre y, quizá, cuando se fuera, él la echaría tanto de menos como ella a
él. No había tiempo que perder. De camino al piso, decidió poner en marcha
su plan y llamó a Nana. Desde que llegó a Londres, se habían visto en un
par más de ocasiones, y Miley estaba convencida de que era la aliada que
necesitaba.
—¿Diga?
—¿Nana?  Soy  Miley,  la  amiga  de Nick.  —Las  risas  de  Nana  la
interrumpieron.
—Miley, ya sé quién eres, no hace falta que me lo recuerdes. ¿Cómo
estás? ¿Vais a venir pronto? El pasado fin de semana Nick no me llamó.
¿Ha pasado algo?
—Estoy bien. No creo que podamos ir este fin de semana, Nick tiene
mucho trabajo, ha estado enfermo, por eso no te llamó, y a mí se me pasó.
Lo siento.
—¿Enfermo? Nick nunca está enfermo. —Nana parecía preocupada.
—Pues esta vez sí. La verdad es que me dio un susto de muerte. Tuvo
tanta fiebre que pensé... En fin, por suerte ya está bien.
—Miley, ¿de verdad está bien? De pequeño una vez le subió mucho la
fiebre, tuvo pesadillas y llegó a delirar. Lo pasó muy mal. Espero que esta
vez no haya sido así.
Miley decidió arriesgarse y seguir con su plan.
—Sí, también fue así. Él no se acuerda y yo no se lo he contado. Nana,
he llamado para pedirte un favor. —Esperó la respuesta mientras oía cómo
Nana suspiraba:
—Sabía que no me equivocaba contigo. Dime, ¿qué necesitas?
—La verdad. Quiero saber qué le pasó al padre de Nick, quiero saber
por qué Rupert empezó a beber y por qué no le importó que su hijo lo viera
todo. Quiero saber por qué Nick tiene miedo del amor.
Silencio otra vez.
—Miley, Rupert era mi hijo, le quería, le querré toda mi vida, aunque
no pueda perdonarle. No estoy dispuesta a que Nick pase otra vez por
ese infierno. Así que, dime, ¿por qué quieres saberlo?
—Porque le quiero y quiero ayudarlo.
—Ésa es una gran razón,  la mejor.  —Suspiró—. La próxima semana
tengo que ir de visita a Londres, te llamaré. Podemos vernos entonces y te
contaré todo lo que sé. —Volvió a suspirar.
—Gracias, no puedo ni imaginar lo difícil que debió de ser todo para ti.
—Sí, pero Nick merecía la pena. Es un chico fantástico y creo que tú eres una chica fantástica. Nos vemos en unos días y, Miley, si quieres un
consejo...
—¿Sí?
—No le cuentes nada aún a Nick.
—No iba a hacerlo.
—Ja, ja, ja... sabía que eras lo que él necesitaba. Besos.
—Adiós.
Miley colgó el teléfono. Ahora sólo tenía que esperar.
Nick puso música y empezó a cocinar. Sinatra. Si a Miley lo ayudaba
a lo mejor a él también le funcionaría. La receta que había encontrado era
para  preparar  fideos  tailandeses.  Siempre  le  había  gustado  la  comida
oriental, y durante los últimos meses había probado muchos platos nuevos.
Por otra parte, en Londres era muy fácil encontrar todo tipo de ingredientes.
Cuando Miley entró en el piso, tuvo que parpadear dos veces. No podía
creer lo que estaba viendo.
—Nick,  ¿estás  cocinando?  —preguntó  mientras  se  quitaba  la
americana y la colgaba en la entrada—. Esa fiebre debió de afectarte más
de lo que pensaba.
—Muy graciosa. Sal de aquí —la riñó Nick, que estaba muy ajetreado
entre los fogones.
—Huele muy bien,  ¿qué es? —Miley se apoyó en la puerta para no
molestar al chef.
—Son fideos tailandeses, es una receta que he encontrado por Internet.
No te atrevas a reírte y sé amable.  —Se enjugó el  sudor  de la frente y
repasó las instrucciones de nuevo—. Es la primera vez que los hago, así que
no esperes demasiado.
—Seguro  que  te  quedarán  buenísimos.  —El  corazón  de  Miley
empezaba a estar descontrolado. Resistirse a Nick en estado normal ya
era difícil, pero ese Nick tímido e inseguro era letal para sus sentidos—.
Tiene muy buena pinta.
—Ya, pero hazme un favor, no se lo digas a mi abuela, o si no, cuando
vaya a su casa me va a tener esclavizado cocinando para ella.
Los dos sonrieron,  pero Nick  seguía preocupado pensando en que
Miley decidiera finalmente mudarse.
—Tranquilo, tu secreto está a salvo conmigo. Soy una tumba. —Volvió
a sonreír—. ¿Qué hago? ¿Pongo la mesa?
—¿Por qué no vas primero a cambiarte? Pareces cansada y ahora que
lo pienso, ¿por qué llegas tan tarde?
—Porque me he parado a alquilar una película. Como creía que ibas a
llegar tarde...
—¿Qué película es? —Nick estaba concentradísimo en su receta.
Drácula.
¿Drácula? ¿La versión de hace unos años?
—Sí,  ésa.  A mis hermanas y a mí  nos encanta,  y cuando alguna de
nosotras está un poco «depre» o tiene mal  de amores,  la vemos juntas,
lloramos, luego nos reímos de nosotras mismas y todo nos parece menos
grave.
—Ya, bueno, creo que no lo entiendo, pero si quieres podemos verla.
Aunque no esperes que llore.
Miley se rió.
—No te preocupes. Si además de cocinar lloras al ver  Drácula,  tendré
que casarme contigo. —A Nick se le cayó la espátula de la mano—. Es
broma. Voy a cambiarme.
—Date prisa, esto casi está. —Nick recuperó la compostura y probó
los  fideos  con  la  cuchara  de  madera  para  ver  si  necesitaban  sal.  Al
comprobar que sabían bastante bien se sintió muy orgulloso de sí mismo.

No hay comentarios: