Miley colgó y compró las naranjas para hacer zumo y las verduras
para
preparar la sopa.
Iba cargada como
una mula, y
tuvo que hacer
malabarismos para que no se le cayera todo por la escalera, pero
por fin
llegó a casa.
—Hola, ya estoy aquí. —Dejó todas las bolsas en la cocina, se quitó
la
chaqueta y fue directa a la habitación de Nick.
—Nick, ¿hola? —Entró en la habitación, que empezaba a oler ya a
enfermo, y se sentó en la cama—. Nick, ¿cómo estás? —Le puso la
mano
en la frente y comprobó que la tenía empapada de sudor y ardiendo.
—Miley, ¿qué haces aquí? Vete, déjame. —Temblaba al hablar y
seguía
sin abrir los ojos.
—Vivo aquí, al menos de momento. —En ese instante se acordó de que
se había olvidado de ir a firmar el contrato de alquiler—. No pienso irme
hasta que te cures. Tienes que tomarte esto y beber algo. Vamos,
seguro
que te pondrás bien. —Se levantó de la cama y subió un poco las
persianas
para que entrara algo de luz del
exterior—. Voy a prepararte un caldo.
Descansa y luego te lo traigo.
—Los artículos.
—Ya están maquetados. La verdad es que son muy buenos; espero que
no te moleste que los haya leído. —Le secó el sudor de la frente
con una
toalla—. Todos me han dicho que te mejores, y que no vuelvas al
trabajo
hasta que estés bien. Así
que ya sabes, tienes que cuidarte. —Recogió el
vaso y salió de la habitación. Nick volvía a estar dormido.
En la cocina, Miley preparó
el caldo de verduras. Mientras lo hacía,
escuchaba a Nina Simone y pensaba en cómo habían cambiado las
cosas.
En tan sólo unos meses había encontrado nuevos amigos, un nuevo
trabajo
y a Nick. Quizá no había sido tan malo lo de romperse la pierna.
Preparó una bandeja con un plato de sopa, un poquito de zumo, los
antitérmicos y una servilleta, y se lo llevó a Nick.
—Hora de cenar. He preparado sopa de verduras. Despierta. —Como
Nick ni siquiera se movió, Miley dejó la bandeja y se acercó a
él—. ¡Dios
mío! Estás ardiendo. Nick, por favor, despierta, vamos.
Estaba muy preocupada, tenía que hacer algo.
—Miley, mi princesa. —Nick deliraba, sudaba sin parar y tiritaba.
—Nick, abre los
ojos, por favor.
—Nada—. Nick, tienes
que
tomarte esta pastilla, tienes que ponerte bien, si no, yo... —Notó
cómo se le
llenaban los ojos de lágrimas—. Vamos Miley, no seas histérica —se
dijo a
sí misma—. Sólo es un resfriado. Lo que tienes que hacer es lograr
que se
tome la medicación y hacer
que le baje la temperatura.
Tranquilízate y
piensa en lo que haría mamá.
Entonces se acordó
de que su
madre trituraba las
pastillas y las
mezclaba con el zumo, y decidió que no perdía nada por intentarlo.
—Nick , tienes que beberte esto. —Él
seguía sin responder, así que
Miley cogió una cucharilla y se la acercó a los labios—. Eso es
—dijo al ver
que así conseguía que se la tomara—. Espero que cuando te mejores
me
compenses por este susto. —Nick estaba ahora un poco más
tranquilo, y
Miley logró que se bebiera todo el zumo.
Cuando acabó, le secó otra
vez la frente, le arregló las sábanas y,
antes de salir de la habitación, le dio un pequeño beso en la
nariz. Fue una
tontería, pero su madre siempre se lo hacía cuando estaban
enfermos, así
que seguro que eso también serviría para algo.
Miley puso orden en la
cocina y vio un rato la televisión.
Estaba
muerta de sueño, pero no quería acostarse antes de haberle dado
otra vez
la medicación a Nick, de modo que tenía que quedarse despierta
hasta
las doce. Cuando llegó la
hora, volvió a preparar un poco de zumo
para
poder diluir en él las pastillas.
—Ya estoy aquí. Veamos cómo está mi enfermo preferido. —Se sentó
en la cama y notó cómo se le iba todo el color
y se quedaba blanca en
cuestión de segundos. Nick
estaba aún más caliente que antes.
Tanto,
que cuando ella le puso la mano en la frente, él se
apartó como si no
pudiera soportar nada
más sobre la piel—. Nick , espero que cuando te
recuperes, no te enfades por lo que te voy a hacer.
Dicho esto, se
levantó, apartó las sábanas de la cama y
empezó a
desabrochar la camisa del pijama de Nick. Éste no paraba de
quejarse,
pero por suerte para ella, estaba demasiado débil para oponer
resistencia.
Para calmarse los nervios, Miley siguió hablando:
—¿Sabes una cosa? Nunca imaginé que el día que te quitara la ropa
sería así. Y no me digas que ya te he visto desnudo antes. Esa
noche que
nos acostamos fue todo demasiado rápido. —Suspiró—. Siempre pensé
que
haríamos el amor en la playa, como en las películas. Vaya
tontería, ¿no? —
Con cada botón le confesaba algo más—. Otra cosa que me imaginaba
era a
ti desnudándome; despacio, lentamente, no como el otro día. ¿Recuerdas
que te dije que lo había olvidado? Era mentira. Aunque supongo que
tú sí lo
has olvidado. En fin, es mi destino. Soy pésima enamorándome.
Ya le había quitado la camisa y el
pantalón, sólo le había dejado los
bóxers.
—Gracias a Dios que te dejaste los calzoncillos debajo del pijama,
no sé
si habría podido hacer esto si
hubieras estado totalmente desnudo.
Por
cierto, estás demasiado delgado, pero eso ya lo arreglaremos,
¿vale? Voy al
baño a buscar toallas, no te muevas.
No está mal eso de que no me
repliques.
Miley regresó con un par de toallas totalmente empapadas en agua
helada, se sentó y empezó.
Al notar el contacto con el agua fría, Nick
tembló aún con más fuerza.
—Shh, tranquilo.
Primero se las pasó por la cara y el cuello, y cuando creyó que ya
se
había acostumbrado al frío, bajó al pecho. Nick volvió a
estremecerse.
—No pasa nada.
Oír su voz parecía tranquilizarlo, así que continuó hablando.
—Espero que tengas el detalle de no acordarte de esto, aunque para
mí será difícil
de olvidar. Creo que vas a formar
parte de mis sueños
eróticos toda la vida. —Le mojó también los brazos—. Me encanta
este vello
que tienes en los brazos,
es tan sexy. Nunca he entendido
por qué hay
hombres que se depilan. Bueno, basta de decir tonterías, creo que
ya te ha
bajado un poco
la temperatura. Ahora
tienes que tomarte
otra vez el
antitérmico.
Dejó las toallas y le volvió a dar la medicación. Por suerte, él
se la tomó
en seguida, y pareció quedarse tranquilo. Miley estaba agotada.
Tenía que
dormir, pero no se atrevía a dejarlo solo. ¿Qué pasaría si Nick volvía a
ponerse tan mal? ¿Cómo lo oiría? ¿Qué podía hacer? Tenía tres
opciones: la
primera, dormir en la cama con él. ¡No! La convención de Ginebra
prohíbe
la tortura. La
segunda, irse a su habitación y
dejar las puertas abiertas;
tampoco, al fin y al
cabo les había prometido a Jack y
a Amanda que
cuidaría de él. Y la tercera, quedarse a dormir en la silla que
había en la
habitación, aunque al día siguiente le doliera la espalda. «Pero así
podré
vigilarle», pensó Miley. De modo que fue a su habitación, se puso
el pijama
y, en menos de un minuto, regresó al cuarto de Nick para intentar
dormir
en aquella incómoda silla.
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