miércoles, 23 de enero de 2013

What A Feeling- Capitulo 32



Miley colgó y compró las naranjas para hacer zumo y las verduras para
preparar  la  sopa.  Iba  cargada  como  una  mula,  y  tuvo  que  hacer
malabarismos para que no se le cayera todo por la escalera, pero por fin
llegó a casa.
—Hola, ya estoy aquí. —Dejó todas las bolsas en la cocina, se quitó la
chaqueta y fue directa a la habitación de Nick.
—Nick, ¿hola? —Entró en la habitación, que empezaba a oler ya a
enfermo, y se sentó en la cama—. Nick, ¿cómo estás? —Le puso la mano
en la frente y comprobó que la tenía empapada de sudor y ardiendo.
—Miley, ¿qué haces aquí? Vete, déjame. —Temblaba al hablar y seguía
sin abrir los ojos.
—Vivo aquí, al menos de momento. —En ese instante se acordó de que
se había olvidado de ir a firmar el  contrato de alquiler—. No pienso irme
hasta que te cures. Tienes que tomarte esto y beber algo. Vamos, seguro
que te pondrás bien. —Se levantó de la cama y subió un poco las persianas
para que entrara algo de luz del  exterior—. Voy a prepararte un caldo.
Descansa y luego te lo traigo.
—Los artículos.
—Ya están maquetados. La verdad es que son muy buenos; espero que
no te moleste que los haya leído. —Le secó el sudor de la frente con una
toalla—. Todos me han dicho que te mejores, y que no vuelvas al trabajo
hasta que estés bien. Así  que ya sabes, tienes que cuidarte. —Recogió el
vaso y salió de la habitación. Nick volvía a estar dormido.
En la cocina,  Miley preparó el  caldo de verduras.  Mientras lo hacía,
escuchaba a Nina Simone y pensaba en cómo habían cambiado las cosas.
En tan sólo unos meses había encontrado nuevos amigos, un nuevo trabajo
y a Nick. Quizá no había sido tan malo lo de romperse la pierna.
Preparó una bandeja con un plato de sopa, un poquito de zumo,  los
antitérmicos y una servilleta, y se lo llevó a Nick.
—Hora de cenar. He preparado sopa de verduras. Despierta.  —Como
Nick ni siquiera se movió, Miley dejó la bandeja y se acercó a él—. ¡Dios
mío! Estás ardiendo. Nick, por favor, despierta, vamos.
Estaba muy preocupada, tenía que hacer algo.
—Miley, mi princesa. —Nick deliraba, sudaba sin parar y tiritaba.
—Nick,  abre  los  ojos,  por  favor.  —Nada—.  Nick,  tienes  que
tomarte esta pastilla, tienes que ponerte bien, si no, yo... —Notó cómo se le
llenaban los ojos de lágrimas—. Vamos Miley, no seas histérica —se dijo a
sí misma—. Sólo es un resfriado. Lo que tienes que hacer es lograr que se
tome la medicación y hacer  que le baje la temperatura.  Tranquilízate y
piensa en lo que haría mamá.
Entonces  se  acordó  de  que  su  madre  trituraba  las  pastillas  y  las
mezclaba con el zumo, y decidió que no perdía nada por intentarlo.
—Nick ,  tienes  que beberte esto.  —Él  seguía sin responder,  así  que
Miley cogió una cucharilla y se la acercó a los labios—. Eso es —dijo al ver
que así conseguía que se la tomara—. Espero que cuando te mejores me
compenses por este susto. —Nick estaba ahora un poco más tranquilo, y
Miley logró que se bebiera todo el zumo.
Cuando acabó,  le secó otra vez la frente,  le arregló las sábanas y,
antes de salir de la habitación, le dio un pequeño beso en la nariz. Fue una
tontería, pero su madre siempre se lo hacía cuando estaban enfermos, así
que seguro que eso también serviría para algo.
Miley puso orden en la  cocina  y  vio un rato la  televisión.  Estaba
muerta de sueño, pero no quería acostarse antes de haberle dado otra vez
la medicación a Nick, de modo que tenía que quedarse despierta hasta
las doce.  Cuando llegó la hora,  volvió a preparar un poco de zumo para
poder diluir en él las pastillas.
—Ya estoy aquí. Veamos cómo está mi enfermo preferido. —Se sentó
en la cama y notó cómo se le iba todo el  color  y se quedaba blanca en
cuestión de segundos. Nick  estaba aún más caliente que antes.  Tanto,
que cuando ella le puso la mano en la frente,  él  se apartó como si  no
pudiera soportar  nada más  sobre la piel—. Nick ,  espero que cuando te
recuperes, no te enfades por lo que te voy a hacer.
Dicho esto,  se levantó,  apartó las sábanas de la cama y empezó a
desabrochar la camisa del pijama de Nick. Éste no paraba de quejarse,
pero por suerte para ella, estaba demasiado débil para oponer resistencia.
Para calmarse los nervios, Miley siguió hablando:
—¿Sabes una cosa? Nunca imaginé que el  día que te quitara la ropa
sería así. Y no me digas que ya te he visto desnudo antes. Esa noche que
nos acostamos fue todo demasiado rápido. —Suspiró—. Siempre pensé que
haríamos el amor en la playa, como en las películas. Vaya tontería, ¿no? —
Con cada botón le confesaba algo más—. Otra cosa que me imaginaba era a
ti  desnudándome; despacio,  lentamente, no como el  otro día. ¿Recuerdas
que te dije que lo había olvidado? Era mentira. Aunque supongo que tú sí lo
has olvidado. En fin, es mi destino. Soy pésima enamorándome.
Ya le había quitado la camisa y el  pantalón, sólo le había dejado los
bóxers.
—Gracias a Dios que te dejaste los calzoncillos debajo del pijama, no sé
si  habría podido hacer  esto si  hubieras estado totalmente desnudo.  Por
cierto, estás demasiado delgado, pero eso ya lo arreglaremos, ¿vale? Voy al
baño a buscar  toallas,  no te muevas.  No está mal  eso de que no me
repliques.
Miley regresó con un par de toallas totalmente empapadas en agua
helada, se sentó y empezó.  Al  notar el  contacto con el  agua fría, Nick
tembló aún con más fuerza.
—Shh, tranquilo.
Primero se las pasó por la cara y el cuello, y cuando creyó que ya se
había acostumbrado al frío, bajó al pecho. Nick volvió a estremecerse.
—No pasa nada.
Oír su voz parecía tranquilizarlo, así que continuó hablando.
—Espero que tengas el detalle de no acordarte de esto, aunque para
mí  será  difícil  de olvidar.  Creo que vas  a formar  parte de mis  sueños
eróticos toda la vida. —Le mojó también los brazos—. Me encanta este vello
que tienes en los brazos,  es tan sexy.  Nunca he entendido por  qué hay
hombres que se depilan. Bueno, basta de decir tonterías, creo que ya te ha
bajado  un  poco  la  temperatura.  Ahora  tienes  que  tomarte  otra  vez  el
antitérmico.
Dejó las toallas y le volvió a dar la medicación. Por suerte, él se la tomó
en seguida, y pareció quedarse tranquilo. Miley estaba agotada. Tenía que
dormir, pero no se atrevía a dejarlo solo. ¿Qué pasaría si Nick  volvía a
ponerse tan mal? ¿Cómo lo oiría? ¿Qué podía hacer? Tenía tres opciones: la
primera, dormir en la cama con él. ¡No! La convención de Ginebra prohíbe
la tortura.  La segunda,  irse a su habitación y dejar  las puertas abiertas;
tampoco,  al  fin y al  cabo les  había prometido a Jack y a Amanda que
cuidaría de él. Y la tercera, quedarse a dormir en la silla que había en la
habitación,  aunque al  día siguiente le doliera la espalda.  «Pero así  podré
vigilarle», pensó Miley. De modo que fue a su habitación, se puso el pijama
y, en menos de un minuto, regresó al cuarto de Nick para intentar dormir
en aquella incómoda silla.

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