sábado, 29 de septiembre de 2012

What A Feeling- Capitulo 16


Jack presentó a Miley a todo el departamento gráfico, la condujo a un pequeño cubículo al lado del suyo y le explicó qué se esperaba de ella. Su trabajo iba a consistir básicamente en maquetar las páginas. Tenía que revisar los tipos de letra y los espacios, y asegurarse de que las fotografías estuvieran colocadas correctamente antes de enviar la versión definitiva a imprimir. No era muy creativo, pero le permitiría conocer el mundo de la edición y, si era lista, quizá algún día podría dar el salto hacia algo más. Además, en su currículum iba a quedar muy bien el hecho de haber trabajado en una revista inglesa y, cuando volviera a Barcelona, seguro que encontraría la manera de sacarle partido. Eso era lo que Miley más deseaba, que al volver a su ciudad todo aquello hubiera servido para algo; si no, no sabía qué narices estaba haciendo en Londres, sin su familia, rodeada de gente con un peculiar sentido del humor, y enamorándose de un hombre que por el momento no quería tener ninguna relación y que se reservaba para alguien muy especial a quien ni siquiera conocía aún.
Por suerte, gracias a Jack y a sus otros compañeros, su primer día de trabajo fue todo un éxito. Miley se hizo rápidamente con los programas de la revista y en seguida captó en qué consistía su tarea. Las horas pasaron volando, y cuando llegó la hora de salir, Jack apareció por encima de su cubículo.
—Esto es todo por hoy. Vamos, no nos hagas quedar mal haciendo ya horas extra y vete a casa. ¿Esperas a que venga Nick o te vas sola?
—¿Nick?
—Sí, Nick. La hija de Sam, el jefe de la revista, no sabía pronunciar la «r» cuando era pequeña y empezó a llamarlo así; luego su padre la imitó, y a continuación todo el mundo empezó a hacerlo, así que... —Levantó las manos.
—Supongo que no está tan mal cuando te acostumbras. Pero a mí me sigue gustando más Nick —respondió Miley—. Era como lo llamábamos de pequeño.
—Bueno, así qué, ¿esperas a Nick o no? Yo voy saliendo.


Miley estaba pensando qué debía hacer cuando se abrió el ascensor y de él salió su objeto de preocupación.
—¿Estás lista para irnos?
—No puedo creer lo que ven mis ojos —intervino Jack burlón—. Nick yéndose de la revista antes de la una de la madrugada. Imposible. Miley —prosiguió dirigiéndose a ella—, te has ganado mi admiración para toda la vida.
—No digas tonterías —respondió ella sonrojada.
—Eso mismo, no digas tonterías —la secundó Nick, y cogió el abrigo de Miley, que estaba colgado en el perchero que había junto al ascensor—. Vamos, antes de ir a casa me gustaría enseñarte un poco el barrio.
Jack, que no podía dejar de sonreír, observó cómo los dos se iban juntos, e iniciaban así una rutina que se repetiría a lo largo de toda la semana.


En efecto, a partir de ese día, siempre que le era posible Nick iba a buscar a Miley para irse juntos a su casa. Pero la verdad era que tardaban horas en llegar. Al final de la jornada de trabajo, los dos tenían tantas cosas que contarse que solían dar un paseo para poder charlar. Ella acostumbraba a detenerse a comprar lo que iba a cocinar esa noche y, para compensarla, él la llevaba a los rincones más insólitos y bonitos de la ciudad. Con Miley, Nick estaba descubriendo un Londres que nunca había visto. Era como si la ciudad se hubiera llenado de olores y colores que antes no estaban allí.
Una tarde que salieron de la revista un poco antes de lo habitual, Nick la llevó a pasear a Hyde Park y la convenció para comer algo allí, sentados en un banco. En esa ocasión, le contó que no hablaba con su madre desde hacía diez años, y que lo peor de todo era que ya no la echaba de menos. Miley no intentó consolarlo ni le dijo ninguna sensiblería, se limitó a comentar que ella se lo perdía; que si su madre no se daba cuenta de lo que estaba echando por la borda, entonces tampoco se merecía que él se sintiera culpable por no hablar con ella. Y tras estas dos frases, que reconfortaron a Nick más de lo que ella creía, Miley le explicó un cuento que su abuela solía contarle sobre cómo se formó la constelación de la Osa Menor. En ese mismo instante, Nick supo que jamás podría volver a visitar Hyde Park sin pensar en Miley.

What A Feeling- Capitulo 15




Este último comentario consiguió llamar la atención de Miley, que levantó la cabeza y se encontró mirando directamente a Nick a los ojos, con lo que él se atrevió a añadir:
—Aunque hay una cosa que sí tengo clara.
—¿Ah, sí?
—Sí, y es que me da miedo averiguarlo.
Miley vio que hablaba en serio. Aquel hombre de casi dos metros, que había cruzado medio mundo persiguiendo noticias, le tenía miedo. Pero en sus ojos verdes había algo más que miedo; había curiosidad. La misma curiosidad que había en los de ella. No era la fascinación infantil que había sentido de pequeña, sino algo más profundo, más real. Nick desvió la vista hacia sus labios. Seguía sin decir nada y ella tampoco sabía qué responder a su último comentario. Él la miraba concentrado, como si estuviera sopesando qué decir y cómo decírselo. A Miley se le empezó a acelerar el pulso, y la estampida de búfalos que había sentido cuando lo vio días atrás, volvió a atravesar su estómago. Nick parecía fascinado y, despacio, levantó la mano y la acercó al rostro de Miley. En ese instante, el resto del mundo desapareció. La estación de metro, la gente, el ruido, todo. Sólo estaban ellos dos mirándose a los ojos como si fuera la primera vez. Nick le acarició la mejilla, sus dedos temblaban casi tanto como las piernas de Miley. Le recorrió la ceja con el dedo índice, resiguió lentamente la nariz y se detuvo encima de sus labios. Una breve pausa y su boca siguió el mismo destino. Nick se apartó como si de repente se hubiera dado cuenta de dónde estaban. Respiró hondo y carraspeó. Cuando volvió a hablar, Miley no supo si habían pasado dos minutos, dos segundos o dos horas.
—Deberíamos irnos. —Se levantó y esperó a que ella hiciera lo mismo—. Es por aquí —señaló Nick. La cogió por el brazo y se detuvo de nuevo delante de ella—. Miley, lo siento.
—¿El qué? —Ella fingió no saber a qué se refería.
—Eh... —Nick se sonrojó de nuevo—. Haberte... besado. —Ni él mismo sabía cómo definir lo que acababa de pasar.
—Ah, eso. —Hizo un esfuerzo por no ruborizarse y aparentar normalidad—. No te preocupes. Ya sabes, los latinos somos muy cariñosos, y al fin y al cabo tú sólo eres medio inglés, ¿no? —Miley no sabía cómo se le había ocurrido semejante tontería—. Además, seguro que no te has olvidado de que en mi familia todo el día nos estamos besuqueando y abrazando. Aún me acuerdo de lo incómodo que te sentías cuando mi madre te achuchaba.
—Ya, claro —farfulló Nick agradecido por el cambio de enfoque—. No quisiera que te sintieras incómoda conmigo. No debería haberlo hecho.
—Para ya, pareces sacado de una novela de Jane Austen. No me siento incómoda contigo, y tampoco voy a llamar a mi padre o a mis hermanos para que te obliguen a casarte conmigo.
—Me alegro. —Nick empezaba a relajarse de nuevo, pero siendo sincero consigo mismo, tenía que reconocer que le molestaba un poco que ella no estuviera más afectada por su beso—. Deberíamos acelerar el paso o no llegaremos.
Caminaron a más velocidad y, tras unos doscientos metros, se detuvieron delante de un edificio negro con cristales tintados y un guardia de seguridad en la puerta. En una de las placas de la pared se leía «The Whiteboard».
«Bueno, supongo que aquí empieza mi futuro», pensó Miley.
—¿Preparada? —preguntó Nick.
—Sí. Preparada.
—Tu departamento está en el primer piso, yo estoy en el segundo, junto con los periodistas, y con Sam, el señor Abbot, el director. Ahora está de viaje, pero cuando vuelva te lo presentaré. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
Estaban en el ascensor, por suerte con más gente, oficinistas de otras empresas que ocupaban también el edificio. Se paró en la primera planta y ellos dos salieron.
—Tu trabajo va ser sencillo al principio. Luego ya se irá complicando. Vamos a buscar a Jack para que te presente al resto del equipo y te cuente los detalles. ¡Jack!
En ese momento, Jack, que estaba sentado delante de un ordenador, se levantó y se dirigió hacia ellos.
Debía de tener unos treinta y pocos años y era la viva imagen del típico aventurero. Nada más verlo, Miley pensó que sería genial para sustituir a Harrison Ford en el papel de Indiana Jones, o como imagen del National Geographic.
—Jack, te presento a Miley Martí, la nueva diseñadora del departamento. —Al ver que la miraba con curiosidad añadió—: Fui a buscarla al aeropuerto el viernes, ¿recuerdas que te lo comenté?
—Sí, claro. Es un placer, Miley. —Le besó la mano—. Y dime, ¿a pesar de que Nick llegó tarde al aeropuerto has decidido quedarte? —Le soltó afectuosamente la mano—. Te juro que los ingleses auténticos no somos así. Nosotros sí que sabemos cómo tratar a una dama. —Le cogió el abrigo—. ¿Cómo has pasado el fin de semana?
—Bien, gracias. Y sí, al final me quedo. Tampoco tengo adonde ir.
—Eso es porque no quieres —respondió Jack flirteando, como era costumbre en él.
—Déjate de tonterías, Jack, a las diez tengo una reunión y quiero dejar a Miley instalada en su sitio. —«Además —pensó Nick—, si vuelves a mirarla de esa manera te saco los ojos de las órbitas.»
A Miley, ajena a esos pensamientos, le sorprendió bastante el tono de Nick, y para quitarle aspereza a sus palabras le dijo:
—Tranquilo, vete. Seguro que Jack me tratará muy bien. Intentaré no hacerte quedar mal.
Jack se dio cuenta de que entre aquellos dos pasaba algo, y decidió optar por hacerse el tonto y dejar de flirtear con Miley antes de que Nick decidiera arrancarle la cabeza.
—Nosotros también tenemos mucho trabajo, así que si quieres seguirme te presentaré a los diseñadores, fotógrafos y otros lunáticos del departamento. Nick, nos vemos luego y te cuento lo del reportaje sobre China. Adiós.
Dicho esto, Jack y Miley dejaron solo a Nick frente al ascensor. Se quedó refunfuñando entre dientes algo así como «¡Que no sé cómo tratar a una dama!». Al final, decidió subir al segundo piso por la escalera, a ver si así se relajaba un poco.


What A Feeling- Capitulo 14




El despertador sonó a una hora indecente, sobre todo teniendo en cuenta que Miley no había pegado ojo en toda la noche. Ese día empezaba a trabajar en The Whiteboard y no tenía ni idea de lo que iba a hacer; además, estaba convencida de que ya no sabía nada de inglés, y que lo del diseño gráfico era algo que había aprendido hacía años y de lo que no se acordaba mucho. «Miley, serénate. Tienes veintiséis años y estás preparada para hacerlo bien. Eso, siempre y cuando no te vuelvas loca: deja ya de hablar sola de una vez.» Finalizado el auto sermón, se desperezó y fue a ducharse.
Bajo el agua, Miley invirtió todo su tiempo en resolver una cuestión completamente absurda pero de vital importancia, dado su estado de ánimo: cómo vestirse el primer día de trabajo. ¿Vaqueros estilo estudiante de Bellas Artes? ¿Traje estilo diseñadora italiana? ¿De negro y con un par de collares estilo intelectual barcelonesa? ¿Falda? En fin, la única opción que tenía era llamar a Helena. Ella era genial con lo de las primeras impresiones; siempre sabía qué ponerse. Seguro que era un gen que a ella no le pusieron. Logrado su primer objetivo, ducharse, Miley se puso el albornoz, se peinó y salió del baño para llamar a su hermana.
—¿Helena?
—¡Miley! ¿Sabes qué hora es? ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
—Claro que estoy bien, y para ti son las 7.30. ¿Te pasa algo a ti?
—No, nada, que es de lo más normal que me llames a estas horas de la mañana al móvil —respondió sarcástica Helena a la vez que bostezaba.
—Perdona, no me acordaba de lo bien que se vive siendo universitaria.
—Bueno, en fin, ¿qué quieres? No, no me lo digas, ¡te has acostado con ese bombón!
—No. Te juro que no me he acostado con nadie. —Miley se estaba sonrojando con la conversación. Cómo se le había ocurrido llamar a la cabra de su hermana pequeña.
—Está bien, si no me llamas para contarme eso, ¿qué te pasa?
—¿Qué me pongo para ir hoy al trabajo? No, no te rías, ya sabes que eres infinitamente mejor que yo para combinar la ropa. Por favor, ayúdame, es mi primer día.
—Vamos a ver, tengamos en cuenta todos los factores: es tu primer día, vas a trabajar con fotógrafos y periodistas y, lo más importante, ese tío bueno va a estar contigo... Eh. Ya sé, ponte el pantalón negro de cintura baja con la camisa blanca de hilos plateados, el pañuelo que le robaste a mamá y las botas negras. Así estarás interesante y atractiva, y píntate un poco los ojos. ¿Vale?
—Vale. Eres la mejor. Muchas gracias, te llamaré cuando vuelva. Besos.
—De nada, pero a no ser que te acuestes con como se llame, la próxima vez llámame a una hora normal. Me vuelvo a la cama. Adiós y, como dice papá, a por ellos, que son pocos y cobardes. Besos.


Resuelto el problema de la ropa, Miley colgó el teléfono y se dispuso a seguir al pie de la letra las instrucciones de Helena. Cuando estuvo vestida, se secó el pelo y se maquilló un poquito los ojos. Al mirarse al espejo, decidió que no estaba nada mal, se veía atractiva y, si sus nervios no la traicionaban, podía incluso causar buena impresión. Ya eran las 7.30. Nick le había dicho que tenían que salir a las 8.00, así que aún le quedaba un ratito para desayunar algo. Se dirigió a la cocina.
—Buenos días. —Nick le sonrió a la vez que le servía una taza de té.
—Buenos días. Gracias. —Miley aceptó la taza y se sentó. Estaba nerviosa y no quería echarse el té por encima; eso sí que sería un problema.
—¿Estás nerviosa? —Nick se sentó delante de ella—. No lo estés. Todo irá bien, ya lo verás. —Quería tranquilizarla y le acariciaba los nudillos con el pulgar.
—¿Yo? No, bueno, sí, sí estoy nerviosa. No sé qué voy a hacer, seguro que, sea lo sea, no sabré hacerlo. La pifiaré y tendré que volver a Barcelona, tú te enfadarás y Guillermo me matará. Así que sí estoy nerviosa y... ¿se puede saber por qué sonríes?
—Por nada. Cuando te pones nerviosa, empiezas a hablar sin sentido y me recuerda a cuando eras pequeña.
—¡Vaya! Esto sí que es tranquilizador, ahora resulta que parezco una niña pequeña. —Miley notaba que estaba cada vez más nerviosa y el hecho de que él la mirara con aquellos ojos tan dulces y que le acariciara la mano, no la estaba ayudando en absoluto.
—Eh, yo no he dicho eso. Vamos, no te preocupes, todo saldrá bien. Tenemos que irnos ya. Por el camino te cuento lo que vas a hacer y ya verás cómo dentro de una semana lo tienes todo controlado. —Nick se levantó, dejó las tazas en el fregadero y recogió unos papeles que estaban en la mesa del comedor.
—Miley, ¿vamos? —le preguntó a la vez que abría la puerta de la calle.
—Sí, sólo espero que no te arrepientas.
Miley cogió su bolso y, cuando iba a salir, Nick le puso ambas manos encima de los hombros y la miró:
—¿Sí? —preguntó ella ante su silencio.
—Nada, sólo quería decirte que estás guapísima.
Dicho esto, salieron del piso y Nick cerró la puerta.


En la calle se notaba que era lunes y que la gente tenía que ir a trabajar; todo el mundo parecía llegar tarde. Miley y Nick se dirigieron al metro. The Whiteboard estaba sólo a dos paradas y, mientras esperaban, Nick le contó los distintos caminos que podía utilizar para ir al trabajo y las ventajas e inconvenientes de cada alternativa. Cuando salieron del vagón, a Miley empezaron a temblarle las piernas y se sentó en un banco de la estación.
—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal? —le preguntó Nick preocupado.
—No, bueno —respondió ella sin mirarlo a la cara—. Estoy nerviosa y, cuando estoy nerviosa, además de hablar sin sentido, me tiemblan las piernas. Es sólo un momento.
Nick se sentó a su lado y le puso una mano sobre la rodilla.
—No te preocupes. —Tras un silencio añadió—: Creo que nunca me había sentado en un banco del metro. ¿Sabes?, Miley, desde que has llegado, y sólo hace tres días, me siento distinto. El problema es que aún no he decidido si me gusta o me molesta.

What A Feeling- Capitulo 13



El domingo amaneció nublado y Nana los despertó a eso de las diez para que pudieran desayunar con ella antes de regresar a Londres. Después de la charla de la noche anterior, entre Nick y Miley había algo muy especial; no era sólo «el principio de una gran amistad», que lo era, ni una mera atracción física, que también existía y era muy potente. Era más bien como si ambos se hubieran dado cuenta de que entre ellos había magia; de esa de la que se habla en las películas y en las grandes novelas. Pero como ninguno de los dos sabía muy bien qué hacer con ella, iban con cautela para no estropearla ni echarla a perder. Nana, que desde que había visto a su nieto con Miley era la mujer más feliz del mundo, decidió darles tiempo y margen de maniobra y se juró que sólo intervendría si Nick era tan idiota como para dejar escapar a la única chica capaz de hacerlo sonreír.
A las doce ya habían recogido todas sus cosas, y se despidieron de Nana con besos y abrazos, no sin que ella les hiciera prometer a ambos que regresarían a pasar otro fin de semana con ella el mes siguiente. A Nick le hizo prometer además que, como siempre, la llamaría una vez a la semana. Hechas todas las promesas pertinentes, Miley y Nick se subieron al coche y se dirigieron directos a Londres, donde al día siguiente iba a empezar una nueva etapa de sus vidas.


—¿Estás nerviosa por lo de mañana? —preguntó Nick cuando ya estaban de nuevo en su apartamento.
—Un poco. —Miley se mordió el labio inferior—. Mucho.
—No lo estés —sonrió él—. Ya verás como todo sale bien. La gente de tu sección es fantástica. Jack, el jefe del departamento, es uno de mis mejores amigos. Seguro que te ayudará mucho y que con él aprenderás un montón de cosas.
—No estoy nerviosa por eso. Seguro que todo el mundo es fantástico.
—Entonces, ¿de qué tienes miedo? —preguntó Nick sin entenderla.
—De hacerlo mal —contestó ella sin mirarlo.
—¿De hacerlo mal? Vaya tontería. Pues claro que lo harás mal.
—¿¡¡Qué!!?
—Quiero decir —prosiguió él antes de que Miley pudiera recuperarse de su asombro— que es normal que hagas mal ciertas cosas cuando empiezas un trabajo nuevo. Pero estoy convencido de que aprenderás rápido, y de que pronto lo tendrás todo bajo control.
—¿Lo dices en serio?
—Claro. Por muy hermana de Guillermo que seas, no te habría contratado si no creyera que estás capacitada para el puesto. —Le apretó la mano para transmitirle su confianza.
—Gracias —dijo Miley mirándolo a los ojos, y tuvo que hacer un esfuerzo para no echársele encima y abrazarlo allí mismo—. Por todo.
—No tienes que darme las gracias —contestó Nick sin apartar la mirada de la suya—. Cuando los conozcas a todos, no estarás tan contenta. —Le guiñó un ojo.
Miley sonrió y apartó la mano de debajo de la suya.
—Debería acostarme. Seguro que me costará dormir y mañana tengo que estar fresca. Buenas noches.
—Buenas noches, Miley.
Al oír que Nick utilizaba el diminutivo por el que la llamaba de pequeña, se dio la vuelta.
—Buenas noches, Nick.
Miley se volvió de nuevo y se dirigió a su habitación, pero antes vio que él se había sonrojado.

What A Feeling- Capitulo 12



—Nick, ¿estás despierto? —Miley ya sabía que sí. Llevaba más de dos horas intentando dormir y estaba convencida de que su compañero de cuarto también sufría de insomnio, pues no paraba de moverse ni de refunfuñar.
Él tardó unos segundos en responder, como si dudara entre decir la verdad o fingir que no la había oído.
—Sí, estoy despierto —contestó al fin con un suspiro—. ¿Tú tampoco puedes dormir? —Estiró el brazo para encender una luz, pero Miley le detuvo.
—No, no enciendas la lámpara.
Nick volvió a meter el brazo bajo las mantas y se apoyó en un costado para mirar a Miley. Por la ventana de la habitación se colaba la luz de la luna y la de las farolas que había en la calle, así que podía ver la silueta de ella y distinguir el brillo de sus ojos negros.
—Hacía años que no dormía con alguien —empezó Nick, pero antes de que pudiera continuar, las risas de Miley lo detuvieron—. No te rías... ya sabes a qué me refiero.
—Sí, claro. —Ella hizo un esfuerzo por dejar de reírse—. Tranquilo, no voy a poner en entredicho tu virilidad. Ya me imagino que no tienes problemas en ese sentido.
Hubo un silencio, y finalmente Nick añadió:
—Quizá tenga más de los que te imaginas.
—¿A qué te refieres? —preguntó Miley colocándose también de costado para poder verlo, aunque en la oscuridad él fuera sólo una sombra.
—No sé, supongo que estoy cansado de que las relaciones que tengo, a pesar de que las mujeres sean distintas, sean todas iguales. No sé, a veces me gustaría saber que hay alguien especial para mí. No es que quiera casarme, ni nada por el estilo..., me gusta mi vida tal como está. —Tomó aire—. Es sólo que me gustaría saber que esa persona existe. Bueno, no me hagas caso. Vamos a dormir.
Nick se volvió hacia el otro lado, dándole la espalda.
—Seguro que existe.
Miley pensó que él no la había oído, y cuando iba a intentar dormirse por enésima vez, Nick habló de nuevo:
—¿De verdad lo crees? Recuerdo que de pequeño veía a tus padres besarse y me preguntaba por qué los míos no lo hacían. Luego lo entendí. Los míos no se querían, pero aun así habían tenido un hijo, y se pasaban los días amargándose mutuamente la existencia hasta que se divorciaron. Mi madre, bueno, si es que puedo llamarla así, volvió a casarse en seguida, y se olvidó de mi padre y de mí. Si ni siquiera ella fue capaz de quedarse conmigo y quererme sin condiciones, es difícil de imaginar que pueda encontrar a alguien que lo haga. Así pues, creo que es mejor no buscar a nadie; de este modo me ahorro el mal trago y puedo seguir disfrutando de mi vida tal como está. —Se frotó los ojos—. No sé por qué te cuento estas cosas.
—Estoy segura de que existe alguien especial para ti, alguien que te querrá pase lo que pase, y que será incapaz de olvidarte. —Para intentar calmar los latidos de su corazón, optó por cambiar de tema—: ¿Te acuerdas de cuando cumpliste diecisiete años?
—Sí, claro. Me regalaste Charlie y la fábrica de chocolate. Aún lo guardo. ¿Por qué?
—¿Sólo te acuerdas de eso?—Miley dio gracias por la oscuridad que ocultaba el sonrojo que seguro que ahora cubría sus mejillas.
—No. También me acuerdo de que te besé. —Nick se volvió de nuevo hacia ella.
—Fuiste el primer chico que me besó. —Notó cómo él sonreía—. Nunca lo he olvidado, fue muy especial. Tuvo todo lo que se supone que tiene que tener un primer beso. Nick, estoy convencida de que conocerás a alguien que hará que todos los besos sean perfectos, que logrará que tu vida sea especial... Sólo espero que, cuando lo hagas, te des cuenta y sepas conservarla.
—¿Crees que seré tan estúpido como para no saberlo?
—No sé. A veces uno tiene delante de las narices lo que necesita para ser feliz y no se da cuenta. Fíjate en tus padres; los dos sabían que no estaban bien juntos, y, sin embargo, tardaron años en hacer algo al respecto.
—Supongo que tienes razón. Espero ser más listo que ellos.
—Seguro que lo eres. —Aprovechando la valentía que le daba el estar a oscuras, preguntó—: ¿Quién es Monique?
—¿Por qué quieres saberlo?
—No sé, supongo que, ya que somos amigos, podré asesorarte sobre si ella es ese alguien especial o no.
—¿Tú y yo somos amigos? —Nick no sabía qué eran él y Miley. De pequeño, había sentido un vínculo especial con ella, como si el destino la hubiera enviado allí para él. Al hacerse mayor, descartó todos esos sentimientos y, tras el divorcio y la enfermedad de su padre, había aprendido que esas cosas no existían. Para él, Miley era ahora la hermana de Guillermo. Pero si era sólo eso, ¿por qué tenía ganas de contarle sus pensamientos más íntimos? ¿Por qué quería levantarse y acostarse junto a ella, aunque sólo fuera para abrazarla?
Afortunadamente, Miley respondió antes de que su mente pudiera tomar caminos más complicados.
—Espero que sí.
Miley se movió para colocarse bien en la cama, y la mente de Nick volvió a dirigirse a lugares muy peligrosos.
—Bueno, dime, ¿quién es Monique?
—Nadie. —Al oír que ella refunfuñaba, añadió—: Está bien, supongo que sí es alguien, o mejor dicho, era alguien.
Ella movió una mano para indicarle que continuara.
—Era una chica con la que pasaba algún fin de semana. Ya sabes.
—No, no sé —respondió ella, un poco a la defensiva.
—Salíamos por ahí, y cuando nos apetecía...
—Os acostabais. —Miley terminó la frase por él.
—Vamos, no me digas que tú nunca has tenido una relación así.
—Pues no, nunca la he tenido. Y espero no tenerla —respondió ofendida—. El sexo así es como hacer gimnasia; sólo sudas y no sientes nada.
Nick soltó una carcajada ante el comentario y se sintió muy aliviado interiormente al saber que Miley no era tan frívola como Monique. Pensar algo así lo sorprendió, por lo que optó por no analizarlo y seguir en cambio con la conversación.
—Tienes razón..., pero a veces con eso es suficiente.
—Para mí no.
—Me alegro.
—¿Por qué?
—Porque no me gustaría que te conformaras con tan poco.
—Ya.
Nick bostezó, y Miley sintió cómo le empezaban a pesar los párpados.
—Deberíamos intentar dormir.
—Sí, deberíamos intentarlo, o mañana, cuando mi abuela nos despierte, no serviremos para nada.
—Buenas noches, Nick.
—Buenas noches, Miley... y gracias por la conversación.
—De nada —respondió ella ya casi dormida.

What A Feeling- Capitulo 11



Nick, Miley y Nana fueron a cenar a un bullicioso restaurante situado en un edificio antiguo del casco histórico de la ciudad. La cena fue muy agradable, Nana le contó a Miley un par de travesuras que Nick había cometido de niño y logró que Nick se relajara y se sonrojara. A cambio, Miley le contó las trastadas que él y su hermano mayor habían hecho durante los veranos que pasaron juntos en España. Nick se sonrojó aún más, pero en un par de ocasiones se rió a carcajadas.
—Hacía tiempo que no te veía tan contento —señaló Nana.
—No exageres —respondió él un poco a la defensiva.
—No exagero. Ya no me acordaba de que cuando sonríes se te marcan hoyuelos. —Su abuela le acarició cariñosa la mejilla.
—Yo nunca podría olvidarlo. —Al darse cuenta de que lo había dicho en voz alta, Miley se puso un poco nerviosa.
—¿Te ha gustado la visita a las termas? —le preguntó Nana a Miley guiñándole el ojo y fingiendo no haber oído ese último comentario.
—Sí, mucho —contestó ella sin mirar a Nick, que parecía un poco confuso—. Es impresionante que los romanos levantaran todo eso hace tantos siglos. Seguro que las construcciones de hoy en día no aguantarían lo que han resistido esas piedras.
—Seguro que no —comentó Nick, que ya se había recuperado.
—Bueno, niños, deberíamos pedir la cuenta e irnos a casa. Yo ya no tengo edad para estos trotes.
Nick hizo un gesto al camarero y, antes de que ninguna de las dos pudiera rechistar, pagó la cuenta. Fueron paseando hasta casa de Nana. La noche era muy cálida para ser sólo principios de primavera, y habían decidido ir a pie hasta el restaurante.
—Nick, no sé si te lo había comentado, pero estoy repintando la habitación que da al jardín, así que Miley y tú tendréis que compartir tu habitación.
—¿Qué? —preguntaron al unísono los dos afectados.
—No te preocupes, tu habitación tiene dos camas, y supongo que no os molestará; al fin y al cabo sois casi hermanos —añadió Nana con picardía. Estaba convencida de que si no le daba un empujoncito, su nieto nunca acabaría de decidirse.
—No, en absoluto —contestó Miley sin levantar la vista del suelo—. Pero yo puedo dormir en cualquier lado, incluso en el sofá.
—No digas tonterías —la riñó Nick—. Si alguien tiene que dormir en el sofá seré yo. Tú pareces cansada, y necesitas dormir.
—No voy a permitir que duermas en el sofá. ¡Tú mides casi dos metros, y ese sofá apenas tendrá un metro y medio! —Miley levantó la vista, pero no miró a Nick.
—No mido dos metros y si digo que voy a dormir en el sofá, es que voy a dormir en el sofá. —Nick se detuvo en medio de la calle.
—Niños, niños. —Nana intentó disimular la sonrisa que dibujaban sus labios—. No discutáis. Los dos podéis dormir en una cama. Lo único que tenéis que compartir es la habitación, nada más. Ni que eso os obligara a contraer matrimonio.
—Tienes razón, Nana. Discúlpame, Miley. —Nick se pasó la mano por el pelo—. Supongo que yo también estoy cansado.
—No, perdóname tú —dijo Miley avergonzada—. Supongo que he leído demasiados libros románticos de época —añadió, en un intento de aligerar la situación.
Nana sonrió e intervino de nuevo:
—Bueno, como ya está solucionado, no veo ningún inconveniente para que no continuemos. Tengo ganas de acostarme; yo, a mi edad, necesito mis horas de sueño.
Dicho eso, los tres echaron a andar y, pasados pocos minutos, llegaron a casa. Nana les dio las buenas noches y se fue a su habitación. Miley y Nick se quedaron solos, mirándose el uno al otro sin saber qué decir. Al final, fue Nick quien rompió el silencio:
—Ponte el pijama y acuéstate, yo aún no tengo sueño. —Pero el bostezo que no pudo controlar lo traicionó—. Me quedaré aquí, leyendo un rato.
—No seas terco —dijo Miley—. Me pongo el pijama en el baño y los dos nos acostamos. Vamos, te prometo que tu virtud no corre ningún peligro conmigo.
Le sonrió y se dirigió a la habitación para coger sus cosas y cambiarse.
—Pero la tuya sí corre peligro conmigo —susurró Nick para sí mismo, y no pudo evitar preguntarse qué le estaba pasando. A él no solían gustarle las chicas dulces, con sonrisas que hacen que tiemblen las piernas y ojos negros capaces de engullirlo a uno. Nick hizo un esfuerzo por recordar que Miley era la hermana de su mejor amigo, y que Guillermo era cinturón negro de un montón de artes marciales. Con Miley no se jugaba.
Finalizado su auto sermón, se frotó la cara con las manos y se dirigió al dormitorio.


What A Feeling- Capitulo 10




En el coche ninguno de los dos habló. Afortunadamente, el trayecto no duró mucho; las termas romanas de Bath estaban sólo a diez minutos y, una vez allí, la logística de buscar aparcamiento, comprar las entradas y recoger la guía los tuvo ocupados. Tras pasar la puerta principal, Miley se quedó paralizada. Había leído mucho sobre las termas romanas y estaba harta de ver las reposiciones de Yo, Claudio por televisión, pero el impacto de estar delante de aquellas magníficas ruinas fue muy grande. Como no se movía, Nick le colocó una mano sobre el hombro para empujarla, pero tras lograr que reaccionara, decidió dejar la mano allí. A Miley no parecía importarle, y a él le gustaba caminar con ella tan pegada a su cuerpo.
—Es precioso —balbuceó ella mirando el claustro principal, con la piscina llena de agua. Tan pronto como los dedos de Nick empezaron a acariciar descuidadamente su hombro y, casi sin querer, la parte exterior de su clavícula, sintió cómo se le hacía un nudo en el estómago—. ¿Te das cuenta?, parecen vivas.
—¿Vivas? —preguntó Nick notando cómo una especie de calor le subía por los dedos de la mano hacia el cuello y le anidaba en el pecho. Era como si el muro que había construido en su interior empezara a agrietarse.
—Sí, vivas, las piedras, las columnas, parecen vivas; como si quisieran contarnos algo. Como si fuera importante que siguieran aquí para hablarnos, para escucharnos, como si, no sé. Como si todo tuviera algún sentido. ¿Lo entiendes?
—No, Agui, no lo entiendo, pero no importa.
Nick no apartó la mano, y caminando uno al lado del otro empezaron la visita. Pasaron por los baños secundarios, por el baño del rey, tiraron monedas en la piscina circular y acabaron la visita en la tienda de souvenirs.
—¿Sabes que Bath se llamaba Aquae Sulis en la época de los romanos?
Nick rompió así el silencio que se había instalado entre ellos desde hacía rato. No lo hizo porque fuera un silencio incómodo, sino todo lo contrario, y como eso lo aterrorizaba, intentó volver a la situación inicial. Empezó a contarle la historia romana de Bath y fue apartando la mano despacio. Miley lo escuchó con atención, pero no porque le interesara enormemente lo que estaba diciendo, sino porque intentaba entender cómo hacía ese hombre para alterarla de ese modo. Habían pasado dos horas mágicas. Miley había recorrido casi la mitad de las ruinas con el brazo de él sobre su hombro; y recordaba lo bastante de los hombres como para reconocer cuándo uno se sentía atraído por ella. Y ahora, allí estaba él, contándole la historia de Bath como si fuera un presentador de National Geographic.
—¿Qué te ha parecido? ¿Te ha gustado la visita? —preguntó Nick al final de su clase magistral.
—Sí, mucho. —Aunque lo que más le había gustado a Miley había sido que, durante un rato, Nick había sonreído, recordándole al chico de todos aquellos veranos—. Me gustaría comprarme una postal, ya sabes, no dejo de ser una turista. ¿Te importaría? —Miley le sonrió.
—No, sólo que no tenemos mucho tiempo. Compra la que quieras y luego iremos a recoger a Nana para salir a cenar. ¿Te apetece eso o prefieres quedarte en casa?
—No, no. Lo de la cena suena genial. Así podré sonsacar a tu abuela sobre tus aventuras de adolescente. Seguro que fuiste tan malo como Guillermo —dijo ella sonriéndole de nuevo.
Su sonrisa era fulminante. Cada vez que Nick la veía, tenía ganas de besarla, y como esa opción estaba descartada, optó por ser seco. Así aprendería a no utilizarla con él.
—Te espero en el coche —le espetó, y salió del museo dejando a Miley aún más estupefacta que antes.
Escogió dos postales, una del baño principal, con las columnas rodeando el agua a la luz del atardecer, y otra que era una reproducción de la antigua ciudad romana en la que en un mosaico se podía leer «Aquae Sulis», y se dirigió hacia el coche, que ya estaba en marcha.
Llevaban sólo un par de minutos circulando cuando Miley se durmió. Había sido un día largo, y la noche anterior tampoco había dormido mucho; demasiadas emociones. Al verla dormida, Nick se relajó; ya no sabía cómo actuar. A lo largo del día había pasado por diferentes fases, seguro que parecía un lunático. Había momentos en que pensaba que podía tratarla como a una hermana, pero cuando su vista se desviaba hacia sus labios, se le aceleraba el pulso y se moría de ganas de hacer algo al respecto. Luego se acordaba de cómo había mirado esa foto de él con Nana, y pensaba que eso era imposible. Una mujer como Miley se merecía algo mejor. Por no hablar de lo que le haría Guillermo si le hacía daño a su hermana. El peor momento del día había sido, sin duda alguna, cuando su abuela le había dicho que ella era «ella». Maldita Nana. Se había olvidado de que su abuela tenía una memoria de elefante, y de que hacía años, en un momento de locura, le había contado la fascinación que sentía por la hermana de su mejor amigo. Sin duda, la CIA podría aprender de las técnicas de interrogatorio de Nana. Por suerte, esa fascinación infantil ya no existía, y Miley nunca se había dado cuenta de nada. Ahora, lo único que pasaba era que estaba cansado, tenía demasiado trabajo y necesitaba dormir.


What A Feeling- Capitulo 9


Nick empezó a ordenar los libros de la mesita del salón como si fuera de vital importancia que todos los lomos estuvieran alineados.
—Es una fotografía increíble. Tu abuela está preciosa y tú estás tan dulce que te comería a besos. —Al ver la cara de Nick, Miley se dio cuenta de que lo había dicho en voz alta—. Quiero decir, que te comería a besos como a un niño pequeño, no que... bueno, ya me entiendes.
Estaba tan avergonzada que Nick sonrió y le respondió:
—Tranquila, lo entiendo. Ya sé que ahora no me comerías a besos.
«Aunque yo a ti sí», pensó él.
—¡Besos! Chicos, os dejo solos unos minutos y ya estáis hablando de besos.
Nana entró en el salón cargada con una bandeja en la que había una tetera, tres tazas y un pastel de limón. Miley la ayudó, y aceptó luego la taza de té que le sirvió la anciana.
—Gracias, señora Trevelyan. Tiene usted una casa preciosa.
—De nada, pero llámame Nana. Cuando oigo señora Trevelyan, tengo la sensación de que mi suegra va a aparecer en cualquier momento. La vieja bruja... Espero que esté en el cielo, pero a mí me hizo la vida bastante difícil, y me da terror pensar que alguien nos pueda confundir. Así que Nana está bien, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, Nana. Gracias.
—Bueno, así que has venido a trabajar a Inglaterra. Y ¿dónde vives? ¿Desde cuándo conoces a mi nieto? ¿Cuánto tiempo vas a quedarte?
—¡Nana!, no seas cotilla, si no, no vendré más —respondió Nick antes de que Miley pudiera abrir la boca.
—Lo siento, pero no deberías enfadarte, tesoro, sólo lo pregunto porque me interesa. Es la primera vez que me presentas a una chica normal, y la verdad es que estoy muy intrigada.
Ante la astuta respuesta de Nana, Nick se sonrojó y empezó a recoger las tazas.
—¿Has terminado ya con el té, Agui? —le preguntó a la vez que le cogía la taza y el plato y se levantaba para llevarlo todo a la cocina—. Nana, recojo los trastos y nos vamos. Si quieres acabar con el tercer grado, te quedan cinco minutos. Quiero enseñarle a Miley las termas y luego, si te portas bien, iremos los tres a cenar —dijo, levantando una ceja hacia su abuela, que parecía imperturbable, y se fue.
—Bueno, al fin solas. —Nana sonrió y añadió—: Es la primera vez que veo al témpano de hielo de mi nieto sonrojarse. Si eres capaz de lograr eso en menos de un día, estoy impaciente por ver lo que habrás hecho con él dentro de unos meses.
—Creo que te equivocas, Nana. Si Nick se sonroja es porque tiene ganas de matarme por haberle fastidiado el fin de semana —respondió Miley incómoda.
—Tonterías, nadie puede alterar los planes de mi nieto si él no quiere. Créeme, lo he intentado. Además, eres la primera chica a la que invita a venir a mi casa, y eso será por algo.
—Bueno, supongo que lo hace por Guillermo, mi hermano.
—Entonces ¡tú eres «Agui», la hermana de Guillermo! Ahora lo entiendo todo. —Sonrió y añadió—: Pequeña, espera y verás.
Con estas enigmáticas palabras y con unos golpecitos en la mano de Miley, Nana se levantó y gritó para que desde la cocina su nieto pudiera oírla.
—¡Podrías haberme dicho que era «ella»!
Se oyó cómo se rompía una pieza de porcelana.
—Creo que eso ha sido una de mis tazas. Será mejor que vaya para allá antes de que me quede sin vajilla. Nos vemos luego para cenar. —La besó en la mejilla y se fue riéndose de un chiste que sólo ella parecía conocer.


Agui seguía sentada cuando apareció Nick y le dijo:
—Si quieres ir a visitar las termas, tenemos que irnos ya.
—¿Las termas? Ah, sí, los baños. De acuerdo, si a ti te parece bien, podemos ir. Nick, ¿qué ha querido decir tu abuela con lo de que yo soy «ella»?
—Nada. No ha querido decir nada, cosas de gente mayor. ¿Quieres ir o no?
Nick parecía tenso. Aquel hombre era capaz de hablarle con dulzura un instante y ponerse a dar órdenes al siguiente. «Y luego dirán que las mujeres somos complicadas», pensó ella.
—Está bien, lo siento, mi general.
Descolgó su abrigo, se despidió cariñosamente de Nana, que parecía ser la única que entendía por qué su nieto se había puesto de mal humor, y se fue de la casa mirando por última vez la fotografía de Nick soñando con los caballeros del rey Arturo.

What A Feeling- Capitulo 8




Nick conducía con la mirada fija en la carretera, totalmente concentrado en la conducción, pues eso era lo único que se le ocurría para controlar las ganas de parar el coche y abrazar a Miley. No podía ver llorar a nadie, pero si encima era alguien con los ojos y la mirada de un ángel, le resultaba realmente insoportable. Además, si era sincero consigo mismo, abrazarla no era lo único que quería hacer. Tenía que distraerse con lo que fuera, porque conducir empezaba a dejar de tener efecto, así que optó por hablar:
—¿Has estado alguna vez en Bath? —No era una pregunta muy original, pero era la primera que se le había ocurrido
—¿Eh? No, nunca. Cuando estuve en Londres estudiando, quise ir, pero ya sabes, el tiempo pasa tan rápido —respondió Miley sin dejar de mirar el paisaje—. ¿Vas a menudo a ver a tu abuela?
—No, la verdad es que no; intento ir siempre que puedo, pero... supongo que no es muy a menudo. Siempre pienso que tendré tiempo más adelante, y eso, por desgracia, casi nunca es así. —Nick se quedó pensativo, como si tuviera miedo de acabar la frase.
—¿Lo dices por tu padre? Guillermo me contó lo de su muerte. Lo siento. —Miley volvió la cabeza para intentar ver la reacción de Nick.
—Gracias. Hace ya mucho tiempo, no merece la pena que te preocupes por eso. —Nick soltó el aliento—. No, no lo decía por mi padre o, bueno, quizá sí. —Carraspeó incómodo—. Bien, ya estamos llegando. Si miras a tu izquierda, creo que podrás ver la abadía, al lado están las termas romanas. Si Nana nos deja, tal vez podríamos ir a visitarlas por la tarde.
Con esta información turística dio por concluida la conversación, pero durante un segundo, Miley notó que a Nick le dolía hablar sobre su padre... y también se dio cuenta de que quería consolarlo, abrazarlo, hacerlo sonreír. Pero lo peor de todo fue que sintió que el corazón le daba un vuelco y que los búfalos de su estómago volvían a descontrolarse.
—Vale. Me gustaría ir, si no es problema.
Miley decidió que si él estaba más cómodo dando por concluido el tema de su padre, ella no iba a forzarlo. Si algo recordaba del Nick de antes era lo cabezón que podía ser.
—Ningún problema, sólo tenemos que convencer a Nana de que nos deje en libertad. Ya estamos, ésta es su casa.
Nick aparcó, paró el motor y bajó a abrir la puerta de su acompañante.


La casa de Nana era uno de esos cottage de postal, estaba rebosante de flores de temporada, tenía dos pisos y una entrada preciosa, con un pequeño jardín lleno de rosales y de trastos de jardinería, y allí, arrodillada entre las plantas, estaba ella. Nana, Whildemia Trevelyan, era una mujer de unos ochenta años, con una cabellera blanca que se le escapaba del pañuelo más excéntrico que Miley había visto jamás. Era delgada y bajita, pequeña, pero la primera imagen que acudió a la mente de Agui fue que le recordaba a un dragón.
—Malditas tijeras, sabía que tenía que comprar otras. Es la última vez que me dejo engañar por el dependiente; será cretino.
Estas palabras y otras peores empezaron a salir de la boca de la menuda anciana y así Miley confirmó su primera impresión; era un dragón.
—¡Nana! Recuerda que me prometiste dejar de decir tacos. —La regañó Nick a la vez que la abrazaba cariñosamente y la levantaba de entre los rosales.
—¡Nick! No seas bruto, devuélveme al suelo. Así, mucho mejor. Ahora dame un beso.
—¿Se puede saber qué hacías ahí arrodillada? ¿No recuerdas lo que te dijo el médico sobre tu artrosis? —Nick intentaba intimidar sin éxito a Nana, que se volvió para recoger sus utensilios de jardinería para cortar una rosa—. Y ahora, ¿qué estas haciendo? —Nick empezaba a impacientarse.
—Lo que estoy haciendo ahora, señor maleducado, es cortar una rosa para dársela a tu amiga, a quien todavía no has tenido la delicadeza de presentarme.
Al verse introducida en la conversación Miley se ruborizó por completo en un tiempo récord y se presentó a sí misma:
—Lo siento, señora Trevelyan, soy Miley Martí. Encantada de conocerla, tiene un jardín precioso. —Alargó la mano para saludarla.
Ante este gesto, Nana sonrió y abrazó sin ningún preámbulo a Miley. Cuando la soltó, le dio la rosa y la cogió del brazo, encaminándose con ella hacia la casa.
—No lo sientas, el que debe sentirlo es el bruto de Nick, que no tiene modales —añadió Nana sonriendo.
—Nana, estoy aquí detrás, puedo oír perfectamente lo que dices —dijo Nick mientras cerraba la puerta del jardín y seguía a las dos mujeres.


Dentro de la casa el ambiente era aún más acogedor que en el jardín, todo estaba lleno de libros, fotografías y flores. Había libros en español, en inglés, de poesía, de ficción, de arte, y las fotos ocupaban los espacios que quedaban libres. En la pared principal del salón había una preciosa de una mujer tumbada en la hierba, con un niño durmiendo a su lado; Miley estaba hipnotizada mirándola cuando notó una mano en su espalda.
—Soy yo. Yo con Nana. —Nick le habló tan cerca que pudo notar cómo su aliento le rozaba la piel del cuello y empezó a temblar. Se dio media vuelta tan rápido que tropezó con el pecho de él.
—Perdón —susurró apartándose. Si quería mantener una conversación coherente, tenía que estar lejos de él—. Es preciosa. ¿Quién la hizo?
Miley volvió a mirar la foto, era muy bonita; se notaba que la mujer y el niño eran felices y estaban tan relajados que daban ganas de entrar en ella.
—Nick, cuéntale a Miley la historia de la fotografía mientras yo preparo un poco de té.
Nana cogió las gafas que había olvidado junto al libro que estaba leyendo y se dirigió silbando hacia la cocina.
—Esta foto la hizo mi padre. Creo que fue el último verano que mis padres pasaron juntos. Fuimos de viaje a Escocia, allí, mi abuelo, el marido de Nana, tenía una casa, y fue fantástico. Recuerdo las excursiones, las ovejas. Cada tarde, Nana me convencía de que yo era uno de los caballeros de la Mesa Redonda y jugábamos a rescatar doncellas. Sólo tenía siete años. Ese día, después de jugar, nos quedamos los dos dormidos sobre la hierba. Ya está, fin de la historia.


What A Feeling- Capitulo 7



—¿Has dormido bien? —le preguntó Nick en un intento de recuperar cierta normalidad—. Eres la primera persona que duerme en esa cama —añadió, antes de dar un mordisco a su tostada.
—Bien, muy bien, la verdad es que estaba muy cansada. Gracias. ¿Y tú?
—Muy bien, gracias. —Bebió un poco de té—. ¿Qué te apetece hacer hoy? —Al ver que ella levantaba las cejas le planteó las dos posibilidades—. ¿Prefieres quedarte aquí o te apetece ir a Bath a conocer a Nana?
Miley se limpió los labios con la servilleta y contestó:
—Me gustaría conocer a Nana, pero si tú ya tienes planes...
—No digas tonterías —la interrumpió Nick—. La verdad es que había pensado que podríamos ir a Bath y pasar allí el fin de semana. Al fin y al cabo, en los próximos seis meses tienes tiempo de sobra para conocer todos los rincones de la ciudad... y a mí me apetece visitar a mi abuela. Así pues, ¿qué te parece?
—Me parece una gran idea, pero ¿seguro que a tu abuela no le molestará?
—Seguro. Cuando conozcas a Nana te darás cuenta de que le encanta tener gente en su casa. Coge el pijama y el cepillo de dientes mientras yo la llamo para avisarla. —Dicho esto, se levantó y cogió el teléfono.
Miley se fue a la habitación a preparar una pequeña bolsa para el fin de semana. Por suerte, había traído una mochila. Una vez la hubo localizado la abrió y guardó en su interior un pijama, un neceser con las cosas básicas, una muda para el domingo y una camisa más atrevida por si esa noche iban a cenar a algún sitio. Cuando salió, Nick la estaba esperando sentado en el sofá.
—He hablado con Nana y está impaciente por conocerte. ¿Estás lista? —preguntó, señalando la mochila.
—Sí. ¿Tú no coges nada?
—No hace falta. Nana aún conserva mi habitación y yo siempre tengo allí unas cuantas cosas. Me gusta quedarme a dormir en su casa y pasar tiempo con ella —añadió, encogiéndose de hombros.
—Claro.


Llevaban ya casi una hora de viaje cuando sonó el teléfono; Nick respondió con el manos libres del coche.
—¿Sí?
Desde los altavoces, se oyó la voz de Guillermo.
—¿Nick? Soy Guillermo, ¿me oyes?
—Sí, claro que te oigo, estás gritando.
—¡¡Hola, Guille!!
—¿Agui? ¿Qué haces en el teléfono de Nick?
—Es un manos libres, Guillermo. Tú deberías saberlo —respondió Nick, serio ante el tono amenazante de su «mejor» amigo.
—Claro. ¿Y adonde llevas a mi hermana preferida?
—A conocer a Nana. ¿Te parece bien?
—¡¡Eh!! Pareja de matones, ¿os importaría no hablar de mí como si yo no estuviera presente?
—Lo siento, Agui —respondieron los dos «neandertales» al unísono, y Nick se sonrojó a la vez que Guillermo carraspeaba.
—Así que llevas a Miley a Bath. ¿Vais a pasar allí todo el fin de semana? ¿Has vuelto a ver a Monique, eh, campeón?
—Guillermo, ¿te recuerdo lo que significa «manos libres»? —Nick empezaba a ponerse nervioso y Miley miraba el paisaje con el cejo fruncido, sin decir ni una palabra—. En respuesta a tus preguntas, «señor cotilla», hace meses que no veo a Monique —añadió, más para que lo oyera su indignada copiloto que Guillermo.
Al otro lado de la línea, y del mar, Guille respondió enigmático:
—Me alegro. Bueno, os dejo. Procura que Miley no se meta en líos, ¿de acuerdo?
—De acuerdo
—Agui, llámame. Ya sabes que me preocupas.
Entonces Miley, con los ojos llenos de lágrimas que no quería derramar, respondió:
—Ya, bueno, no te preocupes. Te llamaré, lo prometo. Y tú cuídate, ¿vale?
—Vale. Adiós. Dale recuerdos a Nana de mi parte.
Entonces colgó, y a Miley empezaron a resbalarle las lágrimas que había contenido. «Con un poco de suerte, Nick no se dará cuenta», pensó, pero todavía no había acabado ese pensamiento cuando notó cómo los dedos de Nick recogían esas lágrimas traidoras.
—No llores.
Miley dejó de mirar el paisaje y se volvió. La mano de Nick se deslizó entonces desde su mejilla hasta su cuello, bajó por su brazo, le cogió la mano, se la acercó a los labios y le besó suavemente todos los nudillos. Cuando acabó, devolvió la mano a su estupefacta dueña, y añadió.
—¿Mejor?
Miley carraspeó, se volvió otra vez hacia el paisaje y, cuando encontró su voz, respondió:
—Sí. Mejor.
Y se hizo el silencio.