Debían de ser las tres o
las cuatro de la mañana cuando Miley se
despertó sobresaltada. Nick se movía nervioso y hablaba en sueños.
En
realidad no hablaba, pensó Miley, discutía, gritaba.
—Papá, te he dicho que no bebas. ¿Hasta cuándo vas a seguir así? —
Tenía la respiración entrecortada—. ¡Deja esa botella! Si tengo
que pegarte
para que lo hagas, lo haré.
Miley se levantó y se acercó a él.
La cara de rabia de Nick le
destrozó el corazón. ¿De qué estaba hablando? ¿Qué lo atormentaba
tanto?
—Nick, es sólo un sueño.
Estaba ya a su lado cuando Nick, completamente dormido, la apartó
sin querer y ella se cayó encima de la mesilla que había junto a
la cama. El
dolor casi la dejó
inconsciente durante unos segundos.
Seguro que al día
siguiente tendría el ojo morado, pero ahora tenía que encontrar la
manera
de tranquilizarlo a él antes de que se hiciera daño. Así que se
levantó y se
colocó encima de su estómago.
—Nick, estate quieto, es sólo una pesadilla, tranquilo.
—Él seguía
respirando entrecortadamente,
pero el peso de Miley sobre
él le impedía
moverse tanto—. Nick, despacio, tranquilo.
Pero entonces volvió a acelerarse.
—Papá, ¡es que no lo entiendes! No te quiere, ni a mí tampoco.
Nunca
nos ha querido.
Miley notó cómo volvían a tensarse los músculos de él y, para
evitar
otro ataque, lo besó. No es que fuera muy buena idea, pero fue lo
único que
se le ocurrió. Primero sólo tenía intención de colocarse encima de
él, pero
cuando vio la cara de angustia de Nick no pudo evitarlo. Pensó que
él no
respondería, y así fue
durante unos segundos, pero cuando sus
labios se
entreabrieron, la besó como si ella fuera la única medicina que
necesitaba
para curarse. Sus manos ardientes por la fiebre la atraparon, le
resiguieron
toda la espalda hasta meterse por dentro del pantalón del pijama.
Y una vez
allí, la apretaron fuerte contra su erección. Miley le devolvió el
beso con la
misma pasión, pero con más
dulzura. Quería tranquilizarlo, que él
notara
que alguien lo quería, y
ella ya estaba harta de negar lo que sentía.
Le
acarició la nuca,
y poco a
poco, Nick fue relajando los brazos.
Ella
continuó besándolo; posó
sus labios en
sus párpados, que
parecían
húmedos de lágrimas, en la frente, en la nariz, y Nick fue relajando el
ritmo de su
respiración. Por fin
se tranquilizó. Parecía
ya totalmente
dormido, de modo que Miley intentó levantarse para volver a la
silla, pero
al notar que se movía, los brazos de Nick volvieron a apresarla,
esta vez
sin tanta fuerza. La abrazó como si no quisiera que ella se
apartara de él.
—Bueno, supongo que después de esto, puedo perfectamente dormir
en tu cama. Aunque dudo que
seas consciente de nada. Seguro que ni
siquiera sabes que soy yo a quien besabas.
Le dio un pequeño beso en el hombro y se acurrucó a su lado.
Aunque
sólo fueran unas horas, tenía que descansar, si no, al día
siguiente no daría
una en el trabajo. Ya estaba casi dormida cuando Nick la abrazó un
poco
más fuerte y susurró:
—Miley.
Al oírlo, ella se dio cuenta de que ya no había vuelta
atrás; estaba
enamorándose como nunca había creído posible.
Nick fue el primero en despertarse. Le dolía todo el cuerpo como
si
le hubieran dado una paliza, pero no había sido el dolor de la
espalda lo que
lo había despertado, sino
notar la mano de Miley en su abdomen y sus
labios en el
hombro. ¿Habían dormido
juntos y no
se acordaba? Era
imposible. Si uno de sus sueños se hacía realidad, tenía que acordarse.
Además, era imposible que él hubiese podido hacer nada. Por mucho
que
deseara a Miley, y la
deseaba mucho, estaba demasiado enfermo
como
para hacerle el amor. ¿O no? Iba a volverse loco. Tenía que saberlo, y el
único modo era preguntárselo al duende que tenía pegado a su
costado.
—Miley, despierta. —Ella se acurrucó aún más. Él estaba encantado,
pero entonces notó que ella desplazaba la mano que tenía
descansando en
su cintura más abajo. Peligro.
Si bajaba un centímetro más,
notaría lo
recuperado que estaba. Le cogió la mano e insistió—. Mils,
despierta.
Lentamente, ella abrió
los ojos
y se desperezó. Cuando su cerebro
conectó todos los cables y se dio cuenta de dónde estaba, se
despertó del
todo, y se incorporó sobresaltada.
—¿Cómo te encuentras? ¿Tienes fiebre? —Le tocó la frente, que ahora
ya estaba fría—. Voy a buscarte las pastillas. —Iba a levantarse cuando
Nick la detuvo.
—Estoy bien. —Le cogió la
muñeca y, por algún extraño motivo, no
quería soltarla—. ¿Qué haces en mi cama? —preguntó él un poco
sonrojado.
Miley pensó que era
fantástico ver que
él también podía
sentir
vergüenza.
—¿No te acuerdas? —Miley se apartó el cabello de la cara. Siempre
se
levantaba hecha un desastre, y en ese instante Nick vio el morado
que le
estaba apareciendo en la mejilla izquierda.
—¿Qué te ha pasado? —Le acarició la cara preocupado—. ¿Cómo te
has hecho esto?
Al principio, Miley
no sabía de qué hablaba, pero
cuando notó la
punzada de dolor debajo
del ojo se acordó del golpe que se había dado
contra la mesilla al caer.
—No es nada. Voy a la cocina a por tus medicamentos. —Él seguía
sin
soltarla. Había algo raro en Miley aquella mañana—. Nick, ahora
vuelvo.
—Se liberó de la mano que le agarraba la muñeca.
«Gracias a Dios», suspiró Miley. Ya no podía más. Si llega a estar
dos
minutos más sentada en la cama con Nick mirándola con aquellos
ojos y
con la camisa del pijama desabrochada, se muere o se lo come a
besos. Por
desgracia, ninguna de las
dos opciones era
posible, así que tenía
que
recomponerse y seguir con su vida.
Tardaría unos mil o dos mil años en
olvidar a aquel hombre, pero lo lograría. Mientras, lo mejor que
podía hacer
era disfrutar de su amistad y sacar el máximo provecho de su
experiencia
británica. Ya lo había decidido, ahora sólo tenía que creérselo y
llevarlo a la
práctica. Bebió un vaso de agua y preparó otro para su enfermo,
cogió las
pastillas, compuso su mejor
cara de «sólo somos amigos» y regresó a la
habitación.
Cuando entró, vio que Nick se había abrochado la camisa del pijama
y estaba sentado en la cama. Tenía la mirada ausente.
—¿Te sientes mal?
Tienes que tomarte
estas pastillas —dijo
ella,
acercándole el vaso de agua.
—Gracias. —Se tomó las
pastillas, cerró los ojos, como si
intentara
pensar, y cuando volvió a abrirlos buscó con la mirada a Miley—.
¿Cómo te
diste ese golpe en la mejilla?
—Me caí y me golpeé con la mesita de noche. No es nada —respondió
ella sonrojada.
—Ya. Miley, te lo preguntaré directamente, ¿te lo hice yo? No sé
qué
me pasa, no puedo acordarme
de nada. —Nick estaba nervioso y no
dejaba de tocarse el pelo—.
Lo último que recuerdo es que te pedí
que
llevaras los artículos a Sam, ¿lo hiciste? Vaya tontería, seguro
que sí. Esto
ya me pasó una vez de pequeño,
la fiebre se me disparó y... no
sé, mi
abuela dice que no paré de hablar, pero yo nunca logré acordarme
de nada.
Miley, por favor, dime si te lo hice yo antes de que me vuelva
loco. —La
miró directamente, esperando la respuesta.
—Claro que no, tú eres incapaz de hacerle daño a nadie.
Estaba tan preocupado que Miley decidió no contarle nada de sus
pesadillas. Ya encontraría la manera de ayudarlo más tarde.
—Ya sabes que soy torpe; tropecé al salir de la habitación con las
luces
apagadas. No te preocupes, ahora lo más importante es que te pongas
bien.
Anoche estabas ardiendo de fiebre, casi me muero del
susto, por eso me
quedé aquí. —Miley no podía dejar de tocarle la frente, necesitaba
saber
que ya estaba bien, y a Nick parecía no importarle—. Ahora
descansa, yo
voy a ducharme para ir a trabajar y, antes de que lo intentes, no,
tú no vas
a ir a trabajar, te vas a quedar aquí recuperándote, ¿de acuerdo?
Dicho esto, se levantó y le acarició el pelo por última vez.
—De acuerdo. —Nick
la miraba hipnotizado.
Realmente era
preciosa. ¿Cómo había sido capaz de estar tantos días sin apenas
verla y sin
tocarla? Debía de estar loco. No había escuchado nada de lo que le
había
dicho, sólo estaba concentrado en que no paraba de acariciarlo, le
tocaba la
frente, el pelo,
como si no pudiera evitarlo. Cuando ella se levantó de la
cama, reaccionó y le cogió
la mano—. Miley, gracias por
cuidarme. —Le
besó el interior de la muñeca.
—De nada. —Y salió ruborizada de la habitación.
A partir de ese momento, la
relación entre Miley y Nick cambió;
dejaron de evitarse y
volvieron a pasar más ratos
juntos. Miley había
perdido la oportunidad de alquilar el piso, pero ahora que las
cosas volvían
a estar bien, estaba encantada de que hubiera sido así. Nick tuvo que
quedarse en cama un par de días,
pero al empezar la semana
siguiente
volvió a incorporarse a la revista como si nada hubiera pasado.
Seguía muy
preocupado por los robos de los artículos, pero ya no utilizaba el trabajo
como excusa para llegar tarde a su casa. Le encantaba cenar con Miley,
hablar con ella, contarle cómo le había ido el día y que ella le
contara sus aventuras. Le encantaba
oírla hablar de
la nueva tienda
que había
descubierto, del último chisme que su hermana Helena le había
contado o,
sencillamente, mirar la
tele con ella. El único problema era que cada día
tenía más ganas de tocarla, y debía hacer esfuerzos para
recordarse que él
no era el hombre que ella
necesitaba. Miley era dulce, romántica y se
merecía un hombre capaz de amarla con locura. Y si algo había
aprendido
de su padre, era que él nunca iba a amar de ese modo. Con lo que
tenía
resuelto; Miley y él sólo serían amigos.
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