Estaba sentado en el tren que me llevaba a mi casa desde el trabajo. Esta era la parte que me gustaba del día, aquí podía mirar lo que me ofrecía el paisaje.
Mis ojos recorrieron el lugar, no encontraban nada interesante y ¿A que le llamaba algo interesante? Bueno, en ese caso tendré que exponer quien era y qué hacía.
Después del trabajo venía a sentarme para que el viaje sea largo y así encontrar a alguna mujer a quien seducir, a quien llevarme a la cama y penetrar hasta que llore de placer. Ese era mi pasatiempo, hacer lo que sus esposos no hacían. Me encantaba ver sus ojos mirándome como si fuera un Dios de la hermosura, porque para ser sincero, si, tenía mis encantos; ojos grises que resaltaban por mi pelo oscuro ondulado, cejas pronunciadas y una sonrisa irresistible. Además, las mujeres son muy frías en ese sentido, se regodean diciendo que ellas aman lo de adentro…Si, yo amo estar dentro de ellas. Su percepción es muy básica y materialistas. Jamás me vestía mal y eso a una mujer le encantaba, claro que acompañaba el perfume, no cualquier efluvio les gustaba. Yo tenía en mi armario de diez perfumes, de los cuales hacía tiempo había hecho un experimento.
No solo era un Casanova, debo aclarar. El hecho estaba en que las mujeres de edad tenían lo suyo, y eso me encantaba. Pero mi especialidad, en realidad, era seducir a las de mi edad…aproximadamente 20 y 22 años. Debo ser sincero, no tengo esa edad, tengo 19…pero mi aspecto de ejecutivo las hacía creer que tenía 23.
Algo detuvo mis ojos y fue un par de pechos que se instalaron enfrente de mí seguidos de una vestimenta común. Ella tenía el pelo suelto, un jean oscuro, un saco negro, muy formal y botas negras con un taco pronunciado. La clase de chica que tenía novio y seguro estaba comprometida. Sonreí.
Esta clase de mujeres me gustan porque eran difíciles y a mí me encantaban los retos. Ellas solo me negaban, hasta la segunda vez, luego no se resistían a mi sonrisa, mis halagos, incluso, me han dicho mi voz…que estupidez.
Sonreí y pareció que la chica me vio porque también ella exclamó una tímida sonrisa.
Enfoqué mis ojos en ella y ella sus ojos en los míos, sonreí abiertamente, pero esa vez ella no pareció percatarse.
Dejé de hacer el idiota.
Suspiré, el sueño me estaba tomando, pero no le hice caso, quería seguir con lo que había empezado hacía no menos de dos minutos con la desconocida. Pensar eso me dio la ya conocida sensación en mi cuerpo, quería tenerla, poseerla.
Empecé mi juego.
La miraba cada tanto, y cuando nuestras vistas se encontraban yo la corría sonriendo a penas. Ese era el típico jueguito que a las mujeres, en cualquier trasporte, les gustaban cuando el hombre era de su agrado físicamente, obviamente.
En otro momento nuestras miradas, nuevamente se encontraron, sus ojos marrones oscuros en ese segundo me atraparon, sentí como una electricidad desconocida. Me sentí incomodo, pero seguí mirándola como si no hubiera pasado nada.
Sonreí y ella devuelta.
De repente, se irguió y fue directo a las puertas, su parada estaba cerca. Y la mía no, para mi parada faltaban no menos de cuatro.
Sin pensarlo me paré y me detuve al lado de ella peinándome el pelo, mirándola de reojo.
—No creo que esté cerca tu casa—me dijo sin más, mirándome directamente a los ojos.
Quedé estupefacto, pero pude contestar con una sonrisa;
—No, pero te podría invitar un café—le ofrecí.
¿De dónde había salido eso? Estaba mal, iba muy rápido. Ese no era yo.
Y por supuesto su mirada fue desconfiada. Pero al final contestó;
—No, gracias ya he tomado con una amiga.
Las puertas se abrieron y dudé de seguirla, porque si era lesbiana no tendría oportunidad. De repente, cambié de opinión al ver su parte trasera, ese jean le hacía juicio.
Crucé las puertas y ella se dio vuelta siguiendo la caminata. Corrí hasta estar a su alcance. Me aferró del brazo y paró la marcha.
—¿Qué quieres? Porque lo que estés pensando no va a funcionar—me dijo. Sin gritos, sin querer ofenderme, lo que ella estaba haciendo era indicarme con sutileza que cualquier cosa que yo haga no iba a funcionar, porque ella era difícil. Me reí internamente ¿Cuántas veces lo había escuchado? ¿Miles? Todas caían, ella no iba a ser la primera en rechazarme.
La miré con una sonrisa picara.
—Desconocida, nada más lejos de mis intenciones. Yo solo te quiero invitar un café ¿podría ser?
Ella espetó aire violentamente.
—Seré sincera—esperé a que me diga que era lesbiana—, eres guapo, muy atractivo, tu perfume es realmente atrayente, pero—chan chan—no soy tu tipo.
—¿Eres homosexual?—inquirí preocupado, sabía muy bien quienes eran y quienes no, ya las había estudiado con antelación y ella no era lesbiana.
Frunció el seño.
—No, claro que no. Lo que quiero decir es que…no te convengo.
¿Eh? Me pregunté. Ninguna mujer me había dado esa excusa, era original, pero no pasaría así como si nada. Ella debía ser mía y punto.
—Mira desconocida…
—Miley—puntualizó.
Me reí internamente, ella ya estaba cayendo.
—Bien, Miley…no quiero que digas que no eres mi tipo, no te conozco y debo ser sincero; tu mirada me ha dejado anonadado—dije con la mirada clavada en sus ojos, sabía que eso las influenciaba.
Ella soltó aire en una sonrisa.
—¿Querrás decir mis pechos?—los señaló y me dedicó con mohín—Te he visto, y conozco a los hombres como tu—frunció los ojos y yo estaba sin habla por la sinceridad—, y apuesto a que bajaste por mi trasero.
Bien, no era la primera vez que me tocaba lidiar con una mujer sincera y que te diga todos tus trucos y demás cosas en la cara.
Por lo que como buen caballero y sabiendo mi próximo paso, le dije;
—Discúlpame—miré le piso—. Tienes razón…yo—trabarme para dar una explicación me salía cada vez mejor. Eso las dejaba sin habla, ya que parecía sincero—soy un tonto, no debí seguirte. Adiós.
Me di vuelta caminando para la estación.
Sonreí cuando escuche detrás de mí;
—¿Desconocido?
Me di vuelta mirándola.
—¿Si?
—Sé que me arrepentiré, sé que después yo no seré nada para ti—sus ojos comenzaron a llenarse de lagrimas—, pero me gustaría tomar un café.
Ay no, una depresiva. Ella me contaría su problema, tendría que esperar horas, trabajar mucho para estar en la cama, y hacer lo que mejor sabía hacer.
Evalué mis opciones, sabiendo que si llegaría a casa estaría solo, y en este caso era mejor, pero por un hecho inexplicable, sus lágrimas, su fragilidad, me invitaba a protegerla, cosa que odiaba que me pasara. No tenía tiempo, ni ganas de sentirme así.
La miré conforme caminaba a su lado.
—¿Qué sucede?—pregunté hipócritamente como si realmente me importara.
—Nada, y no lo preguntes si no te importa. No seas hipócrita, por favor—¿Acaso me podía leer la mente?— ¿Me acompañas a mi casa?
—Sí, será todo un placer—dije seriamente. No estaba mintiendo, por lo menos para mí sería todo un placer.
Caminamos hasta encontrarnos enfrente de un departamento.
—Aquí es—dijo deteniéndose enfrente de una puerta blanca.
La abrió y me invitó a pasar. Con una sonrisa me adentré.
—¿Puedes dejar de hacer eso?—inquirió con una sonrisita picara.
—¿Hacer qué?—la miré jugando con mi mirada.
—Eso—puntualizó con el dedo, pero sin dejar de sonreír.
¡Maldita sea! ¿Por qué me gustaba verla sonreía a esta hermosa joven? ¿Por qué quería seguir diciendo tonterías para verla feliz?
Cerró la puerta con el cerrojo y me señaló un ascensor maltrecho que estaba a mis espaldas.
Nos adentramos. Se cerró la puerta. No puedo explicar las sensaciones que recorrían todo el pequeño espacio, había una electricidad shokeante cuando su mirada se encontraba con la mía.
Traté de recordar el por qué estaba ahí, el por qué…Por lo que me limité a mirar fijamente su cuerpo, y no sus ojos. Tenía un cuerpo hermoso; me imaginé sus muslos firmes alrededor de mi cintura conforme la penetraba fuertemente. Su deliciosa vagina, debería estar húmeda... También sus pechos en mis manos, y mis labios en sus pezones. Su cuello era deseable. Y sus labios, sus carnosos labios que no dejaban de ser mordidos, ella estaba nerviosa.
Por fin llegamos a destino y la puerta se abrió.
Le hice un ademan para que ella pase primero, pero no…ella negó con la cabeza y sonriendo me hizo el mismo ademan.
—Me encanta tu traje, te entalla bien—comentó con los ojos picaros.
Abrí mis ojos porque me di cuenta que ella estaba pensando lo mismo que yo.
Negué con la cabeza saliendo del ascensor, riéndome al sentir sus ojos en mi parte trasera, se estaba regodeando.
—Es por aquí—me señaló una puerta que se encontraba a la izquierda.
La seguí mirando todos sus pasos, todo su cuerpo.
—No me mires—dijo sabiendo que mis ojos no descansaban.
Abrió la puerta y señaló con la cabeza para que nuevamente sea yo quien tenga los honores.
Pasé sin más mirándola con los ojos divertidos por el juego.
Esto me estaba gustando.
—Tienes unos ojos realmente llamativos—dijo cerrando la puerta.
—Me inyecto sustancias—sonreí una vez que ella se dio vuelta para mirarme.
—¿Qué color son?—preguntó acercándose hasta estar a centímetros de mi.
Con dificultad, contesté;
—Grises, pero a veces se ponen azules ¿te gustan?—le dije jugando nuevamente con mis miradas y pestañando.
—Oh y tus pestañas—dijo acercando sus ojos casi topándose con los míos—son arqueadas—sonrió.
—Hum hum
Estaba mudo, no podía hablar su cercanía me producía esa electricidad…
—¿Cómo es tu nombre?
La miré porque no podía creer que en mi galanteo se me haya olvidado decirle mi nombre.
—Nick—murmuré casi en un jadeo. Ella me ponía ¿nervioso?
—¿Lo sientes?—inquirió ella inopinadamente, sin cambiar de posición, sus labios casi rosaban los míos.
—¿Qué?
—La electricidad—susurró rosando sus deseables labios con los míos.
No me pude contener. Aferré su nuca para atraerla a mí, y con jadeo ardiente nos besamos.
Ella, me aferró la espada con una mano, y con la otra el rostro para que el beso no culmine.
Pero nuestros cuerpos tenían sus propias intenciones y en definitiva era lo que yo quería, su cuerpo y nada más.
Le saque el saco y ella también el mío conforme nos besábamos sin parar.
Estaba sexi, ella tenía una camisa que me encantaba desabotonar, pero no con los dedos. Esto lo había practicado varias veces.
Con deseo me agaché hasta estar a la altura del primer botón, no sin antes besarle el cuello. Bajé lentamente y con mis dientes desabotoné su camisa mientras ella recorría con sus manos todo mi cabello, desesperada por más.
Cuando por fin terminé, se la saqué y quedé impresionado porque estaban ahí, tal cual los había imaginado; sus pechos perfectos, excitados. Con las manos aferré su cintura, y con mis labios besé sus pezones. Luego con la lengua cuando escuché su respiración entrecortada.
De inmediato, una mano la llevé a su entrepierna, mientras que con la otra jugaba con un pezón y la tocaba suavemente. Comencé a desabrochar su jean y ella me ayudó porque no podía esperar a que lo haga despacio como había planeado.
Al estar mal apoyado y ella desesperada, colocó sus manos en mis hombros y me tiró al piso. De ahí pude ver todo. Ella se denudaba para mí, solo para mí. Y eso a mi entrepierna era un deguste de lo que después vendría. Ella bailaba tocándose; sus pechos, su entrepierna y me hacía jadear.
De tirón arranco su jean y quedó desnuda enfrente a mí, excepto por la ropa interior. Sus muslos, los quería besar, parecían suaves y fuertes, quería tenerlos en mi cintura y disfrutar de vagina mojada.
No me aguanté, me acerqué a ella aferrándola por la cintura que estaba ardiendo. Se rió cuando atraje su vagina a mi boca. Le saqué la ropa interior de un tirón, debo decir que le debo una, se la rompí. Y ahí estaba jugosa como me la había imaginado. Comencé por el clítoris, penetrando un dedo y escuchando sus gritos de placer conforme sus manos se apoyaban en mi cabeza, acariciando mi pelo. Mi lengua se regodeaba de goce, estaba deliciosa. Y cada vez que ella tenía un orgasmo, besaba su cavidad fervorosamente y ella gritaba.
Miley jadeó separándose de mí, con desesperación y otra vez me empujó sonriendo. Se arrodilló y comenzó a sacarme los pantalones a tirones. Me reía por su desesperación.
—Ay Nick, eres muy deseable—gimió conforme sus dedos recorrían los botones.
Cerré mis ojos porque ya había terminado Miley de sacármelos y me acariciaba por encima de mi ropa interior mi pene.
—Sácame…—intenté decir.
Pero ella lo entendió, de un tirón me sacó el último trazo de tela que nos separaba.
Sentí su cálido aliento en mi masculinidad, y sus labios que lo recubrían. De pronto su lengua hizo su aparición. Y mis jadeos frenéticos surgieron. Su mano subía y bajaba con pasión, me movía por lo que me hacían sentir sus labios y toda boca jugando con mi pene. Su aliento ferviente, seguido de sus movimientos lujuriosos me arrastraban a su acuerpo, quería estar dentro de ella.
Sin abrir los ojos extendí mis brazos, sentí sus manos y luego la arrastré para que se sentara en mi sexo. Grité cuando su calidad cavidad recubría mi masculinidad. Estaba tan mojada que extasiaba. Ella subía y bajaba sin detenerse, gritando. Atientas busqué sus pechos y los encontré, los acaricie, apreté sus pezones y los besé.
La aferré nuevamente por la cintura y le susurré al oído;
—Quiero hacer algo…levántate.
Ella me miró pero aceptó con una sonrisa placentera
La giré para que quedara a espaldas mío, y lo bueno era que ella no se oponía, así sería más sencillo. Me erguí y la conduje a una pared tocándola por todos los ángulos posibles de ese maravilloso ser. Le besé el cuello degustando cada centímetro de su piel, luego bajé a su espalda, humedeciendo el camino a cada jadeó que ella profería. La mordí varias veces, no se quejó al contrario, le gustaba. De pronto, comenzó a moverse tan sensual que mi pene no lo aguantó. Me apoyé contra ella y la penetré por detrás jadeando por sentir el estrecho trasero que poseía, además estaba caliente y esto a la cabeza de mi parte intima lo hacía vibrar de placer.
Sus movimientos acompañados de las exclamaciones fervorosas que su boca dulce profería me excitaban y quería más. La penetré rudamente aferrando sus muslos para que su cuerpo acompañe al mío. Mis envestidas eran gloriosas para los dos, porque mi miembro flotaba en ese estrecho camino, y ella gritaba de pasión.
Una mano la coloqué en su vagina húmeda y nadaba en ese mar delicioso. Con la otra aferré su delicado pecho y lo apreté, al igual que su pezón.
No quería terminar y ella tampoco quería que yo termine, no todavía.
Con un deseo ferviente, lujurioso y jadeos placenteros terminamos, pero seguíamos moviéndonos consumidos por el calor.
Miley me abrazaba y yo a ella. Nos miramos y nos besamos. Con una sonrisa enorme de su parte, acompañada de la mía.
Abrí mis ojos, teniendo la misma sensación de siempre…
El sueño era siempre el mismo, porque así la había conocido…
En un segundo ella desapareció, dejando todo lo que ella había sido en mí. Miré mi cuarto recordando el día; 5 de Octubre, era su cumpleaños, iría a visitarla en donde, en cada fecha importante, nos encontrábamos…y ese día era importante.
Me cambié rápidamente. Cerré con llave nuestra casa y me fui directo al auto en donde derramé varias lágrimas.
“Lo siento, mi amor…te extraño” susurré al viento.
Estacioné el auto y caminé por los verdes, entre los árboles y las estructuras grisáceas del cementerio.
Ahí estaba como siempre.
—Hola amor…—suspiré—te traje algo. Ya sé que siempre son rosas, pero así te desperté el día siguiente de nuestro primer encuentro y sonreíste—una pérfida lagrima recorrió mi mejilla, a pesar que me había prometido no llorar, ese era su cumpleaños—. Por eso siempre te traigo una rosa.
La dejé en la tumba mirando la leyenda que no quería recordar, lo único que pude ver fueron las fechas: 1987-2032
—Te extraño, hoy más que nunca…pero estás… yo sé que sí—me sequé otra lagrima—¿pero sabes qué? Ya estaré contigo, no falta tanto. Por supuesto que no cometeré suicidio, pero es eso lo que me mantiene…saber que estaré contigo Miley. Ahora me tengo que ir, pero volveré mañana…es nuestro aniversario y mi cumpleaños.
Miré otra vez la gris y fría estructura.
—Te amo—susurré sin poder contener las lagrimas—. Adiós.
Y como siempre, mi imaginación era la enemiga.
—Yo también—me susurró.
Sonreí, ella estaba conmigo.