Dana apretó
el gatillo y
envió un fuerte
chorro de agua
hacia los
profesores.
El señor Yee y el profesor Iwerebon retrocedieron de inmediato
gritando de
dolor como si los hubieran rociado con ácido.
—¡Así se
hace! —aulló Kate.
Sin embargo,
cuando Dana volvió a disparar,
el siguiente chorro no
alcanzó su
destino. El aire
estaba caldeándose tanto
que el agua
se
evaporaba
al instante.
Las vigas
de madera del
techo crujieron de
manera alarmante. El
profesor Iwerebon seguía gritando
de dolor y el señor
Watanabe tosía
profusamente por
culpa del humo.
Las tablas del
suelo estaban
empezando a
calentarse. Dejé de
preguntarme qué bando
caería y
empecé a
cuestionarme si no lo haríamos todos.
—¡Salgo!
—grité—. ¡Voy a salir!
—¡No, Miley!
—La luz que desprendía el fuego bañaba el rostro de
Nick de
rojo y dorado—. ¡No puedes irte!
—Si no me
voy, moriréis. Todos. No puedo permitirlo.
Nuestras
miradas se encontraron. Jamás había
imaginado cómo sería
tener que
despedirse de Nick, pues dicha despedida me habría parecido
imposible. No
solo formaba parte
de mi vida,
formaba parte de mí.
Separarme de
él era como
cortarme una mano
y tener que
serrar
tendones y huesos:
sangriento, desgarrador, aterrador.
Sin embargo,
habría
hecho cualquier cosa por Nick y eso significaba que incluso podía
hacer
aquello.
—No
—murmuró Nick. Su
voz apenas era
audible por encima
del
rugido de
las llamas. Los miembros de la Cruz Negra estaban reuniéndose
en el
centro de la sala para defenderse—. Tiene que haber otro modo.
Negué con
la cabeza.
—No, no lo
hay. Lo sabes igual que yo. Nick, lo siento, lo siento mucho.
Nick dio un
paso hacia mí y estuve tentada de echarme en sus brazos
y volver a
abrazarlo al menos una última vez. Sin embargo, sabía que si lo
hacía no
podría irme nunca. Tenía que ser fuerte, por el bien de ambos.
—Te quiero
—dije, antes de dar media vuelta y salir corriendo hacia mis
padres.
La mano de
mi padre se cerró sobre mi brazo al tiempo que mi madre y
él tiraban
de mí hacia fuera. La puerta se cerró detrás de nosotros.
—¡Miley!
—Mi madre me abrazó con fuerza y comprendí que lloraba.
Su cuerpo
se agitaba con cada sollozo—. Mi niña, mi niña, creíamos que no
volveríamos
a verte.
—Lo siento.
—Yo también la abracé, sin soltar la mano de mi padre, cuya
cara
magullada y ojos oscuros veía por encima del hombro de mi madre.
En vez de
la furia o el rencor que hubiera esperado, solo descubrí alivio en
su mirada—. Os quiero mucho a
los dos.
—Cariño,
¿estás bien? —preguntó mi padre.
—Estoy
bien, lo prometo. Dejadles ir, por favor. Hacedlo por mí. Dejadles
ir.
Mis padres
asintieron con la cabeza y si a Balthazar no le pareció bien,
al menos
no lo expresó
en voz alta.
Nos dirigimos hacia
las puertas
delanteras
del centro cívico. El humo denso que escapaba por el tejado se
alzaba en
una gruesa y oscura columna ensortijada. Una transeúnte ya se
había
puesto a gritarle al teléfono móvil
desde el coche, aparcado en la
calle de
enfrente. Los bomberos no tardarían en aparecer.
Los tres
subimos a la acera todavía abrazados. Balthazar nos seguía
muy de
cerca. La señora Bethany se dirigió a nosotros sin perder tiempo,
con sus
largas faldas agitándose tras ella.
—¿Qué están
haciendo? —preguntó—. ¡Vigilen la
retaguardia! ¡No les
dejen
salir!
—¡No!
—grité—. No puede hacer eso. ¡No puede matarlos!
—Es lo que
ellos harían con nosotros —replicó la señora Bethany con
voz áspera.
Sus labios esbozaron una sonrisa forzada.
—No,
déjeles irse —dijo mi madre, respirando hondo.
Mi padre la
miró un segundo, pero no puso objeciones; se limitó a no
soltarme la
mano.
—Ya me han
oído. —La señora Bethany se acercó a nosotros y clavó sus
ojos
oscuros en mí como lo haría un halcón antes de lanzarse en picado
sobre su
presa—. ¿Acaso cuestionan mi autoridad? ¡Soy la directora de
Medianoche!
Fue
Balthazar quien contestó, cargando el arco con toda naturalidad, de
modo que
acabó apuntando directamente
a la señora
Bethany. No la
estaba
amenazando de manera explícita, pero estaba claro que no iba a
echarse
atrás. Al tiempo que la señora Bethany se erguía de un respingo,
conmocionada,
Balthazar dijo, alargando las palabras:
—Ahora no
hay clases.
La señora
Bethany frunció el ceño, pero no dijo nada; ni siquiera hizo
intención
de moverse cuando oímos la furgoneta en la
parte de atrás,
señal
inequívoca de que los miembros de la Cruz Negra escapaban. Cerré
los
ojos con fuerza y deseé oír
las sirenas de los bomberos para que
ahogaran
las pisadas de Nick alejándose de mí para siempre.
—Sus padres
dicen que la secuestraron.
La señora
Bethany estaba sentada detrás del escritorio de su despacho,
el de la
cochera de Medianoche. Yo había tomado asiento delante de ella,
en una
incómoda silla de madera. Llevaba la ropa arrugada y manchada
de hollín. Estaba helada hasta los huesos,
extenuada, y tenía hambre,
tanto de
algo sólido como de sangre. Los últimos rayos de luz anaranjados
se colaban
a través de los cristales. No habían
pasado ni veinticuatro
horas desde
que mi mundo se había desmoronado y la verdad acerca de
Nick había
salido a la
luz. Sin embargo,
tenía la sensación
de que
hubieran
pasado siglos.
—Exacto
—contesté, sin convicción—. Nick me obligó a irme con él.
Sentada en
su silla, la señora Bethany hacía correr el relicario de oro de
un lado a
otro de la cadena una y otra vez, adelante y atrás, por lo que
tenía el
débil ruidito metálico metido en los oídos. A diferencia de mí, ella
tenía un
aspecto impecable, incluso el encaje de volantes del cuello seguía
almidonado,
aunque olía a humo y no a lavanda.
—Es curioso
que no supiera defenderse. Después de todo, es usted un
vampiro.
«¿Lo soy?».
Ya ni siquiera estaba segura de eso.
—Es un
miembro de la Cruz Negra
—contesté—. Y tiene alguno
de
nuestros
poderes. Pudo con mi padre y con Balthazar a la vez. ¿Qué iba a
hacer?
—Veo que ya
ha aprendido a contestar preguntas comprometidas con
otra
pregunta. —La señora Bethany soltó un hondo suspiro y, por primera
vez, vi un
atisbo de humor sombrío en su mirada—. Ya veo que ha dejado
de ser la
pusilánime de siempre. Al menos este año ha aprendido algo.
Recordé lo
que Nick me había
dicho la noche
anterior: la señora
Bethany
había cambiado unas normas de cientos de años de antigüedad
para
admitir alumnos humanos en Medianoche.
El no había conseguido
descubrir
por qué y yo no sabía por dónde empezar. Mientras la miraba,
solo podía
pensar en que era más vieja, más fuerte y más taimada de lo
que nunca
había imaginado. Sin embargo, ya no le tenía miedo porque
sabía que
incluso la señora Bethany era vulnerable.
Si había
permitido la entrada de alumnos humanos en Medianoche era
porque
necesitaba algo, desesperadamente, y eso significaba que tenía
una
debilidad, lo que la igualaba a los demás. Consciente de ello, ahora
podía
mirarla a la cara.
Me levanté
de la silla sin pedir permiso para irme.
—Buenas
noches, señora Bethany.
Sus ojos
oscuros lanzaron un
brillo peligroso, pero
se limitó a
despedirme
con un gesto de la mano.
—Buenas
noches.
Esa noche,
mis padres me mimaron como no lo habían hecho desde que
era
niña: me buscaron unos calcetines que abrigaran, unas almohadas
bien mullidas
y me calentaron un vaso de sangre
en el microondas a
temperatura
corporal. No tuve que preguntarles si de verdad creían que
Nick me
había secuestrado, habría sido un insulto para su inteligencia.
Sabía que
no lo entendían;
cualquier simpatía que Nick pudiera
despertarles quedaba aniquilada por el
odio que sentían hacia la Cruz
Negra. Sin
embargo, aunque no
compartieran mis decisiones,
me
perdonaron
y eso fue más que suficiente para recordarme lo mucho que
me querían.
Incluso se apoltronaron en la cama, uno a cada lado, mientras
Rosemary
Clooney daba vueltas en el tocadiscos de la otra habitación, y
me contaron
viejas historias sobre qué aspecto tenían los campos de trigo
de
Inglaterra, historias amables ajenas a peligros,
historias inmutables,
bellas. Y siguieron hablando largo rato
hasta que el dolor
se rindió al
cansancio y
al final, por fin, conseguí dormirme.
Esa noche
volví a soñar con la tormenta, con el arbusto trepador que
encerraba a
Medianoche en un cerco de zarzas y con las misteriosas flores
negras que
florecían bajo mis manos. Incluso en el sueño era consciente
de que ya
lo había visto antes. Había sido avisada de que las flores no
eran para
mí incluso antes de conocer a Nick, y aun así, a pesar de las
espinas y
de la tormenta, intenté cogerlas.
—Ya vuelves
a soñar despierta.
Las
palabras de Raquel me devolvieron a la realidad. Estábamos en el
lindar del
bosque, donde empezaban los terrenos de la escuela, bajo los
brotes de
las hojas nuevas y lozanas, tan suaves que se rizaban en los
bordes. No
sé cuánto tiempo llevaba inmóvil, con la mano apoyada en una
rama.
Raquel era una buena amiga, sabía cuándo necesitaba espacio y me
lo
prestaba, y cuándo era el momento de devolverme a la tierra.
—Lo
siento. —Echamos a andar con paso
relajado sin tomar ninguna
dirección
en particular—. No sé en qué estaba pensando.
—Estabas pensando
en Nick. —Raquel
no se dejaba
embaucar así
como así—.
Ya han pasado casi seis semanas, Miley. Tienes que olvidarlo
y lo sabes.
Raquel solo
sabía lo que los alumnos como ella sabían: que Nick había
incumplido
un montón de normas y que se había fugado
después de
agredir a
mi padre en su huida. Tal vez aquello encajara a la perfección en
su amargada
visión del mundo
donde los secretos
solo encubrían
violencia.
Me había advertido acerca de Nick muchas veces. ¿Por qué no
iba a creer
que se hubiera fugado? Sin embargo, jamás le oí nada que ni
siquiera se
le pareciera a un «te lo dije». Raquel era demasiado buena
para eso.
Vic no se
lo tomó tan bien. Nick era su mejor amigo en Medianoche y
ahora había
un vacío en la vida de Vic que no estaba en mis manos poder
llenar. Le
había intentado convencer como había podido de que Nick era
una buena
persona y que
tenía sus motivos
para irse, sin
desvelarle
ningún
secreto que hubiera podido ponerlo en peligro. Pensaba que Vic me
había
creído, pero ya no sonreía tanto como antes, y no me habrían venido
nada mal
algunas de sus sonrisas.
Los
demás vampiros, tanto
alumnos como profesores, sabían
más o
menos la verdad. Sabían que Nick
era miembro de la Cruz Negra y que
ahora
compartía parte de la fuerza y el poder de un vampiro gracias a mí.
Antes, Courtney y sus amigos se limitaban a despreciarme; ahora me
odiaban,
simple y llanamente.
No
obstante, y para mi sorpresa, el grupo de Courtney era una minoría.
Mis padres
me habían perdonado, por descontado, y Balthazar culpaba a
Nick de
todo, por lo
que me trataba
con mayor delicadeza
para
compensar
la supuesta crueldad de Nick. No obstante, también recibí el
consuelo y
el apoyo de otros: del profesor Iwerebon, quien había impartido
varias
clases fuera del programa sobre la traicionera Cruz Negra mientras
gesticulaba
con sus manos vendadas; o de Patrice, quien insistió en que
no podía
considerarse responsable a ninguna chica por enamorarse por
primera vez.
Supuse que, para
ellos, enfrentarme a
la Cruz Negra
significaba
estar aún más de su lado. Un vampiro más puro que antes.
Yo era
la única que sabía toda la verdad sobre Nick: quién era en
realidad y
qué sentíamos el uno por el otro. Esa certeza era lo único que
me quedaba
de él y tendría que acarrear con ella yo sola.
—Deberíamos
volver adentro. —Raquel me dio un ligero codazo, que era
la máxima
muestra de afecto que pudiera pedírsele. La pulsera de cuero
marrón bailaba
de nuevo en su muñeca.
Le había dicho
que había
aparecido
en objetos perdidos—. Pronto llegará el correo.
—¿Esperas
un paquete? —Los padres de Raquel la habían defraudado
en muchas
ocasiones, pero al menos sabían cocinar—. Si va a haber más
galletas de
avena...
Raquel se
encogió de hombros.
—Será mejor
que estés cuando abra la caja o me las zamparé en un
abrir y
cerrar de ojos.
—Aprende a
controlarte un poco, anda.
Sentí que
una sonrisa intentaba
dibujarse en mi cara cuando
empezamos a
atravesar los jardines. Por primera vez era capaz de pasar
junto al
cenador sin esperar ver a Nick en cualquier momento.
—Conocerse a
sí mismo es
mejor que controlarse,
en eso no hay
discusión
—afirmó Raquel—, y me conozco lo suficiente para saber cómo
me comporto
cuando se trata de galletas.
Entramos en
el gran vestíbulo
cuando los primeros
paquetes con
envoltorio
de papel marrón y sobres de FedEx empezaban a viajar entre
los
presentes. Tal como había dado a entender, Raquel recibió una caja
enorme y
ambas nos dirigimos a la escalera que subía hasta su habitación
para dar
cuenta de las galletas. Sin embargo, no había acabado de poner
el pie en
el primer peldaño cuando alguien me tiró del brazo.
—¿Miley?
—Vic se retiró el flequillo rubio hacia atrás para apartárselo
de la cara
y sonrió indeciso—. Eh, ¿podemos hablar un segundo?
—Claro,
¿qué pasa?
Parecía nervioso e incómodo.
—Esto... ¿A
solas?
Recé para
que a Vic no se le hubiera pasado por la cabeza la peregrina
idea de
pedirme salir de rebote.
—Vale, de acuerdo.
—Me encogí de hombros y me
dirigí a Raquel—.
Será mejor
que queden galletas cuando vuelva.
—No prometo
nada.
Subió
corriendo la escalera sin mí y decidí tardar lo menos posible.
Vic me
llevó al otro extremo del salón, cerca de la única ventana de
cristal
transparente, la que había roto Nick y, mucho tiempo atrás, otro
miembro de
la Cruz Negra. En vez de sus habituales andares desgarbados,
Vic estaba
tenso y un poco raro. Bueno, más raro de lo habitual.
—Oye,
¿estás bien? —le pregunté.
—¿Yo?
Sí, claro. —Miró a su alrededor, se convenció de que por fin
estábamos solos
y luego sonrió—.
Y tú vas
a estar muchísimo
mejor
gracias a
algo que he encontrado en mi paquete.
—¿A qué te
refieres...?
Fui
quedándome sin voz cuando Vic me deslizó algo en el bolsillo de la
chaqueta.
«Día de
entrega de correo. Nick debió de suponer que comprobarían
las cartas
que yo recibiera, pero no las de Vic. Si
Nick quisiera llegar
hasta mí,
es así cómo lo haría.»
Puse una
mano sobre el
bolsillo, que ahora
abultaba con un
sobre
grueso y
acolchado. Vic asintió rápidamente.
—Vale, pues
sí, entonces así está bien. Me alegro de que nos hayamos
entendido.
¡Nos vemos!
Respiré
hondo mientras lo veía alejarse a grandes zancadas. Creí que se
me iba a
salir el corazón
del pecho, pero
subí la escalera
con toda
tranquilidad
hasta llegar a los alojamientos de mis padres. No había nadie,
seguramente
estarían abajo, corrigiendo trabajos y preparando los finales.
Entré en mi
habitación, cerré la puerta y, tras un momento de vacilación,
bajé la
persiana para que ni siquiera la gárgola pudiera verme. Luego, abrí
el sobre
con dedos temblorosos.
Dentro
había una cajita blanca. Al abrirla, algo oscuro cayó en mi mano
extendida:
mi broche. Las flores negras lanzaron un destello en mi palma,
tan
perfectas y hermosas como siempre.
«Lo
prometió. Nick prometió que lo recuperaría para mí, y lo ha hecho.
Ha cumplido
su palabra.»
Por un
momento no pude pensar en nada más que en el broche. Deseé
prendérmelo
en la camisa de inmediato, donde siempre lo llevaba, pero
donde ya no
podría hacerlo nunca más. Demasiada gente sabía que había
sido un
regalo de Nick, y si alguien descubría que él y yo seguíamos en
contacto, la señora Bethany y
sus acólitos lo utilizarían para ir tras él. No,
tenía que
esconderlo por el bien de Nick, tenía que guardarlo a buen
recaudo.
Puede que
nunca más volviera
a tener nada
de él, pero
al menos
contaba con
aquello para recordarme algo que nadie más comprendería:
que Nick y
yo nos queríamos de verdad y que siempre lo haríamos.
Envolví el
broche con sumo cuidado en una de mis bufandas y la metí
en el fondo
de un cajón del tocador. Estaba a punto
de arrojar el sobre
para
ocultar las pruebas, cuando descubrí que dentro había algo más: una
postal. Era una de esas postales caras
que venden en los museos, de
papel
blanco, grueso y satinado, con una ilustración en el frente: El beso
de Klimt.
Levanté la vista para ver el póster idéntico colgado junto a mi
cama, la
misma lámina que él había contemplando mientras estuvo allí,
compartiendo
risas, conversaciones y besos durante esos breves meses
que pasamos
juntos. Con reverencia, giré la
postal y leí lo que
había
escrito:
Miley,
he de ser breve. Tienes
que destruir esta postal en cuanto
acabes de leerla porque sería peligroso
para ti que la señora Bethany la
descubriera. Sé que si me extendiera
demasiado, te aferrarías a ella para
siempre, por peligroso que fuera.
No pude por
menos que sonreír. Nick me conocía a fondo.
Estoy bien, igual que mi madre y mis
amigos, y todo gracias a ti. Fuiste
más fuerte de lo que yo podría haberlo
sido ese día. Yo no habría tenido el
valor de despedirme de ti.
Y tampoco pienso hacerlo ahora.
Volveremos a estar juntos, Miley. No se
dónde, ni cuándo, ni cómo,
pero lo sé. No podría ser de otro modo.
Necesito que lo creas. Porque creo en ti.
—Lo creo, Nick
—murmuré.
Habíamos
vuelto a encontrarnos, y lo único que
tenía que hacer era
aguantar hasta
que llegara ese
momento. Algún día, Nick y yo
encontraríamos el modo de
volver a estar juntos.
Fin
2 comentarios:
FIN???!!!!! PERO O SEA COMO??!!!!! :''''''''''''''(((((((((((( LOS AMEE! NOOO! NO SOLO LO AME... ME FACINO, ME ENAMORE ME IDIOTIZO, ME HIZO AAAAAAHHHHHHHHH!!!!!!!! NENAA!!!! NO ME LO ESPERABA A PERO HAYYYY!!!! ESTUVO SUPER MEGA RE QUE TE INCREIBLEEEE!!! ASI ASI AWESOMEEEEE!!!! AWESOMEEEE!!! PFF QUE MAS PUEDO DECIR... PERFECTO!! MAS QUE PERFECTO, MARAVILLOSO!!!!! HAY TE AMO MI NIÑA HERMOSA!!! MUCHOTOTOTOTOTOTE, CORAZON.. PERDONAME POR NO A VER COMENTADO PERO ES QUE ESTE MENDIGO BLOGGER NI SI QUIERA ME NOTIFICABA Y ASHHHH U.U!!! Y NO KERIA COMENTAR SIN LEER ANTES PERO YAA!! A QUI ESTOY... SISISISIISISISISIISISI ESTUVO HERMOSOO! LO AME, OBVIO OBVIO COMO ME DIJISTE TU, TE AMO MAS A TI CX .... HAY HERMOSISISIMIA TE AMO MUCHOTE, JAMAS LO DUDES... ERES UNA GRAN AMIGA, MI GRAN AMIGA HERMANITA DE LA DISTANCIA Y NO ME IMPORTA CUAN LEJOS ESTEMOS... TE AMO MUCHO!!!! GRACIAS POR ESTAR CONMIGO EN MI 2012 Y EN ESTE 2013... TE AMO
Joooooooooooooo!!!!!!!!!!!!
No puedo creer que yavsea el fin, estoy como O.o, te juro no esperaba que terminara tan pronto, Okno, asi como "tan" no, pero no queria que terminara, me encantaba esta nove, te juro que cuando leí el final casi lloro, pero, este es el fin Fin????? O habra una segunda parte?????
La cosa es que la nove, TODA la nove estuvo, mega-hiper-duper-GENIAL, creo que es una de mis favoritas *-*
Cuidate, besis, bye c:
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