jueves, 3 de enero de 2013

at dusk niley- capitulo 57



Nick nunca había mencionado que tuviera un padrastro. Por lo visto no 
le entusiasmaba la idea de tener que considerarlo un miembro más de la
familia. La sonrisa de Nick era poco convincente.
—Tuve que sacar a Miley de allí. Sé que me he saltado el protocolo al
hablarle de la Cruz Negra, pero confío en ella.
—Espero  que  Nick  no  se  haya  equivocado  contigo,  Miley  —dijo
Eduardo,  entrecerrando  los  ojos  y  clavándolos  en  mí  antes  de  mirar
fijamente a Nick. La amenaza era clara: por mi bien, más me valía que 
Nick tuviera razón. Desvelar secretos no era algo que esa organización
se tomara a la ligera, sobre todo Eduardo y Kate, quienes parecían ser los
cabecillas—. Si queremos ponernos en marcha, tendremos que acelerar
las explicaciones.
Todo el mundo empezó a bombardear a Nick con preguntas sobre la
huida intempestiva. A pesar de ser consciente de que yo también debía
responder a sus cuestiones, aunque solo fuera para ayudar a Nick con la
historia  que tendría que inventarse, algo me impedía concentrarme. Mi
vida  estaba  cambiando  en  cuestión  de  segundos  y  me alejaba  a  tal
velocidad de lo que había sido mi mundo hasta entonces que sentía una
especie de bloqueo. Aunque no solo por eso. También percibía una especie
de zumbido sordo del que era incapaz de establecer su procedencia; era
como si el suelo vibrara suavemente. A pesar de que casi llevaba un día
entero sin comer,  tenía el estómago revuelto.  En ese lugar ocurría algo,
algo muy extraño.
Entonces, al mirar a un lado vi una silueta que se dibujaba en el yeso,
más clara que el resto de la pared, donde durante años hubo colgado algo
que había impedido el paso de la luz. Una cruz.
Demasiado tarde comprendí que no nos encontrábamos en un simple
centro cívico abandonado. Siglos atrás, muchos de esos edificios también
habían  servido  para  otras  funciones.  Durante  la  semana  eran  lugares
donde la comunidad se congregaba para debatir sus problemas, donde se
interpretaban obras  de teatro o incluso  se celebraban  juicios;  pero los
domingos esos edificios se convertían en iglesias.
Una iglesia...  ¡qué horror!  Los vampiros no ardían al  tocar una cruz,
como tanto les gustaba proclamar en las películas de terror, pero eso no
significaba que se lo pasaran bien en las iglesias. Estaba un poco mareada
y aparté la vista de la forma en cruz.
—¿Miley?  —Los  dedos  de Nick  me acariciaron la  mejilla—.  ¿Estás
bien?
—No puedo quedarme aquí. ¿No hay otro sitio al que podamos ir?
—No puedes irte  ahora,  no es seguro.  —Para mi sorpresa,  fue  Dana 
quien respondió—. Olvida a esos cabrones de Medianoche. La mala noticia
ha llegado a la ciudad y ya tenemos suficientes problemas con ella.
Debería haber preguntado qué era esa «mala noticia», o podría haber
fingido que conocía  un lugar  seguro al  que ir,  cualquier  cosa,  pero el
zumbido que tenía metido en la cabeza era cada vez más intenso...  La
tierra consagrada me ordenaba que me fuera. Lo que estaba sintiendo
apenas  podía  empezar  a  compararse  con  lo  que  mis  padres
experimentaban  en  las  iglesias,  pero  era  suficiente  para  aturdirme y
debilitarme.
—¿Y si vuelvo al motel? No hemos devuelto la llave.
—¿Un motel? Madre de Dios. —El señor Watanabe parecía escandalizado
—. Hoy en día crecen muy deprisa.
—Tendríamos que llevar a Miley a un lugar seguro. —El duro tono de
Kate  convertía  una  mera  sugerencia  en  una  orden—.  Debemos
concentrarnos y sospecho que Nick no podrá mientras ella esté aquí.
—Estoy bien. —Era evidente que Nick había recibido el comentario de
Kate como una crítica—. Miley me ayuda a pensar con claridad. Estoy
mejor cuando estoy con ella.
El señor Watanabe lo miró con una amplia sonrisa y yo lo habría imitado
si no me hubiera superado la necesidad de salir de allí cuanto antes.
—No pasa nada —aseguré—. Puedes venir a buscarme después. Debería
volver al motel.
Eduardo negó con la cabeza.
—Los vampiros podrían haberos seguido hasta allí. Deberíamos llevarte 
a un lugar seguro. ¿Qué me dices de tu casa?
La  sola  idea  me  cortó  la  respiración.  Mi  hogar  —mis  padres,  mi 
telescopio, mi póster de Klimt, los discos antiguos e incluso la gárgola—
me parecía el lugar más seguro del mundo y el más alejado de todos.
Pocas veces me había sentido tan sola.
—No puedo volver allí.
—Si te preocupa lo que vas a decir, podemos ayudarte —insistió Kate, 
poco dispuesta a dar su brazo a torcer—. Solo tenemos que llevarte con tu
familia. ¿Dónde están tus padres?
La puerta trasera se abrió de golpe y dio paso a la luz y el aire frío de la
calle, que se colaron en la sala. Di un respingo, pero fui la única. Todos los
miembros de la Cruz Negra, Nick incluido, se pusieron inmediatamente
en guardia, empuñando sus armas, para enfrentarse a los enemigos que
habían aparecido en la puerta. Los vampiros.
Mis padres iban al frente.
B ianca! —gritaron al unísono mi padre y Nick.
Ambos trataban de advertirme sobre el otro y me sentí como si estuviera
dividida en dos. Los demás también empezaron a gritar; sus palabras se
solapaban y el zumbido de mi cerebro mezclado con el pánico me impidió
distinguir sus voces individualmente.
—¡Suéltala!
—¡Largo de aquí!
—Atrás o moriréis. No lo repito.
—Si le haces daño...
—Miley. ¡Miley! —gritó mi madre.
Me  concentré  exclusivamente  en  ella.  Estaba  en  la  entrada,
tendiéndome la mano. La luz de la mañana irisaba su cabello acaramelado
haciendo que pareciera rodeada por un halo.
—Ven aquí, vida mía. —Abrió tanto la mano que se le tensaron todos los
músculos y tendones, tanto que tenía que dolerle—. Ven.
—Ella no va a ninguna parte. —Kate dio un paso al frente y se interpuso
entre nosotras, con las manos en jarras. Había dejado uno de sus dedos
sobre la empuñadura del cuchillo que llevaba en el cinturón—. Se acabó lo
de seguir engañando a esta niña. De hecho, se acabó todo, punto.
—Tenéis diez segundos —les advirtió mi padre con voz ronca.
—¿Diez  segundos  para  qué?  ¿Para  que  tomes  la  casa  por  asalto  y
acabes con todos nosotros? —Kate extendió los brazos en un gesto que
abarcaba toda la sala, incluyendo la silueta desdibujada de la cruz en la
pared—. Eres más débil en la casa de Dios. Lo sabes tan bien como yo, así
que adelante, entra, pónnoslo fácil.
A mi alrededor,  todos los miembros de la  Cruz Negra iban armados.
Eduardo empuñaba un cuchillo enorme y Dana blandía un hacha como si
estuviera  acostumbrada  a  usarla.  Incluso  el  pequeño  señor  Watanabe
sostenía una estaca. ¿Cómo era posible que unas personas tan agradables
pudieran  transformarse  en  un  instante  en  los  asesinos  de  mis  seres
queridos? Vi  el perfil de Balthazar en la puerta, detrás de mis padres. Él
había  aceptado  mi  rechazo  con  resignación,  había  seguido  siendo  mi
amigo e incluso había arriesgado su vida para protegerme. Se merecía
algo mejor que aquello. Igual que Nick. A pesar de lo claro que lo veía,
parecía invisible para los demás.
—No entraremos nosotros. —Torció el gesto en una extraña sonrisa; la
nariz rota cambiaba su aspecto—. Seréis vosotros los que saldréis.
—Cuidado.
Nick me puso una mano en el brazo, aunque no se había dirigido a mí.
¿Qué habría visto?
Acto  seguido,  Balthazar  se  descolgó  un  arco  del  hombro  con
movimientos precisos y apuntó con él, dándole el tiempo justo a mi madre
para encender la punta de la saeta con un mechero plateado antes de que
la flecha incendiaria saliera disparada y cruzara la habitación, una centella
de luz y calor, para alcanzar la pared, que se prendió de inmediato.
Fuego. Una de las pocas cosas que podía acabar con nosotros, una de
las  pocas  cosas  que  todos  temíamos.  Sin  embargo,  Balthazar  siguió
disparando  una  flecha  tras  otra  al  interior  de  la  iglesia,  sin  apuntar
directamente ni a nadie ni a nada en concreto, con la única intención de
prenderle  fuego  al  lugar,  mientras  los  miembros  de  la  Cruz  Negra  se
agachaban e intentaban esquivarlas. Mi madre no se movió de su lado,
creando la salva de fuego con su encendedor sin vacilar un solo instante.
Uno de los proyectiles hizo añicos la lámpara de lo alto y envió esquirlas
de  cristal  en  todas  direcciones;  la  punta  ardiendo  se  hundió
profundamente en el techo.  A nuestro alrededor, la vieja y seca madera
del centro cívico prendió de inmediato y el fuego empezó a extenderse. El
humo, denso y oscuro, había comenzado a oscurecerlo todo.
—¡Corred!  —gritó  Kate,  volviéndose  hacia  las  amplias  puertas
delanteras, que el señor Watanabe ya estaba abriendo.
Sin embargo, alguien más los esperaba cuando acabaron de abrirlas: la
señora  Bethany,  el  profesor  Iwerebon,  el  señor  Yee  y  unos  cuantos
profesores más  formaban una hilera  sombría e imponente. Ninguno de
ellos iba armado, aunque tampoco necesitaban de sus armas para que la
amenaza fuera evidente.
—¡Esperad! —Dana se desprendió del hacha y cogió lo que parecía ser
una enorme pistola de agua—. ¡Vamos a darles una buena ducha a esos
cabrones!
—¿Agua bendita? —oí decir a la señora Bethany por encima del rugido
de las llamas. No pude verla con claridad, sobre todo porque me escocían
los ojos con tanto humo, pero imaginé sin esfuerzo el gesto irónico que
debía de lucir su rostro—. No vale la pena. Podríais hundirnos en las pilas
de todas las iglesias de la cristiandad y aun así no funcionaría.
—Apenas  quedan  curas  que  puedan  bendecir  el  agua  —convino
Eduardo. Por el tono de su voz parecía estar divirtiéndose y eso era algo
bastante perturbador—. La mayoría de los predicadores de la fe que sea
no son verdaderos siervos de Dios, pero los hay... Como estáis a punto de
comprobar.


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