Miley regresó en menos de cinco minutos, y cuando fue a poner la
mesa se llevó otra sorpresa. Nick había comprado flores. No iba a
poder
resistirlo.
—¿Flores?
—Sí, las he visto mientras compraba las verduras y he pensado que
te
gustarían —contestó desde la cocina—. ¿Te gustan?
—Son preciosas. —Como no sabía qué más decir se concentró en poner
la mesa. Miley dudó que jamás lograra recuperarse de esa cena.
Nick apareció con un plato en cada mano.
—Bueno, a ver qué tal me ha salido esto.
—Ya te he dicho antes que huele muy bien.
—Gracias. Ahora a ver qué tal sabe.
Los dos probaron la comida.
—Genial. De lo mejor que he comido nunca. Te felicito.
—No exageres —respondió Nick
un poco incómodo por el piropo.
Tras unos segundos, se le
dibujó una sonrisa en los labios—. Acabo
de
darme cuenta de una cosa.
—¿De qué? —preguntó Miley llevándose el tenedor a la boca.
—Si he cocinado yo, a ti te toca limpiar. —Le guiñó un ojo.
—Ésas son las normas —convino ella también sonriendo.
—Pues te advierto que he ensuciado mucho.
—No importa.
Comieron unos minutos más en silencio hasta que Nick ya no pudo
aguantar y le preguntó directamente:
—¿Sigues teniendo intención de mudarte a otro piso?
Miley se atragantó con la comida.
—¿Quieres que lo haga?
—No —respondió él sin dudar
ni un instante. Desde la noche en que
estuvo enfermo, Nick había empezado a plantearse que tal vez
estuviera
equivocado. Tal vez enamorarse no fuera tan malo; además, era
incapaz de
imaginarse sintiendo todo eso por alguien que no fuera Miley. Aún tenía
muchas dudas, pero lo único que tenía claro era que no quería que
ella se
fuese de su casa.
—Entonces no lo haré. La verdad es
que yo tampoco quiero. —Se
limpió los labios y continuó—. Ahora que tú y yo volvemos a ser
amigos, no
me apetece vivir sola. —Sintió la tentación de confesarle que lo
echaría de
menos, pero no se atrevió, y en vez de eso dijo—: ¿De verdad no te
molesta
que me quede?
—Pues claro que no. Todo lo contrario. —Bebió un poco de vino—. Me
alegra ver que volvemos a ser amigos, echaba de menos... —Como no
sabía
cómo describir lo que había entre ellos, movió las manos—... esto.
—Yo también. —«Sea lo que sea», pensó Miley.
—Recuerdo que me dijiste que estabas a punto de firmar el contrato
de
alquiler. ¿Llegaste a hacerlo? —Nick hablaba sin apenas mirarla.
Estaba
nervioso.
—No. Estabas tan
enfermo que al
final no fui
—respondió Miley
también nerviosa. No quería decirle que estaba tan preocupada por
él que
se había olvidado completamente del tema.
—Lo siento.
—No te preocupes. Le
pedí a Anthony que llamara a la
inmobiliaria
para anular la cita.
—Anthony se había portado como un sol.
Tan pronto
como supo que Nick estaba enfermo, se ocupó de solucionar el tema,
y
cada día la
llamaba para preguntarle
cómo iban las
cosas. Miley se
alegraba mucho de contar con alguien como él, pero por la cara que
puso
Nick, vio que él no pensaba lo mismo. Miley quería confesarle que
sólo
eran amigos, pero como
Anthony le había aconsejado que aún no dijera
nada, se mordió la lengua. Los consejos de ese adorable canalla
solían ser
acertados. Miley optó
por cambiar de
tema—. ¿Te ha
pasado algo
interesante hoy?
—He tenido una reunión con Sam. —Nick se dio cuenta de que ella
no quería hablar de Anthony. Bebió un poco de vino y pensó que ya
volvería
a sacar ese tema más tarde. Por el momento prefería seguir
disfrutando de
la tregua que se había instalado entre ellos.
—¿Ah, sí?
—Sí, y el sábado nos ha invitado a su casa de campo. Su mujer y
sus
hijas quieren conocerte.
¿Te apetecería ir? Si no, no pasa nada,
pero he
pensado que podría estar
bien. —Nick intentó que su tono de voz no
delatara lo importante que era su respuesta para él.
—Sí, podría estar
bien. Si tú quieres
ir, vamos —respondió
Miley,
aunque no sabía por qué querían conocerla.
—Entonces iremos. —Nick acabó de comer—. ¿Has terminado? Pues
siéntate en el sofá y prepara la película mientras yo ordeno esto.
—De eso ni hablar. Hoy me toca a mí recoger. —Se levantó y recogió
los platos.
Nick puso la película en el DVD y se sentó a esperar a Miley. No
le
gustaba nada que
estuviera recogiendo la
cocina sola, pero
ella había
insistido en que ésas eran las normas.
—¿Tienes velas? —preguntó Miley al salir de la cocina.
—¿Velas? —se sorprendió Nick—. ¿Para qué?
—Una película como ésta no se puede ver con luz normal. —Miley lo
miró como si la respuesta fuera obvia.
—Ah, claro, perdona. Supongo que en el último cajón del mueble que
está al lado de la tele habrá algunas. Aunque no sé si será lo que
buscas.
Las compré el año
pasado, cuando hubo unos cortes de luz.
—Nick se
levantó y empezó a rebuscar
dentro del cajón—. Aquí están.
¿Éstas te
parecen bien? —Le ofreció tres velas.
Miley las cogió, las colocó
encima de la mesilla baja y las encendió.
Luego apagó la luz y se sentó en el sofá con las piernas cruzadas,
como una
india. Le encantaba sentarse así para ver películas.
—Vamos, Nick, ven aquí. —Dio unos golpecitos al sofá indicando que
esperaba que él se sentara a su lado.
—Ya voy. —Nick aún estaba de pie, observando el ritual de Miley.
Al
ver que ella ya lo daba por finalizado, se acercó al sofá y, para
mantener un poco las distancias, puso un cojín entre los dos con la excusa de
apoyarse
mejor. No quería estropear la noche, y si se sentaba demasiado
cerca no se
veía capaz de controlar las ganas que tenía de besarla.
La película empezó.
Nick no la
había visto, pero
estaba más
interesado en mirar a Miley que en otra cosa. Era fascinante ver
cómo se
sorprendía, se asustaba, y eso que, según ella, ya la había visto
un montón
de veces. Pero cuando Drácula intenta morder a Keanu Reeves, a
quien, en
opinión de Miley y sus hermanas, habría que considerar patrimonio
de la
humanidad, ella se abrazó a él y Nick se quedó petrificado.
—¿Qué te pasa?
—Odio esta escena. Me pone
los pelos de punta.
—Miley tenía la
cabeza pegada a su pecho.
—Pero si ya la has visto, ya sabes lo que va a pasar. —Nick estaba
perplejo, y empezaba a costarle respirar; por no hablar del problema que
empezaba a tener entre las piernas.
—Ya sé que no tiene lógica, pero no puedo evitarlo. Cuando acabe,
me
avisas. —Ella seguía sin moverse y su cerebro no paraba de
repetirle que le
encantaba el olor de Nick.
—Ya está, ya ha salido de la habitación, ya puedes darte la
vuelta.
Él no hizo ningún esfuerzo para que ella se soltara.
Miley se volvió, pero no recuperó su posición inicial, sino que se
quedó
a su lado, apoyó la cabeza en el pecho de Nick y puso la mano
encima de
su cadera. La excusa de los sustos de la película era perfecta,
pero además
a él parecía no importarle; incluso se movió para que ella pudiera
acercarse
más y le rodeó la espalda con un brazo. A medida que la historia
de Drácula
avanzaba, Nick y Miley estaban cada vez más abrazados, él le
acariciaba
el brazo cuando ella se
asustaba y ella le recorría suavemente con las
manos los abdominales o el muslo. Ninguno de los dos decía nada.
Cuando
llegó la escena final, Miley empezó a llorar. Fue a enjugarse las
lágrimas
con la manga de la camiseta, pero notó cómo Nick se incorporaba y
le
cogía la cara entre las manos. Seguro que se reía de ella. Pero
no, sin decir
nada, recogió con el pulgar una de sus lágrimas, la miró
directamente a los
ojos, sonrió y susurró:
—No llores. Sólo es una película. —Seguía acariciándole las
mejillas.
—Es tan triste. —Miley continuaba llorando—. Se quieren tanto.
Todas
las historias de amor que me gustan acaban mal.
—¿Todas? —Ahora él
le acariciaba el
pelo, parecía totalmente
concentrado en desenredárselo.
—Todas. —Dejó de
llorar y sintió cómo a cada pequeña
caricia de
Nick, se le aceleraba el pulso Si no la soltaba, iba a tener un
problema—.
Ya estoy bien.
—Yo no.
La miró a los ojos. Le temblaban las manos; bajó suavemente la
cabeza
y la besó. Eran unos besos suaves, ligeros, como de mariposas. Le
besó las
mejillas, los párpados, los labios, la nariz. Miley estaba
perpleja, las veces
anteriores en que Nick la había besado era como si no pudiera
evitarlo,
pero en esa ocasión era como si quisiera hacerlo, como si ella
fuera lo único
que le importara. Nick le cogió las manos y empezó a besarle las
puntas
de los dedos.
—Nick, ¿qué haces? —A Miley empezaba a costarle respirar.
—Besarte. Pero no debo de
estar haciéndolo muy bien si tienes que
preguntármelo. —Él sonrió, pero siguió con el camino de besos que
estaba
dibujando ya en su muñeca.
—No, lo haces muy bien.
Estoy segura de que te lo habrán
dicho
muchas veces. Demasiadas. Lo que quiero saber es por qué. —Miley
cerró
los ojos, Nick le estaba besando el cuello y le acariciaba la
espalda.
—Nunca nadie como tú. Mils, ¿me escuchas? Nunca ha habido nadie
como tú. Me estás volviendo
loco, no puedo concentrarme en el trabajo,
ando como trastornado todo el
día, pensando en lo que debes de
estar
haciendo, y por las noches no puedo dormir. Estas últimas semanas
me he
dado cuenta de una cosa.
—Se separó un poquito de ella,
aunque sin
soltarle las manos, quería seguir tocándola—. No sé cómo decirte
adiós.
A Miley le temblaba el
labio inferior y volvía a estar al
borde de las
lágrimas.
—Pero tampoco sé cómo pedirte que te quedes.
Entonces la soltó para pasarse las manos por el pelo
nerviosamente.
—¿Quieres que me quede? —Miley le acarició la rodilla.
Nick se levantó y empezó a
pasear por delante del televisor, que
ahora tenía la pantalla azul.
—Sí, creo que sí. Pero me da miedo. No se me da muy bien lo de
necesitar a los demás. Nunca me he en... —antes de decir
«enamorado»,
rectificó—, sentido tan bien con nadie, pero no sé si puedo. No sé
si tengo
determinados sentimientos o, mejor dicho, no sé si quiero
tenerlos.
—Tranquilo. —Miley se puso también de pie y le acarició la
espalda.
—No quiero hacerte daño. No me lo perdonaría y... —Levantó el
labio
en una media sonrisa—. Seguramente Guillermo me mataría.
—No te preocupes, sé cuidarme sola. Los problemas que tengamos, si
es que llegamos a tenerlos, los solucionaremos en su momento. Sólo
quiero
saber una cosa, ¿estás
seguro? —Miley se paró delante de él,
mirándolo
directamente a los ojos.
—Sí —respondió él
sin dudar ni
un segundo—. ¿Y
tú?, ¿quieres
quedarte?
—Sí.
Nick soltó el
aire que no
sabía que estaba
reteniendo en los
pulmones, y la besó. Miley estaba apoyada contra la pared, Nick la
tenía
atrapada, había colocado cada una de sus manos al lado de su
cabeza, y
con el vientre y las piernas la mantenía totalmente prisionera.
Tampoco era
que Miley quisiera ir a ninguna otra parte; por nada del mundo.
Los besos
habían comenzado dulces,
despacio, pero ahora
eran cada vez
más
hambrientos. Los dos
hacían esfuerzos por
respirar, una actividad
demasiado sobrevalorada. Nick se apretó aún más contra ella, como
si
quisiera fundirse con
su cuerpo, y abandonó su
boca para centrar
su
atención en su cuello. Le lamió el interior de la muñeca y Miley
gimió. Notar
los labios de Nick contra su piel era algo que pensaba que no
volvería a
suceder.
—Nick. —A ella le costaba respirar—. Me tiemblan las rodillas.
—Eso es bueno.
Él seguía besándole el cuello.
Con una mano empezó a quitarle la
camiseta a la
vez que metía
una rodilla entre
sus piernas. Apretó
su
erección contra su cuerpo y volvió a besarla. La boca de Miley lo volvía loco, su forma, su
textura, cómo temblaba cuando él estaba cerca, cómo se
movía al ritmo de la de él. Nunca se había fijado en esos
detalles, pero con
ella todos parecían importantes. Sus suspiros, sus temblores.
Todo.
—Tu olor. Casi me vuelvo loco estas semanas, oliéndote. ¿Sabes que
antes de meterme en la ducha huelo tu perfume? —Estaba tan
excitado que
no se daba cuenta de lo que decía, sólo era consciente de que
necesitaba
tocarla, besarla, estar dentro de ella. Tenía que recuperar el
control o todo
acabaría demasiado pronto,
y si de algo estaba seguro era de
que Miley
merecía más que un revolcón rápido en el suelo. Así que dejó de
besarla y
volvió a centrar su atención en su cuello. Era preciosa, tenía una
piel suave
y respondía a sus caricias con una naturalidad que lo volvía
loco. ¿Cómo
había podido pasar tanto tiempo viviendo con ella sin tocarla
todos los días?
Los dos habían perdido un tiempo precioso. Miley colocó una de sus
manos
en su erección, lo acarició
y, cuando notó que él se apretaba aún más
contra su mano, lo acarició con más fuerza. Apartó la mano un
segundo con
la intención de
repetir la caricia, esta
vez sin la barrera del pantalón.
Aunque éste no era un gran
impedimento: el algodón del
pantalón de
Nick era delgado, el de unos pantalones que se han lavado mucho,
pero
él no se veía capaz de aguantar las caricias de Miley directamente
sobre su
piel. Quería, necesitaba que ella estuviera tan al límite como él antes de
hacer el amor.
No se planteó el porqué, siempre había sido un amante
generoso y siempre se había preocupado de sus parejas, pero Miley
era...
No sabía qué era, sólo
sabía que todo aquello era nuevo para él,
y que
quería que fuera especial. Tanto en la cama como fuera de ella.
Quería que
Miley se quedara, que fuera suya. La mordió suavemente. Primero
sólo iba
a besarla otra vez en el cuello, pero al sentir cómo temblaba, le
vino a la
cabeza la película que acababan de ver. Era una idea infantil,
pero en ese
momento pensó que quizá Miley y él sí tenían un futuro juntos, y
que quizá
estaban destinados a estar
el uno con el otro.
La mordió un poco más
fuerte, sin hacerle daño; nunca le haría daño. Sólo quería
sentirla suya, y
cuando la notó temblar y apretarse aún más contra su vientre, vio
que a
ella también le gustaba.
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