miércoles, 23 de enero de 2013

What A Feeling- Capitulo 27


Nick sonrió.
Esa tarde, Miley fue a visitar un par de pisos más y, cuando le contó a
Anthony lo de los e-mails, casi le dio un ataque de risa. Cuando consiguió
calmarse, lo único que dijo fue:
—¿Lo ves, Miley? Yo tenía razón.
—¿Sobre qué?
—Sobre lo de Nick. Sabía que estaba loco por ti.
Ella decidió ignorar ese comentario, pero tenía que reconocer que cada
vez tenía menos ganas de encontrar el piso perfecto.
El jueves, a eso de las tres, Miley aún no había recibido ningún e-mail
y supuso que Nick ya se había cansado, pero a las tres y media vio que
se había equivocado:
Oh, bella doncella, estoy preso en una celda con el malvado tirano Sam
y la bruja Amanda. ¿Seríais tan gentil de venir a rescatarme? Os prometo
que luego os llevaré a la mejor posada del feudo.
SIR NICK (caballero de la Mesa Redonda)
Miley tuvo que morderse los labios para no reír. Se había olvidado de
que Nick  y Sam tenían una reunión muy importante,  y seguro que no
había tenido ni un momento libre. Contestó en menos de dos minutos:
Oh, sir Nick, me temo que deberéis liberaros solo. Me atrevería a
sugerir que utilicéis vuestra espada, pero una doncella como yo no sabe de
esas cosas.
LADY MILEY
Nick se sonrojó al leerlo, y cuando Sam le preguntó qué pasaba, lo
único que se le ocurrió decir fue que tenía calor. Y vaya si lo tenía. Miley
seguía sin querer hacer nada con él, pero al menos esa vez había tardado
menos de dos horas en contestar, lo cual ya era una victoria. Esa noche, él
volvió a llegar tarde y, muy a su pesar, vio que Miley ya se había acostado.
Al día siguiente volvería a intentarlo.
El  viernes a las nueve de la mañana Miley abrió ansiosa su correo
electrónico y vio que aún no había recibido ningún e-mail de Nick. Tal vez
se lo enviaría más tarde. A las once seguía sin haber recibido nada. Ni a las
once y media. Se juró a sí misma que no volvería a consultar el correo hasta
las doce y media y se obligó a esperar hasta entonces. A esa hora sí había
un e-mail de Nick:
Echo de menos hablar contigo.
NICK
Miley  casi  se  cayó  de  la  silla.  Los  otros  mensajes  habían  sido
simpáticos,  medio en broma.  Aquello no se lo esperaba.  Antes  de que
pudiera pensarlo mejor, contestó:
Yo también.
MILEY
Nick abrió el mensaje de Miley y respiró aliviado. Se había pasado
toda la noche pensando qué escribir.  Nada le parecía lo suficientemente
ingenioso, así que al final optó por decirle sinceramente lo que pensaba. Por
suerte, Miley había sido igual de sincera y por fin había bajado un poco la
guardia. Como no quería que ella tuviera tiempo para cambiar de opinión, le
mandó en seguida otro e-mail.
Llegaré tarde a casa.
¿Te importaría esperarme despierta?
Nicky
Cuando Miley vio que él le había mandado otro e-mail en apenas cinco
minutos de diferencia, le dio un vuelco el corazón. Sonrió no sólo por lo que
le  decía,  sino  también  porque  había  firmado  «Nicky».  Ella  sólo  lo  había
llamado así la noche que se acostaron. No estaba segura de qué pretendía
Nick con ese cambio de actitud, pero decidió arriesgarse.
Te esperaré.
MILEY
Miley pensó que si tenía que esperarlo, bien podía hacerlo con estilo, y
decidió cocinar algo.  A ella siempre le había gustado cocinar, la relajaba;
muchas de las mejores decisiones que había tomado en su vida, las había
tomado delante de un horno o unos fogones. Por su parte, Nick se pasó
toda la reunión mirando el  reloj.  Cuando por  fin terminó,  se despidió de
todos los directivos sin perder un minuto y salió a toda prisa del  edificio.
Estaba impaciente por  llegar  a casa y hablar  con Miley.  Lo tenía todo
pensado;  primero se disculparía otra vez por  lo de esa noche,  luego se
disculparía por su comportamiento de las últimas dos semanas, y más tarde
le  advertiría  sobre  Anthony.  Seguro  que,  después,  todo  volvería  a  la
normalidad: ellos dos serían amigos de nuevo y, dentro de más o menos
cuatro meses, ella regresaría a Barcelona y él seguiría allí, con su corazón
intacto y su vida tal como a él le gustaba.
—¿Hola? —saludó Nick al abrir la puerta.
—Hola, ¿qué haces ahí quieto en la entrada? ¿Te pasa algo? —Miley
había salido de la cocina.  Llevaba un pantalón de algodón gris con una
sudadera  rosa  que le dejaba  un hombro  al  descubierto,  y  blandía  una
cuchara en la mano.
—No. No me pasa nada. ¿Ese olor viene de mi cocina?
—Sí. Hacía tiempo que me apetecía comer lubina al horno y hoy me he
decidido a prepararla. Espero que te guste.
—Sí,  claro.  Me sorprende que el  horno funcione,  creo  que eres  la
primera persona que lo utiliza. Huele muy bien.
—Gracias.  La verdad es que me ha costado un poquito encenderlo,
pero ahora lo único que me falta es poner la mesa. ¿Quieres cenar conmigo
o ya has cenado? —Miley volvió a la cocina para comprobar que el pescado
estuviera en su punto.
—No.  Quiero decir,  sí.  —Nick  titubeaba,  no tenía ni  idea de cómo
reaccionar. El discurso que había preparado se le olvidó por completo y en
lo único que era capaz de pensar era en dos cosas: la primera, Miley iba
vestida con una camiseta que daba ganas de empezar a besarle el hombro,
el cuello... y la segunda, tenía que cambiar la dirección de su pensamiento o
iba a tener problemas. Ellos dos sólo iban a ser amigos.
—No  te  entiendo.  —«Cosa  que  ya  es  habitual»,  pensó  Miley—.
¿Quieres o no quieres cenar?
—Sí, quiero cenar. No, no he cenado antes, y si me das cinco minutos,
me cambio de ropa y pongo la mesa. ¿Te parece bien?
—Sí, me parece perfecto, pero que sean dos minutos, el pescado casi
está.
En su habitación, Nick se cambió de ropa, se puso un pantalón de
algodón que utilizaba a veces para ir a correr,  y una camiseta,  e intentó
borrarse de la cabeza la insinuante imagen del hombro de Miley. No pudo.
Salió de la habitación y puso la mesa.
—¿Puedo hacer algo más? —preguntó luego.
—No, ya está. Siéntate. Pero luego tú te encargas de recoger los platos
y limpias la cocina.
—Claro,  si  tú cocinas,  yo limpio.  Como debe ser,  ¿no? —dijo él,  y le
guiñó un ojo.
Miley sirvió la comida y los dos empezaron a cenar.  Nick  fue el
primero en romper aquel cómodo silencio:
—¿Aún sigues enfadada?
—Nunca he estado enfadada. —Al ver que él levantaba una ceja añadió
—: Es sólo que, en estas últimas dos semanas, no hemos coincidido mucho.
—Miley había decidido seguir los consejos de Anthony y fingir que ella no lo
había echado de menos.  Según Anthony,  nada ponía más nervioso a un
hombre que sentirse ignorado.
—Ya. —Como no sabía qué más decir, optó por seguir con el pescado.
—Esto era lo que querías,  ¿no?  —Miley bebió un poco de agua y
continuó—: Volver a tener tu espacio, recuperar tu vida. Al menos eso me
pareció entender, y creo que tenías toda la razón. —No estaba dispuesta a
que él creyera que ella no pensaba lo mismo que él.
Nick  la miró estupefacto.  Se había estado comportando como un
idiota; la había estado evitando para nada. Entonces se dio cuenta de que
había música, y sonrió.
—¿Sinatra?
—Sí, es ideal para cocinar y para bailar. Tiene un ritmo especial, como
si te guiara. No sé.
—¿Sabes  que eres  la única persona que conozco que considera la
música de ese modo? En fin, creo que sólo hay una manera de comprobar
tu teoría de Sinatra y,  como no tengo ni  idea de cocinar,  ¿quieres bailar
conmigo?
Nick se levantó de su silla y le tendió la mano mientras sonaba Fly
me to the moon.
—¿Te has vuelto loco? ¿Bailar aquí?
—Sí, claro. Vamos, no seas cobarde. —La miró a los ojos, desafiándola.
—Está bien, pero luego no digas que soy yo la que hace cosas raras.
Se levantó de la silla y aceptó el reto.
Miley estaba de pie frente a Nick. Él le cogió las manos y las colocó
alrededor de su cuello y, con las suyas, le recorrió lentamente la espalda
para acabar apoyándose justo en sus caderas.
—Miley, te he echado de menos.  Baila conmigo.  Por favor. —Nick
sabía que eso le iba a causar problemas, y que era justo lo que no tenía que
hacer, pero no pudo evitarlo.
—Yo también te he echado de menos.

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