Nick sonrió.
Esa tarde, Miley fue a visitar un par de pisos más y, cuando le
contó a
Anthony lo de los e-mails, casi le dio un ataque de risa. Cuando
consiguió
calmarse, lo único que dijo fue:
—¿Lo ves, Miley? Yo tenía razón.
—¿Sobre qué?
—Sobre lo de Nick. Sabía que estaba loco por ti.
Ella decidió ignorar ese comentario, pero tenía que reconocer que
cada
vez tenía menos ganas de encontrar el piso perfecto.
El jueves, a eso de las tres, Miley aún no había recibido ningún
e-mail
y supuso que Nick ya se había cansado, pero a las tres y media vio
que
se había equivocado:
Oh, bella doncella, estoy preso en una celda con el malvado tirano
Sam
y la bruja Amanda. ¿Seríais tan gentil de venir a rescatarme? Os
prometo
que luego os llevaré a la mejor posada del feudo.
SIR NICK (caballero de la Mesa Redonda)
Miley tuvo que morderse los labios para no reír. Se había olvidado
de
que Nick y Sam tenían una
reunión muy importante, y seguro que no
había tenido ni un momento libre. Contestó en menos de dos
minutos:
Oh, sir Nick, me temo que deberéis liberaros solo. Me atrevería a
sugerir que utilicéis vuestra espada, pero una doncella como yo no
sabe de
esas cosas.
LADY MILEY
Nick se sonrojó al leerlo, y cuando Sam le preguntó qué pasaba, lo
único que se le ocurrió decir fue que tenía calor. Y vaya si lo
tenía. Miley
seguía sin querer hacer nada con él, pero al menos esa vez había
tardado
menos de dos horas en contestar, lo cual ya era una victoria. Esa
noche, él
volvió a llegar tarde y, muy a su pesar, vio que Miley ya se había
acostado.
Al día siguiente volvería a intentarlo.
El viernes a las nueve de
la mañana Miley abrió ansiosa su correo
electrónico y vio que aún no había recibido ningún e-mail de Nick.
Tal vez
se lo enviaría más tarde. A las once seguía sin haber recibido
nada. Ni a las
once y media. Se juró a sí misma que no volvería a consultar el
correo hasta
las doce y media y se obligó a esperar hasta entonces. A esa hora
sí había
un e-mail de Nick:
Echo de menos hablar contigo.
NICK
Miley casi se
cayó de la silla. Los
otros mensajes habían
sido
simpáticos, medio en
broma. Aquello no se lo esperaba. Antes
de que
pudiera pensarlo mejor, contestó:
Yo también.
MILEY
Nick abrió el mensaje de Miley y respiró aliviado. Se había pasado
toda la noche pensando qué escribir. Nada le parecía lo suficientemente
ingenioso, así que al final optó por decirle sinceramente lo que
pensaba. Por
suerte, Miley había sido igual de sincera y por fin había bajado
un poco la
guardia. Como no quería que ella tuviera tiempo para cambiar de
opinión, le
mandó en seguida otro e-mail.
Llegaré tarde a casa.
¿Te importaría esperarme despierta?
Nicky
Cuando Miley vio que él le había mandado otro e-mail en apenas
cinco
minutos de diferencia, le dio un vuelco el corazón. Sonrió no sólo
por lo que
le decía, sino
también porque había
firmado «Nicky». Ella
sólo lo había
llamado así la noche que se acostaron. No estaba segura de qué
pretendía
Nick con ese cambio de actitud, pero decidió arriesgarse.
Te esperaré.
MILEY
Miley pensó que si tenía que esperarlo, bien podía hacerlo con
estilo, y
decidió cocinar algo. A
ella siempre le había gustado cocinar, la relajaba;
muchas de las mejores decisiones que había tomado en su vida, las
había
tomado delante de un horno o unos fogones. Por su parte, Nick se
pasó
toda la reunión mirando el
reloj. Cuando por fin terminó,
se despidió de
todos los directivos sin perder un minuto y salió a toda prisa
del edificio.
Estaba impaciente por
llegar a casa y hablar con Miley.
Lo tenía todo
pensado; primero se
disculparía otra vez por lo de esa
noche, luego se
disculparía por su comportamiento de las últimas dos semanas, y
más tarde
le advertiría sobre
Anthony. Seguro que,
después, todo volvería
a la
normalidad: ellos dos serían amigos de nuevo y, dentro de más o
menos
cuatro meses, ella regresaría a Barcelona y él seguiría allí, con
su corazón
intacto y su vida tal como a él le gustaba.
—¿Hola? —saludó Nick al abrir la puerta.
—Hola, ¿qué haces ahí quieto en la entrada? ¿Te pasa algo? —Miley
había salido de la cocina.
Llevaba un pantalón de algodón gris con una
sudadera rosa que le dejaba
un hombro al descubierto,
y blandía una
cuchara en la mano.
—No. No me pasa nada. ¿Ese olor viene de mi cocina?
—Sí. Hacía tiempo que me apetecía comer lubina al horno y hoy me
he
decidido a prepararla. Espero que te guste.
—Sí, claro. Me sorprende que el horno funcione, creo
que eres la
primera persona que lo utiliza. Huele muy bien.
—Gracias. La verdad es que
me ha costado un poquito encenderlo,
pero ahora lo único que me falta es poner la mesa. ¿Quieres cenar
conmigo
o ya has cenado? —Miley volvió a la cocina para comprobar que el
pescado
estuviera en su punto.
—No. Quiero decir, sí. —Nick titubeaba,
no tenía ni idea de cómo
reaccionar. El discurso que había preparado se le olvidó por
completo y en
lo único que era capaz de pensar era en dos cosas: la primera, Miley
iba
vestida con una camiseta que daba ganas de empezar a besarle el
hombro,
el cuello... y la segunda, tenía que cambiar la dirección de su
pensamiento o
iba a tener problemas. Ellos dos sólo iban a ser amigos.
—No te entiendo.
—«Cosa que ya
es habitual», pensó Miley—.
¿Quieres o no quieres cenar?
—Sí, quiero cenar. No, no he cenado antes, y si me das cinco
minutos,
me cambio de ropa y pongo la mesa. ¿Te parece bien?
—Sí, me parece perfecto, pero que sean dos minutos, el pescado
casi
está.
En su habitación, Nick se cambió de ropa, se puso un pantalón de
algodón que utilizaba a veces para ir a correr, y una camiseta, e intentó
borrarse de la cabeza la insinuante imagen del hombro de Miley. No
pudo.
Salió de la habitación y puso la mesa.
—¿Puedo hacer algo más? —preguntó luego.
—No, ya está. Siéntate. Pero luego tú te encargas de recoger los
platos
y limpias la cocina.
—Claro, si tú cocinas,
yo limpio. Como debe ser, ¿no? —dijo él, y le
guiñó un ojo.
Miley sirvió la comida y los dos empezaron a cenar. Nick
fue el
primero en romper aquel cómodo silencio:
—¿Aún sigues enfadada?
—Nunca he estado enfadada. —Al ver que él levantaba una ceja
añadió
—: Es sólo que, en estas últimas dos semanas, no hemos coincidido
mucho.
—Miley había decidido seguir los consejos de Anthony y fingir que
ella no lo
había echado de menos.
Según Anthony, nada ponía más
nervioso a un
hombre que sentirse ignorado.
—Ya. —Como no sabía qué más decir, optó por seguir con el pescado.
—Esto era lo que querías,
¿no? —Miley bebió un poco de agua
y
continuó—: Volver a tener tu espacio, recuperar tu vida. Al menos
eso me
pareció entender, y creo que tenías toda la razón. —No estaba
dispuesta a
que él creyera que ella no pensaba lo mismo que él.
Nick la miró
estupefacto. Se había estado comportando
como un
idiota; la había estado evitando para nada. Entonces se dio cuenta
de que
había música, y sonrió.
—¿Sinatra?
—Sí, es ideal para cocinar y para bailar. Tiene un ritmo especial,
como
si te guiara. No sé.
—¿Sabes que eres la única persona que conozco que considera la
música de ese modo? En fin, creo que sólo hay una manera de
comprobar
tu teoría de Sinatra y,
como no tengo ni idea de
cocinar, ¿quieres bailar
conmigo?
Nick se levantó de su silla y le tendió la mano mientras sonaba Fly
me to the moon.
—¿Te has vuelto loco? ¿Bailar aquí?
—Sí, claro. Vamos, no seas cobarde. —La miró a los ojos,
desafiándola.
—Está bien, pero luego no digas que soy yo la que hace cosas
raras.
Se levantó de la silla y aceptó el reto.
Miley estaba de pie frente a Nick. Él le cogió las manos y las
colocó
alrededor de su cuello y, con las suyas, le recorrió lentamente la
espalda
para acabar apoyándose justo en sus caderas.
—Miley, te he echado de menos.
Baila conmigo. Por favor. —Nick
sabía que eso le iba a causar problemas, y que era justo lo que no
tenía que
hacer, pero no pudo evitarlo.
—Yo también te he echado de menos.
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