miércoles, 23 de enero de 2013

What A Feeling- Capitulo 28



Empezaron a bailar suavemente. Miley apoyó su mejilla en el pecho de
Nick  y notó cómo latía su corazón, cómo le temblaba la respiración. Él
bajó la cabeza para así poder notar su perfume, el olor de su pelo y, a la
vez, besarle el cuello, el hombro que lo había vuelto loco durante la cena, la
mejilla. Le acariciaba la espalda, primero por encima de la sudadera, hasta
que el tacto del algodón no fue suficiente, y decidió arriesgarse y tocarla de
verdad, por debajo, sentir su piel. Al notar la mano de Nick por debajo de
la camiseta,  Miley se apartó sorprendida,  pero no tuvo tiempo de decir
nada, pues Nick la besó con todas sus fuerzas, como si la vida le fuera en
ello.
Ella le respondió. Le encantaba cómo la besaba, como si la necesitara
para  respirar.  Un  beso  siguió  a  otro,  Nick  seguía  acariciándola  y
besándola, primero en la boca, luego en el cuello. La canción ya se había
acabado, pero a ninguno de los dos parecía importarle. Miley quería tocarlo
a él,  así  que también se atrevió a meter  las  manos  por  debajo de la
camiseta. Sonrió al notar cómo Nick se estremecía. Era increíble, tenía un
torso único y no tenía bastante con tocarlo, quería verlo, así que se arriesgó
y le quitó la camiseta.
—Miley, ¿no te han dicho nunca que es de mala educación mirar así a
alguien?  —bromeó  él  mientras  le  besaba  los  nudillos  de  la  mano  y
empezaba a recorrerle el brazo con los labios.
—Ah, sí, no sé. Creo que lo que de verdad sería de mala educación es
no mirar. Y, sin duda, no besarte sería aún peor.
Él  apartó la cabeza al  oír  ese comentario y la atrajo hacia él  para
besarla  como  hacía  horas  que  deseaba  hacer.  Seguro  que  luego  se
arrepentiría,  pero por  el  momento,  estaba en el  cielo.  Nick  se apartó
entonces un poco,  lo suficiente para poder  quitarle a ella la camiseta,  y
entonces fue él quien se quedó sorprendido. La noche en que se acostaron,
la habitación estaba muy oscura y apenas había podido apreciarla. Miley,
incómoda, se sonrojó e intentó recuperar su camiseta.
—No,  por  favor.  Deja  que  te  mire.  Eres  perfecta.  —La  recorrió
lentamente con la mirada y con las manos,  acariciando cada centímetro,
como si quisiera aprenderse sus formas de memoria—. Princesa, no tienes
ni  idea de todo lo que tengo ganas de hacerte.  Primero voy a tocarte,  a
acariciarte, después voy a besarte. Por todo el cuerpo. Y luego, cuando ya
no podamos aguantarlo más, haremos el amor. Hasta el amanecer.
—Hablas demasiado, Nicky.
Miley  lo  besó  como  nunca  antes  había  besado  a  nadie.  A  él  le
encantaba cómo  lo hacía,  cómo  su cuerpo se adaptaba al  suyo,  cómo
respondía a sus caricias, pero lo que más le gustaba era el calor que sentía
cuando lo llamaba «Nicky»; era como saber que todo iba a ir bien. Necesitaba
estar con ella,  tocarla,  saber que ella lo deseaba tanto como él.  Dejó de
besarla, tenía que recuperar un poco el control o todo acabaría demasiado
pronto. Sorprendida, Miley preguntó:
—¿Te pasa algo? —Le acariciaba la nuca y le besaba el cuello.
—No,  nada malo.  —Él  también le besaba el  cuello dirigiéndose hacia
los pechos.
—¿Y bueno? —Miley se estremeció al notar cómo le desabrochaba el
sujetador.
—¿Bueno?
Nick no tenía ni idea de lo que le preguntaba; apenas podía recordar
su propio nombre.
—Sí, tonto, ¿te pasa algo bueno? —Miley tenía el pulso acelerado y las
piernas ya no le respondían.
—Ah, sí, compruébalo tu misma. —Cogió la mano de Miley y la guió
hasta su entrepierna—. Tócame.
—Claro, siempre que tú hagas lo mismo.
Se atrevió a meter la mano por dentro del pantalón de Nick.
—Dios, Mils, para. No,  no pares.  Vamos a mi  habitación.  Quiero que
estés en mi cama ya.
La cogió en brazos, besándola con toda la pasión que sentía.
Y entonces sonó el  teléfono.  Los tres primeros timbrazos no los oyó
ninguno de los dos, pero el cuarto logró captar su atención.
—Nick, el teléfono. —Miley intentaba zafarse del abrazo para que él
pudiera contestar.
—No voy a cogerlo, ahora mismo estoy ocupado. —Siguió besándola en
el ombligo.
—Cógelo,  a lo mejor  es importante.  —Aunque la verdad era que no
quería que él dejara lo que estaba haciendo.
—Esto sí  que es  importante.  —Empezó a bajarle el  pantalón—.  Ya
saltará el contestador automático, princesa.
Y  eso  fue  exactamente  lo  que  pasó,  que  saltó  el  contestador
automático y Guillermo empezó a hablar por el  altavoz.  Nick  se quedó
paralizado.
—Hola, Nick, supongo que para variar no estás en casa. He llamado
al  móvil  y tampoco te he localizado,  supongo que estarás por  ahí,  con
alguno de tus ligues. —Al oír la palabra «ligues» Miley se separó de Nick
como si tuviera una enfermedad contagiosa—. En fin, sólo te llamaba para
preguntar  cómo estaba Miley,  ya sabes que es mi  debilidad.  No quiero
llamarla a ella para no parecer  el  típico hermano mayor  histérico,  pero
como lo soy, he decidido llamarte a ti. Volveré a intentarlo más tarde. Cuida
de mi pequeña. Adiós.
El pitido del contestador sacó a Miley del estado de trance en el que
había entrado.  Nick,  por  su parte,  estaba ya completamente vestido;
había recuperado su camiseta y su actitud de témpano de hielo al segundo
de oír la voz de Guillermo.
—Miley, vístete, por favor. —Le acercó el sujetador y la camiseta. Le
temblaba un poco el pulso, pero su cara no mostraba ninguna emoción más
allá del enfado y la vergüenza.
—¿Se puede saber  qué te pasa? ¿Por  qué pones esa cara? Nick,
respóndeme,  por favor.  No entiendo nada. Hace un momento,  estábamos
tan  bien,  y  ahora  parece  que  no  puedas  soportar  estar  en  la  misma
habitación que yo. —Notaba cómo la voz empezaba a temblarle de rabia y
de algo más complicado que por el momento no quería analizar—. ¿Es por
Guillermo?
Nick levantó la cabeza, que hasta ese momento había tenido entre
las manos, y la miró. Durante un segundo fue como si quisiera abrazarla,
pero en seguida desvió la mirada hacia el despertador y respondió:
—No.
—¿NO?
—Está bien, sí, pero sólo en parte. —Se levantó de la silla y empezó a
pasear  por  la habitación—. No sé qué me pasa contigo,  pero me está
volviendo loco y no me gusta nada.  Nada.  Cuando eras pequeña ya me
pasaba.  Siempre estaba preocupado por  saber  dónde estabas,  si  te veía
sonreír me ponía nervioso, Dios, incluso le hablé de ti a Nana. Cuando había
tan mal ambiente en casa, pasar un rato contigo bastaba para que volviera
a tener un poco de confianza en el amor. Hubo un momento en que pensé
que era tan evidente lo que me pasaba que si  la policía lo descubría me
arrestarían.  —Miley  estaba  paralizada,  no  se  atrevía  a  interrumpirle—.
¿Sabes que cuando vine a vivir a Inglaterra te echaba de menos? Tú eras
una adolescente y yo te echaba de menos; patético.
—No  es  patético.  A mí  también  me  pasaba  todo  eso.  —Miley  se
levantó y  empezó a andar  hacia  él.  Decidió ser  igual  de sincera—. Yo
también me estoy volviendo loca, también te echaba de menos y aún me
pongo nerviosa si me sonríes. —Se atrevió a poner la mano en su espalda y
notó que estaba rígido.
—No lo entiendes,  Miley, yo no quiero sentirme así.  He visto lo que
hace el amor, he visto cómo aniquila todo lo que toca y no lo quiero en mi
vida. Ni ahora ni nunca. No soy capaz. —Sonrió, una sonrisa que a Miley le
rompió el  corazón—. Hasta ahora me ha ido bien, siempre he estado con
mujeres que sólo querían pasar el rato, divertirse. Contigo no sé si podría
controlarlo. Y si saliera mal, no sólo nos haríamos daño, sino que perdería al
mejor amigo del mundo, y tu familia nunca podría perdonármelo.
Se apartó de ella.
—¿No has pensado que podría acabar bien? ¿Que podrías ser feliz? —
Miley se notaba los ojos llenos de lágrimas que no tenía ninguna intención
de derramar.
—El  riesgo no merece  la pena.  —Suspiró y  cerró los  párpados  un
instante—. Creo que lo mejor será que no volvamos a estar solos. Está visto
que eso nos trae problemas. Mira, en estas últimas semanas casi no hemos
coincidido, de modo que lo único que tenemos que hacer es seguir así hasta
que te vayas. —Al ver que ella no decía nada, preguntó—: ¿En qué piensas?
—Pienso que eres un cobarde y un exagerado. Podríamos intentarlo. La
vida no es un culebrón; si sale mal, mi hermano no vendrá a matarte o a
pedir que te cases conmigo. Y si sale bien, ¿quién sabe?, a lo mejor incluso
eres feliz. Nicky, cariño —añadió—, nunca he sentido por nadie lo que siento
por ti. Ni cuando era pequeña ni ahora. —Intentó abrazarlo, pero él volvió a
apartarse, y entonces ella comprendió que nada de lo que pudiera decir o
hacer lo haría cambiar de opinión.
—No.  Prefiero  dejar  las  cosas  como  están.  Lo  mejor  es  que  nos
vayamos a dormir. —Se levantó y le abrió la puerta de la habitación—. Esto
ha sido un error, sólo tenemos que olvidarlo y actuar como compañeros de
piso. Mañana será otro día.
Viendo que Nick daba por terminada la conversación, Miley lo miró
una vez más a los ojos, para ver si veía algo que le recordara al hombre que
hacía sólo unos minutos la besaba como si  la necesitara para sobrevivir.
Pero él ya no estaba allí. Entonces decidió decirle lo del piso.
—Esta semana he visto unos cuantos pisos que podría alquilar.
Si a Nick le sorprendió la noticia, lo disimuló a la perfección.
—No es necesario —dijo tras unos segundos.
—Sí lo es.
—Puedes quedarte aquí. —Nick se frotó los ojos—. No me importa.
—A mí  sí. —Miley se obligó a mantener la mirada fija en sus ojos—.
Supongo que la semana que viene ya lo tendré todo listo, entonces me iré.
—Él seguía sin inmutarse—. Como mañana es sábado, si quieres me iré a
pasar el fin de semana a casa de Anthony.
Al  oír el  nombre de su amigo,  a Nick  le tembló un músculo de la
mandíbula.
—Ya te he dicho que no es necesario. —Apretaba el pomo de la puerta
con tanta fuerza que empezaba a tener los nudillos blancos—. No creo que
a él le guste ser plato de segunda mesa.
De la rabia que sintió, a Miley se le llenaron los ojos de lágrimas, pero
se negó a derramar  ninguna delante de Nick  e irguió en cambio la
espalda para contestarle:
—Mira, una cosa es que tú seas un cobarde y que sólo te encuentres
cómodo acostándote con mujeres por las que no sientes nada. Pero no te
atrevas a insinuar que yo hago lo mismo. —Estaba furiosa, y al ver que a él
le dolía esa acusación, sintió un poco de alivio.
—Lo siento, no quería decir eso —se disculpó Nick a media voz. En
el  mismo instante en que pronunció las  palabras,  sabía que se estaba
equivocando. Miley era incapaz de utilizar a Anthony, pero una parte de él
había querido hacerle daño, había querido que ella dejara de mirarlo con
aquellos ojos llenos de comprensión, porque sabía que, de lo contrario, él no
iba a poder alejarse.
—Yo en cambio sí quería decir lo que he dicho. —Y con esto, salió de la
habitación sin mirar atrás.
Como era de esperar, ninguno de los dos durmió.
Nick  pasó toda la noche recordando cómo las discusiones de sus
padres le había arruinado la infancia, pero si era sincero, eso no había sido
lo  peor.  Lo  peor  había  sido  ver  cómo  su  padre,  aún  completamente
enamorado de su mujer, se había ido consumiendo hasta morir. A Rupert
Trevelyan no le había importado nada, ni su propia madre, que lo apoyaba,
ni su hijo. Se había dedicado a beber hasta perder el sentido y, cuando lo
consiguió,  decidió que ese estado etílico se iba a convertir en su estado
habitual. Incluso ahora, Nick tenía que esforzarse por recordar a su padre
sobrio. Por suerte, Nana siempre había estado a su lado, y lo ayudó a no
odiarlo. Con Miley entre sus brazos, sentía como hacía años que no sentía.
No sólo porque lo excitaba más allá de la razón, sino porque con ella tenía
ganas de temblar, de emocionarse, de arriesgarse a bajar la guardia; pero si
valoraba todas las consecuencias,  bueno,  era mejor  así.  Sí,  sin duda no
arriesgarse era la mejor decisión. No entendía por qué el corazón le daba un
vuelco al pensarlo, y por qué su entrepierna se negaba a aceptarlo. En fin,
ya lo lograría de alguna manera.

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