Por la mañana, Miley se despertó más descansada; esa noche había
dormido bien. Era bueno
saber que entre ella y Nick las cosas
iban a
dejar de ser
tan surrealistas. Cuando
fue a la
cocina a prepararse
el
desayuno vio que él aún no
se había levantado, señal de que pensaba
cumplir su palabra e iba a dejar de evitarla. Cuando llegó la hora
de irse a
trabajar, Nick seguía sin aparecer, y eso no era normal. Él era el
espíritu
de la puntualidad, así que Miley pensó que algo iba mal.
Se acercó a su habitación y pegó la oreja a la puerta. Nada.
—¿Nick?
Nada.
—¿Nick, estás ahí? —Seguía sin oír nada. Tal vez se había ido.
Pero
no, no, sus gafas, su ordenador, sus llaves, todo seguía encima de
la mesa
—. Nick, voy a entrar. —Abrió la puerta.
La habitación estaba a oscuras y podía oír la respiración
entrecortada
de Nick, que aún estaba dormido. Se acercó y encendió la lámpara
que
había al lado de la cama, lo que provocó las quejas del durmiente.
—¡La luz! —Él levantó el brazo para taparse los ojos.
—Nick, ¿te encuentras bien?
—Le puso la mano en la frente—.
¡Estás ardiendo! —Le tocó también las mejillas y las tenía igual
de calientes
—. Voy a buscarte una aspirina. —Iba a levantarse, cuando Nick le
cogió
la mano.
—Miley, ¿qué haces aquí? Me gustan tanto tus ojos, parecen los de
un
duende.
—Sí, ya. Estás enfermo y no sabes lo que dices. Voy a buscarte las
medicinas, ahora vuelvo.
Cuando Miley volvió con la aspirina y un vaso de zumo, el
enfermo
seguía igual.
—Vamos, Nick, tómate esto. ¿Te ayudo a incorporarte?
—No, ya puedo solo. Dame la aspirina, tengo que ducharme, la
revista.
—No pudo continuar, lo interrumpió un ataque de tos.
—Ni hablar, tú
hoy te quedas
aquí, estás enfermo.
Tienes fiebre.
Mírate, estás temblando.
No me obligues a atarte a la
cama. —Ella se
sonrojó con las imágenes que esa frase originó en su mente. Suerte
que él
estaba ya otra vez acostado y no se dio cuenta—. Voy a salir a la
farmacia a
comprar más medicinas y
unos zumos. Tienes que beber mucho líquido.
Estás ardiendo.
Miley empezaba a estar muy preocupada.
—¿Mils?
—¿Qué? —Ella seguía tocándole la frente, y lo miró angustiada.
—Los artículos, necesito repasar los artículos, la revista, nos
roban los
reportajes. —Hablaba entrecortado, entre ataque de tos y
estornudos, como
si le costara incluso respirar.
—No te preocupes por nada. Dime qué tengo que hacer, pero tú no te
muevas de aquí. Dame un minuto, voy a buscar tu portátil.
Salió de la habitación,
pensando que tenía que llamar a Jack y a su
madre, ella sabría qué hacer. Cogió el ordenador y volvió a la
habitación.
—Ya estoy aquí. ¿Qué hago?
—Abre los archivos de Word. Me duele mucho la cabeza. —Él se
tapaba
los ojos con el antebrazo.
—Me pide un código secreto. ¿Quieres entrarlo tú?
—No, el código es 13042007.
Miley tecleó el código sin pensar, pero cuando acabó, se dio
cuenta de
que era el día en que ella
había llegado a Londres. ¡Nick tenía como
código secreto el día en
que ella había llegado a Londres! No podía ser,
seguro que sólo era una casualidad.
—¿Qué estoy buscando?
—Abre los archivos que se llaman «vacaciones Escocia»,
allí están
grabados los artículos que necesitan para la próxima edición.
Cópialos en
un pen drive y llévaselo a Sam. —Se tapó más con la manta,
temblaba y no
paraba de sudar.
—¿Seguro que puedes quedarte solo? ¿Me llamarás si necesitas algo?
—Seguro, sólo necesito
dormir. Llévaselo, por
favor. —Bajó los
párpados.
Miley cerró el portátil, apagó la luz y, antes de salir de la
habitación, le
apartó los mechones sudados que tenía sobre la frente. Seguía
ardiendo y
se había quedado completamente dormido.
Cuando llegó a la revista, Jack la estaba esperando en la
recepción con
cara de preocupación.
—¿Qué ha pasado?
—Nada, Nick se ha puesto enfermo. Ayer llegó a casa empapado por
la lluvia y tiene un resfriado de campeonato. Me ha pedido que le
entregue
esto a Sam. ¿Se lo puedes llevar tú? Yo aún no lo conozco.
—Bueno, eso tiene fácil arreglo. Hola, Sam. —Jack saludó a Sam,
que
acababa de salir en ese preciso instante del ascensor—. ¿Tienes un
minuto?
—Hola, Jack. ¿Sabes algo de Nick? Llevo más de una hora buscándolo.
—Nick está enfermo.
—¿Enfermo? Él nunca está enfermo. ¿Qué le ha pasado?
—Que es un inconsciente. —Miley hizo el comentario sin darse
cuenta
de que lo hacía en voz alta, y entonces Sam la miró directamente.
—Sam, permíteme que te presente a Miley Martí. Miley, te presento
al
señor Sam Abbot, director de esta casa de locos.
—Encantada, señor Abbot. Nick me pidió que le diera esto. —Miley
le entregó la memoria con los archivos.
—Es un placer, Miley, y por favor, llámame Sam. ¿Qué le pasa a
Nick ,
además de ser un
inconsciente? —Sam sonreía, le encantaba
esa chica.
Ahora que la había visto de cerca, entendía que Nick estuviera
medio loco
últimamente. La chica tenía una chispa en los ojos...
—Está resfriado, muy
resfriado. Pero además
está agotado, y es
testarudo como una mula.
—Tienes razón, es un cabezota. Si necesitas algo, llámame, yo voy
a
revisar esto para
la próxima edición.
Jack, avísame cuando tengas
las
fotografías. Miley, espero volver a verte. —Sonriendo,
se despidió de los dos.
Miley estuvo todo el día
preocupada por Nick, seguro que no se
había tomado las medicinas. Ella habría querido irse antes, pero
sabía que
si lo hacía, Nick se enfadaría. Para él, lo primero era la
revista. Así que
intentó concentrarse
al máximo en su
trabajo, tenía que maquetar
los
nuevos artículos que Jack le había entregado. Los había escrito Nick y
eran muy buenos.
Eran originales, irreverentes,
pero serios en la
información que aportaban. Miley pensó en los reportajes robados,
¿quién
podría hacer eso y por qué? Ojalá lo encontraran pronto. Mientras,
ella haría
todo lo posible por ayudar a Nick y a sus amigos; después de todo,
ahora
también eran amigos
de ella, y
no quería que
les pasara nada
malo.
Además, aunque fuera sólo por unos meses, ella también trabajaba
allí, y
quería que la revista siguiera siendo un éxito.
Cuando por fin llegó la hora de salir, Miley apagó su ordenador a
toda
velocidad y corrió
hacia la farmacia.
Compró todo lo
que creía poder
necesitar; aspirinas, vitaminas,
spray nasal, pastillas para la
tos. Fue un
poco exagerada. Luego, de camino al supermercado, llamó a su
madre.
—Hola, mamá.
—Hola, cariño. —Al oír que tenía la respiración acelerada le
preguntó—.
¿Dónde estás?
—En la calle. Tengo que ir a comprar comida. —Esquivó a un perro
que
casi la tira—. Nick está enfermo.
—¿Qué le pasa?
—Creo que está resfriado. Ayer lo pilló la lluvia.
—¿Y tú vas a ser su enfermera?
—¡Mamá! —exclamó Miley sonrojada. Su madre era incorregible.
—¿Qué pasa? —preguntó ella,
fingiendo no saber por qué su hija se
indignaba.
—He comprado aspirinas. ¿Crees que necesitaré algo más?
—Bueno, yo le prepararía zumo natural para que tome vitaminas, y
un
poco de caldo. ¿Te acuerdas de cómo se prepara?
—Sí, claro. Tienes razón, eso le sentará bien.
—Yo siempre tengo razón. Es uno de los pocos privilegios que tiene
ser
madre.
—Te dejo, estás empezando a
decir tonterías. Dales muchos besos a
papá y a todos de mi parte.
—Igualmente. Cuídate.
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