Por raro que pareciera, el lugar donde más me costaba olvidar el
problema que acechaba bajo la superficie era la clase de Inglés. Ya
habíamos dejado atrás el estudio de la literatura popular y ahora
estábamos repasando los clásicos y profundizando en Jane Austen, una de
mis autoras preferidas, por lo que creí que sería muy difícil no acertar esta
vez. La clase de la señora Bethany era como un universo donde la
teratura quedaba reflejada en un espejo, un lugar donde todo se veía al
evés, incluso yo. Había libros que había leído antes y que me sabía a pies
juntillas que se me hicieron extraños en su clase, como si los hubieran
traducido a una lengua extraña, enrevesada y gutural. Pero Orgullo y
prejuicio sería diferente. O eso creía.
—Charlotte Nick está desesperada. —De hecho, había levantado la
mano, prestándome voluntaria a que me eligiera. ¿Por qué se me pasaría
por la cabeza que podría ser una buena idea?—. En aquellos tiempos, si
las mujeres no se casaban eran... en fin, no eran nadie. No podían trabajar
ni poseer propiedades. Si no querían ser una carga para sus padres, tenían
que casarse.
Lo intenté, pero no podía creer que tuviera que explicarle aquello a mi
profesora.
—Interesante —dijo la señora Bethany. «Interesante» era sinónimo de
«incorrecto» para ella. Empecé a sudar. La señora Bethany se paseaba por
la clase lentamente, y la luz de la tarde se reflejaba en el broche de oro
que llevaba prendido al cuello de la blusa de encaje. Vi las estrías de sus
largas y gruesas uñas—. Dígame, ¿Jane Austen se casó?
—No.
—Le propusieron matrimonio en una ocasión. Su familia lo dejó muy
claro en varias memorias. Un hombre de medios ofreció su mano en
matrimonio a Jane Austen, pero ella lo rechazó. ¿Tuvo ella que casarse,
señorita Olivier?
—Bueno, no, pero era escritora. Sus libros le reportarían...
—Menos ingresos de los que se imagina. —La señora Bethany estaba
encantada de que hubiera caído en su trampa. Hasta entonces no me
había dado cuenta de que la sección de folclore de nuestras lecturas había
servido para enseñar a los vampiros cómo trataba la sociedad del siglo XXI
el mundo sobrenatural, y que los clásicos eran una manera de estudiar el
cambio de actitud a través de lo que se contaba en esas historias y la
actualidad—. Los Austen no eran una familia especialmente acomodada.
En cambio los Nick ... ¿eran pobres?
—No —metió baza Courtney. No había acudido en mi rescate, solo lo
hacía para presumir. Dado que ya no se molestaba en rebajarme ante los
demás, supuse que lo hacía para que Balthazar se fijara en ella. Desde el
baile, había renovado sus esfuerzos para ganárselo, pero por lo que yo
había visto hasta el momento, con bastante poco éxito—. El padre es sir
William Nick , el único miembro de la pequeña aristocracia del lugar.
Cuentan con los medios suficientes para que Charlotte no tenga que
casarse con nadie, a menos que quiera.
—¿De verdad crees que quiere casarse con Collins? —repliqué—. Es un
idiota pretencioso.
Courtney se encogió de hombros.
—Quiere casarse y él no es más que un medio para conseguir su
objetivo.
La señora Bethany asintió con la cabeza a modo de aprobación.
—De modo que Charlotte solo está utilizando a Collins. Ella cree estar
actuando por necesidad, mientras que él cree estar haciéndolo por amor,
o al menos por el afecto debido a una esposa potencial. Collins es sincero,
mientras que Charlotte no lo es. —Pensé en las mentiras que le había
contado a Nick apretando el libro con tanta fuerza que creí que el afilado
borde del papel se me hundía en las yemas de los dedos. La señora
Bethany debió de adivinar lo que sentía, porque continuó—: ¿Acaso el
hombre engañado no merecería nuestra compasión en vez de nuestro
desdén?
Quise que me tragara la tierra.
Balthazar me envió una sonrisa de aliento en ese momento, como él
solía hacer, y supe que aunque ya no nos viéramos como antes, al menos
seguíamos siendo amigos. De hecho, ninguno de los típicos alumnos de
Medianoche seguía mirándome por encima del hombro como solían
hacerlo. Aunque todavía no fuera un vampiro de verdad, les había
demostrado algo. Tal vez ya estuviera «en el club».
En cierto modo, tenía la sensación de haberme salido con la mía, de que
había hecho un truco de magia con éxito: había cerrado los ojos, había
dicho abracadabra y de repente el mundo estaba al revés. Cuando le diera
la mano a Nick y riéramos después de clase con alguna de sus bromas,
entonces podría creer que todo iba a ir mejor a partir de entonces.
Aunque no era cierto. No podía ser cierto mientras siguiera engañando a
Nick .
Antes, jamás me hubiera planteado que no compartir con Nick el
secreto de mi familia fuera mentir. Me habían enseñado a guardar ese
secreto desde que era niña y bebía sangre del biberón que traían de la
carnicería. Sin embargo, ahora sabía lo cerca que había estado de hacerle
daño y mi secreto ya no me parecía tan inocente como antes.
Nick y yo estábamos besándonos a todas horas, sin parar: por la
mañana antes de desayunar, por la noche cuando nos despedíamos para
ir a nuestros dormitorios respectivos... En dos palabras: en cualquier
momento que estuviéramos juntos y a solas. Sin embargo, yo siempre me
detenía antes de dejarnos llevar.
A veces quería más, y sabía que Nick también por la forma en que me
miraba, poniendo atención en mis movimientos o en el modo en que mis
dedos se aferraban a su muñeca. Sin embargo, nunca me presionaba. A
solas en la cama, mis fantasías se volvían mucho más desenfrenadas y
pasionales. Ahora conocía el sabor de los labios de Nick sobre los míos e
imaginaba el tacto de sus manos sobre mi piel desnuda con una claridad
que me hacía perder la serenidad.
No obstante, últimamente, durante esas fantasías, siempre acababa
apareciendo una misma imagen: mis dientes hundiéndose en el cuello de
Nick.
Había veces en que me creía capaz de cualquier cosa por volver a
probar la sangre de Nick. Y esos momentos eran los que más me
asustaban.
—¿Qué te parece?
Me puse el viejo sombrero de terciopelo para Nick , pensando que se
echaría a reír al ver el efecto que haría el color morado del tejido sobre mi
cabello pelirrojo.
Sin embargo, me sonrió de tal modo que de repente me empezó a
entrar calor.
—Estás guapísima.
Estábamos en una tienda de ropa de segunda mano de Riverton,
disfrutando de la segunda semana que pasábamos juntos en la ciudad
mucho más que la primera. Mis padres volvían a estar de guardia en el
cine, así que habíamos decidido perdernos la oportunidad de ver El halcón
maltes, y en su lugar estuvimos entrando y saliendo de todas las tiendas
que estuvieran abiertas, echando un vistazo a los pósters y los libros, y
teniendo que soportar algunas miradas hastiadas de los dependientes
detrás del mostrador, claramente hartos de los adolescentes de «ese
colegio» que estaban como enloquecidos. Mala suerte para ellos, porque
nosotros estábamos pasándonoslo de miedo.
Cogí una estola de pelo blanco de un estante y me envolví los hombros
con ella.
—¿Qué te parece?
—Las pieles son algo muerto —contestó Nick, torciendo el gesto,
aunque tal vez creyera de verdad que la gente no debería ponerse pieles.
Desde mi punto de vista, creía que las cosas de época debían ser una
excepción: los animales habían muerto hacía décadas, así que no es como
si estuvieras contribuyendo a hacer más daño. De todos modos, me quité
la estola.
Mientras tanto, Nick se probó un abrigo gris de tweed que había
rescatado de un estante del fondo repleto de cosas. Como el resto de la
tienda, olía un poco a moho, aunque no era un olor desagradable, y el
abrigo le sentaba muy bien.
—Es un poco Sherlock Holmes —dije—. Si Sherlock Holmes fuera sexy.
Se echó a reír.
—A algunas chicas le van los intelectuales, ¿sabes?
—Pues tienes suerte de que no sea una de ellas.
Por fortuna, le gustaba que le tomara el pelo. Me abrazó, pasó sus
brazos por encima de los míos de modo que quedé atrapada entre los
suyos y no pude devolverle el gesto, y me plantó un sonoro beso en la
frente.
—Eres insufrible —murmuró—, pero vale la pena aguantarte.
Al sujetarme de esa manera, mi cara quedaba pegada a la curva de su
cuello y lo único que veía eran las débiles líneas rosadas, las cicatrices que
le había dejado mi mordisco.
—Me alegro de que pienses así.
—Lo sé.
No iba a discutir con él. No había razón para que mi único y terrible
error no pudiera seguir siendo eso: un error que no debía repetirse.
Nick me acarició la mejilla con un dedo, delicado como la suave punta
de un pincel. En ese momento recordé El beso de Klimt, con sus dorados y
sus brumas, y por un instante tuve la sensación de haber sido atraída
junto a Nick al interior del cuadro, envueltos por su belleza y pasión.
Escondidos detrás de los estantes como estábamos, perdidos en un
laberinto de cuero viejo y cuarteado, satén arrugado y hebillas con
diamantes de imitación ajados por el tiempo, Nick y yo podríamos
habernos besado durante horas sin que nos encontraran. Me imaginé la
escena un momento: Nick colocando un abrigo negro de pieles en el
suelo, dejándome encima de la manta improvisada, inclinándose sobre
mí...
Apreté mis labios contra su cuello, sobre las cicatrices, como cuando mi
madre solía besar un cardenal o un rasguño para que sanara. Su pulso era
firme. Nick se puso tenso y pensé que tal vez había ido demasiado lejos.
«Tampoco debe de ser fácil para él. A veces pienso que voy a volverme
loca si no lo toco, así que ¿cuánto peor no ha de ser para él? Sobre todo
cuando no sabe el por qué.»
Las campanillas de la puerta nos sacaron del trance en que habíamos
caído. Ambos echamos un vistazo para ver quién había entrado.
—¡Vic! —Nick sacudió la cabeza—. Debí imaginarme que aparecerías
por aquí.
Vic se acercó tranquilamente, con los pulgares bajo las solapas de la
chaqueta a rayas que llevaba debajo de su abrigo de invierno.
—Este aspecto no se consigue así como así, ¿sabes? Hay que
trabajárselo para tener esta planta. —Al fijarse en el abrigo de tweed de
Nick , Vic lo miró con envidia y protestó—. Los tíos altos siempre os lleváis
lo mejor.
—No voy a comprármelo.
Nick se lo quitó, preparado para irse. Seguramente quería que
tuviéramos unos minutos más de intimidad, porque ya casi era la hora de
volver al autocar. Sabía cómo se sentía. Por mucho que me gustara Vic, no
quería que se nos pegara.
—Nick , estás loco. Si algo así me sentara bien, no me lo pensaría dos
veces.
Vic suspiró. Estaba claro que no había pasado el peligro de que quisiera
acompañarnos hasta el autocar, así que intenté pensar en algo
rápidamente.
—¿Sabes? Creo que he visto unas corbatas con chicas hawaianas al
fondo de la tienda.
—¿De verdad?
Vic se fue sin más, abriéndose camino entre el revoltijo de ropa en
busca de las corbatas hawaianas.
—Buen trabajo. —Nick me quitó el sombrero y luego me cogió la mano
—. Vamos.
8 comentarios:
aun sigo sin creerme todo lo que paso en este capi contuniala prontoo
OHH FASINANTE linda siguela prontoo
ohh siguela chica amoo cada capituloo!!
ahhh siguela siguela siguela primaaa
hermoso capi siguela
shh hermoso hermoso!!
ahh fasiinante el capitulo siguela prontoo, ahhh ansiosa yoo que soy ehh ahh
me acabo de quedar muda, o.0 ahhh sigyela siguela yaaa
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