lunes, 9 de julio de 2012
at dusk niley- capitulo 38
—¿Patatas? —Vic me ofreció una bolsa medio llena y cubierta de polvillo
naranja. Negué con la cabeza e intenté fingir con todas mis fuerzas que no
lo añoraba—. Se arrepentirá. Espera y verás. Mi familia y yo vamos a
pasárnoslo de miedo. ¿Y qué va a estar haciendo él? Preocupándose por
sus modales en la mesa vete a saber dónde. Va a ser un mes muy largo —
predijo Vic con la boca llena de patatas.
—Sí, mucho —murmuré.
Supongo que la mayoría de la gente daría por sentado que a los
vampiros no les gusta la Navidad. Y la mayoría de la gente se equivocaría.
La parte religiosa nos hacía sentir incómodos. No ardíamos ni nos
convertíamos en humo si nos mostraban una cruz o nos rociaban con agua
bendita, como en las películas de terror, pero no nos sentaba bien entrar
en una capilla o en una iglesia, nos producía una sensación escalofriante
muy rara, como si estuviera observándonos alguien invisible. Así que ni
celebrábamos la misa del gallo, ni montábamos el pesebre ni nada de eso.
Sin embargo, a los vampiros les gusta recibir regalos como a cualquiera. Si
a eso le añades que no hay que ir a clase, tienes unas vacaciones que
hasta los no muertos disfrutan.
Al menos la mayoría de los no muertos. Esa Navidad me sentí más
deprimida de lo que nunca lo había estado en mi vida.
La atmósfera agobiante se distendió cuando los alumnos humanos se
fueron y solo quedaron en el internado los vampiros. La gente dejó de
darse tantos aires; en realidad no quedaba nadie con quien meterse o a
quien impresionar. Unos cuantos se fueron, entre ellos Patrice, quien
insistió en que esquiar en Suiza en esa época del año era algo que no
podía perderse. Los demás, profesores y alumnos por igual, nos quedamos
en Medianoche porque era nuestro hogar, o lo más próximo a un hogar
que tenían muchos.
—Somos una excepción, Miley. —Mi madre colgaba guirnaldas encima
de la puerta mientras yo estaba debajo, aguantando la escalera. Tanto ella
como mi padre habían reparado en mi languidez y se estaban esforzando
por imbuirme del espíritu navideño—. Somos la única familia de
Medianoche, ¿te das cuenta? Ninguno de los que están aquí ha tenido una
familia desde... Bueno, desde que estaban vivos, supongo.
—Se me hace extraño que no tengan un hogar al que ir. —Le pasé una
chincheta para que sujetara la guirnalda en su sitio—. Nosotros teníamos
una casa. ¿Cómo se las apaña la gente que no tiene casa?
—Hemos tenido casa dieciséis años —me corrigió mi padre desde el
sofá, donde estaba muy ocupado buscando entre sus discos antiguos el de
Ella Wishes You a Swinging Christmas—. Eso es toda tu vida, pero para tu
madre y para mí es como...
—Un abrir y cerrar de ojos —contestó ella, con un suspiro.
Mi padre le sonrió y su expresión me recordó que él era unos seiscientos
años mayor que ella, que incluso los siglos que habían pasado juntos
debían de ser apenas un parpadeo para él.
—Lo permanente no existe. La gente viene y va de un lugar a otro y se
regala en los placeres o en los lujos o en cualquier otra cosa que pueda
distraerles del aburrimiento ocasional de la inmortalidad. La vida continúa
y los que no estamos vivos tenemos problemas para seguirle el ritmo.
—Por eso existe Medianoche —dije, pensando en Tecnología moderna y
en las caras confusas de los alumnos cuando el señor Yee introdujo el
concepto de correo electrónico. Muchos de ellos habían oído hablar de él,
y algunos incluso sabían utilizarlo, pero yo era la única que comprendía de
verdad su funcionamiento antes de que el señor Yee lo explicara. Una cosa
era salir del apuro en el día a día en el siglo XXI, y otra comprender lo que
ocurría de verdad—. ¿Y qué ocurre con los que parecen demasiado
mayores para entrar en el colegio?
—Bueno, este no es el único sitio que tenemos, ¿sabes? —Mi madre se
agachó para coger otra guirnalda—. Hay spas y hoteles, ese tipo de
lugares a los que se supone que la gente va para aislarse del resto del
mundo y donde puede controlarse quién entra. Tiempo atrás, solíamos
tener un montón de monasterios y conventos, pero ahora es difícil crear
nuevos. La Reforma cerró bastantes, por las turbas de hugonotes, los
incendios y cosas por el estilo. Los residentes no podían explicar que no
eran católicos sin empeorar las cosas. Hoy en día, la mayoría de nosotros
se adscribe a clubes y colegios.
—El año que viene abrirán un centro de rehabilitación falso en Arizona
—añadió mi padre.
Nos imaginé a todos nosotros desperdigados por el mundo, juntándonos
aquí y allá solo una vez al siglo. ¿Era así como iba a pasar el resto de mi
existencia?
Parecía de una insoportable soledad. ¿Qué sentido tenía ser inmortal si
debía llevar una vida sin amor? Mis padres habían tenido suerte al
encontrarse el uno al otro y seguir juntos durante siglos. Yo había
encontrado a Nick y lo había perdido en cuestión de pocos meses.
Intenté convencerme de que algún día me parecería una tontería, que el
tiempo que había pasado con Nick apenas sería «un abrir y cerrar de
ojos», pero me negaba a creerlo.
La primera semana de vacaciones la pasé fundamentalmente en mi
habitación. Casi siempre en la cama. De vez en cuando comprobaba el
correo electrónico en la desolada sala de ordenadores, con la vana
esperanza de recibir un mensaje de Nick . Sin embargo, lo único que
recibí fueron varias fotos de Vic haciendo el tonto en la playa, con gafas de
sol y un gorro de papá Noel. Me pregunté si no sería mejor escribir a Nick
en vez de esperar a que lo hiciera él, pero ¿qué iba a decirle?
Mis padres me sacaban de la habitación para realizar actividades
vacacionales siempre que podían y yo intentaba seguirles la corriente.
Estas cosas solo me pasan a mí: ser hija de los únicos vampiros de la
historia del mundo que hornean tarta de frutas. De vez en cuando los
pillaba intercambiando una mirada. Era obvio que se habían fijado en mi
estado de ánimo y que no tardarían mucho en preguntarme qué me
ocurría.
En cierto modo quería contárselo. Había veces en que lo único que
deseaba era confesarles toda la historia de un tirón y llorar en sus
brazos... Y si eso era ser una inmadura, pues me daba igual. Lo que de
verdad me preocupaba era que informaran a la señora Bethany después
de contarles la verdad, como, por otro lado, sería su obligación, porque
estaba segura de que la directora iría detrás de Nick para hacerle la vida
imposible.
Por el bien de Nick , no podía compartir mi infelicidad.
Habría seguido así todas las vacaciones si no hubiera sido por la nevada
que cayó dos días antes de Navidad. Fue más copiosa que la primera y
cubrió los prados de silencio, suavidad y un brillo blanco azulado. La nieve
siempre me había gustado y fue verla, reluciente y perfecta sobre el
paisaje, y levantarme el ánimo. Me puse los téjanos, las botas y el jersey
verde más tupido y pesado que tenía. Con el broche prendido en la solapa
del abrigo gris, bajé la escalera para ir a dar un paseo. Sabía que el frío se
me iba a meter hasta los huesos, pero valdría la pena si las primeras
pisadas de los prados y el bosque eran las mías. Sin embargo, al llegar a la
puerta vi que no había sido la única que había tenido la misma idea.
Balthazar me sonrió avergonzado por encima de su bufanda roja.
—Cientos de años en Nueva Inglaterra y la nieve sigue emocionándome.
—Sé cómo te sientes. —Todavía seguía existiendo cierta fricción entre
nosotros, pero mis buenos modales me obligaron a invitarle a pasear—.
¿Quieres ir a dar una vuelta?
—Sí. Vamos.
Al principio ambos permanecimos callados, aunque no estábamos
incómodos. La nevada y la luz primeriza de la mañana, rosada y dorada,
exigían silencio, y a ninguno de los dos le apetecía oír otra cosa que no
fuera el crujido amortiguado de nuestras botas sobre la nieve. El camino
que tomamos nos llevó hasta el bosque, igual que el paseo que habíamos
dado la noche del Baile de otoño. Inhalé y solté una cálida bocanada de
vaho suave y gris en el cielo invernal.
A Balthazar se le formaron unas arruguitas en la comisura de los ojos,
como si estuviera divirtiéndose o, al menos, como si se sintiera feliz. Pensé
en los siglos que debía de haber vivido y en el hecho de que todavía no
tuviera a alguien con quien compartirlos.
—¿Puedo hacerte una pregunta personal?
Balthazar parpadeó, sorprendido, aunque no molesto.
—Claro.
—¿Cuándo moriste?
En vez de contestar de inmediato, Balthazar siguió caminando. Por el
modo en que miró el horizonte pensé que estaba intentando recordar
cómo eran las cosas... antes.
—En 1691.
—¿En Nueva Inglaterra? —pregunté, recordando lo que ya me había
contado.
—Sí, de hecho no muy lejos de aquí. En el mismo pueblo en que nací.
Solo había salido de él un par de veces. —Balthazar tenía la mirada
perdida en el horizonte—. En un viaje a Boston.
—Si prefieres no hablar del tema...
—No, no pasa nada. Hace mucho tiempo que no hablo de casa.
Un cuervo hambriento se poso en una rama de un acebo cercano, negro
y reluciente en medio de las espinosas hojas, y se puso a picotear las
bayas. Balthazar se quedo observando los progresos del cuervo,
probablemente para no tener que mirarme a mí. No sabía qué estaba
preparándose para decir, pero comprendí que no le resultaba fácil.
—Mis padres se establecieron aquí en los primeros años. No vinieron en
el Mayflower, pero tampoco tardaron mucho más. Mi hermana Charity
nació durante el viaje. Ya tenía un mes cuando vio tierra firme por primera
vez. Dijeron que eso la hizo inestable, que no estaba enraizada a la tierra.
—Suspiró—. Yo nací aquí. Americano de nacimiento con ascendencia
europea. En aquellos tiempos no era muy común.
—Charity. Era un nombre puritano, ¿no?
Creí recordar que lo había leído en algún libro, pero no podía
imaginarme a Balthazar vestido como uno de los primeros colonos
celebrando el día de Acción de Gracias.
—Los más ancianos no nos habrían situado entre los devotos. Solo nos
admitieron en la parroquia de la iglesia porque... —Mi expresión debió de
traicionar mi confusión, porque se echó a reír—. Historia antigua. Para los
estándares actuales, mi familia era profundamente religiosa. Mis padres
bautizaron a mi hermana con el nombre de una de las virtudes sagradas.
Creían en esas virtudes como si fueran algo tan real que pudiera tocarse,
en algo alejado de ellos. Como se cree hoy en el sol y las estrellas.
—Si eran tan religiosos, ¿por qué te pusieron un nombre tan original
como Balthazar?
Me miró fijamente.
—Balthazar era uno de los tres Reyes Magos que le llevaron presentes al
Niño Jesús.
—Ah.
—No era mi intención hacerte sentir mal. —Balthazar descansó su
manaza en mi hombro apenas un minuto—. Ahora hay muy poca gente
que se lo enseñe a sus hijos, pero antes formaba parte de la vida diaria. El
mundo cambia a marchas forzadas y es muy difícil seguir su ritmo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
5 comentarios:
ahh baltazar me hiso recordar mi infancia aww
o.900 ahh ya voy con el que sigue ahhh grito asi ahhh
basta decir que me encanto por que me fasino hermosa me fasinooo
ahh em fasino me fasinooooo
ahhh por la dejates ahii malosaaa
Publicar un comentario