lunes, 9 de julio de 2012

at dusk niley- capitulo 34


A  Nick no  le  hacía  gracia  dejarme allí,  pero  todo  había  quedado
arreglado al mencionar a mi padre. Me dio un beso fugaz.
—Nos veremos mañana.
En cuanto arrancó el autocar, mi padre y yo nos dirigimos a toda prisa 
hacia las afueras del pueblo.
—¿De verdad sabes adonde ha podido ir? —me preguntó mi padre.
—No tengo ni la más remota idea —admití—,  pero necesitáis toda la 
gente de la que podáis disponer. Además, ¿y si precisáis que alguien cruce
el río?
A los  vampiros no les  gustaba el  agua en movimiento.  A mí no me
importaba,  al  menos  por  el  momento,  pero  mis  padres  se  ponían
frenéticos cada vez que tenían que cruzar hasta el más ridículo de los
riachuelos.
—Mi niña sabe cuidar de sí misma. —Su orgullo de padre me cogió con
la  guardia  baja,  aunque  para  bien—.  Estás  madurando  mucho  aquí,
Miley. Todo este tiempo en Medianoche te está cambiando para mejor.
Alcé la vista al cielo, cansada del sermón paternal de «tu padre sabe lo
que es mejor para ti».
—Es lo que ocurre cuando tienes que sobreponerte a la adversidad.
—Información de última hora: eso es el instituto.
—Lo dices como si hubieras ido.

—Créeme,  la  adolescencia  también  era  una  lata  en  el  siglo  XI.  La
Humanidad avanza, pero hay ciertas cosas que nunca cambian: la gente
hace tonterías cuando se enamora, desea lo que no puede tener y esa
edad entre los doce y los dieciocho años ha sido,  es y será siempre la
peor.  —Mi padre  volvió a ponerse serio  cuando  abandonamos la  calle
principal—. No tenemos a nadie en la orilla oeste del río. Quédate cerca de
la ribera si crees que vas a perderte.
—No puedo perderme. —Señalé arriba, al firmamento estrellado, donde
las constelaciones esperaban para guiarme—. Hasta luego.
Aunque todavía no habíamos visto caer la primera nevada, el invierno
ya se había hecho amo y señor de los campos. La tierra crujía bajo mis
pies  a  causa  de  la  escarcha,  y  la  hierba  marchita  y  los  matorrales
desnudos me rozaban los téjanos mientras avanzaba a lo largo de la orilla.
Los pálidos troncos de las hayas sobresalían entre los demás árboles como
rayos en un cielo tormentoso. Al final opté por no alejarme del río, y no
porque me preocupara perderme, sino porque Raquel sí podría estarlo, y si
se había aventurado en esa dirección, tal vez habría intentado encontrar el
río para orientarse.
«No debería haberse alejado del pueblo. Si Raquel ha pasado por aquí,
puede que perderse sea el menor de sus problemas.»
Mi desbocada imaginación,  siempre presta  a concebir el  peor  de los
panoramas  posibles,  se  empeñó  en  bombardearme  con  escenas
horripilantes: Raquel víctima de un atraco a manos de uno de los chicos
del pueblo deseoso de robar a uno de los «niños ricos» del colegio; Raquel
intentando huir de los obreros de la construcción, borrachos, que había
visto en la pizzería y que el miedo había transformado de protectores de
mujeres a violadores;  Raquel superada por  la  tristeza  que la  agobiaba,
entrando en las heladas aguas del río y siendo atraída hacia el fondo por
su poderosa corriente...
Di  un respingo al  oír  un repentino y huidizo ruido por  encima de mi
cabeza, pero solo se trataba de un cuervo que revoloteaba de una rama a
otra. Suspiré aliviada y entonces me fijé en que un poco más allá, hacia el
oeste, había algo brillante entre los matorrales.
Me dirigí hacia allí sin perder tiempo, a la carrera. Iba a abrir la boca
para llamarla, pero la cerré de inmediato sin pronunciar su nombre. Si se
trataba de Raquel, lo averiguaría enseguida. Si no era así, tal vez lo mejor
era no llamar la atención.
Al acercarme, con la respiración entrecortada a causa del esfuerzo, oí la
voz de Raquel, aunque la alegría que hubiera podido sentir al encontrarla
quedó aniquilada por su voz aterrada.
—¡Déjame en paz!
—Eh, pero ¿qué problema hay? —También conocía esa voz. Demasiado 
tranquila,  ligeramente  desdeñosa—.  Te  comportas  como  si  no  nos
hubiéramos visto nunca.

Era Erich. No había ido al pueblo en el autocar de la escuela. Ninguno de
los «típicos» alumnos de Medianoche se acercaba a Riverton. Por lo visto
lo encontraban aburrido o lo más probable es que esperaran impacientes a
que los demás se fueran para poder pasar un rato y comportarse como
eran  en  realidad  sin  tener  que  ocultar  su  verdadera  naturaleza.  Sin
embargo, Erich parecía  estar preocupantemente cerca de su verdadera
naturaleza en esos momentos. Estaba visto que nos había seguido hasta
Riverton con la esperanza de que alguien fuera a dar una vuelta solo. Y
ese alguien había sido Raquel.
—Ya te he dicho que no quiero hablar contigo —insistió Raquel. Estaba
aterrorizada. Normalmente solía dar una imagen de chica dura, pero el
acoso de Erich la había espantado tanto que había perdido todo su arrojo
—. Así que deja de seguirme.
—Te comportas como si fuera un extraño. —Sonrió. Sus dientes blancos
relucieron en la  oscuridad y me recordó las películas de tiburones que
había visto—. Nos sentamos juntos en Biología, Raquel.  ¿Qué problema
hay? ¿Qué crees que voy a hacerte?
Ahora ya sabía qué había ocurrido. Erich la había encontrado sola en la
ciudad y había empezado a seguirla. En vez de esperar en la plaza con los
demás, donde Raquel hubiera tenido que soportar su presencia o tal vez
incluso tener que acabar sentándose con él en el autocar, había intentado
escabullirse.  Y  en esas  había  terminado  alejándose  cada  vez  más  del
centro de Riverton y,  al  final,  había  salido del  pueblo.  A esas  alturas
Raquel debía de saber que había cometido un error, pero para entonces
Erich ya la tenía donde él quería y a solas. A pesar de lo fría que era la
noche, Raquel había recorrido casi tres kilómetros en dirección al colegio,
y me sentí henchida de orgullo por su coraje y tozudez.
De acuerdo,  también  había  sido  una  tontería,  pero  Raquel  no  tenía
razones por las que temer que uno de sus compañeros de clase quisiera
matarla.
—¿Sabes qué? Tengo hambre —dijo Erich con toda naturalidad.
Raquel  palideció.  Era  imposible  que  ella  supiera  a  qué  estaba 
refiriéndose en realidad,  pero sintió  lo  mismo que yo:  lo  que hasta el
momento  no  había  pasado  de  una  provocación  estaba  a  punto  de
convertirse  en  algo  más.  La  energía  potencial  que  fluía  entre  ellos
empezaba a transformarse en energía cinética.
—Me voy —dijo Raquel.
—Ya veremos si te vas —contestó él.
—¡Eh! —grité con todas mis fuerzas.
Ambos se  volvieron en redondo hacia  mí y  una expresión  de alivio 
apareció en el rostro de Raquel al instante.
—¡Miley!
—Esto no es asunto tuyo —me espetó Erich—. Lárgate.

No podía creerlo.  Se suponía que sería él quien se largaría en cuanto
comprendiera que lo habían pillado con las manos en la masa, pero estaba
visto que no iba a ser así.  En otras circunstancias,  ese hubiera sido el
momento en que yo habría empezado a acobardarme, pero esta vez no.
Sentí que la adrenalina corría por mis venas, pero en vez de notar frío o
ponerme a temblar, mis músculos se tensaron como cuando estás a punto
de participar en una carrera. Mi olfato se agudizó y percibí el sudor de
Raquel, la loción barata para después del afeitado de Erich, incluso el pelo
de los  ratoncitos entre las  hierbas.  Tragué saliva y mi lengua rozó los
incisivos, que crecían lentamente a causa de la tensión.
«Empezarás a reaccionar como un vampiro», me había dicho mi madre.
Aquello formaba parte de lo que había querido decirme.
—No soy yo la que va a irse, sino tú.
Me dirigí hacia ellos y Raquel se acercó a mí tambaleante, demasiado 
temblorosa para poder correr.
Erich frunció el ceño,  irritado.  Parecía un niño malhumorado al que le 
hubieran negado una golosina después del colegio.
—¿Qué pasa, acaso tú eres la única que puede saltarse las normas?
—¿Saltarse  las  normas?  —preguntó  Raquel,  confundida,  con  voz 
rayando en la histeria—. Miley, ¿de qué está hablando? ¿Por qué no nos
vamos de aquí?
Palidecí. Erich esbozó una sonrisilla desdeñosa y en ese momento sentí
la amenaza: estaba a punto de decirle a Raquel quiénes y qué éramos. Si
Erich revelaba el  secreto de Medianoche y convencía a Raquel de que
éramos  vampiros  —y por  las  anteriores  sospechas  de  Raquel  estaba
bastante segura de que no le sería difícil conseguirlo—, ella intentaría salir
huyendo para alejarse de ambos y eso le ofrecería a Erich una magnífica
oportunidad para atacarla. Después él incluso podía alegar que lo había
hecho para borrarle la memoria. Tal vez podría intentar detenerlo gracias
al instinto luchador que sentía agudizándose dentro de mí, pero todavía no
era un vampiro por completo. Erich era más fuerte y más rápido que yo.
Me  vencería  y  se  abalanzaría  sobre  Raquel.  Y  estaba  a  un  paso  de
conseguirlo, solo le bastaban un par de palabras.
—Se lo diré a la señora Bethany —dije sin pensarlo.
La sonrisa zalamera de Erich fue desdibujándose poco a poco de su 
rostro. Incluso él sabía lo poco sensato que era tener a la señora Bethany
en  contra,  sobre  todo  después  de  los  discursos  grandilocuentes  de la
directora acerca de la necesidad de mantener a los alumnos humanos a
salvo para proteger la escuela. No, a la señora Bethany no iba a gustarle
nada de nada la actitud de Erich.
—Ni se te ocurra —dijo Erich—. Déjalo ya, ¿vale?
—Déjalo tú. Largo de aquí. Vete.
Erich fulminó a Raquel con la mirada y luego se adentró en el bosque 
con paso airado, solo.



5 comentarios:

amorciegoniley dijo...

ahh ese erich ahh ya me dejo a la patada

angela dijo...

que que que!!! ahh no me lo creiii

melani dijo...

tan malosa eres que no la soigues ahh siguela prontoo

Anónimo dijo...

hermoso el capitulo ya leo el que sigue

Ammi dijo...

ahhh grr en este capi hise corajes grrr