lunes, 9 de julio de 2012
at dusk niley- capitulo 35
—¡Miley!
Raquel se abrió camino con paso inestable entre las últimas ramas que
se interponían entre nosotras. Me pasé la lengua por los dientes
rápidamente, intentando calmarme para volver a parecerme y a
comportarme como una humana.
—Dios, pero ¿qué le pasa a ese tío?
—Que es un capullo.
Cierto, aunque no fuera toda la verdad. Raquel se abrazó a mí con
fuerza.
—Que busca... Que se comporta como si... Por favor. Vale. Venga.
Entrecerré los ojos para escrutar en la oscuridad y asegurarme de que
Erich se alejaba de verdad. Sus pasos se habían perdido en la distancia y
ya no se veía su abrigo de color claro. Se había ido, al menos por el
momento, aunque no me fiaba de él.
—Vamos, daremos un rápido rodeo.
Raquel me siguió de vuelta al río, demasiado aturdida para preguntar.
Solo tuvimos que andar medio kilómetro antes de dar con un pequeño
puente de piedra. Hacía mucho tiempo que no se utilizaba y alguna de las
piedras estaba suelta, pero Raquel no se quejó ni hizo preguntas mientras
cruzábamos al otro lado.
Erich podía cruzar el río si quería, pero su aversión natural al agua en
movimiento junto con el temor reverencial que le infundía la señora
Bethany casi seguro que serían suficientes para mantenernos a salvo.
—¿Cómo estás? —le pregunté ya en la otra orilla.
—Bien. Estoy bien.
—Raquel, dime la verdad. Erich te siguió hasta el bosque y... ¡Pero si
todavía estás temblando!
—¡Estoy bien! —insistió Raquel, casi chillando. Tenía la piel sudorosa.
Nos miramos fijamente y en silencio por unos instantes y luego añadió en
un susurro—: Miley, por favor. No me ha tocado. Estoy bien.
Algún día Raquel estaría preparada para hablar de aquello, pero no esa
noche. Esa noche necesitaba alejarse de allí y cuanto antes mejor.
—Muy bien, volvamos a la escuela.
—Quién iba a decirme que algún día me alegraría de volver a
Medianoche. —Su risa sonó ligeramente entrecortada. Empezamos a
caminar, pero se detuvo enseguida—. ¿No vas a llamar a nadie? A la
policía, a los profesores, no sé, a alguien...
—Se lo diremos a la señora Bethany en cuanto lleguemos.
—Podría intentar llamar desde aquí. Tengo el móvil... En la ciudad
funcionaba...
—Ya no estamos en la ciudad. Sabes que aquí no hay cobertura.
—Es increíble. —Temblaba con tanta violencia que hasta le castañeaban
los dientes—. ¿Por qué esas brujas ricas no hacen que sus mamás y sus
papás pongan un repetidor?
«Porque la mayoría de ellos todavía siguen sin acostumbrarse a los
fijos», pensé.
—Vamos, anda.
No me permitió pasarle el brazo por encima de los hombros por el
camino que nos alejaba del bosque helado, y no dejó de retorcer una y
otra vez su pulsera de cuero.
Esa noche fui a ver a la señora Bethany a la oficina de la cochera
después de que Raquel se fuera a la cama. Teniendo en cuenta la actitud
desdeñosa con que solía tratarme, asumí que dudaría de mi palabra, pero
no fue así.
—Nos ocuparemos del asunto —dijo—. Puede retirarse.
Vacilé unos segundos.
—¿Eso es todo?
—¿Cree que debería dejarle decidir su castigo? ¿Puede que incluso
deseara imponérselo usted? —Enarcó una ceja—. Sé cómo mantener la
disciplina en mi propia escuela, señorita Olivier. ¿O le gustaría escribir otro
trabajo como recordatorio?
—Me refería a qué vamos a decirle a la gente. Querrán saber qué le
ocurrió a Raquel. —Estaba imaginándome el bello rostro de Nick
volviendo a cuestionarse si no ocurriría nada extraño en Medianoche—.
Raquel le dirá a la gente que fue Erich. Solo habría que decir que le estaba
gastando una broma o algo por el estilo, ¿no?
—Eso parece razonable. —¿Por qué tenía la sensación de que le divertía
la situación? Comprendí la razón cuando la señora Bethany añadió—: Está
convirtiéndose en toda una maestra del engaño, señorita Olivier. Por fin
progresamos.
Lo que más temía era que tuviera razón.
L
a primera nevada del invierno fue una decepción para todos: apenas
cuatro centímetros que dieron lo justo para fundirse, convertirse en
hielo y volver las aceras resbaladizas. Las laderas tenían un aspecto
moteado y triste, y los montes, amarillentos y parduzcos, estaban
salpicados de montoncitos de nieve medio derretida. Al otro lado de la
ventana del dormitorio de la torre, perlas de agua helada rociaban las
escamas y las alas de la gárgola. Ni siquiera había suficiente nieve para
salir a jugar o para disfrutar de su contemplación.
—Pues a mí me parece perfecto —dijo Patrice, poniéndose una bufanda
de color verde fosforescente alrededor del cuello con destreza—. Me gusta
que haga un poco de sol.
—Ahora que ya puedes volver a salir a tomarlo, te refieres.
La obsesión de Patrice y todos los demás de hacer «dieta» antes del
Baile de otoño había sido muy frustrante. Como todos los vampiros que se
negaban a beber sangre, estaban cada vez más esqueléticos... y más
vampíricos. Courtney y su corte de admiradores se habían mantenido
alejados del sol, algo de lo que no ha de preocuparse un vampiro bien
alimentado, pero que resulta muy doloroso para uno famélico. Había
tenido que tragarme horas enteras viendo cómo Patrice se paseaba
delante del espejo intentando verse mientras su reflejo, rayando en la
invisibilidad, se desvanecía con el paso del tiempo. También me había
parecido que se comportaban con mayor crueldad, pero con esa gente
nunca se podía estar seguro.
Patrice sabía a qué me refería y sacudió la cabeza, exasperada conmigo.
—Estoy bien desde el día del baile. ¡Valió la pena pasar unas cuantas
semanas apretándose el cinturón y manteniéndose a la sombra! Tarde o
temprano tú también descubrirás el valor del sacrificio. —Al sonreír, se le
formaron unos hoyuelos en sus rechonchas mejillas—. Aunque va a ser
difícil mientras Nick esté por aquí rondando, ¿no?
Estuvimos riendo un buen rato de uno de los pocos temas que
compartíamos y sobre los que bromeábamos. Me alegraba que nos
lleváramos tan bien en general porque, entre el problema de Raquel y que
se acercaban los exámenes, necesitaba el mínimo estrés posible en mí
vida.
Los finales fueron increíbles. Ya me lo esperaba, pero no por eso los
exámenes de la señora Bethany se hicieron solos ni el de trigonometría
resultó más fácil. Mi madre demostró una veta sádica desconocida hasta el
momento al guardar celosamente cualquier cosa que hubiera mencionado
en clase, aunque al menos un pequeño balanceo sobre los talones había
revelado con antelación el ejercicio que más puntuaba, el trabajo sobre el
Compromiso de Missouri. Espero que eso signifique que a Balthazar le está
yendo bien, pensé mientras escribía tan rápido que acabó entrándome
rampa en la mano. Solo esperaba que a mí me fuera al menos la mitad de
bien que a él.
Me volqué por completo en el estudio durante las semanas finales, y no
solo por la dureza de los exámenes, sino también porque el trabajo me
servía de distracción. Hacer que Raquel repasara conmigo constantemente
la ayudó a dejar de pensar en lo que había estado a punto de suceder en
el bosque. Aunque también contribuyó que la señora Bethany amonestara
a Erich, lo que se traducía en que él se pasaba prácticamente todo el
tiempo libre que tenía fregando los pasillos y mirándome con odio siempre
que se le presentaba la ocasión.
—No me fío de ese tío —dijo Nick en una ocasión, al pasar por su lado.
—Sois incompatibles.
Y no mentía, aunque conocía razones mucho mejores para no confiar en
Erich.
A pesar de nuestros esfuerzos por tener a Raquel entretenida, la
angustia no la abandonaba. El acoso de Erich había multiplicado los
miedos que ella hubiera albergado desde siempre en su interior. Las
oscuras ojeras bajo sus ojos revelaban que Raquel no era capaz de
conciliar el sueño por la noche y un día apareció en la biblioteca con el
pelo recién cortado... a tajos. Era obvio que se lo había hecho ella y no con
demasiada maña.
—¿Sabes? En mi pueblo solía cortarle el pelo a mis amigos... —dije,
tratando de ser diplomática y apartando los libros a un lado para que
pudiera sentarse junto a mí.
—Ya sé que llevo un peinado muy cutre. —Raquel ni siquiera me miró al
dejar la bolsa en el suelo con un golpe sordo—. Y no, no quiero que ni tú ni
nadie intente arreglarlo. Espero que parezca cutre, igual así dejará de
mirarme.
—¿Quién? ¿Erich? —preguntó Nick , poniéndose tenso de inmediato.
Raquel se derrumbó en su silla.
—¿Quién crees tú? Pues claro que Erich.
Hasta ese momento, no me había dado cuenta de que yo no era a la
única a la que Erich miraba fijamente. Lo había interrumpido en medio de
una cacería, decidido a beber la sangre de Raquel y tal vez... Tal vez
incluso a hacerle daño. Según lo que me habían contado mis padres, la
mayoría de los vampiros no mataban nunca. ¿Sería Erich la excepción que
confirmaba la regla?
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5 comentarios:
el confimaba la regla ahhh ya ya voy con el siguientee ahh
ahh por que por que ahhhh o.0 capitulo raro? naah hermosoo
si sii siguekla ahhh ahh ahhh
cuando nick lo mira fijamente da nervios oorgg
waoooo wooo
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