En
el coche ninguno de los dos habló. Afortunadamente, el trayecto no duró mucho;
las termas romanas de Bath estaban sólo a diez minutos y, una vez allí, la
logística de buscar aparcamiento, comprar las entradas y recoger la guía los
tuvo ocupados. Tras pasar la puerta principal, Miley se quedó paralizada. Había
leído mucho sobre las termas romanas y estaba harta de ver las reposiciones de Yo, Claudio por televisión, pero el impacto de estar
delante de aquellas magníficas ruinas fue muy grande. Como no se movía, Nick le
colocó una mano sobre el hombro para empujarla, pero tras lograr que
reaccionara, decidió dejar la mano allí. A Miley no parecía importarle, y a él
le gustaba caminar con ella tan pegada a su cuerpo.
—Es
precioso —balbuceó ella mirando el claustro principal, con la piscina llena de
agua. Tan pronto como los dedos de Nick empezaron a acariciar descuidadamente
su hombro y, casi sin querer, la parte exterior de su clavícula, sintió cómo se
le hacía un nudo en el estómago—. ¿Te das cuenta?, parecen vivas.
—¿Vivas?
—preguntó Nick notando cómo una especie de calor le subía por los dedos de la
mano hacia el cuello y le anidaba en el pecho. Era como si el muro que había
construido en su interior empezara a agrietarse.
—Sí,
vivas, las piedras, las columnas, parecen vivas; como si quisieran contarnos
algo. Como si fuera importante que siguieran aquí para hablarnos, para
escucharnos, como si, no sé. Como si todo tuviera algún sentido. ¿Lo entiendes?
—No,
Agui, no lo entiendo, pero no importa.
Nick
no apartó la mano, y caminando uno al lado del otro empezaron la visita.
Pasaron por los baños secundarios, por el baño del rey, tiraron monedas en la
piscina circular y acabaron la visita en la tienda de souvenirs.
—¿Sabes
que Bath se llamaba Aquae Sulis en la época de los
romanos?
Nick
rompió así el silencio que se había instalado entre ellos desde hacía rato. No
lo hizo porque fuera un silencio incómodo, sino todo lo contrario, y como eso
lo aterrorizaba, intentó volver a la situación inicial. Empezó a contarle la
historia romana de Bath y fue apartando la mano despacio. Miley lo escuchó con
atención, pero no porque le interesara enormemente lo que estaba diciendo, sino
porque intentaba entender cómo hacía ese hombre para alterarla de ese modo.
Habían pasado dos horas mágicas. Miley había recorrido casi la mitad de las
ruinas con el brazo de él sobre su hombro; y recordaba lo bastante de los
hombres como para reconocer cuándo uno se sentía atraído por ella. Y ahora,
allí estaba él, contándole la historia de Bath como si fuera un presentador de National Geographic.
—¿Qué
te ha parecido? ¿Te ha gustado la visita? —preguntó Nick al final de su clase
magistral.
—Sí,
mucho. —Aunque lo que más le había gustado a Miley había sido que, durante un
rato, Nick había sonreído, recordándole al chico de todos aquellos veranos—. Me
gustaría comprarme una postal, ya sabes, no dejo de ser una turista. ¿Te
importaría? —Miley le sonrió.
—No,
sólo que no tenemos mucho tiempo. Compra la que quieras y luego iremos a
recoger a Nana para salir a cenar. ¿Te apetece eso o prefieres quedarte en
casa?
—No,
no. Lo de la cena suena genial. Así podré sonsacar a tu abuela sobre tus
aventuras de adolescente. Seguro que fuiste tan malo como Guillermo —dijo ella
sonriéndole de nuevo.
Su
sonrisa era fulminante. Cada vez que Nick la veía, tenía ganas de besarla, y
como esa opción estaba descartada, optó por ser seco. Así aprendería a no
utilizarla con él.
—Te
espero en el coche —le espetó, y salió del museo dejando a Miley aún más
estupefacta que antes.
Escogió
dos postales, una del baño principal, con las columnas rodeando el agua a la
luz del atardecer, y otra que era una reproducción de la antigua ciudad romana
en la que en un mosaico se podía leer «Aquae Sulis»,
y se dirigió hacia el coche, que ya estaba en marcha.
Llevaban
sólo un par de minutos circulando cuando Miley se durmió. Había sido un día
largo, y la noche anterior tampoco había dormido mucho; demasiadas emociones.
Al verla dormida, Nick se relajó; ya no sabía cómo actuar. A lo largo del día
había pasado por diferentes fases, seguro que parecía un lunático. Había momentos
en que pensaba que podía tratarla como a una hermana, pero cuando su vista se
desviaba hacia sus labios, se le aceleraba el pulso y se moría de ganas de
hacer algo al respecto. Luego se acordaba de cómo había mirado esa foto de él
con Nana, y pensaba que eso era imposible. Una mujer como Miley se merecía algo
mejor. Por no hablar de lo que le haría Guillermo si le hacía daño a su
hermana. El peor momento del día había sido, sin duda alguna, cuando su abuela
le había dicho que ella era «ella». Maldita Nana. Se había olvidado de que su
abuela tenía una memoria de elefante, y de que hacía años, en un momento de
locura, le había contado la fascinación que sentía por la hermana de su mejor
amigo. Sin duda, la CIA podría aprender de las técnicas de interrogatorio de
Nana. Por suerte, esa fascinación infantil ya no existía, y Miley nunca se
había dado cuenta de nada. Ahora, lo único que pasaba era que estaba cansado,
tenía demasiado trabajo y necesitaba dormir.
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