Nick, Miley y Nana
fueron a cenar a un bullicioso restaurante situado en un edificio antiguo del
casco histórico de la ciudad. La cena fue muy agradable, Nana le contó a Miley
un par de travesuras que Nick había cometido de niño y logró que Nick se
relajara y se sonrojara. A cambio, Miley le contó las trastadas que él y su
hermano mayor habían hecho durante los veranos que pasaron juntos en España. Nick
se sonrojó aún más, pero en un par de ocasiones se rió a carcajadas.
—Hacía tiempo que no
te veía tan contento —señaló Nana.
—No exageres —respondió
él un poco a la defensiva.
—No exagero. Ya no me
acordaba de que cuando sonríes se te marcan hoyuelos. —Su abuela le acarició
cariñosa la mejilla.
—Yo nunca podría
olvidarlo. —Al darse cuenta de que lo había dicho en voz alta, Miley se puso un
poco nerviosa.
—¿Te ha gustado la
visita a las termas? —le preguntó Nana a Miley guiñándole el ojo y fingiendo no
haber oído ese último comentario.
—Sí, mucho —contestó
ella sin mirar a Nick, que parecía un poco confuso—. Es impresionante que los
romanos levantaran todo eso hace tantos siglos. Seguro que las construcciones
de hoy en día no aguantarían lo que han resistido esas piedras.
—Seguro que no
—comentó Nick, que ya se había recuperado.
—Bueno, niños,
deberíamos pedir la cuenta e irnos a casa. Yo ya no tengo edad para estos
trotes.
Nick hizo un gesto al
camarero y, antes de que ninguna de las dos pudiera rechistar, pagó la cuenta.
Fueron paseando hasta casa de Nana. La noche era muy cálida para ser sólo
principios de primavera, y habían decidido ir a pie hasta el restaurante.
—Nick, no sé si te lo
había comentado, pero estoy repintando la habitación que da al jardín, así que Miley
y tú tendréis que compartir tu habitación.
—¿Qué? —preguntaron al
unísono los dos afectados.
—No te preocupes, tu
habitación tiene dos camas, y supongo que no os molestará; al fin y al cabo
sois casi hermanos —añadió Nana con picardía. Estaba convencida de que si no le
daba un empujoncito, su nieto nunca acabaría de decidirse.
—No, en absoluto
—contestó Miley sin levantar la vista del suelo—. Pero yo puedo dormir en
cualquier lado, incluso en el sofá.
—No digas tonterías
—la riñó Nick—. Si alguien tiene que dormir en el sofá seré yo. Tú pareces
cansada, y necesitas dormir.
—No voy a permitir que
duermas en el sofá. ¡Tú mides casi dos metros, y ese sofá apenas tendrá un
metro y medio! —Miley levantó la vista, pero no miró a Nick.
—No mido dos metros y
si digo que voy a dormir en el sofá, es que voy a dormir en el sofá. —Nick se
detuvo en medio de la calle.
—Niños, niños. —Nana
intentó disimular la sonrisa que dibujaban sus labios—. No discutáis. Los dos
podéis dormir en una cama. Lo único que tenéis que compartir es la habitación,
nada más. Ni que eso os obligara a contraer matrimonio.
—Tienes razón, Nana.
Discúlpame, Miley. —Nick se pasó la mano por el pelo—. Supongo que yo también
estoy cansado.
—No, perdóname tú
—dijo Miley avergonzada—. Supongo que he leído demasiados libros románticos de
época —añadió, en un intento de aligerar la situación.
Nana sonrió e
intervino de nuevo:
—Bueno, como ya está
solucionado, no veo ningún inconveniente para que no continuemos. Tengo ganas
de acostarme; yo, a mi edad, necesito mis horas de sueño.
Dicho eso, los tres
echaron a andar y, pasados pocos minutos, llegaron a casa. Nana les dio las
buenas noches y se fue a su habitación. Miley y Nick se quedaron solos,
mirándose el uno al otro sin saber qué decir. Al final, fue Nick quien rompió
el silencio:
—Ponte el pijama y
acuéstate, yo aún no tengo sueño. —Pero el bostezo que no pudo controlar lo
traicionó—. Me quedaré aquí, leyendo un rato.
—No seas terco —dijo Miley—.
Me pongo el pijama en el baño y los dos nos acostamos. Vamos, te prometo que tu
virtud no corre ningún peligro conmigo.
Le sonrió y se dirigió
a la habitación para coger sus cosas y cambiarse.
—Pero la tuya sí corre
peligro conmigo —susurró Nick para sí mismo, y no pudo evitar preguntarse qué
le estaba pasando. A él no solían gustarle las chicas dulces, con sonrisas que
hacen que tiemblen las piernas y ojos negros capaces de engullirlo a uno. Nick
hizo un esfuerzo por recordar que Miley era la hermana de su mejor amigo, y que
Guillermo era cinturón negro de un montón de artes marciales. Con Miley no se
jugaba.
Finalizado su auto
sermón, se frotó la cara con las manos y se dirigió al dormitorio.
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