Nick le enseñó la habitación que iba a
ocupar durante los seis meses. Era una habitación pequeña que seguro que él
había estado utilizando como trastero, pero la cama era preciosa, y las sábanas
combinaban con las cortinas que cubrían una ventana que daba a un pequeño
jardín interior.
Miley lo miró sorprendida.
—Lo escogió Silvia —dijo Nick
contestando a la muda pregunta que ella le había formulado con los ojos—. La
mujer de Sam, el director de la revista.
—Dale las gracias de mi parte y dile
que tiene muy buen gusto. —Miley se sentó en la cama. Era muy cómoda.
—Se lo podrás decir tú misma. Ellos
también están impacientes por conocerte. —Nick se pasó las manos por el pelo—.
Voy a salir a comprar, ¿te apetece algo en particular?
—Lo mismo que tú estará bien. —Miley
hizo el gesto de coger su bolso pero la mano de Nick se cerró encima de la de
ella.
—Espero que fueras a coger el móvil,
porque si ibas a darme dinero tendré que adoptar medidas drásticas.
Volvió a guiñarle el ojo mientras con
el pulgar le acariciaba el interior de la muñeca.
—¿Cómo de drásticas? —No podía creer
que acabara de decir eso. ¿Cuándo había aprendido a flirtear?
Nick la soltó y se apartó de ella.
—No lo sé, pero seguro que se me
ocurriría algo.
______
Miley se despertó desorientada. ¿Dónde estaba? Se levantó para
ir al baño y, cuando se tropezó con su maleta, se acordó.
Londres. Nick.
Bueno, tenía que ducharse, cepillarse los dientes e intentar
disimular las ojeras que seguro tenía. Sus dos hermanas, Martina y Helena, se
despertaban siempre frescas como una rosa, herencia de su abuela materna. Pero
lo único que Miley había heredado de su abuela era su afición al chocolate. La
genética tiene un extraño sentido del humor. Abrió la maleta y rebuscó entre su
ropa hasta encontrar el neceser; cogió lo que necesitaba y se dirigió al baño.
Cuando abrió la puerta, se despertó de golpe.
—Buenos días. ¿Has dormido bien?
Nick estaba de pie delante del espejo, afeitándose, recién
duchado. Llevaba únicamente una toalla atada a la cintura. Por la mente de Miley
empezaron a desfilar imágenes de anuncios de colonias, de 9
semanas y media y de Dirty Dancing. Tenía que
contestar algo, pero con aquellas gotas de agua que resbalaban por la espalda
de Nick reclamando su atención no tenía ni idea de lo que él le había
preguntado. Ante la duda, optó por lo seguro, no contestar nada.
—Buenos días. Iba a ducharme. Volveré más tarde —dijo ella
dándose ya media vuelta.
—No te preocupes, yo ya me iba. Pasa. Entra y dúchate tranquila
mientras yo preparo el desayuno. ¿De acuerdo?
Nick se echó agua en la cara, cerró el grifo y salió sin esperar
a que Miley le contestara.
«Miley, tienes que serenarte —pensó ella para sí misma—. Martina
y Helena tienen razón, hace demasiado tiempo que no sales con chicos; basta con
que veas a uno medio desnudo para que no sepas ni caminar. Claro está que el
espécimen que tienes delante es extraordinario. Menuda espalda, eso debería
estar prohibido. En fin, lo mejor que puedes hacer es ducharte.»
Mientras seguía aleccionándose a media voz, se fue desnudando, y
sólo calló para abrir el agua. Tenía que hacer un esfuerzo y tratar a Nick como
si fuera su hermano. Lo conocía desde pequeña y ahora ya no era una
adolescente; era perfectamente capaz de controlar la atracción que sentía por
él. Tampoco había para tanto, seguro que durante aquellos meses conocería a
alguien y ella y Nick sólo serían amigos.
Nick se
vistió, ¿estaba hablando sola? Sonrió. Según Guillermo, Miley solía hacerlo a
menudo. Aún se acordaba de un día de verano en que la oyó sermonearse durante
horas por haber comido demasiado helado. Ante el recuerdo, sus labios esbozaron
una sonrisa, y se dirigió hacia la cocina. Buscó la tetera, dos tazas y preparó
unas tostadas; debería tener naranjas, pero estaba convencido de que en algún
lugar había zumo, así que empezó a abrir los armarios de la cocina. Como era
sábado y no tenían que trabajar, Nick pensó que podrían aprovechar el día para
que Miley conociera un poco la zona o, si ella lo prefería, podían ir a Bath, a
visitar a su abuela, y quedarse allí hasta el domingo. Sí, ése era un buen
plan, llamaría a Nana en seguida. Se dio la vuelta tan rápido que chocó de
frente con su invitada.
—Lo siento, no te había visto.
—No pasa nada. —Aún un poco nerviosa, se puso las manos en los
bolsillos—. ¿Has preparado el desayuno?
Ahora que se había vestido, ya se veía capacitada para hablar
con él. Se había duchado en un tiempo récord, y se había puesto sus vaqueros
favoritos y un jersey ajustado negro, de lana muy fina. Siempre que llevaba ese
jersey se sentía muy atractiva, era ceñido donde tenía que serlo y, citando a
Marc, su terrible hermano: «Es una de esas prendas que hacen que un hombre se
pregunte qué hay debajo». Se había secado el pelo y pintado un poco; si tenía
que ir a la guerra, tenía que equiparse, ¿no? Lo único que desestimó antes de
salir de la habitación fueron las botas, no quería parecer demasiado arreglada,
así que optó por dejarse puestas las zapatillas.
—Nick, ¿quieres que te ayude? —Vio que él se movía por la cocina
como si buscara algo.
—Lo siento, estoy buscando mi teléfono móvil, ¿dónde lo habré
dejado? —contestó él levantando los cojines del sofá, desplazando así la
búsqueda hacia la sala de estar.
—Está aquí, junto a la tostadora. —Miley lo cogió y se lo
entregó ante el asombro de su dueño.
—Gracias, he debido de dejarlo ahí cuando preparaba el desayuno.
—Nick no estaba acostumbrado a olvidar dónde dejaba las cosas, siempre sabía
dónde estaba todo y nunca era desordenado.
Pero esa mañana no era él mismo; no había logrado recuperarse de
la visita de Miley al cuarto de baño. No sabía si ella se había dado cuenta,
pero ver cómo sus ojos le recorrían la espalda le había provocado una reacción
más que evidente y, al contar sólo con la protección de una toalla, había
decidido salir de allí corriendo.
Miley tenía los ojos negros. Nick no conocía a nadie más con ese
color de ojos. Eran impresionantes, y cada vez que él se topaba con esa mirada,
su infrautilizado corazón daba un vuelco; tenía la sensación de que ella podía
ver todos sus secretos. Pero si el único problema fueran sus ojos, quizá podría
evitar reaccionar ante su presencia. Por desgracia, esa sonrisa tan pícara y
esa melena rebelde que se empeñaba en taparle la cara, también le resultaban
muy difíciles de resistir. Miley no se parecía en nada a las mujeres que a él
solían gustarle. Más bien era todo lo contrario; no muy alta, delgada y con las
piernas más increíbles que había visto jamás. Llevaba el pelo a la altura de
los hombros y su color, un castaño cobrizo, distaba mucho del de las rubias con
las que él acostumbraba a salir. Nick no lograba identificar qué era lo que
tanto lo atraía de ella, pero sabía que no iba a hacer nada al respecto.
Llamaría a Michael, saldrían y así Miley podría conocer a más gente y ya no
dependería tanto de él. Con lo simpática que era, seguro que pronto tendría
muchos más amigos que él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario