Nick conducía con la mirada fija en la carretera, totalmente
concentrado en la conducción, pues eso era lo único que se le ocurría para
controlar las ganas de parar el coche y abrazar a Miley. No podía ver llorar a
nadie, pero si encima era alguien con los ojos y la mirada de un ángel, le
resultaba realmente insoportable. Además, si era sincero consigo mismo,
abrazarla no era lo único que quería hacer. Tenía que distraerse con lo que
fuera, porque conducir empezaba a dejar de tener efecto, así que optó por
hablar:
—¿Has estado alguna vez en Bath? —No era una pregunta muy
original, pero era la primera que se le había ocurrido
—¿Eh? No, nunca. Cuando estuve en Londres estudiando, quise ir,
pero ya sabes, el tiempo pasa tan rápido —respondió Miley sin dejar de mirar el
paisaje—. ¿Vas a menudo a ver a tu abuela?
—No, la verdad es que no; intento ir siempre que puedo, pero...
supongo que no es muy a menudo. Siempre pienso que tendré tiempo más adelante,
y eso, por desgracia, casi nunca es así. —Nick se quedó pensativo, como si
tuviera miedo de acabar la frase.
—¿Lo dices por tu padre? Guillermo me contó lo de su muerte. Lo
siento. —Miley volvió la cabeza para intentar ver la reacción de Nick.
—Gracias. Hace ya mucho tiempo, no merece la pena que te preocupes
por eso. —Nick soltó el aliento—. No, no lo decía por mi padre o, bueno, quizá
sí. —Carraspeó incómodo—. Bien, ya estamos llegando. Si miras a tu izquierda,
creo que podrás ver la abadía, al lado están las termas romanas. Si Nana nos
deja, tal vez podríamos ir a visitarlas por la tarde.
Con esta información turística dio por concluida la conversación,
pero durante un segundo, Miley notó que a Nick le dolía hablar sobre su
padre... y también se dio cuenta de que quería consolarlo, abrazarlo, hacerlo
sonreír. Pero lo peor de todo fue que sintió que el corazón le daba un vuelco y
que los búfalos de su estómago volvían a descontrolarse.
—Vale. Me gustaría ir, si no es problema.
Miley decidió que si él estaba más cómodo dando por concluido el
tema de su padre, ella no iba a forzarlo. Si algo recordaba del Nick de antes
era lo cabezón que podía ser.
—Ningún problema, sólo tenemos que convencer a Nana de que nos
deje en libertad. Ya estamos, ésta es su casa.
Nick aparcó, paró el motor y bajó a abrir la puerta de su
acompañante.
La casa de Nana era uno de esos cottage
de postal, estaba rebosante de flores de temporada, tenía dos pisos y una
entrada preciosa, con un pequeño jardín lleno de rosales y de trastos de
jardinería, y allí, arrodillada entre las plantas, estaba ella. Nana, Whildemia
Trevelyan, era una mujer de unos ochenta años, con una cabellera blanca que se
le escapaba del pañuelo más excéntrico que Miley había visto jamás. Era delgada
y bajita, pequeña, pero la primera imagen que acudió a la mente de Agui fue que
le recordaba a un dragón.
—Malditas tijeras, sabía que tenía que comprar otras. Es la última
vez que me dejo engañar por el dependiente; será cretino.
Estas palabras y otras peores empezaron a salir de la boca de la
menuda anciana y así Miley confirmó su primera impresión; era un dragón.
—¡Nana! Recuerda que me prometiste dejar de decir tacos. —La
regañó Nick a la vez que la abrazaba cariñosamente y la levantaba de entre los
rosales.
—¡Nick! No seas bruto, devuélveme al suelo. Así, mucho mejor.
Ahora dame un beso.
—¿Se puede saber qué hacías ahí arrodillada? ¿No recuerdas lo que
te dijo el médico sobre tu artrosis? —Nick intentaba intimidar sin éxito a
Nana, que se volvió para recoger sus utensilios de jardinería para cortar una
rosa—. Y ahora, ¿qué estas haciendo? —Nick empezaba a impacientarse.
—Lo que estoy haciendo ahora, señor maleducado, es cortar una rosa
para dársela a tu amiga, a quien todavía no has tenido la delicadeza de
presentarme.
Al verse introducida en la conversación Miley se ruborizó por
completo en un tiempo récord y se presentó a sí misma:
—Lo siento, señora Trevelyan, soy Miley Martí. Encantada de
conocerla, tiene un jardín precioso. —Alargó la mano para saludarla.
Ante este gesto, Nana sonrió y abrazó sin ningún preámbulo a Miley.
Cuando la soltó, le dio la rosa y la cogió del brazo, encaminándose con ella
hacia la casa.
—No lo sientas, el que debe sentirlo es el bruto de Nick, que no
tiene modales —añadió Nana sonriendo.
—Nana, estoy aquí detrás, puedo oír perfectamente lo que dices
—dijo Nick mientras cerraba la puerta del jardín y seguía a las dos mujeres.
Dentro de la casa el ambiente era aún más acogedor que en el
jardín, todo estaba lleno de libros, fotografías y flores. Había libros en
español, en inglés, de poesía, de ficción, de arte, y las fotos ocupaban los
espacios que quedaban libres. En la pared principal del salón había una
preciosa de una mujer tumbada en la hierba, con un niño durmiendo a su lado; Miley
estaba hipnotizada mirándola cuando notó una mano en su espalda.
—Soy yo. Yo con Nana. —Nick le habló tan cerca que pudo notar cómo
su aliento le rozaba la piel del cuello y empezó a temblar. Se dio media vuelta
tan rápido que tropezó con el pecho de él.
—Perdón —susurró apartándose. Si quería mantener una conversación
coherente, tenía que estar lejos de él—. Es preciosa. ¿Quién la hizo?
Miley volvió a mirar la foto, era muy bonita; se notaba que la
mujer y el niño eran felices y estaban tan relajados que daban ganas de entrar
en ella.
—Nick, cuéntale a Miley la historia de la fotografía mientras yo
preparo un poco de té.
Nana cogió las gafas que había olvidado junto al libro que estaba
leyendo y se dirigió silbando hacia la cocina.
—Esta foto la
hizo mi padre. Creo que fue el último verano que mis padres pasaron juntos.
Fuimos de viaje a Escocia, allí, mi abuelo, el marido de Nana, tenía una casa,
y fue fantástico. Recuerdo las excursiones, las ovejas. Cada tarde, Nana me
convencía de que yo era uno de los caballeros de la Mesa Redonda y jugábamos a
rescatar doncellas. Sólo tenía siete años. Ese día, después de jugar, nos
quedamos los dos dormidos sobre la hierba. Ya está, fin de la historia.
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