sábado, 29 de septiembre de 2012

What A Feeling- Capitulo 8




Nick conducía con la mirada fija en la carretera, totalmente concentrado en la conducción, pues eso era lo único que se le ocurría para controlar las ganas de parar el coche y abrazar a Miley. No podía ver llorar a nadie, pero si encima era alguien con los ojos y la mirada de un ángel, le resultaba realmente insoportable. Además, si era sincero consigo mismo, abrazarla no era lo único que quería hacer. Tenía que distraerse con lo que fuera, porque conducir empezaba a dejar de tener efecto, así que optó por hablar:
—¿Has estado alguna vez en Bath? —No era una pregunta muy original, pero era la primera que se le había ocurrido
—¿Eh? No, nunca. Cuando estuve en Londres estudiando, quise ir, pero ya sabes, el tiempo pasa tan rápido —respondió Miley sin dejar de mirar el paisaje—. ¿Vas a menudo a ver a tu abuela?
—No, la verdad es que no; intento ir siempre que puedo, pero... supongo que no es muy a menudo. Siempre pienso que tendré tiempo más adelante, y eso, por desgracia, casi nunca es así. —Nick se quedó pensativo, como si tuviera miedo de acabar la frase.
—¿Lo dices por tu padre? Guillermo me contó lo de su muerte. Lo siento. —Miley volvió la cabeza para intentar ver la reacción de Nick.
—Gracias. Hace ya mucho tiempo, no merece la pena que te preocupes por eso. —Nick soltó el aliento—. No, no lo decía por mi padre o, bueno, quizá sí. —Carraspeó incómodo—. Bien, ya estamos llegando. Si miras a tu izquierda, creo que podrás ver la abadía, al lado están las termas romanas. Si Nana nos deja, tal vez podríamos ir a visitarlas por la tarde.
Con esta información turística dio por concluida la conversación, pero durante un segundo, Miley notó que a Nick le dolía hablar sobre su padre... y también se dio cuenta de que quería consolarlo, abrazarlo, hacerlo sonreír. Pero lo peor de todo fue que sintió que el corazón le daba un vuelco y que los búfalos de su estómago volvían a descontrolarse.
—Vale. Me gustaría ir, si no es problema.
Miley decidió que si él estaba más cómodo dando por concluido el tema de su padre, ella no iba a forzarlo. Si algo recordaba del Nick de antes era lo cabezón que podía ser.
—Ningún problema, sólo tenemos que convencer a Nana de que nos deje en libertad. Ya estamos, ésta es su casa.
Nick aparcó, paró el motor y bajó a abrir la puerta de su acompañante.


La casa de Nana era uno de esos cottage de postal, estaba rebosante de flores de temporada, tenía dos pisos y una entrada preciosa, con un pequeño jardín lleno de rosales y de trastos de jardinería, y allí, arrodillada entre las plantas, estaba ella. Nana, Whildemia Trevelyan, era una mujer de unos ochenta años, con una cabellera blanca que se le escapaba del pañuelo más excéntrico que Miley había visto jamás. Era delgada y bajita, pequeña, pero la primera imagen que acudió a la mente de Agui fue que le recordaba a un dragón.
—Malditas tijeras, sabía que tenía que comprar otras. Es la última vez que me dejo engañar por el dependiente; será cretino.
Estas palabras y otras peores empezaron a salir de la boca de la menuda anciana y así Miley confirmó su primera impresión; era un dragón.
—¡Nana! Recuerda que me prometiste dejar de decir tacos. —La regañó Nick a la vez que la abrazaba cariñosamente y la levantaba de entre los rosales.
—¡Nick! No seas bruto, devuélveme al suelo. Así, mucho mejor. Ahora dame un beso.
—¿Se puede saber qué hacías ahí arrodillada? ¿No recuerdas lo que te dijo el médico sobre tu artrosis? —Nick intentaba intimidar sin éxito a Nana, que se volvió para recoger sus utensilios de jardinería para cortar una rosa—. Y ahora, ¿qué estas haciendo? —Nick empezaba a impacientarse.
—Lo que estoy haciendo ahora, señor maleducado, es cortar una rosa para dársela a tu amiga, a quien todavía no has tenido la delicadeza de presentarme.
Al verse introducida en la conversación Miley se ruborizó por completo en un tiempo récord y se presentó a sí misma:
—Lo siento, señora Trevelyan, soy Miley Martí. Encantada de conocerla, tiene un jardín precioso. —Alargó la mano para saludarla.
Ante este gesto, Nana sonrió y abrazó sin ningún preámbulo a Miley. Cuando la soltó, le dio la rosa y la cogió del brazo, encaminándose con ella hacia la casa.
—No lo sientas, el que debe sentirlo es el bruto de Nick, que no tiene modales —añadió Nana sonriendo.
—Nana, estoy aquí detrás, puedo oír perfectamente lo que dices —dijo Nick mientras cerraba la puerta del jardín y seguía a las dos mujeres.


Dentro de la casa el ambiente era aún más acogedor que en el jardín, todo estaba lleno de libros, fotografías y flores. Había libros en español, en inglés, de poesía, de ficción, de arte, y las fotos ocupaban los espacios que quedaban libres. En la pared principal del salón había una preciosa de una mujer tumbada en la hierba, con un niño durmiendo a su lado; Miley estaba hipnotizada mirándola cuando notó una mano en su espalda.
—Soy yo. Yo con Nana. —Nick le habló tan cerca que pudo notar cómo su aliento le rozaba la piel del cuello y empezó a temblar. Se dio media vuelta tan rápido que tropezó con el pecho de él.
—Perdón —susurró apartándose. Si quería mantener una conversación coherente, tenía que estar lejos de él—. Es preciosa. ¿Quién la hizo?
Miley volvió a mirar la foto, era muy bonita; se notaba que la mujer y el niño eran felices y estaban tan relajados que daban ganas de entrar en ella.
—Nick, cuéntale a Miley la historia de la fotografía mientras yo preparo un poco de té.
Nana cogió las gafas que había olvidado junto al libro que estaba leyendo y se dirigió silbando hacia la cocina.
—Esta foto la hizo mi padre. Creo que fue el último verano que mis padres pasaron juntos. Fuimos de viaje a Escocia, allí, mi abuelo, el marido de Nana, tenía una casa, y fue fantástico. Recuerdo las excursiones, las ovejas. Cada tarde, Nana me convencía de que yo era uno de los caballeros de la Mesa Redonda y jugábamos a rescatar doncellas. Sólo tenía siete años. Ese día, después de jugar, nos quedamos los dos dormidos sobre la hierba. Ya está, fin de la historia.


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