Londres, tres semanas más tarde
Nick se pasó toda la mañana revisando
los últimos detalles de la edición de esa semana. The
Whiteboard, la revista en la que
trabajaba, empezaba a funcionar.
Había nacido como una pequeña
publicación semanal independiente que contenía tanto artículos políticos como
de economía o sociedad. Pertenecía a un grupo editorial especializado en periódicos
y con The Whiteboard querían abrir una nueva línea de negocio. En un
principio, no habían escatimado recursos, pero si no tenían beneficios pronto,
tampoco dudarían en cerrarla. El director era Sam Abbot, uno de los mejores
periodistas y editores del Reino Unido. Nick llevaba años «soportándolo»; de
hecho, se habían hecho amigos años atrás, cuando Sam lo rescató y le ofreció
trabajo en el periódico que entonces dirigía. Cuando tomó las riendas de la
revista, no dudó en confiarle a Nick el cargo de editor jefe. Al principio, a Nick
le había entusiasmado la idea. Ahora seguía entusiasmándole, pero a menudo
tenía la sensación de que toda su existencia se centraba en esa revista, y si
algo le había enseñado su abuela era que la vida era mucho más que trabajo.
Tenía la sensación de que se le
olvidaba algo, pero no lograba averiguar qué era; ¿llamar a su abuela? No,
había hablado con ella el día anterior, y quedaron en llamarse el sábado.
¿Encontrarse con Jack en el gimnasio? Tampoco. Abrió la agenda del ordenador.
¡¡Mierda!! A las seis de la tarde, la hermana de Guillermo llegaba al
aeropuerto. ¿Qué hora era? Las cinco y media. Se levantó de un salto, cogió el
abrigo y echó a correr. ¡Vaya desastre! Era imposible que llegara a tiempo, el
primer día y ya iba a quedar mal con Miley. ¡Típico de él! Rezó para que el
avión llegara con retraso, pero con la suerte que tenía últimamente, seguro que
incluso se adelantaría.
Miley se despidió de sus padres y de
su hermano mayor —por enésima vez— delante del control de pasaportes. Por
suerte, sus otros hermanos no habían podido ir al aeropuerto, porque si llegan
a estar todos allí, tal vez no habría subido al avión. Cuando por fin se sentó
en su asiento, 22B, pasillo, sacó la libreta y un bolígrafo de su bolso.
Siempre viajaba con una de esas libretas negras. Bueno, la verdad era que
siempre llevaba una en el bolso. A pesar de haber estudiado diseño gráfico y de
ser una enamorada de las nuevas tecnologías, creía que anotar sus pensamientos,
o lo que era lo mismo, sus neuras, en una libreta era mucho más romántico.
En ese momento podría llenar todas las
páginas con las preguntas y los miedos que la inundaban. Una parte de ella
sabía que aceptar ese trabajo en Londres, aunque fuera sólo por seis meses, era
lo mejor que podía hacer; en Barcelona no tenía nada, y era una oportunidad
única de mejorar su currículum. Pero había otra parte de ella que tenía miedo
de los cambios; tenía miedo de no hacer bien ese trabajo, tenía miedo de
haberse equivocado y, sobre todo, tenía miedo de reencontrarse con Nick. ¿Y si
era aún más encantador que de adolescente y ella perdía la cabeza por él de
nuevo? Empezó a escribir todo eso, y cuando la voz del piloto anunció que en
diez minutos iban a aterrizar, se dio cuenta de que la cosa no era tan grave;
no iba a pasar nada.
Seguro que aprendería mucho en el
trabajo, haría nuevos amigos y conocería a fondo una ciudad que siempre le
había encantado. Si las cosas no iban bien, siempre podía regresar. Total,
Londres y Barcelona estaban a dos horas de avión, y había un montón de vuelos
cada día. Esos seis meses no tenían por qué cambiar su vida en absoluto.
Miley descendió del avión sin prisa,
nunca había logrado entender a esa gente que baja corriendo, aun a sabiendas de
que todos van a tener que detenerse en el control de pasaportes. Llegó a la
cinta y vio que su maleta todavía no estaba entre las afortunadas, pero por
suerte no tardó demasiado en aparecer y a eso de las seis y media ya estaba
plantada, esperando en mitad del aeropuerto. Su hermano le había dicho que Nick
iría a buscarla. Ella le dijo que no era necesario, que era perfectamente capaz
de coger un taxi o un autobús y llegar sola al piso de él, pero Guillermo le
había recordado que Nick era su mejor amigo, y que de ningún modo iba a
permitir que su hermana tuviera que hacer todo ese periplo sola. Así que Miley
empezó a observar a todos los hombres de unos treinta años que veía por allí.
No, o Nick había cambiado mucho desde las Navidades o aún no había llegado. Ella
hacía trece años que no le veía, pero su hermano había estado con él en Roma
unos días antes de las fiestas navideñas. Sólo de pensar en esa fotografía de
los dos juntos, Miley se sonrojó. Debería estar prohibido que el primer chico
que te gusta y te ignora se convierta en uno de los hombres más atractivos que
conoces. Pero en fin, seguro que sólo era fotogénico.
Nick llegó a Heathrow exactamente a
las siete. Una hora tarde. No sólo había encontrado tráfico, sino que además
había tenido que pelearse por una plaza de aparcamiento. Se había puesto tan
nervioso, que hasta había empezado a sudar, cosa que en Londres, en esa época
del año, era casi imposible. Para ver si lograba calmarse un poco, se quitó la
corbata, que sólo llevaba los días que tenía reunión, se desabrochó dos botones
de la camisa y corrió hacia la terminal.
Miley llevaba media hora allí de pie,
sin rastro de Nick, y al final decidió sentarse; le dolía un poco la espalda de
arrastrar la maleta. Además, así podría buscar el móvil para llamarlo y decirle
que ya había llegado. Tal vez estuviera esperándola en otra terminal. Pero al
llegar al banco que había junto a una de las puertas automáticas se quedó
paralizada. ¿Aquel chico que se pasaba las manos por el pelo e intentaba
recuperar la respiración era Nick? Imposible. Su teoría de la fotogenia se
desmoronó por completo y Miley tuvo que hacer un esfuerzo por recordarse que
tenía veintiséis años, no trece.
—¿Nick?
Él se dio la vuelta y a Miley se le
cortó la respiración.
—¿Miley? ¿Eres tú?
Ella tardó unos segundos en contestar.
Su mente no paraba de repetirle: tranquila, imagina que estás hablando con
Guillermo. Pero le fue imposible. Miley siempre había pensado que, si volvía a
verlo, sentiría como un revoloteo de mariposas en el estómago, pero en eso
también se había equivocado. ¿Mariposas? Era como tener una estampida de
búfalos en su interior. Se acordaba de que Nick tenía los ojos verdes, pero se
había olvidado de lo impactantes que eran, con esas vetas doradas en el iris. Era
mucho más alto que ella, seguro que llegaba al metro noventa, como Guillermo, y
tenía los hombros más anchos que había visto nunca, al menos tan de cerca. Se
acordó de que su hermano le había dicho que Nick practicaba remo y en ese
instante dio gracias al inventor de ese extraño deporte; Nick tenía los brazos
y la espalda más sexys del mundo. Miley decidió que lo mejor sería apartar la
mirada de aquellos pectorales, pero eso tampoco ayudó mucho, pues el estómago y
las piernas eran igual de impresionantes. Hizo un esfuerzo por controlar la
estampida que corría desbocada por su interior y levantó la vista. Nick seguía
pasándose la mano por el pelo y le consoló ver que éste continuaba igual;
todavía lo tenía de aquel color castaño miel, como entonces, cuando, al
llevarlo demasiado largo, un mechón rebelde le caía sobre los ojos. Ahora lo
llevaba corto, pero ese mechón seguía incordiándole. Sonrió, y cuando él le
devolvió la sonrisa se acordó de que tenía que contestarle:
—Sí, soy yo. —Vio que él la miraba de
un modo extraño—. ¿Estás bien? Pareces acalorado.
—Sí, claro. —Nick tomó aliento—. Estoy
bien, es sólo que he venido corriendo —respondió, aunque en realidad quería
decir «Acabo de descubrir que la hermana de mi mejor amigo es la mujer más sexy
que he visto en años»—. Siento haber llegado tarde.
—No te preocupes. —Miley se encogió de
hombros—. Supongo que aquí el tráfico es igual de horrible que en Barcelona.
—Peor. —Nick sonrió, y se tranquilizó
al ver que ella no estaba enfadada—. ¿Esta maleta es todo tu equipaje? —le
preguntó señalando su maleta azul.
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