—Sí. —Al ver que él no decía nada más,
ella añadió—: Pesa mucho, pero es muy fácil de arrastrar, ¿ves? —Dio un
empujoncito a la maleta. Si no mantenía la mente ocupada, no lograría calmar a
los búfalos.
—No te preocupes. Yo la llevo. —Nick
cogió el asa—. Pero antes que nada, bienvenida a la capital del imperio
británico. —Y agachándose, le dio un beso en cada mejilla.
Miley se quedó inmóvil. Aquellos dos
besos fueron una tontería, los típicos besos con los que se saluda a alguien en
las bodas, o cuando hace tiempo que no se ve a un amigo, o cuando felicitas a
una amiga por su cumpleaños. Una tontería. Pero los búfalos volvieron a
descarriarse. Olía muy bien.
—Gracias —respondió ella fingiendo no
haberse inmutado—. Y gracias por venir a buscarme. No hacía falta que te
molestaras.
—Claro que hacía falta. ¿Acaso quieres
que Guillermo me mate la próxima vez que nos veamos? —añadió él con una
sonrisa—. Además, no es ninguna molestia. Vamos, seguro que estás cansada.
Salieron de la terminal y se
dirigieron hacia el coche de Nick. Como en todos los aeropuertos de las grandes
ciudades, había muchísima gente, muchos coches y mucho tráfico. Tardaron más de
media hora en salir de aquel caos y en todo ese rato Nick le estuvo preguntando
cómo había ido el vuelo y si ya se había recuperado del todo del accidente.
—La verdad es que sí —contestó Miley—.
Fue una tontería, pero con dos dedos rotos y el tobillo dislocado tuve que
hacer mucho reposo, y eso casi me vuelve loca.
—¿Ya no lees? —preguntó él.
—¿Perdona?
—Te he preguntado si ya no lees. Me
acuerdo que de pequeña siempre llevabas un libro entre las manos.
Miley se quedó perpleja y tardó unos
segundos en contestar.
—Sí, aún leo. Mucho. —Se sonrojó. ¿Cómo
podía ser que se acordara de eso?—. Demasiado, según mi madre.
—¿Demasiado? —Nick levantó una ceja
sin apartar la vista del tráfico.
—Sí, bueno, ya sabes. —Levantó las
manos como para justificarse—. Mi madre cree que debería salir más. ¿Falta mucho?
—preguntó de repente, no porque tuviera prisa por llegar, sino porque quería
cambiar de tema. No iba a contarle que uno de los motivos por los que leía
tanto era porque tenía casi todas las noches libres.
—No demasiado. Mi apartamento está muy
cerca de Covent Garden. Por desgracia, ahora es una zona muy turística, y muy
cara, pero a mi abuela y a mí nos gustó mucho y decidí alquilarlo.
—¿Tu abuela sigue viva?
—Claro que sí. Estoy convencido de que
Nana ha hecho un pacto con el diablo y que nos enterrará a todos. —Tomó la
siguiente salida y entró en la ciudad—. ¿Conoces a Nana?
—No, pero me acuerdo de que cuando
éramos pequeños solías hablar de ella, y como mis abuelos ya han muerto creí
que... ya sabes.
—Siento lo de tus abuelos. Guillermo
siempre me ha mantenido al tanto de las cosas que sucedían en vuestra la
familia. A él le afectó mucho la muerte de tu abuelo.
—Sí, tenían una relación muy especial.
—Miley fijó la vista en el paisaje. Siempre se emocionaba al hablar de sus
abuelos.
Nick se dio cuenta y decidió tratar de
animarla.
—Nana vive en Bath. ¿Te gustaría
conocerla? —Al ver que ella asentía, añadió—. Si quieres podríamos ir a verla
este fin de semana, o el próximo. Seguro que ella estará encantada de
conocerte.
—Por mí estupendo, pero no quiero
causarte ninguna molestia. Seguro que tú ya tienes planes para el fin de
semana, y yo puedo arreglármelas sola.
—No digas tonterías. —Nick pensó en
que había quedado con Jack y sus amigos para cenar, pero sabía que a ellos no
les importaría que no fuera—. Si mañana no estás cansada, la llamo y vamos. ¿De
acuerdo?
Nick le tocó el brazo con la mano para
que ella se volviese hacia él.
—De acuerdo —respondió Miley.
—Además, también hay un montón de
gente impaciente por conocerte. Todos mis amigos sienten curiosidad por ver a
la «hermanita» de Guillermo.
—¿Ah, sí?
—Sí, digamos que tu hermano ha causado
sensación en cada una de sus visitas. Pero me temo que no puedo contártelo. Ya
sabes, no quiero perder ningún brazo. —Le guiñó un ojo.
Miley se rió y Nick se alegró de que
ya no estuviera tan pensativa.
—Sí, tienes razón. Guillermo es un
poco... quisquilloso con sus cosas.
—¿Quisquilloso? Yo lo definiría de
otro modo, pero como es tu hermano...
—¿Y tú?
—¿Yo qué? —Nick entró en la calle
donde estaba el garaje en el que tenía alquilada plaza para el coche.
—¿Eres tan reservado como Guillermo?
—Peor —respondió sin pensar.
—¿Peor? —Miley se quedó perpleja—. Me
acuerdo que de pequeño eras incapaz de guardar un secreto y que nunca te
importaba hablar de tus ligues. —Por mucho que eso le doliera a ella.
—Ya, bueno. Ha pasado mucho tiempo
y... —Se quedó en silencio un momento—. He cambiado. El Nick que tú recuerdas
ya no existe.
¿A qué venía esa frase?, pensó Miley.
—¿No existe?
—No.
Nick aparcó el coche y paró el motor. Miley
puso una mano encima de la de él, que aún mantenía sobre el cambio de marchas.
Fue como si esa caricia le recordara que no estaba solo. Sacudió la cabeza y,
cuando la miró, toda su seriedad había desaparecido.
—No me hagas caso. Estoy cansado.
—Abrió la puerta—. ¿Vamos? Mi casa está a dos minutos de aquí. Si te apetece,
de camino podemos comprar algo para cenar. Me temo que no he tenido tiempo de
llenar la nevera antes de tu llegada.
Miley salió también del coche y cogió
el bolso que había dejado en la parte de atrás. Él ya había sacado la maleta y
se disponía a arrastrarla.
—No pasa nada. Si quieres, el lunes yo
puedo ir a hacer la compra. Como no me vas a dejar pagar ningún alquiler, así
podría compensarte.
—No hace falta.
Iban caminando por una calle
adoquinada, acompañados por el ruido de las ruedas de la maleta.
—Ya sé que no hace falta. Pero me
encanta cocinar, y me sentiré mucho mejor si puedo ayudar en algo.
—De acuerdo. Pero que conste que no
hace falta. —Nick se detuvo delante de una puerta de color naranja y empezó a
buscar la llave por todos sus bolsillos—. ¿En serio te gusta cocinar?
Miley estaba embobada mirando aquella
fachada tan colorida y aquella puerta tan chillona.
—Sí. ¿Ésta es tu casa? —Señaló con el
dedo—. ¿Naranja?
—A mí no me mires. Ya estaba así
cuando la alquilé. Cuando te acostumbras no está tan mal. Los repartidores la
encuentran con facilidad. —Ladeó un poco el labio superior para sonreír.
—No, si me gusta, me gusta mucho. Es
sólo que me extraña que a ti te guste. Pareces tan serio; de pequeño creo
recordar que eras «naranja», pero ahora definitivamente no, aunque no sé qué
color eres... verde quizá. Siempre me ha gustado relacionar a las personas con
colores. —Miley empezó a sonrojarse al acabar la frase.
—¿Verde? ¿Se puede saber por qué ya no
soy naranja? —Nick encontró la llave y satisfecho con ese pequeño triunfo, la
sacó del bolsillo y abrió la puerta—. Dejo la maleta y mientras tú te instalas
iré a comprar unos bocadillos aquí al lado. ¿Te parece bien?
—Perfecto. —Miley lo miró a los ojos y
sintió un gran alivio al no tener que contestar a su pregunta sobre los
colores—. ¿Seguro que no tienes ningún plan para esta noche? Yo puedo quedarme
aquí sola. La verdad es que estoy tan cansada que me dormiré en seguida.
—Seguro. Vamos, no te preocupes. —Casi
sin ser consciente de lo que hacía le colocó un mechón de pelo detrás de la
oreja—. Además, quiero que me cuentes toda esa teoría tuya de los colores.
El alivio había durado muy poco.
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