Este último comentario consiguió llamar la atención
de Miley, que levantó la cabeza y se encontró mirando directamente a Nick a los
ojos, con lo que él se atrevió a añadir:
—Aunque hay una cosa que sí tengo clara.
—¿Ah, sí?
—Sí, y es que me da miedo averiguarlo.
Miley vio que hablaba en serio. Aquel hombre de casi
dos metros, que había cruzado medio mundo persiguiendo noticias, le tenía
miedo. Pero en sus ojos verdes había algo más que miedo; había curiosidad. La
misma curiosidad que había en los de ella. No era la fascinación infantil que
había sentido de pequeña, sino algo más profundo, más real. Nick desvió la
vista hacia sus labios. Seguía sin decir nada y ella tampoco sabía qué
responder a su último comentario. Él la miraba concentrado, como si estuviera
sopesando qué decir y cómo decírselo. A Miley se le empezó a acelerar el pulso,
y la estampida de búfalos que había sentido cuando lo vio días atrás, volvió a
atravesar su estómago. Nick parecía fascinado y, despacio, levantó la mano y la
acercó al rostro de Miley. En ese instante, el resto del mundo desapareció. La
estación de metro, la gente, el ruido, todo. Sólo estaban ellos dos mirándose a
los ojos como si fuera la primera vez. Nick le acarició la mejilla, sus dedos
temblaban casi tanto como las piernas de Miley. Le recorrió la ceja con el dedo
índice, resiguió lentamente la nariz y se detuvo encima de sus labios. Una
breve pausa y su boca siguió el mismo destino. Nick se apartó como si de
repente se hubiera dado cuenta de dónde estaban. Respiró hondo y carraspeó.
Cuando volvió a hablar, Miley no supo si habían pasado dos minutos, dos
segundos o dos horas.
—Deberíamos irnos. —Se levantó y esperó a que ella
hiciera lo mismo—. Es por aquí —señaló Nick. La cogió por el brazo y se detuvo
de nuevo delante de ella—. Miley, lo siento.
—¿El qué? —Ella fingió no saber a qué se refería.
—Eh... —Nick se sonrojó de nuevo—. Haberte...
besado. —Ni él mismo sabía cómo definir lo que acababa de pasar.
—Ah, eso. —Hizo un esfuerzo por no ruborizarse y
aparentar normalidad—. No te preocupes. Ya sabes, los latinos somos muy
cariñosos, y al fin y al cabo tú sólo eres medio inglés, ¿no? —Miley no sabía
cómo se le había ocurrido semejante tontería—. Además, seguro que no te has
olvidado de que en mi familia todo el día nos estamos besuqueando y abrazando.
Aún me acuerdo de lo incómodo que te sentías cuando mi madre te achuchaba.
—Ya, claro —farfulló Nick agradecido por el cambio
de enfoque—. No quisiera que te sintieras incómoda conmigo. No debería haberlo
hecho.
—Para ya, pareces sacado de una novela de Jane
Austen. No me siento incómoda contigo, y tampoco voy a llamar a mi padre o a
mis hermanos para que te obliguen a casarte conmigo.
—Me alegro. —Nick empezaba a relajarse de nuevo,
pero siendo sincero consigo mismo, tenía que reconocer que le molestaba un poco
que ella no estuviera más afectada por su beso—. Deberíamos acelerar el paso o
no llegaremos.
Caminaron a más velocidad y, tras unos doscientos
metros, se detuvieron delante de un edificio negro con cristales tintados y un
guardia de seguridad en la puerta. En una de las placas de la pared se leía «The
Whiteboard».
«Bueno, supongo que aquí empieza mi futuro», pensó Miley.
—¿Preparada? —preguntó Nick.
—Sí. Preparada.
—Tu departamento está en el primer piso, yo estoy en
el segundo, junto con los periodistas, y con Sam, el señor Abbot, el director.
Ahora está de viaje, pero cuando vuelva te lo presentaré. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
Estaban en el ascensor, por suerte con más gente,
oficinistas de otras empresas que ocupaban también el edificio. Se paró en la
primera planta y ellos dos salieron.
—Tu trabajo va ser sencillo al principio. Luego ya
se irá complicando. Vamos a buscar a Jack para que te presente al resto del
equipo y te cuente los detalles. ¡Jack!
En ese momento, Jack, que estaba sentado delante de
un ordenador, se levantó y se dirigió hacia ellos.
Debía de tener unos treinta y pocos años y era la
viva imagen del típico aventurero. Nada más verlo, Miley pensó que sería genial
para sustituir a Harrison Ford en el papel de Indiana Jones, o como imagen del National
Geographic.
—Jack, te presento a Miley Martí, la nueva
diseñadora del departamento. —Al ver que la miraba con curiosidad añadió—: Fui
a buscarla al aeropuerto el viernes, ¿recuerdas que te lo comenté?
—Sí, claro. Es un placer, Miley. —Le besó la mano—.
Y dime, ¿a pesar de que Nick llegó tarde al aeropuerto has decidido quedarte?
—Le soltó afectuosamente la mano—. Te juro que los ingleses auténticos no somos
así. Nosotros sí que sabemos cómo tratar a una dama. —Le cogió el abrigo—.
¿Cómo has pasado el fin de semana?
—Bien, gracias. Y sí, al final me quedo. Tampoco
tengo adonde ir.
—Eso es porque no quieres —respondió Jack
flirteando, como era costumbre en él.
—Déjate de tonterías, Jack, a las diez tengo una
reunión y quiero dejar a Miley instalada en su sitio. —«Además —pensó Nick—, si
vuelves a mirarla de esa manera te saco los ojos de las órbitas.»
A Miley, ajena a esos pensamientos, le sorprendió
bastante el tono de Nick, y para quitarle aspereza a sus palabras le dijo:
—Tranquilo, vete. Seguro que Jack me tratará muy
bien. Intentaré no hacerte quedar mal.
Jack se dio cuenta de que entre aquellos dos pasaba
algo, y decidió optar por hacerse el tonto y dejar de flirtear con Miley antes
de que Nick decidiera arrancarle la cabeza.
—Nosotros también tenemos mucho trabajo, así que si
quieres seguirme te presentaré a los diseñadores, fotógrafos y otros lunáticos
del departamento. Nick, nos vemos luego y te cuento lo del reportaje sobre
China. Adiós.
Dicho esto, Jack y Miley dejaron solo a Nick frente
al ascensor. Se quedó refunfuñando entre dientes algo así como «¡Que no sé cómo
tratar a una dama!». Al final, decidió subir al segundo piso por la escalera, a
ver si así se relajaba un poco.
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