En un abrir y cerrar de ojos, miley
pasó de estar sentada desnuda en su habitación a encontrarse tumbada en un
lecho circular, situado en una estancia que tenía todo el aspecto de ser la
tienda de un harén en mitad de un desierto. Estaba cubierta por una pieza de
seda de color rojo intenso, tan liviana y suave que se escurría sobre su piel
como si se tratara de agua.
Intentó moverse pero no pudo.
Aterrorizada, abrió la boca para chillar.
— No te molestes —le recomendó Príapo,
acercándose al lecho. Deslizó los ojos sobre su cuerpo con una hambrienta
mirada, justo antes de subir a la cama y colocarse de rodillas al lado de miley—.
No puedes hacer nada a menos que yo lo desee. —Le pasó un dedo, huesudo y frío,
por la mejilla, como si quisiera comprobar la textura y la calidez de su piel—.
Entiendo por qué te desea nick. Tienes fuego en la mirada. Inteligencia. Valor.
Es una pena que no hayas nacido en la época del Imperio Romano. Podrías haberme
proporcionado innumerables campeones que lideraran mis ejércitos.
Príapo suspiró mientras su mano
descendía hasta el hueco de la garganta de Nessa.
— Pero así es la vida y así son los
caprichos de las Parcas. Supongo que tendré que conformarme con utilizarte
hasta que me canse de ti. Si me complaces hasta que llegue ese momento, puede
que después permita que nick se quede contigo. En el caso de que te siga
queriendo después de que mis hijos hayan estropeado tu cuerpo.
Sus ojos ardían de deseo, y miley no
podía dejar de temblar bajo su escrutinio.
El egoísmo de Príapo le resultaba
increíble. Al igual que su vanidad. Aterrorizada, quiso hablar, pero él se lo
impidió.
¡Cielo santo! ¡Tenía poder absoluto
sobre ella!
Una fuerza invisible la alzó para
colocarla de espaldas sobre los almohadones mientras Príapo se quitaba la
túnica.
Los ojos de miley se abrieron como
platos al verle desnudo y con una erección completa. El terror la asaltó de
nuevo.
— Ahora puedes hablar —le dijo mientras
se acercaba para recostarse junto a ella.
— ¿Por qué quieres hacerle esto a nick?
La ira oscureció los ojos del dios.
— ¿Que por qué? Ya lo escuchaste.
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