sábado, 11 de febrero de 2012

at dusk niley- capitulo 9


—Así que tú eres miley —dijo. Ni apretones de manos, ni abrazos, solo
el tintineo de los botes de laca de uñas contra el tocador: rosa pálido,
coral, melón, blanco—. No eres como esperaba.
Miles de gracias.
—Lo mismo digo.
Patrice ladeó la cabeza y me escudriñó con la mirada. Me pregunté si ya
nos odiábamos. Alzó una mano con una manicura perfecta y empezó a
dejar claros varios puntos contando con los dedos.
—Puedes ponerte mi perfume, pero no las joyas ni la ropa. —No
mencionó el caso contrario, pero era bastante evidente que en la vida se
le pasaría por la cabeza—. En principio estudiaré casi siempre en la
biblioteca, pero si quieres trabajar aquí, dímelo y hablaré con mis amigas
en otro lugar. Si me ayudas en las asignaturas que se te den bien, haré lo
mismo por mi parte. Estoy segura de que ambas podemos aprender
muchas cosas la una de la otra. ¿Alguna objeción?
—Todo perfecto.
—De acuerdo. Nos llevaremos bien.
Creo que me habría dejado mucho más patidifusa si Patrice hubiera
fingido una falsa amistad de buenas a primeras. Por decirlo finamente, me
quedó bastante claro que a Patrice no le gustaba andarse por las ramas.
—Me alegro —dije—. Sé que somos... diferentes.
Ni siquiera se molestó en protestar.
—Tus padres son profesores de la escuela, ¿no?
—Sí, ya veo que las noticias vuelan.
—Te irá bien. Cuidarán de ti.
Intenté agradecérselo con una sonrisa, rezando para que tuviera razón.
—¿Ya has estado antes en Medianoche?
—No, es la primera vez —contestó Patrice, como si cambiar por
completo de vida fuera para ella tan sencillo como calzarse un par de
zapatos de diseño recién comprados—. Es preciosa, ¿no crees?
Me guardé mi opinión sobre el estilo arquitectónico del edificio.
—Pero has dicho que tenías amigas aquí.
—Sí, claro. —Su sonrisa era tan etérea como todo lo relacionado con
ella, desde el brillo amelocotonado de sus labios hasta el perfume y los
botes de laca de uñas cuidadosamente ordenados en el tocador—.
Courtney y yo nos conocimos en Suiza el invierno pasado. Con Vidette hice
amistad cuando estuve en París. Y Genevieve y yo pasamos un verano
juntas en el Caribe. ¿Fue en Santo Tomás? Igual fue en Jamaica. No lo
recuerdo bien.
Mi pueblo de mala muerte me pareció más soso que nunca.
—Ah, entonces vosotros... soléis moveros en los mismos círculos.

—Más o menos. —Un poco tarde, Patrice pareció darse cuenta de lo
incómoda que me sentía—. También acabarán siendo los tuyos.
—Ojalá estuviera tan segura como tú.
—Ya lo verás. —Patrice vivía en un mundo en que los veranos
interminables en los trópicos estaban al alcance de todos. Me fue
imposible imaginar que algún día formara parte de aquello—. ¿Conoces a
alguien de aquí? Además de a tus padres, claro.
—Solo a la gente que he conocido esta mañana.
Lo que sumaba la apabullante cantidad de dos personas: nick y
Patrice.
—Tendremos mucho tiempo para hacer amistades —aseguró Patrice con
decisión, siguiendo con la distribución de sus cosas: pañuelos de seda de
color marfil, medias de tonalidad marrón o gris paloma. ¿Dónde pensaba
lucir esas cosas tan elegantes? Tal vez para Patrice era inimaginable viajar
sin ellas—. Me han dicho que Medianoche es el lugar perfecto donde
conocer hombres.
—¿Conocer hombres?
—¿Sales con alguien?
Iba a hablarle de nick, pero me detuve. No sé qué había ocurrido entre
nosotros en el bosque, pero estaba segura de que significaba algo; sin
embargo, lo que sentía me resultaba demasiado nuevo para compartirlo.
—No dejé ningún novio en mi pueblo —me limité a responder.
Conocía a todos los chicos del instituto desde que era pequeña y
todavía los recordaba con sus juegos de construcciones o emplastándome
plastilina en el pelo, el tipo de cosas que conseguía impedirle a una tener
alguna mínima inclinación romántica por alguno de ellos.
—Novio... —repitió Patrice, sonriendo sin poder evitarlo, como si la
palabra le hubiera sorprendido por su candidez.
No obstante, no se estaba burlando de mí. Desde su punto de vista, yo
era demasiado joven e inexperta como para tomarme en serio.
—¿Patrice? Soy Courtney. —La chica llamó a la puerta al mismo tiempo
que la abría, convencida de que sería bienvenida.
Era incluso más guapa que Patrice: cabello rubio que casi le llegaba a la
cintura y esos labios carnosos que yo solo había visto en las jóvenes
aspirantes a estrella de la televisión que podían permitirse cosas como el
colágeno. La misma falda que a mí me colgaba hasta las rodillas sin gracia
alguna, hacía que sus piernas parecieran kilométricas.
—Oh, tu habitación es mucho mejor que la mía. ¡Me encanta!
Todas las habitaciones venían siendo prácticamente iguales: un
dormitorio lo bastante grande para dar cabida a dos personas, camas
blancas de hierro colado y tocadores de madera tallada a cada lado.
Nuestra ventana daba justo a uno de los árboles que crecían cerca de

Medianoche, pero por lo demás, no conseguí adivinar qué tenía nuestra
habitación de especial. Hasta que caí en la cuenta de algo.
—Estamos más cerca de los lavabos —dije.
Courtney y Patrice me miraron fijamente, como si hubiera dicho una
grosería. ¿Acaso eran demasiado finas para admitir que necesitábamos
lavabos?
—Eh... Nunca he compartido el baño —me excusé, incómoda—. Es decir,
con mis padres sí, pero no con... No sé, seremos como doce o así por cada
baño, ¿no? Esto será una locura por las mañanas.
Les había llegado el turno de darme la razón y quejarse, solidarizándose
conmigo; sin embargo, Courtney siguió mirándome con curiosidad,
concentrada. Me dije que era normal que me mirara con extrañeza, pero
hubiera preferido que dijera algo. Sus ojos entrecerrados parecían
amenazadores, bastante más que los de la mayoría de los extraños.
—Esta noche vamos a salir a los prados —dijo, dirigiéndose a Patrice, no
a mí—. A cenar. Podría decirse que en plan picnic.
Se suponía que los alumnos debían comer en sus dormitorios. Estaba
visto que se trataba de una «tradición», era como se hacía antaño, antes
de que se hubieran inventado los comedores, y las familias enviaban
paquetes con que complementar la asignación espartana de verduras que
recibía cada dormitorio semanalmente. Eso significaba que tendría que
aprender a cocinar en el microondas que mis padres me habían comprado.
Era obvio que Patrice estaba muy por encima de esos problemas tan
mundanos.
—No suena mal. ¿Qué te parece, miley?
Courtney la fulminó con la mirada. Por lo visto no se trataba de una
invitación abierta.
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años de no subir de esta nove bueno yazy maraton dedicado a ti


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