sábado, 2 de junio de 2012

at dusk niley- capitulo 20






Normalmente sería imposible despegar de delante del espejo a una
chica que ha de prepararse para su primera cita, pero cuando llegó
la noche del viernes, la de la escapada a Riverton, Patrice estaba 
tan ocupada mirándose que para el caso podría haberme vestido en la
oscuridad. Estuvo examinándose la cara y la figura en el espejo de cuerpo
entero,  volviéndose  a  un  lado  y  al  otro,  incapaz  de  encontrar  lo  que
estuviera buscando, ya fueran imperfecciones o belleza.
—Estás muy guapa —dije—. Come algo, ¿vale? Casi te transparentas.
—No queda ni un mes para el Baile de otoño. Quiero estar estupenda.
—¿Y de qué sirve ir al Baile de otoño si no puedes disfrutarlo?
—Así lo disfrutaré más. —Patrice me sonrió. Tenía el don de poder ser 
paternalista y completamente sincera  al  mismo tiempo—. Algún día  lo
entenderás.
No me gustaba cuando me hablaba de esa manera, con esos aires de
superioridad, pero ya la consideraba como a una amiga. Patrice me había
prestado un jersey muy suave de color marfil para mi cita como si fuera el
mayor favor  que alguien  pudiera  hacer  nunca a otra  persona.  Tal  vez
estuviera en lo  cierto.  Gracias a ese jersey, mi figura...  Vamos, que se
hacía evidente que tenía una, algo que las  sosas  faldas  plisadas y las
chaquetas de Medianoche ocultaban al mundo.
—¿Vosotros no vais a ir? —le pregunté, mientras trataba de hacerme
una trenza alta. No hacía falta que concretara a quién me refería.
—Erich  va  a  dar  otra  fiesta  junto  al  lago.  —Patrice  se  encogió  de
hombros. Todavía llevaba puesta la bata de satén rosa y una cinta que le
retiraba el pelo de la cara. Si ella ni siquiera había empezado a prepararse,
era señal de que seguramente la fiesta no empezaría hasta después de
medianoche—. La mayoría de los profesores estarán en la ciudad haciendo
de acompañantes y eso nos asegura una noche de primera aquí.
—Me cuesta  mucho imaginar  que en la  Academia Medianoche  haya
noches de primera.
—Ni que nos tuvieran encerrados en una jaula,  Miley.  Además,  ese
peinado no te favorece nada.
Suspiré.
—Ya lo sé, ya lo veo yo sólita.

—Espera.
Patrice se puso detrás de mí, deshizo las trenzas desiguales que había 
conseguido entretejer con muchos esfuerzos y pasó los dedos entre los
mechones de pelo. Luego me recogió el cabello en un moño flojo y muy
bajo, y unos cuantos mechones se soltaron y me cayeron sobre la cara.
Desenfadado, pero con estilo, como siempre había querido llevarlo. Al ver
la transformación en el espejo, pensé que casi parecía que me hubieran
arreglado el pelo por arte de magia.
—¿Cómo lo has hecho?
—Ya aprenderás con el tiempo.  —Patrice sonrió, más satisfecha de su 
trabajo que de mí—. Tienes un color de pelo precioso, ¿sabes? Tienes que
lucirlo más cuando te caiga sobre el jersey; mira qué contraste hace con el
color marfil, ¿lo ves?
¿Cuándo aquel tono rojizo se había convertido en un «color precioso» de
pelo? Le sonreí a mi reflejo pensando que, partiendo de que Nick y yo
íbamos a salir juntos, cualquier milagro era posible.
—Perfecto —dijo Patrice y, no sé por qué, pero supe que lo decía con
sinceridad.
No por eso el cumplido dejaba de ser impersonal. Estaba convencida de
que el concepto de perfección significaba más para ella que para mí, pero
Patrice no lo habría dicho si no lo pensara de verdad.
Cohibida y encantada, me quedé mirando mi reflejo en el  espejo.  Si
Patrice conseguía encontrarme guapa, entonces tal vez Nick también lo
haría.
—¡Estás estupenda! —exclamó Nick al verme.
Lo saludé con un gesto de cabeza, intentando no perder el contacto 
visual  mientras  nos  abríamos  paso  entre  los  alumnos  que  iban
apretujándose en el autobús que nos llevaría a la ciudad. La Academia
Medianoche no podía tener algo tan ordinario como un autobús escolar
amarillo  normal  y  corriente,  eso  por  descontado;  en  vez  de  eso,  nos
esperaba una pequeña lanzadera de lujo,  de las que suelen utilizar  los
hoteles de postín, que seguramente habrían alquilado para la ocasión. Yo
entré  a  presión  con  la  primera  oleada  de  estudiantes  mientras  Nick
seguía haciendo lo que podía por acercarse a la puerta. Al menos podía
verlo sonreír desde la ventanilla.
—De lujo.  —Vic se echó a reír,  dejándose caer en el asiento libre que
había a mi lado. Llevaba un sombrero de fieltro que parecía directamente
sacado de los cuarenta, y la verdad es que estaba muy guapo, pero aun
así no era la persona que deseaba como acompañante; y algo debió de
delatar  mi  expresión,  porque  me  dio  un  codazo  amistoso—.  No  te
preocupes, solo le estoy calentando el asiento a Nick.
—Gracias.

Si no hubiera sido por Vic,  no podría haberme sentado con Nick. La
gente se mataba por subir al autobús y parecía que unas veinte personas
—de hecho,  casi  todas  las  que no encajaban con el  típico  alumno de
Medianoche— estaban decididas a ir  a Riverton.  Teniendo en cuenta lo
aburrida  que  era  la  ciudad,  seguramente  lo  único  que  deseaban  era
alejarse de la  escuela y para eso cualquier lugar valía.  Sabía cómo se
sentían.
Vic cedió el asiento con galantería a Nik cuando este consiguió llegar
por fin hasta nosotros, aunque yo no diría que la cita empezó entonces.
Estábamos  completamente  rodeados  por  otros  compañeros  que  no
dejaban de reír,  hablar y gritar,  aliviados por poder salir  por fin  de las
claustrofóbicas propiedades de la escuela. Raquel se sentaba unas filas
más  adelante  y charlaba animadamente  con su compañera de cuarto;
debía de haber aplacado sus temores,  al menos por el momento.  Hubo
algunos que me lanzaron miraditas sorprendidas no demasiado amistosas.
Por lo visto seguía siendo sospechosa de formar parte de los «legítimos»,
algo tan absurdo que hasta tenía gracia. Vic se arrodilló en el asiento de
delante y se volvió hacia nosotros con la intención de hablarnos del ampli
que iba a comprarse en una tienda de música que acababan de abrir en la
ciudad.
—¿Qué vas a hacer con un ampli? —le pregunté, alzando la voz para
hacerme oír por encima del bullicio general, a medida que avanzábamos a
trompicones por la carretera en dirección a la ciudad—. No van a dejarte
tocar la guitarra eléctrica en la habitación.
Vic se encogió de hombros, pero no perdió la sonrisa.
—¡Me basta con poder mirarlo, tío! Y saber que tengo algo tan increíble. 
Así iré contento todos los días.
—Pero si tú siempre estás contento. Sonríes hasta en sueños.
A pesar del tono burlón en que Nick lo había dicho, estaba claro que en 
el fondo le gustaba Vic.
—Es lo que te mantiene vivo, ¿sabes?
Vic era justo lo contrario al típico alumno de Medianoche y decidí que a 
mí también me gustaba.
—¿Qué vas a hacer mientras nosotros estemos en el cine?
—Explorar, dar una vuelta, sentir la tierra bajo mis pies. —Vic enarcó las 
cejas repetidas veces—. Tal vez conocer a alguna tía buena en la ciudad.
—Entonces será mejor que compres el  ampli  después —dijo Nick—. 
Igual te corta el rollo tener que arrastrar esa cosa contigo.
Vic  asintió muy serio y tuve que cubrirme la boca con la mano para 
ocultar una sonrisa.
Es decir, que Nick y yo no estuvimos realmente solos hasta que no nos 
encontramos  paseando  por  la  calle  principal  de  Riverton,  a  una  sola
manzana del  cine.  Ambos nos alegramos  mucho cuando vimos lo  que
había anunciado en la marquesina.

—Sospecha —leyó—. Dirigida por Alfred Hitchcock, un genio.
—Con Cary  Grant.  —Cuando Nick me miró,  añadí—:  Tú  tienes  tus 
preferencias y yo las mías.
Había más alumnos pululando por el vestíbulo, algo que seguramente 
estaba  más  relacionado  con  que  Riverton  no  ofreciera  demasiados
entretenimientos que con un súbito y renovado interés en Cary Grant. Sin
embargo,  a  nosotros  nos  interesaba  de  verdad,  al  menos  hasta  que
comprobamos quiénes eran los profesores que harían de acompañantes
en el cine.
—Créeme, estamos tan sorprendidos como tú —dijo mi madre.
—Estábamos convencidos de que irías  a tomarte algo.  —Mi padre le 
había pasado el brazo por los hombros a mi madre, como si se tratara de
su cita y no de la nuestra. Estábamos todos plantados delante del cartel
del vestíbulo y Joan Fontaine nos miraba fijamente, escandalizada, como si
se  enfrentara  a  mi  dilema  en  vez  de  al  suyo—.  Por  eso  decidimos
encargarnos del cine. Ya hay otros encargándose de la cafetería.
—Todavía no es demasiado tarde para un pastelito —añadió mi madre,
intentando animarnos—. No nos ofenderemos.
—No os preocupéis.  —En realidad  sí  que era preocupante tener  que
pasar  mi primera cita  con mis padres,  pero ¿qué iba  a decir  si  no?—.
Resulta que a Nick le gustan las películas antiguas, así que...  No pasa
nada, ¿no?
—No, no pasa nada.
Aunque no parecía precisamente que no pasara nada; daba la impresión 
de que Nick estaba incluso más disgustado que yo.
—A no ser que te gusten los pastelitos —dije.
—No. Es decir..., sí, los pastelitos me gustan, pero me gustan bastante 
más las películas antiguas. —Levantó la barbilla como si estuviera retando
a mis padres a que intentaran intimidarlo—. Nos quedamos.
Mis padres, lejos de sentirse intimidados, sonrieron de oreja a oreja.
Les había contado que Nick y yo íbamos a ir juntos a Riverton durante 
la  comida  del  domingo  anterior.  No  les  di  más  detalles  por  miedo  a
paralizarlos de la impresión, pero quedó claro que no les había entrado por
un oído y salido por el otro. Para mi sorpresa y alivio, no me interrogaron;
de  hecho,  primero  intercambiaron  una  mirada,  calibrando  su  reacción
respectiva  delante  de  mí.  Probablemente  era  extraño  que  tu  «niña
milagro» ya  fuera  lo  bastante  mayor para  salir  con  alguien.  Mi  padre
mencionó  con  calma  que  Nick parecía  un  buen  chico  y  luego  me
preguntó si quería más macarrones con queso.
Resumiendo,  no  sé  que  tipo  de  exagerada  reacción  sobreprotectora
estaría esperando Nick , pero esta no se produjo.