sábado, 2 de junio de 2012

at dusk niley- capitulo 23


¿Por qué había empezado Nick a criticar a mis padres? La única vez
que nos había visto a todos juntos había sido en el cine y ellos se habían
mostrado cordiales y afectuosos. Nick había dicho que se guiaba por mi
patético intento de fuga del primer día de clase, pero no sabía si creerle. Si
tenía algún problema con mis padres, era obvio que se lo había inventado
él por alguna extraña y paranoica razón con la que yo no quería tener
nada que ver.
Posibles explicaciones acudieron a mi mente sin ser invitadas. Tal vez
había tenido una novia  antes de mí, por Europa, una chica elegante y
sofisticada que había viajado alrededor del mundo, cuyos padres habían
sido unos pedantes y se habían comportado injustamente con él. Quizá le
habían  cerrado  la  puerta  en las  narices,  o incluso  le  habían  prohibido
volver a ver a su hija nunca más, y por eso ahora estaba escarmentado y
no confiaba en nadie.
La historia que había acabado de inventarme no me ayudó en lo más
mínimo. Primero: me hizo sentir mal por Nick, como si comprendiera por
qué se había comportado de ese modo tan extraño cuando él no era así en
realidad.  Y  segundo:  me hizo  sentir  insegura  al  compararme con  una
teórica novia europea y sofisticada... ¿Y qué hay más patético que sentirse
amenazada por una persona que ni siquiera existe?
Creo que hasta ese momento, hasta separarnos y tener razones de peso
para mantenerme alejada de él, no comprendí lo importante que Nick era
para mí. La clase de Química, la única a la que íbamos juntos, era una
hora de tortura diaria. Era como si  lo sintiera cerca de mí igual que se
siente el calor que desprende el fuego de un hogar en una habitación fría.
Sin embargo, no me dirigí a él en ningún momento, y él hizo otro tanto,
respetando  el  silencio  que  yo  había  impuesto  y  que  mantenía.  Me
resultaba imposible imaginar que él estuviera sufriendo más que yo.  La
lógica dictaba que lo mejor para mí era alejarme de él, pero la lógica me
importaba  bien  poco.  Lo  echaba  de  menos  a  todas  horas  y  daba  la
impresión  de  que,  cuanto  más  me decía  que  lo  dejara  en  paz,  más
deseaba estar con él.
¿Se sentiría él igual? No tenía ni idea; lo único que sabía era que se
equivocaba respecto a mis padres.
—¿Cómo estás, Miley? —me preguntó mi madre con ternura, mientras
aclarábamos los platos de la cena del domingo.
No había dormido bien, apenas había probado bocado y lo único que me
apetecía era esconder la cabeza debajo de una manta los siguientes dos
años más o menos. Sin embargo, por primera vez en mi vida no tenía
ganas de compartir mis preocupaciones con ellos. Eran sus profesores y no
sería justo para él que les contara lo que Nick opinaba de ellos. Además,
hablar del hecho de que Nick y yo al parecer habíamos acabado incluso
antes de empezar solo habría conseguido ahondar en la herida.
—Estoy bien.
Mis padres intercambiaron una mirada. Sabían que estaba mintiendo, 
pero no me presionaron.

—¿Sabes qué? No hace falta que te vuelvas ya a tu habitación —dijo mi
padre, dirigiéndose hacia el equipo de música.
—¿De verdad?
Por  lo  general, según las normas de la  cena de los domingos, debía 
regresar a mi dormitorio para ponerme a estudiar poco después de acabar
de cenar.
—La noche está despejada y se me ha ocurrido que tal vez te gustaría
echar una ojeada por el  telescopio.  Además,  estaba a punto de poner
Frank Sinatra y sé lo que te gusta la voz.
—Fly Me to the Moon —le pedí, y al cabo de escasos segundos Frank
cantaba para nosotros.
Les enseñé la galaxia de Andrómeda. Les pedí que primero buscaran
Pegaso en el firmamento y que luego se dirigieran hacia el noreste hasta
que toparan con el  suave y difuso resplandor de un billón de estrellas
lejanas. Después de eso, pasé un buen rato paseándome por el cosmos y
saludando a las estrellas conocidas como a mis viejas amigas.
Al día siguiente, vi a Nick en el pasillo de camino a la clase de Historia
en el mismo momento en que él me vio a mí. La luz tamizada por los
cristales de la vidriera lo bañaba con los colores del otoño, y pensé que
nunca había estado tan guapo.
Sin  embargo,  cuando  nuestras  miradas  se encontraron,  el  momento
perdió  toda  su  belleza.  Nick  parecía  resentido,  y  tan  desorientado  y
desamparado  como  yo  desde  la  pelea  del  restaurante,  que  por  un
angustioso momento me sentí responsable de su desdicha. Sin embargo,
en  sus  ojos  también  adiviné  el  sentimiento  de  culpabilidad,  aunque
enseguida  apretó  la  mandíbula  y  dio  media  vuelta,  con  los  hombros
ligeramente  vencidos.  Segundos  después,  había  desaparecido  entre  la
marea de uniformes, una persona invisible más de Medianoche.
Tal vez estuviera repitiéndose una vez más que lo mejor era mantenerse
alejado de la gente. Recordé cómo se había comportado estando juntos,
mucho más relajado y feliz, más libre, y la idea de que yo hubiera podido
obligarle a apartarse de los demás se me hizo insoportable.
—Nick está de un bajón que no veas —me informó Vic ese mismo día,
cuando nos topamos en la escalera un poco después. Por una vez en su
vida, Vic iba vestido de manera formal, al menos de los tobillos para arriba
porque las deportivas rojas de bota que llevaba en los pies definitivamente
no formaban parte del uniforme—. Vale, de todos modos el tío siempre ha
tenido sus rollos  raros, pero es que está raro que te cagas.  Superraro.
Megarraro. Rarito extremo.
Vic hizo una cruz con los brazos para dibujar la «x» de extremo.
—¿Te ha enviado para que defiendas su caso? —dije, con intención de 
parecer desenfadada, aunque creo que no me salió muy bien; tenía la voz 

tan carrasposa que cualquiera habría adivinado que había estado llorando,
incluso alguien tan despistado como Vic.
—No me ha envidado él, no le pega. —Vic se encogió de hombros—. Es
que me preguntaba de qué va este drama.
—No hay ningún drama.
—Ya lo creo que sí, un dramón, y ya veo que tú no vas a soltar prenda; 
pero, eh, no pasa nada, porque no es asunto mío.
Menudo chasco. Me habría enfadado si Nick hubiera enviado a Vic para 
discutir el asunto en su nombre, pero aun fue peor comprender que Nick
iba a darse por vencido sin luchar.
—Vale.
Vic me dio un codazo amistoso.
—Tú y yo seguimos siendo amigos, ¿no? Que sepáis que en este divorcio 
tenéis la custodia compartida. Amplios derechos de visitas.
—¿Divorcio? —Me eché a reír a mi pesar. Solo a Vic se le ocurriría llamar 
divorcio al resultado de una primera cita que había salido mal—. Seguimos
siendo amigos.
En realidad antes tampoco habíamos sido exactamente amigos, así que
lo de «seguir siéndolo» era un poco exagerado, pero habría resultado de
muy mal gusto sacar aquello a relucir. Además, Vic me gustaba.
—Excelente. Los bichos raros tienen que mantenerse unidos en estos
sitios.
—¿Me estás llamando bicho raro?
—Es  el  mayor  honor  que  puedo  concederte.  —Extendió  los  brazos 
mientras caminábamos por los pasillos, abarcándolo todo en ese gesto: los
altos techos, las oscuras volutas de madera que enmarcaban vestíbulos y
puertas, y la luz tamizada que se filtraba a través de los viejos ventanales
y que dibujaba largas e irregulares sombras en el suelo—. Este lugar es la
capital de lo raro.  Lo que es raro aquí es normal en cualquier otro sitio.
Bueno, al menos esa es mi opinión.
Suspiré.
—¿Sabes? Creo que tienes más razón que un santo.
Vic tenía toda la razón del mundo al decir que me convenía tener todos 
los amigos que pudiera en un lugar como la Academia Medianoche. No es
que ese sitio me hubiera gustado nunca, pero el poco tiempo que había
pasado con Nick me había hecho comprender lo que se siente cuando no
se está completamente sola, y ahora que lo había perdido, el relieve de mi
desamparo resaltaba con mayor nitidez. Saber lo distinto que podría haber
sido solo conseguía que fuera aun más duro soportar la hostilidad y la
intimidación que se respiraba en ese lugar.
El  cambio de estación  tampoco resultaba  de mucha ayuda. El  estilo
gótico del edificio había quedado ligeramente suavizado por la exuberante 

hiedra y las lomas cubiertas de césped. Los ventanales estrechos y la luz
de  tintes  extraños  no  habían  conseguido  enmascarar  por  completo  el
fulgor del sol de finales de verano. Sin embargo, ahora anochecía cada vez
más  pronto,  lo  que  hacía  que  Medianoche  pareciera  más  aislada  que
nunca.  A  medida  que  bajaban  las  temperaturas,  un  frío  perpetuo  se
deslizaba en las aulas y los dormitorios y a veces parecía que los flecos de
la escarcha en los cristales estuvieran intentando abrirse camino a través
del vidrio. Incluso las bellas hojas otoñales susurraban estremecidas por el
rumor  solitario  del  viento.  Ya  habían  empezado  a  caer  y  dejaban  las
primeras ramas desnudas como garras descarnadas que escarbaban en un
cielo encapotado.
Me pregunté si  los fundadores de la  academia habrían instaurado el
Baile de otoño para levantar el ánimo de los estudiantes en un momento
del año tan lánguido.
—No creo —opinó Balthazar.
Compartíamos mesa en la biblioteca. Me había invitado a estudiar con él 
un par de días después del fatídico viaje a Riverton. En mi antiguo colegio
no  había  estudiado  con  nadie,  porque  «estudiar»  normalmente  se
convertía  en  «hablar  y  gandulear»,  y  luego  los  trabajos  se  hacían
interminables. Prefería  llevarme los deberes y hacerlos yo sola.  Resultó
que Balthazar era de la misma opinión y habíamos pasado un montón de
tiempo juntos en las últimas dos semanas, trabajando el uno al lado del
otro sin  apenas intercambiar una palabra  durante horas.  De hecho, no
hablábamos hasta que empezábamos a recoger los libros.
—Sospecho que los fundadores de la academia adoraban el otoño. Creo
que saca a relucir la verdadera naturaleza de Medianoche.
—Por eso necesitarían animarse.
Balthazar sonrió y se colgó la cartera de cuero al hombro.
—No es la peor academia sobre la faz de la tierra, Miley. —Balthazar 
solo quería provocarme, aunque su preocupación por mí era genuina—. Me
gustaría que te lo pasaras mejor aquí.
—Ya somos dos —dije, echando un vistazo al rincón donde unos minutos
antes había visto que Nick estaba leyendo.
Seguía allí. Su cabello reflejaba la luz de la lamparilla, pero él ni siquiera
se dignó a volver la vista hacia nosotros.
—Podría gustarte si  de verdad le dieras una oportunidad. —Balthazar
sujetó la puerta de la biblioteca para que yo pasara—. Deberías explorar
un poco más y poner un poco más de tu parte para conocer gente.
Me lo quedé mirando.
—¿Como Courtney?
—Corrijo:  poner  un  poco  más  de  tu  parte  para  conocer  a  la  gente 
adecuada.



2 comentarios:

eliz_cyrus_miller_jonas dijo...

FASINANTE AHHH SEGUILAA

eliza dijo...

ahh por dios nick ahhh muero