Nick estaba sentado en el suelo del cuarto de baño, con la espalda
contra la puerta y la cabeza entre las rodillas. Dios, ¿qué había
sido aquello?
No sólo acababa de tener el mejor sexo de toda su vida, había
habido un
momento en que creyó que mataría al que intentara separarlo de
ella. No
podía dejar de pensar que tenía que serenarse, que tenía que
recuperar el
control.
—Seré idiota —se autocensuró Nick—. Estaba convencido de que si
nos acostábamos todo se iba
a normalizar, que yo volvería a ser yo, y
mírame, aquí estoy, hablando solo y congelándome el culo con este
suelo
tan frío.
Se levantó, se refrescó por enésima vez la cara y volvió a la
habitación
dispuesto a quitarle importancia al asunto. Se repetía una y otra
vez que no
había para tanto, que toda
aquella pasión acabaría apagándose un poco,
que su corazón recuperaría su velocidad habitual. Se lo repitió unas diez
veces mientras se acostaba en la cama y se acercaba al cuerpo
dormido de
Miley, y lo
repitió una vez
más cuando ella
se acurrucó e
inconscientemente se abrazó a él. Entonces, Nick se dio cuenta de
que
era feliz, y que si la dejaba escapar quizá jamás volvería a
sentir todo eso
por nadie. Cerró los ojos y dijo en voz baja:
—¡Qué demonios!, lo voy a intentar.
Nick no durmió en toda la noche. La verdad era que lo aterrorizaba
pensar que su perfecto y ordenado mundo iba a cambiar. Se veía
capaz de
controlar el sexo, pero la pasión y el amor eran otra cosa.
Además, la única
cosa que había aprendido con el divorcio de sus padres y con la
muerte de
su padre era que los sentimientos sin medida son destructivos,
dañinos, y
que él iba a luchar contra todo, incluso contra sí mismo, para no
sentirlos.
Sabía que no podría sobrevivir a ellos. Su padre lo había intentado
y había
acabado convirtiéndose en un alcohólico, solitario y muerto.
Miley se despertó y estaba sola.
«A lo mejor lo he soñado todo»,
pensó. Pero no, vio que estaba en la cama de Nick y oyó la ducha.
Se
desperezó, todo era maravilloso. Seguro que debía de tener cara de
idiota,
no recordaba haberse sentido nunca tan contenta, tan feliz.
—Buenos días. —Nick la saludó desde la puerta de la habitación.
Estaba recién duchado, llevaba sólo una toalla atada a la cintura
y a Miley
se le hizo la boca agua con sólo mirarlo.
—Buenos días —le sonrió ella—. ¿Qué hora es? No quiero ir a
trabajar.
Tendría que haber una ley
que prohibiera levantarse después de
haber
hecho el amor con el hombre más maravilloso y sexy del mundo. ¿No
estás
de acuerdo? —Lo besó antes de que él pudiera contestar.
—No sé. —La abrazó y le susurró al oído—. ¿Esa ley incluiría no
tener
que
contarle a tu jefe el motivo de no
haber ido a trabajar el día de la
reunión con los principales accionistas de la revista? Vamos, no
me tientes.
—Le dio un beso—. Ve a ducharte antes de que cambie de opinión.
—Está bien. —Antes de
cerrar la puerta del baño, Miley
dijo—: De
pequeño también eras un aguafiestas.
Nick rió.
Fueron juntos a
la revista, como
venía siendo habitual
desde la
recuperación de Nick, pero ahora había detalles distintos; se
tocaban, se
miraban. Estuvieron hablando de tonterías. A Miley le habría
gustado que
Nick le dijera algo como «Anoche fue la mejor noche de mi vida»,
pero se
conformó con los besos que le daba cada vez que se paraban en una
esquina.
—Miley, princesa, ¿en qué piensas? Te he preguntado si te parece
bien
que mañana vayamos a casa de Sam y no me has contestado.
—Lo siento, la verdad es que no pensaba en nada.
Estaban parados en un semáforo,
pues habían decidido ir a pie, y él
bajó la cabeza para darle un beso.
Nada complicado, fue sólo un leve
contacto, pero la sonrisa que después lucía Nick le llegó al
corazón.
—Algún día este vicio tuyo de soñar despierta me volverá loco. En
fin,
¿quieres ir?
Cruzaron la calle, estaban ya a escasos metros de la entrada.
—Sí, claro. —Miley
sabía que si
él le sonreía
de ese modo,
ella
aceptaría hacer cualquier cosa que le pidiera.
Entraron, y Miley vio a Jack salir del ascensor. Estaba muy serio
e iba
acompañado de un hombre de unos treinta y cinco años que parecía
no
caerle demasiado bien. Oyó cómo Nick murmuraba entre dientes.
—Mierda.
Lo miró y vio que tenía la vista clavada en ese tipo.
El hombre era
atractivo, rubio, iba
muy bien vestido
y daba la
sensación de tenerlo todo pensado.
Cuando vio a Miley y a Nick se
dirigió hacia ellos con paso decidido, observándolos.
—Hombre, Nick, cuánto tiempo sin verte. —Le tendió la mano a Nick,
quien lo saludó
sin ningún entusiasmo—.
Veo que ha
habido
incorporaciones
interesantes durante mi
ausencia. —Y repasó
descaradamente a Miley—. ¿No vas a presentarnos?
Nick estuvo unos
segundos callado, meditando
sus alternativas.
Finalmente, optó por la vía diplomática.
—Claro. Miley, te presento a Clive Abbot, sobrino de Sam y miembro
del consejo directivo de la
revista. Clive, ella es
Miley Martí, la nueva
diseñadora del equipo
de Jack. —«Y
si te atreves
a tocarla o
sigues
mirándola así, no respondo», pensó Nick.
—Es un placer, Clive. —Miley le tendió la mano, y tuvo un
escalofrío
cuando vio que el hombre se la levantaba y le daba un beso en los
nudillos.
—Créeme, Miley, el placer es todo mío —respondió guiñándole un ojo
—. ¿Desde cuándo trabajas aquí? —No soltaba la mano de Miley.
—Desde hace unos cuatro meses. —Seguía sin soltarla, y empezaba a
ponerla nerviosa.
—Cuatro meses. —Dirigió su mirada a Nick—. Nunca habías sido tan
lento, Nick. Debes
de estar perdiendo
estilo. —Levantó burlón
el labio
superior.
Antes de que Nick pudiera contestar o hacer algo peor, a juzgar
por
su mirada y el puño que mantenía apretado en el costado, Miley
respondió:
—No creo que Nick haya
perdido ningún estilo. En cualquier
caso,
perderlo siempre es mejor que no haberlo tenido nunca. —Se
desprendió de
la mano de Clive—. Me voy, Jack me está esperando. —Se dirigió
entonces a
Nick—. Si puedes, llámame. Adiós.
Nick esperó a que Miley entrara en el ascensor para enfrentarse de
nuevo a Clive.
—¿Qué haces aquí? —Se metió las manos en los bolsillos; tenía que
controlarse.
—Cuido de mis intereses. Como muy bien le has dicho a tu
«amiguita»,
soy miembro del consejo directivo de The Whiteboard. —Iba a seguir, pero
Nick lo interrumpió
—No hables de Miley en ese tono o haré lo que llevo años deseando
hacer.
—¿Qué? ¿Pegarme? —La postura chulesca de Clive no podía ser más
exagerada.
—No. Eso lo dejo para tipos como tú. Me refiero a contarle la
verdad a
tu tío. Nunca
entenderé los misterios
de la genética;
cómo podéis
pertenecer a la
misma familia alguien
tan honrado como
Sam y una
serpiente tramposa como tú.
—Vamos, los dos sabemos que no se lo dirás nunca. A lo mejor a mí
me
echan, pero tú perderías mucho más. Recuerda que tengo ciertas
fotos no
muy dignas de tu «querido» papá.
Vio que Nick retrocedía como si hubiera recibido un golpe.
—¿Qué haces aquí?
—Nick repitió su
pregunta. Sería mejor
centrarse en Clive y dejar a su padre y a Miley fuera de la
conversación.
—Los negocios que tenía en Nueva York ya han concluido. Además, he
oído que os están «robando» artículos. —Chasqueó la lengua—. Nick,
como
he dicho, estás perdiendo facultades. En la universidad no te
despegabas
de tus apuntes ni de
tus notas por
nada del mundo. —Esperó a ver
si
Nick reaccionaba, pero éste se mostraba impasible—. Los números
no
son muy buenos. Si esto no se soluciona pronto, tal
vez tengamos que
cerrar. Por eso estoy aquí. Por nada del mundo me perdería ver
cómo mi tío
se queda sin la niña de sus ojos, y comprobar además cómo no eres
más
que un perdedor. —Empezó a andar hacia la puerta de salida.
—¡Clive! —Nick lo llamó para que se volviera—. Yo que tú me
lo
tomaría con calma. Hasta la próxima. —Y se marchó a la reunión a
la que ya
llegaba diez minutos tarde.
La reunión fue
relativamente bien, la
revista empezaba a
obtener
beneficios, pero lo que
había dicho Clive era cierto: si no mejoraban,
el
cierre era una amenaza real. Tanto Sam como Nick eran conscientes
de
que tenían que encontrar al responsable de los robos antes de que
fuera
demasiado tarde. Era evidente que alguien intentaba hundirlos y
tenían que
averiguar quién y por qué. No había tiempo que perder.
—Cuéntamelo. —Sam se quitó las gafas y sonrió. Estaban solos en su
despacho y
llevaba ya horas deseando interrogar a Nick.
—El qué. —Nick
seguía mirando las
fotografías de la edición de
aquella semana y ni siquiera levantó la cabeza.
—No disimules. Hace meses que no te veía sonreír, y hoy tienes una
cara de felicidad que dan ganas de sacudirte. Vamos, desembucha.
—Estiró
las piernas.
Nick dejó las fotografías. Se había ruborizado de la cabeza a los
pies.
No tenía escapatoria.
—Tenías razón. —No pensaba decir nada más.
—Ya lo sé, siempre la tengo,
es uno de los privilegios de ser mayor.
Pero dime, ¿en qué tenía razón? —No iba a dejarlo escapar.
—En lo de Miley. Es fantástica. —Le sudaba la espalda. Siempre
había
sido muy reservado en cuanto a sus relaciones, y tampoco quería
poner a
Miley en un compromiso delante de Sam.
—Me alegro. —Se levantó y le colocó la mano en el hombro—. Siempre
he pensado que estabas demasiado solo. A pesar de todas tus teorías al
respecto, te mereces ser feliz, y creo que esa chica puede
convencerte de
ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario