viernes, 22 de marzo de 2013

What A Feeling- Capitulo 37



Nick estaba sentado en el suelo del cuarto de baño, con la espalda
contra la puerta y la cabeza entre las rodillas. Dios, ¿qué había sido aquello?
No sólo acababa de tener el mejor sexo de toda su vida, había habido un
momento en que creyó que mataría al que intentara separarlo de ella. No
podía dejar de pensar que tenía que serenarse, que tenía que recuperar el
control.
—Seré idiota —se autocensuró Nick—. Estaba convencido de que si
nos acostábamos  todo se iba a normalizar,  que yo volvería a ser  yo,  y
mírame, aquí estoy, hablando solo y congelándome el culo con este suelo
tan frío.
Se levantó, se refrescó por enésima vez la cara y volvió a la habitación
dispuesto a quitarle importancia al asunto. Se repetía una y otra vez que no
había para tanto,  que toda aquella pasión acabaría apagándose un poco,
que su corazón recuperaría su velocidad habitual.  Se lo repitió unas diez
veces mientras se acostaba en la cama y se acercaba al cuerpo dormido de
Miley,  y  lo  repitió  una  vez  más  cuando  ella  se  acurrucó  e
inconscientemente se abrazó a él. Entonces, Nick se dio cuenta de que
era feliz, y que si la dejaba escapar quizá jamás volvería a sentir todo eso
por nadie. Cerró los ojos y dijo en voz baja:
—¡Qué demonios!, lo voy a intentar.
Nick no durmió en toda la noche. La verdad era que lo aterrorizaba
pensar que su perfecto y ordenado mundo iba a cambiar. Se veía capaz de
controlar el sexo, pero la pasión y el amor eran otra cosa. Además, la única
cosa que había aprendido con el divorcio de sus padres y con la muerte de
su padre era que los sentimientos sin medida son destructivos, dañinos, y
que él iba a luchar contra todo, incluso contra sí mismo, para no sentirlos.
Sabía que no podría sobrevivir a ellos. Su padre lo había intentado y había
acabado convirtiéndose en un alcohólico, solitario y muerto.
Miley se despertó y estaba sola.  «A lo mejor  lo he soñado todo»,
pensó. Pero no, vio que estaba en la cama de Nick y oyó la ducha. Se
desperezó, todo era maravilloso. Seguro que debía de tener cara de idiota,
no recordaba haberse sentido nunca tan contenta, tan feliz.
—Buenos días.  —Nick  la saludó desde la puerta de la habitación.
Estaba recién duchado, llevaba sólo una toalla atada a la cintura y a Miley
se le hizo la boca agua con sólo mirarlo.
—Buenos días —le sonrió ella—. ¿Qué hora es? No quiero ir a trabajar.
Tendría que haber  una ley que prohibiera levantarse después  de haber
hecho el amor con el hombre más maravilloso y sexy del mundo. ¿No estás
de acuerdo? —Lo besó antes de que él pudiera contestar.
—No sé. —La abrazó y le susurró al oído—. ¿Esa ley incluiría no tener
que contarle a tu jefe el  motivo de no haber  ido a trabajar el  día de la
reunión con los principales accionistas de la revista? Vamos, no me tientes.
—Le dio un beso—. Ve a ducharte antes de que cambie de opinión.
—Está bien.  —Antes de cerrar  la puerta del  baño,  Miley dijo—: De
pequeño también eras un aguafiestas.
Nick rió.
Fueron  juntos  a  la  revista,  como  venía  siendo  habitual  desde  la
recuperación de Nick, pero ahora había detalles distintos; se tocaban, se
miraban. Estuvieron hablando de tonterías. A Miley le habría gustado que
Nick le dijera algo como «Anoche fue la mejor noche de mi vida», pero se
conformó con los  besos  que le daba cada vez  que se paraban en una
esquina.
—Miley, princesa, ¿en qué piensas? Te he preguntado si te parece bien
que mañana vayamos a casa de Sam y no me has contestado.
—Lo siento, la verdad es que no pensaba en nada.
Estaban parados en un semáforo,  pues habían decidido ir a pie, y él
bajó la cabeza para darle un beso.  Nada complicado,  fue sólo un leve
contacto, pero la sonrisa que después lucía Nick le llegó al corazón.
—Algún día este vicio tuyo de soñar despierta me volverá loco. En fin,
¿quieres ir?
Cruzaron la calle, estaban ya a escasos metros de la entrada.
—Sí,  claro.  —Miley  sabía  que  si  él  le  sonreía  de  ese  modo,  ella
aceptaría hacer cualquier cosa que le pidiera.
Entraron, y Miley vio a Jack salir del ascensor. Estaba muy serio e iba
acompañado de un hombre de unos treinta y cinco años que parecía no
caerle demasiado bien. Oyó cómo Nick murmuraba entre dientes.
—Mierda.
Lo miró y vio que tenía la vista clavada en ese tipo.
El  hombre  era  atractivo,  rubio,  iba  muy  bien  vestido  y  daba  la
sensación de tenerlo todo pensado.  Cuando vio a Miley y a Nick  se
dirigió hacia ellos con paso decidido, observándolos.
—Hombre, Nick, cuánto tiempo sin verte. —Le tendió la mano a Nick,
quien  lo  saludó  sin  ningún  entusiasmo—.  Veo  que  ha  habido
incorporaciones  interesantes  durante  mi  ausencia.  —Y  repasó
descaradamente a Miley—. ¿No vas a presentarnos?
Nick  estuvo  unos  segundos  callado,  meditando  sus  alternativas.
Finalmente, optó por la vía diplomática.
—Claro. Miley, te presento a Clive Abbot, sobrino de Sam y miembro
del  consejo directivo de la revista.  Clive,  ella es  Miley Martí,  la nueva
diseñadora  del  equipo  de  Jack.  —«Y  si  te  atreves  a  tocarla  o  sigues
mirándola así, no respondo», pensó Nick.
—Es un placer, Clive. —Miley le tendió la mano, y tuvo un escalofrío
cuando vio que el hombre se la levantaba y le daba un beso en los nudillos.
—Créeme, Miley, el placer es todo mío —respondió guiñándole un ojo
—. ¿Desde cuándo trabajas aquí? —No soltaba la mano de Miley.
—Desde hace unos cuatro meses. —Seguía sin soltarla, y empezaba a
ponerla nerviosa.
—Cuatro meses. —Dirigió su mirada a Nick—. Nunca habías sido tan
lento,  Nick.  Debes  de  estar  perdiendo  estilo.  —Levantó  burlón  el  labio
superior.
Antes de que Nick pudiera contestar o hacer algo peor, a juzgar por
su mirada y el puño que mantenía apretado en el costado, Miley respondió:
—No creo que Nick  haya perdido ningún estilo.  En cualquier caso,
perderlo siempre es mejor que no haberlo tenido nunca. —Se desprendió de
la mano de Clive—. Me voy, Jack me está esperando. —Se dirigió entonces a
Nick—. Si puedes, llámame. Adiós.
Nick esperó a que Miley entrara en el ascensor para enfrentarse de
nuevo a Clive.
—¿Qué haces aquí? —Se metió las manos en los bolsillos;  tenía que
controlarse.
—Cuido de mis intereses. Como muy bien le has dicho a tu «amiguita»,
soy miembro del consejo directivo de The Whiteboard.  —Iba a seguir, pero
Nick lo interrumpió
—No hables de Miley en ese tono o haré lo que llevo años deseando
hacer.
—¿Qué? ¿Pegarme? —La postura chulesca de Clive no podía ser más
exagerada.
—No. Eso lo dejo para tipos como tú. Me refiero a contarle la verdad a
tu  tío.  Nunca  entenderé  los  misterios  de  la  genética;  cómo  podéis
pertenecer  a  la  misma  familia  alguien  tan  honrado  como  Sam y  una
serpiente tramposa como tú.
—Vamos, los dos sabemos que no se lo dirás nunca. A lo mejor a mí me
echan, pero tú perderías mucho más. Recuerda que tengo ciertas fotos no
muy dignas de tu «querido» papá.
Vio que Nick retrocedía como si hubiera recibido un golpe.
—¿Qué  haces  aquí?  —Nick  repitió  su  pregunta.  Sería  mejor
centrarse en Clive y dejar a su padre y a Miley fuera de la conversación.
—Los negocios que tenía en Nueva York ya han concluido. Además, he
oído que os están «robando» artículos. —Chasqueó la lengua—. Nick, como
he dicho, estás perdiendo facultades. En la universidad no te despegabas
de tus  apuntes  ni  de tus  notas  por  nada del  mundo.  —Esperó a ver  si
Nick  reaccionaba,  pero éste se mostraba impasible—. Los números no
son muy buenos.  Si  esto no se soluciona pronto,  tal  vez tengamos que
cerrar. Por eso estoy aquí. Por nada del mundo me perdería ver cómo mi tío
se queda sin la niña de sus ojos, y comprobar además cómo no eres más
que un perdedor. —Empezó a andar hacia la puerta de salida.
—¡Clive!  —Nick  lo llamó para que se volviera—. Yo que tú me lo
tomaría con calma. Hasta la próxima. —Y se marchó a la reunión a la que ya
llegaba diez minutos tarde.
La  reunión  fue  relativamente  bien,  la  revista  empezaba  a  obtener
beneficios,  pero lo que había dicho Clive era cierto:  si  no mejoraban,  el
cierre era una amenaza real. Tanto Sam como Nick eran conscientes de
que tenían que encontrar al responsable de los robos antes de que fuera
demasiado tarde. Era evidente que alguien intentaba hundirlos y tenían que
averiguar quién y por qué. No había tiempo que perder.
—Cuéntamelo. —Sam se quitó las gafas y sonrió. Estaban solos en su
despacho y llevaba ya horas deseando interrogar a Nick.
—El  qué.  —Nick  seguía mirando las  fotografías  de la edición de
aquella semana y ni siquiera levantó la cabeza.
—No disimules. Hace meses que no te veía sonreír, y hoy tienes una
cara de felicidad que dan ganas de sacudirte. Vamos, desembucha. —Estiró
las piernas.
Nick dejó las fotografías. Se había ruborizado de la cabeza a los pies.
No tenía escapatoria.
—Tenías razón. —No pensaba decir nada más.
—Ya lo sé, siempre la tengo,  es uno de los privilegios de ser mayor.
Pero dime, ¿en qué tenía razón? —No iba a dejarlo escapar.
—En lo de Miley. Es fantástica. —Le sudaba la espalda. Siempre había
sido muy reservado en cuanto a sus relaciones, y tampoco quería poner a
Miley en un compromiso delante de Sam.
—Me alegro. —Se levantó y le colocó la mano en el hombro—. Siempre
he pensado que estabas demasiado solo.  A pesar de todas tus teorías al
respecto, te mereces ser feliz, y creo que esa chica puede convencerte de
ello.

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