viernes, 22 de marzo de 2013

What A Feeling- Capitulo 40



Al sonar el despertador, Miley fue la primera en despertarse, abrió los
ojos y tras comprobar que Nick seguía dormido, se levantó y se fue a la ducha. Luego preparó su bolsa para ir a casa de los Abbot. Estaba un poco
nerviosa.  Aparte de Nana,  ellos eran lo más parecido a una familia para
Nick, así que no quería causar mala impresión. Mientras escogía la ropa
se le ocurrió que quizá Sam y su esposa supieran algo sobre la muerte del
padre  de  Nick;  tendría  que  encontrar  el  modo  de hablar  con  ellos.  Ya
vestida, preparó el desayuno y fue a comprobar si él se había despertado.
—Nick, ¿estás despierto?
Vio  que  la  cama  estaba  vacía  y  oyó  correr  el  agua.  Se  estaba
duchando.  Por un instante,  estuvo tentada de interrumpir su ducha igual
que él había hecho el día anterior, pero descartó la idea. Quería que Nick
confiara en ella, y el  sexo, aunque era fantástico,  sólo servía para que él
ejerciera un control más fuerte sobre sus emociones. Tenía que encontrar el
modo de que bajara la guardia y, la próxima vez que hicieran el amor, el
señor Trevelyan no sería capaz de controlar nada. Ya se encargaría ella de
eso.
Nick apareció en la cocina perfectamente duchado y con una bolsa
de viaje en la mano. Vio que Miley estaba desayunando tostadas y leyendo
un libro. Se la veía feliz, y a él le dio un vuelco el corazón.
—¿Qué estás leyendo?
Miley acabó de masticar el bocado que aún tenía en la boca.
El conde de Montecristo. ¿Lo has leído?
—No. Pero he visto la película.
—La película no está mal, pero el libro es genial. Yo lo he leído muchas
veces,  es uno de mis preferidos.  Siempre que viajo,  lo llevo conmigo.  —
Señaló el  libro que ahora estaba encima de la mesa—. Me lo regaló mi
abuelo.
Entonces Nick  se dio cuenta de lo vieja que era la edición y de lo
gastado que se veía el libro. Recordó que el abuelo de Joe y Miley
era un señor serio y reservado, pero que quería a sus nietos con locura.
—¿Tu abuelo?
—Sí. Supongo que heredé de él la pasión por los libros. Murió hace seis
años. —Miley cambió de tema—. En fin, ¿a qué hora tenemos que irnos?
—No hay prisa. Hemos de estar allí a la hora de comer. —Se acercó a la
mesa y cogió la novela—. ¿Me lo dejarás? —Antes  de que ella pudiera
contestar, él bajó la cabeza y le dio un beso.
—Claro —respondió Miley.
—¿Sabes una cosa? —dijo él mientras le colocaba un mechón de pelo
detrás de la oreja—. Aún tengo Charlie y la fábrica de chocolate. Siempre lo
he  llevado  conmigo;  en  la  universidad,  en  mis  trabajos.  Ahora  está
guardado en el primer cajón de mi escritorio.
Ella se sonrojó al acordarse del día en que le regaló ese libro, y lo miró
sorprendida. No esperaba que él lo hubiera guardado todos esos años. No
sabía qué decir, así que optó por una salida fácil:
—Yo ya estoy lista. Cuando quieras podemos irnos.
Nick  la miró,  y vio en ella una determinación que no había visto
antes.  Algo  estaba  tramando,  pero  si  Miley  no  se  lo  contaba,  él,  de
momento, no iba a preguntárselo.
—Pues vamos.
En el coche, a él se le veía pensativo; conducía sin decir nada, no podía
dejar de dar vueltas a cómo le estaba cambiando la vida.
—No pienses tanto —dijo Miley sin dejar de mirar el paisaje.
—No estoy pensando —contestó él enfurruñado.
—Sí lo haces; puedo oír tus pensamientos desde aquí. —Entonces ella
se volvió y lo miró—. Si sigues así, se te arrugará la frente. —Le acarició el
entrecejo con suavidad.
—Está bien —reconoció él—, estaba pensando.
—¿En qué? —le preguntó ella, dejando de acariciarle.
—¿En qué?, ¿cómo «en qué»?
Ella no contestó.
—Pues en «lo nuestro» —prosiguió él malhumorado.
—¿Lo nuestro?  —Miley sonrió—. ¿Te han dicho alguna vez  que te
preocupas demasiado?
—Constantemente.
—Pues deberías dejar de hacerlo. —Volvió a acariciarlo, esta vez en la
nuca.
—Ya.  —Le  costaba  pensar  con  ella  tocándolo—.  Me  preocupa  que
acabe haciéndote daño. No me lo perdonaría.
—No vas a hacérmelo.  —Notó cómo se le tensaban los músculos del
cuello—. Tranquilo,  ya soy mayorcita y sé dónde me estoy metiendo.  —
Seguía acariciándole y él fue relajando la respiración.
—Me alegro de que al menos uno de los dos sepa lo que está haciendo.
—Soltó el aliento—. Mira, estamos llegando, es esa casa.
La vivienda de fin de semana de la familia Abbot  era preciosa.  Se
trataba  de  una  granja  antigua  que  Silvia,  la  mujer  de  Sam,  había
restaurado.  Estaba  en  medio  de una  enorme  pradera  verde,  y  en  una
esquina se veían unas vacas y unas ovejas acompañadas por dos grandes
perros. Aparcaron el coche, y en el mismo instante en que Nick detuvo el
motor,  por  la puerta salieron corriendo dos niñas de unos siete y nueve
años.
—¡Nick! —gritó la más pequeña al mismo tiempo que se le colgaba del
cuello—. Hacía mucho que no venías.
—Tu padre es muy malo y me tiene todo el día trabajando —contestó
Nick sonriendo y besando a la pequeña en las mejillas.
—Tú sabes que eso no es verdad —dijo Silvia descolgando a Natalie del
cuello de Nick para poder darle ella también dos besos—. Me alegro de
verte. —Le peinó cariñosamente el pelo—. ¿Vas a presentarme a Miley?
—Mamá —dijo Alicia, la mayor de las hijas de Sam—, no entiendo lo
que decía papá de la cara de idiota de Nick. Yo lo veo igual que siempre.
Nick  se sonrojó,  y para intentar ocultar un poco la vergüenza que
sentía, se agachó delante de Alicia.
—¿No vas a darme un beso? —le preguntó a la causante de que todos
lo llamaran «Nick».
—Claro. —La niña lo besó cariñosamente—. ¿Te vas a quedar a dormir?
—Si a tu madre le parece bien. —La despeinó un poco.
—A su madre le parece bien —contestó Silvia.
—¿Podremos jugar a los piratas? —preguntó Alicia, ansiosa.
—Por supuesto.
La niña, satisfecha con la respuesta, cogió a su hermana pequeña del
brazo y echó a correr hacia el cobertizo que hacía las veces de barco pirata.
Miley había observado toda la escena fascinada.  Le encantaba ver  esa
faceta dulce y cariñosa de Nick, le daba esperanzas. Si era capaz de ser
tan afable con unas niñas pequeñas,  tal  vez lograría que confiara en el
amor.
—Miley —Nick  le acarició el  brazo—, me gustaría presentarte a
Silvia, la mujer más valiente del mundo, la esposa de Sam.
—Nick,  no digas  tonterías  —lo riñó cariñosa—. Estoy  encantada de
conocerte, Miley.
—Lo mismo digo. Tienes unas hijas maravillosas.
—No te dejes engañar, son malísimas —dijo sonriendo—, aunque creo
que gran parte de culpa la tiene Nick.  Cuando eran más pequeñas,  él
solía pasar mucho tiempo aquí. —Silvia se calló y recordó cómo se había
quedado Nick después de la muerte de su padre, y cómo Sam lo había
obligado a vivir con ellos durante un tiempo.  Se pasaba los días casi  sin
hablar, y las noches al lado de la cuna de Alicia, como si viéndola dormir
pudiera combatir  la pena que lo abrumaba—.  En fin,  podrás verlo por  ti
misma  esta  noche,  cuando  los  piratas  nos  ataquen.  —Ante  la  mirada
perpleja de ambos añadió—. Vamos, voy a enseñarte vuestro cuarto.
—¿Nuestro cuarto? —preguntó Nick  tropezando con la bolsa que
había sacado del maletero. Miley no sabía dónde mirar.
—Nick  Trevelyan,  ¿vas  a  insultar  mi  inteligencia  diciendo  que
quieres cuartos separados? —dijo Silvia desafiante.
Nick no contestó, pero Miley sí lo hizo.
—No creo que Nick  sea capaz de articular  una palabra,  pero yo sí.
Tienes razón, Silvia, una habitación es todo lo que necesitamos. Bueno, no
todo, pero basta para empezar.
—¿Nick? —repitió Silvia, curiosa—. Me gusta, y también me gustas tú,
Miley. Ya era hora de que Nick recordara que tiene corazón. Es por aquí.
Nick  continuó mudo,  pero cogió la bolsa y siguió a Silvia hacia el
interior de la granja.
—Esta habitación es la que solía ocupar  Nick cuando pasaba largas
temporadas con nosotros.  El  año pasado decidí  redecorarla,  espero que
estéis cómodos. Podéis utilizar el baño del pasillo.
—Es perfecta, Silvia, gracias —contestó Miley mirando las vistas desde
la ventana—. Me encanta este lugar.
La mujer sonrió.
—Os dejo para que os instaléis —dijo. A continuación abrazó a Nick
y le susurró de modo que Miley no pudiera oírlo—: Cuando recuperes la
voz, me gustaría que me contaras cómo has logrado que una chica así se
enamorara de ti.
—No tengo ni idea —respondió él devolviéndole el abrazo.
—Os espero en la cocina —se despidió Silvia al salir de la habitación—.
Supongo que Sam ya habrá regresado de correr, y que las niñas estarán
ansiosas por jugar contigo.
Miley y Nick se quedaron solos. Ella seguía mirando por la ventana,
le fascinaba el  paisaje, parecía una escena de Orgullo y Prejuicio. Nick
abrió la bolsa y empezó a guardar la ropa en los cajones de la cómoda,
como si fuese algo que hubiera hecho miles de veces.
—Es precioso —musitó Miley.
Nick seguía ordenando la ropa.
—¿Estuviste mucho tiempo aquí?
—Bastante —respondió él escueto sin dejar de hacer lo que hacía.
—¿Cuándo? —Miley insistió sin darse la vuelta,  deseando con todas
sus fuerzas que Nick confiara en ella.
Él dejó de moverse por la habitación, se sentó en la cama y se pasó
nervioso las manos por el pelo.
—Cuando murió mi padre. —Tomó aliento—. Creí que me iba a volver
loco.  De no haber  sido por  Sam y Silvia,  no sé si  Nana hubiera podido
consolarme. ¿Sabes qué fue lo peor de todo?
Miley se dio la vuelta y se sentó a su lado en la cama.
—¿Qué? —Ella entrelazó sus dedos con los de él.
Nick cerró los ojos y bajó la cabeza.
—Saber que yo no había sido suficiente.
Miley no dijo nada y esperó a que él decidiera o no continuar.
—Cuando mi  madre se fue, mi  padre empezó a beber.  El  cáncer fue
únicamente el último golpe. Durante años, él se había encargado de acabar
por sí solo con su hígado y con parte de sus pulmones. —Respiró hondo—.
Nunca logré convencerle de que dejara de beber. —Cerró los ojos—. Igual
que nunca logré convencer  a mi  «queridísima» madre de que aceptara
verlo.  —Levantó la cabeza—.  No sé por  qué te estoy contando esto.  Al
parecer,  tengo tendencia a decirte cosas que nunca le he dicho a nadie
antes. —Le soltó la mano y se puso de pie.
—Yo  tampoco  lo  sé,  pero  me  gusta  que  sea  así  —replicó  Miley
acercándose a él.  No tenía intención de permitir  que se arrepintiera de
haber  compartido  esos  sentimientos  con  ella,  así  que  le  acarició
suavemente la mejilla—. ¿Vamos  a buscar  a Silvia y a las niñas? Estoy
impaciente por ver qué es eso de jugar a los piratas.

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