Al sonar el despertador, Miley fue la primera en despertarse,
abrió los
ojos y tras comprobar que Nick seguía dormido, se levantó y se fue
a la ducha. Luego preparó su bolsa para ir a casa de los Abbot. Estaba un poco
nerviosa. Aparte de
Nana, ellos eran lo más parecido a una
familia para
Nick, así que no quería causar mala impresión. Mientras escogía la
ropa
se le ocurrió que quizá Sam y su esposa supieran algo sobre la
muerte del
padre de Nick;
tendría que encontrar
el modo de hablar
con ellos. Ya
vestida, preparó el desayuno y fue a comprobar si él se había
despertado.
—Nick, ¿estás despierto?
Vio que la
cama estaba vacía
y oyó correr
el agua. Se
estaba
duchando. Por un
instante, estuvo tentada de interrumpir
su ducha igual
que él había hecho el día anterior, pero descartó la idea. Quería
que Nick
confiara en ella, y el
sexo, aunque era fantástico, sólo
servía para que él
ejerciera un control más fuerte sobre sus emociones. Tenía que
encontrar el
modo de que bajara la guardia y, la próxima vez que hicieran el
amor, el
señor Trevelyan no sería capaz de controlar nada. Ya se encargaría
ella de
eso.
Nick apareció en la cocina perfectamente duchado y con una bolsa
de viaje en la mano. Vio que Miley estaba desayunando tostadas y
leyendo
un libro. Se la veía feliz, y a él le dio un vuelco el corazón.
—¿Qué estás leyendo?
Miley acabó de masticar el bocado que aún tenía en la boca.
—El conde de
Montecristo. ¿Lo has leído?
—No. Pero he visto la película.
—La película no está mal, pero el libro es genial. Yo lo he leído
muchas
veces, es uno de mis
preferidos. Siempre que viajo, lo llevo conmigo. —
Señaló el libro que ahora
estaba encima de la mesa—. Me lo regaló mi
abuelo.
Entonces Nick se dio cuenta
de lo vieja que era la edición y de lo
gastado que se veía el libro. Recordó que el abuelo de Joe y
Miley
era un señor serio y reservado, pero que quería a sus nietos con
locura.
—¿Tu abuelo?
—Sí. Supongo que heredé de él la pasión por los libros. Murió hace
seis
años. —Miley cambió de tema—. En fin, ¿a qué hora tenemos que
irnos?
—No hay prisa. Hemos de estar allí a la hora de comer. —Se acercó
a la
mesa y cogió la novela—. ¿Me lo dejarás? —Antes de que ella pudiera
contestar, él bajó la cabeza y le dio un beso.
—Claro —respondió Miley.
—¿Sabes una cosa? —dijo él mientras le colocaba un mechón de pelo
detrás de la oreja—. Aún tengo Charlie y la fábrica de chocolate. Siempre lo
he llevado conmigo;
en la universidad,
en mis trabajos.
Ahora está
guardado en el primer cajón de mi escritorio.
Ella se sonrojó al acordarse del día en que le regaló ese libro, y
lo miró
sorprendida. No esperaba que él lo hubiera guardado todos esos
años. No
sabía qué decir, así que optó por una salida fácil:
—Yo ya estoy lista. Cuando quieras podemos irnos.
Nick la miró, y vio en ella una determinación que no había
visto
antes. Algo estaba
tramando, pero si Miley no
se lo contaba,
él, de
momento, no iba a preguntárselo.
—Pues vamos.
En el coche, a él se le veía pensativo; conducía sin decir nada,
no podía
dejar de dar vueltas a cómo le estaba cambiando la vida.
—No pienses tanto —dijo Miley sin dejar de mirar el paisaje.
—No estoy pensando —contestó él enfurruñado.
—Sí lo haces; puedo oír tus pensamientos desde aquí. —Entonces
ella
se volvió y lo miró—. Si sigues así, se te arrugará la frente. —Le
acarició el
entrecejo con suavidad.
—Está bien —reconoció él—, estaba pensando.
—¿En qué? —le preguntó ella, dejando de acariciarle.
—¿En qué?, ¿cómo «en qué»?
Ella no contestó.
—Pues en «lo nuestro» —prosiguió él malhumorado.
—¿Lo nuestro? —Miley
sonrió—. ¿Te han dicho alguna vez que te
preocupas demasiado?
—Constantemente.
—Pues deberías dejar de hacerlo. —Volvió a acariciarlo, esta vez
en la
nuca.
—Ya. —Le costaba
pensar con ella
tocándolo—. Me preocupa
que
acabe haciéndote daño. No me lo perdonaría.
—No vas a hacérmelo. —Notó
cómo se le tensaban los músculos del
cuello—. Tranquilo, ya soy
mayorcita y sé dónde me estoy metiendo.
—
Seguía acariciándole y él fue relajando la respiración.
—Me alegro de que al menos uno de los dos sepa lo que está
haciendo.
—Soltó el aliento—. Mira, estamos llegando, es esa casa.
La vivienda de fin de semana de la familia Abbot era preciosa.
Se
trataba de una
granja antigua que
Silvia, la mujer
de Sam, había
restaurado. Estaba en
medio de una enorme
pradera verde, y
en una
esquina se veían unas vacas y unas ovejas acompañadas por dos
grandes
perros. Aparcaron el coche, y en el mismo instante en que Nick
detuvo el
motor, por la puerta salieron corriendo dos niñas de
unos siete y nueve
años.
—¡Nick! —gritó la más pequeña al mismo tiempo que se le colgaba
del
cuello—. Hacía mucho que no venías.
—Tu padre es muy malo y me tiene todo el día trabajando —contestó
Nick sonriendo y besando a la pequeña en las mejillas.
—Tú sabes que eso no es verdad —dijo Silvia descolgando a Natalie
del
cuello de Nick para poder darle ella también dos besos—. Me alegro
de
verte. —Le peinó cariñosamente el pelo—. ¿Vas a presentarme a Miley?
—Mamá —dijo Alicia, la mayor de las hijas de Sam—, no entiendo lo
que decía papá de la cara de idiota de Nick. Yo lo veo igual que
siempre.
Nick se sonrojó, y para intentar ocultar un poco la vergüenza
que
sentía, se agachó delante de Alicia.
—¿No vas a darme un beso? —le preguntó a la causante de que todos
lo llamaran «Nick».
—Claro. —La niña lo besó cariñosamente—. ¿Te vas a quedar a
dormir?
—Si a tu madre le parece bien. —La despeinó un poco.
—A su madre le parece bien —contestó Silvia.
—¿Podremos jugar a los piratas? —preguntó Alicia, ansiosa.
—Por supuesto.
La niña, satisfecha con la respuesta, cogió a su hermana pequeña
del
brazo y echó a correr hacia el cobertizo que hacía las veces de
barco pirata.
Miley había observado toda la escena fascinada. Le encantaba ver esa
faceta dulce y cariñosa de Nick, le daba esperanzas. Si era capaz
de ser
tan afable con unas niñas pequeñas, tal
vez lograría que confiara en el
amor.
—Miley —Nick le acarició
el brazo—, me gustaría presentarte a
Silvia, la mujer más valiente del mundo, la esposa de Sam.
—Nick, no digas tonterías
—lo riñó cariñosa—. Estoy
encantada de
conocerte, Miley.
—Lo mismo digo. Tienes unas hijas maravillosas.
—No te dejes engañar, son malísimas —dijo sonriendo—, aunque creo
que gran parte de culpa la tiene Nick. Cuando eran más pequeñas, él
solía pasar mucho tiempo aquí. —Silvia se calló y recordó cómo se
había
quedado Nick después de la muerte de su padre, y cómo Sam lo había
obligado a vivir con ellos durante un tiempo. Se pasaba los días casi sin
hablar, y las noches al lado de la cuna de Alicia, como si
viéndola dormir
pudiera combatir la pena
que lo abrumaba—. En fin, podrás verlo por ti
misma esta noche,
cuando los piratas
nos ataquen. —Ante
la mirada
perpleja de ambos añadió—. Vamos, voy a enseñarte vuestro cuarto.
—¿Nuestro cuarto? —preguntó Nick
tropezando con la bolsa que
había sacado del maletero. Miley no sabía dónde mirar.
—Nick Trevelyan, ¿vas
a insultar mi
inteligencia diciendo que
quieres cuartos separados? —dijo Silvia desafiante.
Nick no contestó, pero Miley sí lo hizo.
—No creo que Nick sea capaz
de articular una palabra, pero yo sí.
Tienes razón, Silvia, una habitación es todo lo que necesitamos.
Bueno, no
todo, pero basta para empezar.
—¿Nick? —repitió Silvia, curiosa—. Me gusta, y también me gustas
tú,
Miley. Ya era hora de que Nick recordara que tiene corazón. Es por
aquí.
Nick continuó mudo, pero cogió la bolsa y siguió a Silvia hacia
el
interior de la granja.
—Esta habitación es la que solía ocupar Nick cuando pasaba largas
temporadas con nosotros.
El año pasado decidí redecorarla,
espero que
estéis cómodos. Podéis utilizar el baño del pasillo.
—Es perfecta, Silvia, gracias —contestó Miley mirando las vistas
desde
la ventana—. Me encanta este lugar.
La mujer sonrió.
—Os dejo para que os instaléis —dijo. A continuación abrazó a Nick
y le susurró de modo que Miley no pudiera oírlo—: Cuando recuperes
la
voz, me gustaría que me contaras cómo has logrado que una chica
así se
enamorara de ti.
—No tengo ni idea —respondió él devolviéndole el abrazo.
—Os espero en la cocina —se despidió Silvia al salir de la
habitación—.
Supongo que Sam ya habrá regresado de correr, y que las niñas
estarán
ansiosas por jugar contigo.
Miley y Nick se quedaron solos. Ella seguía mirando por la
ventana,
le fascinaba el paisaje,
parecía una escena de Orgullo y Prejuicio. Nick
abrió la bolsa y empezó a guardar la ropa en los cajones de la
cómoda,
como si fuese algo que hubiera hecho miles de veces.
—Es precioso —musitó Miley.
Nick seguía ordenando la ropa.
—¿Estuviste mucho tiempo aquí?
—Bastante —respondió él escueto sin dejar de hacer lo que hacía.
—¿Cuándo? —Miley insistió sin darse la vuelta, deseando con todas
sus fuerzas que Nick confiara en ella.
Él dejó de moverse por la habitación, se sentó en la cama y se
pasó
nervioso las manos por el pelo.
—Cuando murió mi padre. —Tomó aliento—. Creí que me iba a volver
loco. De no haber sido por
Sam y Silvia, no sé si Nana hubiera podido
consolarme. ¿Sabes qué fue lo peor de todo?
Miley se dio la vuelta y se sentó a su lado en la cama.
—¿Qué? —Ella entrelazó sus dedos con los de él.
Nick cerró los ojos y bajó la cabeza.
—Saber que yo no había sido suficiente.
Miley no dijo nada y esperó a que él decidiera o no continuar.
—Cuando mi madre se fue,
mi padre empezó a beber. El
cáncer fue
únicamente el último golpe. Durante años, él se había encargado de
acabar
por sí solo con su hígado y con parte de sus pulmones. —Respiró
hondo—.
Nunca logré convencerle de que dejara de beber. —Cerró los ojos—.
Igual
que nunca logré convencer a
mi «queridísima» madre de que aceptara
verlo. —Levantó la cabeza—. No sé por
qué te estoy contando esto. Al
parecer, tengo tendencia a
decirte cosas que nunca le he dicho a nadie
antes. —Le soltó la mano y se puso de pie.
—Yo tampoco lo
sé, pero me
gusta que sea
así —replicó Miley
acercándose a él. No tenía
intención de permitir que se
arrepintiera de
haber compartido esos
sentimientos con ella,
así que le
acarició
suavemente la mejilla—. ¿Vamos
a buscar a Silvia y a las niñas?
Estoy
impaciente por ver qué es eso de jugar a los piratas.
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