—Para nada —respondió ella cerrando tras de sí. Iba a encender la
luz
cuando Nick la cogió de los hombros y la empujó suavemente contra
la
puerta. Colocó las manos a ambos lados de su cabeza y la besó con
toda la
pasión que llevaba dos días reprimiendo.
—He pasado todo el fin de semana
pensando en esto —murmuró
Nick apartándose de ella un
instante para tomar aire—. Ya no puedo
aguantar más. —Volvió a
besarla con fuerza. Con su lengua
seducía sus
labios, mientras con las manos le desabrochaba la camisa y le
acariciaba los
pechos.
—Yo tampoco —susurró
Miley antes de
seguir su ejemplo
y
desabrocharle también la camisa—. Me encanta tocarte.
Le deslizó la mano por el abdomen. Nick se la apartó antes de que
pudiera llegar a su objetivo y, ante la mirada sorprendida de
ella, contestó a
la pregunta no formulada.
—Me queda muy poco autocontrol.
—Le besó el cuello, le recorrió la
clavícula con la lengua y le desabrochó el pantalón—. Yo en tu
lugar no me
pondría a prueba.
Miley optó por ignorar su consejo y le desabrochó el cinturón.
La
estaba volviendo loca con sus labios y con sus manos, que le
recorrían todo
el cuerpo, y quería que él sintiera lo mismo. Así que al cinturón
le siguieron
todos los botones de los vaqueros.
—Miley, te deseo. —Él
posó la mano en su entrepierna—.
Necesito
hacer el amor contigo.
Era como si le pidiera permiso, y a Miley la emocionó esa ternura.
—Yo también necesito hacer el amor contigo.
Al oír esa frase, a Nick le brillaron aún más los ojos y tardó
sólo unos
segundos en coger un preservativo y colocárselo.
—No vayamos a la habitación —dijo él con la respiración
entrecortada
—. Quedémonos aquí. Agárrate a mí.
Miley notó cómo la levantaba del
suelo y la penetraba en el mismo
movimiento. Ella le rodeó
el cuello con los brazos y, con las piernas, se
apretó contra su cintura.
Los dos seguían parcialmente vestidos. Miley
nunca se había imaginado capaz de hacer algo así, pero con Nick
todo le
parecía posible. Sentía
todos sus movimientos en lo más profundo de su
interior, mientras la besaba como si quisiera devorarla y con las
manos la
sujetaba y apretaba contra él para que su espalda no rozara
demasiado la
pared. Ella le acariciaba la espalda por debajo de la camisa y le
besaba el
pecho y los hombros, que empezaban a cubrirse de sudor. Sintió
cómo él
llegaba al límite,
cómo tensaba la
espalda; ella también
estaba muy
excitada.
—Miley, mírame —le pidió Nick
con la mandíbula
apretada—.
Mírame.
Miley abrió los ojos y lo miró, y en sus ojos vio todo lo que él
aún no
sabía cómo expresar con palabras.
—Nick, me estoy enamorando de ti —fue lo único que se atrevió a
decir.
Él no respondió, pero en su mirada apareció un brillo especial, y
la besó
como nunca antes la había besado.
Con ese beso, intentó decirle que
él
también se estaba enamorando, aunque tenía miedo de reconocerlo, y
con
sus caderas ejecutó los últimos movimientos que los llevaron a
ambos al
paraíso.
Pasados los temblores del mayor orgasmo que Nick había tenido en
toda su vida, siguió de pie, sujetando a Miley entre sus brazos
mientras ella
aún se estremecía.
¡Se estaba enamorando de él! Dios, seguro que en alguna vida
anterior
había hecho algo muy bueno para merecer que una mujer como Miley
se
enamorase de él. Y aunque no fuera así, ahora que la tenía no iba
a dejarla
escapar; iba a encontrar un modo de convencerla de que se quedara
con él.
Aunque hacerle el amor como
un salvaje contra la pared quizá no era el
mejor modo de hacerlo.
—¿Te he hecho daño? —le preguntó preocupado mientras la soltaba y
la apoyaba en el suelo.
—No. —Miley lo miró perpleja—. ¿Por qué lo preguntas?
—Bueno —Nick se sonrojó—, la pared... No sé qué me ha pasado.
—¿Ah, no? —Ella le acarició cariñosamente el pecho—. Se llama
pasión,
y ahora que la he descubierto, creo que me encanta. Así que no te
atrevas a
arrepentirte de lo que has hecho.
—¿Ahora que la has descubierto? —preguntó Nick mientras la cogía
en brazos y se encaminaba con ella hacia su habitación.
—Sí. —Ahora fue Miley la que se sonrojó—. Yo nunca había hecho
algo
así. —Le besó el cuello—.
Aunque no sé si debería decírtelo. Ahora se te
subirán los humos a la cabeza.
—Los humos no es lo único que se me está subiendo, princesa. —Y la
soltó encima de la cama sin contemplaciones.
Cuando Miley entendió a lo que se refería, le tiró una almohada en
la
cabeza.
—Serás engreído —dijo riéndose y maravillada al ver que tenía
razón, y
que se le había elevado algo más que el ego—. Eres insaciable.
—Sólo contigo, princesa.
Y se pasó toda la noche demostrándoselo.
Miley era feliz, muy feliz, había pasado la noche haciendo el amor
con
el hombre más maravilloso
del mundo, se habían explorado y saboreado
mutuamente, y luego habían hablado. Nick le contó cómo conoció a
Jack
en la universidad, y cómo su abuela lo había cuidado de pequeño.
Incluso le
contó un par
de secretos con
los que algún
día podría chantajear
a
Joe. A cambio, Miley le habló de su interés por el arte, de su
pésima
carrera laboral y del patético accidente en el que se rompió la pierna.
Nick no habló de sus padres
en ningún momento y Miley no
quiso
insistir; era una
noche demasiado mágica
como para que
unos malos
recuerdos la enturbiaran. Ambos se levantaron cansados, pero a
ninguno de
los dos le importó. Ya dormirían más tarde. De todos modos, dormir
es una
actividad sobrevalorada.
Llegaron a la revista juntos y, antes de subir a su despacho, Nick
le
dio un beso en recepción. Nunca antes la había besado en el
trabajo. Miley
creía que se debía a su temperamento reservado, pero si
había decidido
cambiar, ella no iba a impedírselo. Finalmente, se despidieron y
se fueron
cada uno a su lugar de trabajo.
Miley se sentó frente a su ordenador y,
justo cuando empezaba a
concentrarse, sonó el teléfono.
—¿Sí?
—Miley, ¿eres tú? —Era Nana—. ¿Te pillo en mal momento?
—No —contestó ella sorprendida—. ¿Pasa algo?
Nana se rió.
—Nada, tranquila. Es que pensé que sería mejor llamarte al trabajo
si
no queremos que Nick se entere de nuestra pequeña reunión.
—Claro. Ya me había olvidado, ¿cuándo vas a venir?
—El miércoles, si a ti te va bien.
—Perfecto.
—Miley, ¿estás bien? —preguntó la anciana preocupada.
—Sí, muy bien, ¿por qué?
—Suenas distinta. Mi nieto se está portando bien, ¿no?
—Sí —sonrió—, demasiado.
—Ah. —Nana también sonrió—. Entiendo. Bueno, me alegro de que por
fin se haya decidido a hacer algo bien.
—Yo también.
Las dos se rieron.
—Nos vemos el miércoles. —Nana hizo una pausa—. ¿Puedo pedirte un
favor?
—Por supuesto —contestó Miley sin dudarlo—. Díme.
—¿Conoces a Steve
Gainsborough?
—No personalmente, pero sé quién es. Es el director de la revista The
Scope, ¿por qué?
—Era el mejor amigo de Rupert. —Nana tomó aliento—. Nunca he
hablado con él de todo lo
que pasó, y creo que ha llegado el momento.
¿Podrías conseguirme su número?
—Sí, claro. Si quieres, puedo intentar llamarlo.
—Te lo agradecería mucho.
No sé, supongo que,
lo mismo que a
Nick, aún me duele recordar a Rupert.
—No te preocupes. —Miley
decidió cambiar de tema—. ¿A qué hora
llegas el miércoles?
—A las diez, pero no hace falta que vayas a la estación. Cuando
llegue,
te llamo y nos organizamos.
Miley vio que Jack se acercaba a su mesa.
—Nos vemos el miércoles. Ahora tengo que colgar. Besos.
—Adiós.
Miley colgó el teléfono e intentó concentrarse en su trabajo. Una
cosa
era que Jack y ella fueran amigos, y otra que no tuviera que
cumplir con sus
obligaciones.
—Buenos días —la saludó Jack sonriendo—. ¿Qué tal ha ido el
fin de
semana?
—Genial —contestó Miley sin poder evitar ruborizarse—. ¿Y el tuyo?
—Bien, fuimos a cenar a ese sitio de Covent Garden y luego a tomar
una copa. Descubrimos un local
muy interesante, tal vez Nick y
tú podáis
venir la próxima vez.
—Me encantaría.
Jack miró el ordenador.
—¿Estás trabajando en la nueva propuesta que te pasé?
—Sí. —Miley movió el cursor
para enseñarle los cambios que había
hecho—. Creo que
podríamos aumentar el contraste
si las fotografías
tuvieran un color más intenso, ¿qué te parece?
Jack estudió la fotografía.
—Estoy de acuerdo. Sigue con ello. ¿Nos vemos a la hora del
almuerzo?
—Por supuesto.
«Seguro que tengo cara de idiota —pensó Miley—. ¿Quién me iba a
decir que rompiéndome la pierna acabaría encontrando al amor de mi
vida
y a tantos amigos?»
Como siempre, almorzó con Jack y Amanda, quienes le contaron que
la
afición de Silvia, la mujer de Sam, por la fotografía era mucho
más que una
afición, y que, bajo el pseudónimo de S. H. Wells, se escondía una
de las
más prestigiosas fotógrafas del mundo. Típico de Miley no
enterarse de ese
tipo de cosas a tiempo.
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