viernes, 22 de marzo de 2013

What A Feeling- Capitulo 43



—Para nada —respondió ella cerrando tras de sí. Iba a encender la luz
cuando Nick la cogió de los hombros y la empujó suavemente contra la
puerta. Colocó las manos a ambos lados de su cabeza y la besó con toda la
pasión que llevaba dos días reprimiendo.
—He pasado todo  el  fin de semana  pensando en  esto —murmuró
Nick  apartándose de ella un instante para tomar  aire—.  Ya no puedo
aguantar más.  —Volvió a besarla con fuerza.  Con su lengua seducía sus
labios, mientras con las manos le desabrochaba la camisa y le acariciaba los
pechos.
—Yo  tampoco  —susurró  Miley  antes  de  seguir  su  ejemplo  y
desabrocharle también la camisa—. Me encanta tocarte.
Le deslizó la mano por el abdomen. Nick se la apartó antes de que
pudiera llegar a su objetivo y, ante la mirada sorprendida de ella, contestó a
la pregunta no formulada.
—Me queda muy poco autocontrol.  —Le besó el  cuello,  le recorrió la
clavícula con la lengua y le desabrochó el pantalón—. Yo en tu lugar no me
pondría a prueba.
Miley optó por  ignorar  su consejo y le desabrochó el  cinturón.  La
estaba volviendo loca con sus labios y con sus manos, que le recorrían todo
el cuerpo, y quería que él sintiera lo mismo. Así que al cinturón le siguieron
todos los botones de los vaqueros.
—Miley,  te deseo.  —Él  posó la mano en su entrepierna—.  Necesito
hacer el amor contigo.
Era como si le pidiera permiso, y a Miley la emocionó esa ternura.
—Yo también necesito hacer el amor contigo.
Al oír esa frase, a Nick le brillaron aún más los ojos y tardó sólo unos
segundos en coger un preservativo y colocárselo.
—No vayamos a la habitación —dijo él con la respiración entrecortada
—. Quedémonos aquí. Agárrate a mí.
Miley notó cómo la levantaba del  suelo y la penetraba en el  mismo
movimiento.  Ella le rodeó el  cuello con los brazos y,  con las piernas,  se
apretó contra su cintura.  Los  dos  seguían parcialmente vestidos.  Miley
nunca se había imaginado capaz de hacer algo así, pero con Nick todo le
parecía posible.  Sentía todos sus movimientos en lo más profundo de su
interior, mientras la besaba como si quisiera devorarla y con las manos la
sujetaba y apretaba contra él para que su espalda no rozara demasiado la
pared. Ella le acariciaba la espalda por debajo de la camisa y le besaba el
pecho y los hombros, que empezaban a cubrirse de sudor. Sintió cómo él
llegaba  al  límite,  cómo  tensaba  la  espalda;  ella  también  estaba  muy
excitada.
—Miley,  mírame  —le  pidió  Nick  con  la  mandíbula  apretada—.
Mírame.
Miley abrió los ojos y lo miró, y en sus ojos vio todo lo que él aún no
sabía cómo expresar con palabras.
—Nick, me estoy enamorando de ti —fue lo único que se atrevió a
decir.
Él no respondió, pero en su mirada apareció un brillo especial, y la besó
como nunca antes la había besado.  Con ese beso,  intentó decirle que él
también se estaba enamorando, aunque tenía miedo de reconocerlo, y con
sus caderas ejecutó los últimos movimientos que los llevaron a ambos al
paraíso.
Pasados los temblores del mayor orgasmo que Nick había tenido en
toda su vida, siguió de pie, sujetando a Miley entre sus brazos mientras ella
aún se estremecía.
¡Se estaba enamorando de él! Dios, seguro que en alguna vida anterior
había hecho algo muy bueno para merecer que una mujer como Miley se
enamorase de él. Y aunque no fuera así, ahora que la tenía no iba a dejarla
escapar; iba a encontrar un modo de convencerla de que se quedara con él.
Aunque hacerle el  amor como un salvaje contra la pared quizá no era el
mejor modo de hacerlo.
—¿Te he hecho daño? —le preguntó preocupado mientras la soltaba y
la apoyaba en el suelo.
—No. —Miley lo miró perpleja—. ¿Por qué lo preguntas?
—Bueno —Nick se sonrojó—, la pared... No sé qué me ha pasado.
—¿Ah, no? —Ella le acarició cariñosamente el pecho—. Se llama pasión,
y ahora que la he descubierto, creo que me encanta. Así que no te atrevas a
arrepentirte de lo que has hecho.
—¿Ahora que la has descubierto? —preguntó Nick mientras la cogía
en brazos y se encaminaba con ella hacia su habitación.
—Sí. —Ahora fue Miley la que se sonrojó—. Yo nunca había hecho algo
así. —Le besó el  cuello—. Aunque no sé si  debería decírtelo.  Ahora se te
subirán los humos a la cabeza.
—Los humos no es lo único que se me está subiendo, princesa. —Y la
soltó encima de la cama sin contemplaciones.
Cuando Miley entendió a lo que se refería, le tiró una almohada en la
cabeza.
—Serás engreído —dijo riéndose y maravillada al ver que tenía razón, y
que se le había elevado algo más que el ego—. Eres insaciable.
—Sólo contigo, princesa.
Y se pasó toda la noche demostrándoselo.
Miley era feliz, muy feliz, había pasado la noche haciendo el amor con
el  hombre más maravilloso del  mundo,  se habían explorado y saboreado
mutuamente, y luego habían hablado. Nick le contó cómo conoció a Jack
en la universidad, y cómo su abuela lo había cuidado de pequeño. Incluso le
contó  un  par  de  secretos  con  los  que  algún  día  podría  chantajear  a
Joe. A cambio, Miley le habló de su interés por el arte, de su pésima
carrera laboral  y del  patético accidente en el  que se rompió la pierna.
Nick  no habló de sus  padres  en ningún momento  y Miley no quiso
insistir;  era  una  noche  demasiado  mágica  como  para  que  unos  malos
recuerdos la enturbiaran. Ambos se levantaron cansados, pero a ninguno de
los dos le importó. Ya dormirían más tarde. De todos modos, dormir es una
actividad sobrevalorada.
Llegaron a la revista juntos y, antes de subir a su despacho, Nick le
dio un beso en recepción. Nunca antes la había besado en el trabajo. Miley
creía que se debía a su temperamento reservado,  pero si  había decidido
cambiar, ella no iba a impedírselo. Finalmente, se despidieron y se fueron
cada uno a su lugar de trabajo.
Miley se sentó frente a su ordenador  y,  justo cuando empezaba a
concentrarse, sonó el teléfono.
—¿Sí?
—Miley, ¿eres tú? —Era Nana—. ¿Te pillo en mal momento?
—No —contestó ella sorprendida—. ¿Pasa algo?
Nana se rió.
—Nada, tranquila. Es que pensé que sería mejor llamarte al trabajo si
no queremos que Nick se entere de nuestra pequeña reunión.
—Claro. Ya me había olvidado, ¿cuándo vas a venir?
—El miércoles, si a ti te va bien.
—Perfecto.
—Miley, ¿estás bien? —preguntó la anciana preocupada.
—Sí, muy bien, ¿por qué?
—Suenas distinta. Mi nieto se está portando bien, ¿no?
—Sí —sonrió—, demasiado.
—Ah. —Nana también sonrió—. Entiendo. Bueno, me alegro de que por
fin se haya decidido a hacer algo bien.
—Yo también.
Las dos se rieron.
—Nos vemos el miércoles. —Nana hizo una pausa—. ¿Puedo pedirte un
favor?
—Por supuesto —contestó Miley sin dudarlo—. Díme.
—¿Conoces a Steve Gainsborough?
—No personalmente, pero sé quién es. Es el director de la revista The
Scope, ¿por qué?
—Era el  mejor  amigo de Rupert.  —Nana tomó aliento—. Nunca he
hablado con él  de todo lo que pasó,  y creo que ha llegado el  momento.
¿Podrías conseguirme su número?
—Sí, claro. Si quieres, puedo intentar llamarlo.
—Te lo  agradecería  mucho.  No sé,  supongo  que,  lo mismo  que a
Nick, aún me duele recordar a Rupert.
—No te preocupes.  —Miley decidió cambiar de tema—.  ¿A qué hora
llegas el miércoles?
—A las diez, pero no hace falta que vayas a la estación. Cuando llegue,
te llamo y nos organizamos.
Miley vio que Jack se acercaba a su mesa.
—Nos vemos el miércoles. Ahora tengo que colgar. Besos.
—Adiós.
Miley colgó el teléfono e intentó concentrarse en su trabajo. Una cosa
era que Jack y ella fueran amigos, y otra que no tuviera que cumplir con sus
obligaciones.
—Buenos días —la saludó Jack sonriendo—. ¿Qué tal  ha ido el  fin de
semana?
—Genial —contestó Miley sin poder evitar ruborizarse—. ¿Y el tuyo?
—Bien, fuimos a cenar a ese sitio de Covent Garden y luego a tomar
una copa. Descubrimos un local  muy interesante, tal  vez Nick y tú podáis
venir la próxima vez.
—Me encantaría.
Jack miró el ordenador.
—¿Estás trabajando en la nueva propuesta que te pasé?
—Sí.  —Miley movió el  cursor  para enseñarle los cambios que había
hecho—.  Creo  que  podríamos  aumentar  el  contraste  si  las  fotografías
tuvieran un color más intenso, ¿qué te parece?
Jack estudió la fotografía.
—Estoy de acuerdo. Sigue con ello. ¿Nos vemos a la hora del almuerzo?
—Por supuesto.
«Seguro que tengo cara de idiota —pensó Miley—.  ¿Quién me iba a
decir que rompiéndome la pierna acabaría encontrando al amor de mi vida
y a tantos amigos?»
Como siempre, almorzó con Jack y Amanda, quienes le contaron que la
afición de Silvia, la mujer de Sam, por la fotografía era mucho más que una
afición, y que, bajo el pseudónimo de S. H. Wells, se escondía una de las
más prestigiosas fotógrafas del mundo. Típico de Miley no enterarse de ese
tipo de cosas a tiempo.

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