Miley iba a abrir la puerta de la habitación cuando Nick le puso
una
mano en el
hombro y la
obligó a darse
media vuelta. Unos
escasos
centímetros los separaban y él buscó sus labios con suavidad. Fue
un beso
dulce, lento. Mientras, con las manos le acariciaba la cara, como
si quisiera
grabarse en el tacto de sus
dedos la forma de sus facciones. Nick no
sabía muy bien
qué le estaba
pasando, pero sí
sabía que necesitaba
recordar su sabor, recordar que aún era capaz de sentir y, al
parecer, sólo
Miley hacía posible
ese milagro. Ella
le acariciaba la
espalda, parecía
entender lo que estaba pasando, y con sus labios y su cariño
quería que él
se sintiera tranquilo, feliz. Los dos se abrazaron con fuerza, sus
lenguas no
dejaban de acariciarse, sus corazones latían acelerados al
unísono; Nick
deslizó una mano por debajo del jersey de ella para sentir su
piel. Entonces,
poco a poco, fue bajando la intensidad del beso y, con los ojos
aún cerrados,
apoyó su frente contra la de Miley. Se apartó unos centímetros de
ella y le
colocó detrás de la oreja un mechón de pelo.
—Vamos, te enseñaré a jugar a los piratas.
—Sam, si cuentas otra vez lo de esa fiesta, juro que dormirás solo
lo
que te queda de vida —lo riñó Silvia sonriendo—. No puedo creer
que me
convencieras de hacer esas locuras.
—Eh, no todo es culpa mía —respondió él entre carcajadas—. No soy
yo el que se apuntó a clases de danza del vientre.
—No pienso dignificar ese comentario con una respuesta. —Silvia se
levantó sonrojada de la silla—. Miley, ¿quieres que te enseñe los
artículos
que Nick escribió en la universidad, mientras los «chicos» recogen
la mesa y
friegan los platos?
—Me encantaría —respondió ella aún riendo—. ¿Ya se han ido a
dormir
las niñas?
—Sí, hace un rato. Sam, Nick, espero tener todos los platos y las
copas limpias y enteras en unos veinte minutos. Nosotras os esperamos
sentadas delante de la chimenea. —Se dirigió a Miley—. ¿Vamos?
—Sí, claro.
Se levantó y siguió a Silvia hasta una habitación que hacía las
veces de
biblioteca y despacho
y en la
que había una
chimenea con el
fuego
encendido. Silvia se dirigió a un escritorio y de un cajón sacó
una carpeta
azul, se sentó en un sofá y le indicó a Miley que se sentara a su
lado.
—Siempre he guardado los artículos de Nick.
—¿Seguro que no quieres que vaya yo a fregar los platos y así Sam
y tú
estáis un momento tranquilos a solas? —preguntó Miley un poco
incómoda
por haber dejado a su anfitrión atrapado en la cocina.
—Vaya tontería. A Sam le encanta fregar platos, y así podrá
interrogar
a Nick sobre ti.
Vamos, siéntate. Aparte de los
artículos también tengo
algunas fotos que quiero enseñarte.
Miley no pudo resistir la tentación y se acomodó al lado de
Silvia.
—¿Desde cuándo conoces a Nick?
—Desde que murió su padre, hace ya nueve años. Me acuerdo porque
Alicia acababa de nacer, y a Nick le encantaba quedarse en su
habitación,
mirándola mientras dormía. —Rebuscaba entre los papeles de la
carpeta—.
Mira, este artículo es el primero que Sam descubrió.
Miley empezó a leerlo; era
fascinante la fuerza y la rabia que se
desprendía de cada
línea. Oyó cómo
Silvia se levantaba
y cogía una
fotografía que había encima de una mesita.
—Esta fotografía es de ese invierno. —Se la acercó a Miley—.
Siempre
ha sido una de mis favoritas. Sam quería que la incluyera en una
de mis
exposiciones, pero siempre me he negado. Es demasiado íntima,
demasiado
mía.
—Lo entiendo —susurró Miley ensimismada mirando la foto. En ella,
Nick estaba sentado en un sofá, con Alicia en los brazos. Los dos
estaban
dormidos y por la ventana
de la habitación entraba una luz mágica que
hacía que los dos parecieran igual
de inocentes, igual de necesitados de
protección.
—Recuerdo ese día —explicó Silvia—. Yo volvía de fotografiar unos
terneros recién nacidos y cuando entré en la habitación y los
vi no pude
resistir la tentación. Se los veía tan dulces, tan tranquilos.
Creo que era la
primera vez que Nick dormía en dos semanas.
Miley notó cómo los ojos se le llenaban de lágrimas, y para
relajar un
poco el ambiente decidió cambiar de tema.
—¿Eres fotógrafa?
—Sí, bueno, lo intento. —Silvia la cogió de la mano—. No te
preocupes
por llorar, él no ha sido capaz de hacerlo, así que está bien que
alguien que
le quiera llore por él.
—Ya —susurró Miley frotándose los ojos con los puños del jersey—.
La
verdad es que aún no sé qué va a pasar con nosotros.
—Nadie lo sabe
—contestó Silvia—. ¿Quieres
que te enseñe
las
fotografías que tomé de las niñas el año pasado por Halloween? Con
una de
ellas gané un concurso.
—Me encantaría —respondió Miley sonriendo de nuevo—. A ver si así
dejo de hacer el ridículo durante un rato.
Mientras, en la
cocina, Sam estaba haciendo
lo que Silvia
había
anunciado; es decir, estaba interrogando a Nick.
—Bueno, ¿cómo van
las cosas? —Era
un primer intento
de
acercamiento sutil y ambiguo.
—Bien, como siempre —respondió Nick mientras freNicka una de las
bandejas.
—¿Como siempre? —Sam le guiñó un ojo—. Yo no recuerdo haberte
visto nunca sonreír más de dos veces seguidas en la misma noche.
Hasta
hoy.
—Ya.
—¿Cómo que ya? —Sam optó por abandonar la sutileza—. Hace diez
años que te conozco, y es la primera vez que te veo feliz. ¿Crees
que te voy
a dejar escapar sin que me cuentes todos los detalles? Ni loco. Si
lo hago,
Silvia me mata. Vamos, compadécete de mí y cuéntamelo.
—Pues —Nick carraspeó—, no sé. —Se sonrojó—. Primero pensé que
sólo me sentía atraído por ella, que la deseaba.
—Para, para. —Sam levantó la mano con la que enjuagaba los
platos—.
Piensa que tengo el corazón de un hombre de cincuenta y siete
años.
Nick continuó como si no lo hubiera oído.
—Pero por desgracia es peor.
—¿Peor? —preguntó Sam sorprendido.
—Mucho peor. —Nick
fregaba los platos
completamente
concentrado—. No dejo de pensar en ella. No puedo dejar de pensar
en ella.
—Eso no es malo. —Sam le
puso una mano sobre el hombro—. Se
llama amor, y cuando te acostumbras está bastante bien.
Nick cerró el grifo y colocó el último plato en el escurridor.
—Es que me da miedo acostumbrarme.
—¿Miedo? ¿A qué tienes miedo? —Sam intuía la respuesta, pero
quería
oírselo decir a Nick.
Este se dirigió a la puerta de la cocina y colgó el delantal.
—Tengo miedo de convertirme en mi padre —contestó sin atreverse a
mirar a Sam a la cara.
Él le puso la mano en el antebrazo para poder decirle lo que
pensaba
de semejante estupidez, antes de ir a reunirse con Silvia y con Miley.
—Nick, tú no eres tu padre, nunca lo has sido y nunca lo serás, y
Miley no es tu madre. —Buscó su mirada—. Tú nunca elegirías el
camino
que tomó Rupert cuando Gloria os abandonó. ¿Lo entiendes?
—Lo entiendo. ¿Vamos a ver qué están tramando esas dos?
—Vamos —convino Sam, pero
estaba convencido de que Nick no
había escuchado ni una palabra de todo lo que le había dicho.
—En ésta están guapísimas —exclamó Miley sonriendo.
—Siempre he dicho que se parecen a mí —contestó Sam desde la
puerta.
—Ya, eso quisieras —lo pinchó Nick, que entró el último.
—Sam, Nick, estoy aburriendo a Miley con batallitas de las niñas.
Cada vez me parezco
más a mi
madre. —Silvia le acercó otra
caja de
fotografías—. Si estás harta —dijo dirigiéndose a Miley—, podemos
dejarlo.
—No, en absoluto. Me encanta ver fotografías. Mi padre también nos
hacía muchas cuando éramos pequeños. Bueno,
la verdad es que aún lo
hace; es un poco pesado, pero vale la pena.
Miley estaba tan enfrascada con las fotos que no se dio cuenta de
que
Nick se había sentado a su lado en el sofá hasta que él empezó a
hablar.
—Me acuerdo de un verano en que fuimos a la playa. Yo tendría
nueve
o diez años. Joe y yo estuvimos nadando y jugando en el mar
durante
horas. —Le acarició el
pelo—. Tú estabas con una de tus hermanas en la
arena, intentando
construir un castillo, y vi
cómo tu padre se ponía en
cuclillas y os sacaba una foto. —Le acarició la mejilla—. Nunca la
he visto,
pero seguro que estás preciosa.
A Miley le costó encontrar la voz, pero lo logró.
—Es una de mis fotos preferidas. Cuando cumplí dieciochos años mis
hermanos me la regalaron en una tela y la tengo colgada en mi
habitación.
¿Cómo te diste cuenta de que mi padre nos hacía esa foto?
—Porque te estaba mirando —contestó Nick sin dudarlo,
pero al
notar que se
sonrojaba, decidió cambiar de tema—.
Sam, ¿has leído los
artículos que te he traído?
—No, y no pienso
hacerlo. Hoy es sábado —miró el reloj—, y ahora
mismo me voy a la cama. Mañana hablamos de ello. —Le tendió la
mano a
su esposa para ayudarla a levantarse del sofá—. Buenas noches, Miley.
—Buenas noches, Sam.
Silvia, gracias por
todo —respondió ella
sabiendo que Silvia entendería a qué se refería.
—De nada, buenas noches.
—Tú y yo
también deberíamos irnos
a dormir —prosiguió
Miley,
dirigiéndose ahora a Nick—. Creo que mañana nos espera la venganza
de
los piratas. —Se levantó del sofá y se dirigió hacia la puerta—.
¿Vienes?
Él levantó la vista de las fotografías que aún tenía en el regazo
y no
dijo nada.
—¿Vienes? —volvió a preguntarle Miley.
—Claro. —Se levantó del sofá y la cogió de la mano.
Una vez en la habitación,
ninguno de los dos sabía muy bien cómo
comportarse, y Miley optó por disimular buscando el pijama y el
neceser en
la bolsa que aún no había deshecho. Nick
abrió un cajón y cogió el
pijama que antes había guardado.
—Voy al baño —dijo tras carraspear—, ¿o prefieres ir tú primero?
—No, gracias —contestó Miley—. Ve tú.
Ella aprovechó que estaba sola para cambiarse y para preparar la
cama.
—Ya tienes vía
libre —le comunicó
Nick cuando volvió
a la
habitación, ya con el pijama puesto.
—Gracias, sólo tardaré un minuto.
Él se puso las gafas y cogió un libro. Necesitaba distraerse,
tenía que
dejar de pensar en las ganas que tenía de hacer el amor con Miley,
ya que
de ninguna manera iba a hacerlo con Sam y Silvia durmiendo a
escasos
metros de ellos. Tenía que relajarse, a ver si así lograba volver
a respirar
con normalidad y que la sangre le circulara por todo el cuerpo,
y no se
concentrara sólo bajo su cintura. Se tumbó en la cama e intentó
meterse en
la lectura. No tenía ni idea de lo que estaba leyendo. Miley abrió
la puerta y
caminó en silencio hacia la cama.
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