—Ya, seguro que
no. Dame un
par de días
para hacer algunas
averiguaciones y la próxima semana, cuando me traigas las fotos y los
artículos de Nick, te cuento lo que haya descubierto.
—Gracias. —Miley estaba
segura de que Steve no sabía lo de los
artículos robados, y que
haría todo lo posible por averiguar lo que había
pasado. No sólo porque quisiera ayudarla a ella, sino porque el
prestigio y la
reputación de su revista estaban también en peligro.
—Si necesito más información,
te llamo o te mando un e-mail,
¿te
parece bien? —preguntó Steve, que ya estaba pensando en que había
dos
redactores en The Scope que nunca le habían gustado demasiado.
—Perfecto. Ahora mismo
llamaré a Nana para pedirle las fotos.
Nos
vemos la semana que viene.
Se despidieron y colgaron.
Steve se quedó un rato aturdido por
las
noticias que le había dado Miley.
¿Cómo había podido pasar eso en
su
revista? Él sabía que en el periodismo, como en todas las
profesiones, había
gente sin escrúpulos, pero
le gustaba creer que no trabajaban para
él.
Siendo sincero, tenía que
reconocer que en el último año había estado
demasiado ocupado con otras publicaciones, y que había descuidado un
poco The Scope. Bueno, ahora tenía motivos
para recuperar el control, y
debía averiguar quién
estaba jugando tan
sucio. Porque él
no iba a
permitirlo por más tiempo.
Miley también se quedó en silencio un rato; sabía que se estaba
arriesgando mucho al contarle todo eso a Steve. Tal vez debería
decírselo a
Nick. Pero ¿cómo explicarle que había hablado con Steve sin
descubrir a
la vez lo del artículo de su padre? No, era mejor seguir así hasta
el día en
que se publicara el reportaje sobre Rupert.
Ella quería darle esa sorpresa,
y cuando todo se solucionara,
seguro
que él entendería que ella no se lo hubiera contado.
Esa noche, antes de que Nick llegara a casa, Miley llamó a Nana
para explicarle la idea que había tenido Steve para el artículo de
Rupert, y
le pidió fotografías
de Nick con
su padre. Ella
le prometió que
las
buscaría y que el miércoles se las llevaría. Todo estaba ya en
marcha. Lo
único que le faltaba hacer a Miley era hablar ese fin de semana
con Silvia y
pedirle los artículos de Nick. Al cabo de tres semanas, el
artículo saldría
publicado, y éste vería
cómo su padre había sido mucho más que un
hombre derrotado por una mujer. Miley tenía la esperanza de que,
al leerlo
Nick dejara de tener esas pesadillas y acabara confiando en ella.
Y quizá
entonces pudiesen hablar de lo que pasaría con ellos cuando ella
tuviera
que regresar a Barcelona.
Faltaba menos de un mes para que finalizara su contrato, y cada
vez
que ella sacaba el tema, él evitaba responder. La mayor parte de
las veces,
la besaba y le hacía el
amor hasta que Miley ya no sabía de qué quería
hablarle. La verdad
era que no
tenía ninguna queja
del método de
distracción que él
utilizaba, pero ahora empezaba a
preocuparle que se
resistiera tanto a hablar del
asunto. No había vuelto a decirle que estaba
enamorada de él, pero estaba segura de que no hacía falta. Con
cada beso,
con cada caricia, con cada
gesto, ella intentaba que Nick no tuviera
ninguna duda de que eso era lo que sentía. Él nunca le decía nada, pero
había noches en las que le hacía el amor como si no pudiera vivir sin su
presencia, y si tenía pesadillas, no se tranquilizaba hasta que se
abrazaba a
ella. De día, él era cariñoso y atento, pero a veces Miley tenía
la sensación
de que hacía esfuerzos por controlarse, por mantener un poco de
distancia.
Seguro que eran
tonterías; tal como
decía su madre,
había leído
demasiadas novelas románticas.
Confiaba en que
antes de que
se le
acabara el contrato
hablarían de ello y encontrarían el modo
de seguir
juntos, en Londres o en Barcelona.
Llegó el fin de semana. Miley
había intentado hablar con Nick un
montón de veces.
Sabía que la
idea de volver
a Barcelona la
tenía
preocupada, pero él no sabía qué decirle. Por una parte sólo de
pensar en
estar sin ella se sentía
desfallecer; durante todo ese tiempo que
habían
pasado juntos, Miley había logrado recordarle que tenía un
corazón, y que
era capaz de sentir. Ella no podía irse, sencillamente no podía.
Pero por otra
parte, tal vez fuera lo mejor. Él aún no estaba convencido de que
lo suyo
fuera a acabar bien; aún había muchos temas que los separaban y,
por otra
parte, no podía quitarse de la cabeza qué demonios había estado
haciendo
Miley con Steve ese día. Cuando le preguntó a Nana por una
sorpresa, ella
se hizo la loca y no contestó. No le dijo nada, se limitó a
ignorar la pregunta.
Nick no lograba dejar de pensar
que lo mejor sería dejar que Miley
regresara a Barcelona, y
esperar a ver cómo evolucionaban las cosas.
Si
algo tenía claro Nick era
que no quería convertirse en su padre, y una
relación a distancia le daba más
seguridad. De ese modo, sería mucho
menos probable que se
enamorase de Miley completamente, y
tal vez
lograse recuperar un poco el control de su vida y de sus
emociones. Y por
otro lado, si
las cosas se
estropeaban entre los
dos, quizá pudiese
sobrevivir. Sí, eso sería lo mejor. Ahora tenía tres semanas para
encontrar el
modo de decírselo
El sábado por la mañana, cuando Nick fue a correr con Jack, Miley
llamó a Silvia para pedirle los artículos de Nick, o,
como mínimo, las
fechas y las revistas en las que se habían publicado para poder
localizarlos.
El problema fue que no
encontró a nadie en casa, por lo que tuvo que
conformarse con dejar un mensaje en el contestador:
—Silvia, soy Miley. Llamaba para pedirte un favor. —Ella odiaba
hablar
con una máquina— Necesitaría que me mandaras los artículos de Nick.
Ya te lo contaré, es una sorpresa. —En ese momento, no pudo evitar
añadir
—. Le quiero, y creo que he encontrado el modo de que perdone a su
padre.
Llámame. Adiós.
Al cabo de diez minutos, sonó el teléfono.
—¿Miley? —preguntó Silvia desde el otro extremo de la línea.
—¡Silvia! Te oigo muy mal —respondió Miley—. ¿Dónde estás?
—Estamos todos en Escocia. Las niñas y yo hemos venido a pasar
unos
días con Sam. Regresaremos la semana que viene.
—¡Qué bien! Así podéis tomaros unas pequeñas vacaciones. Me
alegro.
—He oído el mensaje que has dejado en el contestador de casa y
estoy
muy intrigada —prosiguió Silvia.
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