—¿Quieres que deje la luz encendida o tienes suficiente con la de
la
mesita de noche? —le preguntó a Nick antes de acostarse.
—Eh, no gracias. Con la de la mesilla tengo suficiente —contestó
él sin
apartar la mirada del libro.
—Buenas noches, pues —dijo ella, disponiéndose a dormir.
Pero pasados unos segundos se echó a reír.
—¿De qué te ríes?
—De nada. —Seguía riéndose a carcajadas.
—¿De nada? —Nick sonrió—. Vamos, Miley, cuéntamelo.
—Bueno, es que —dijo Miley a la vez que se incorporaba en la cama—
toda esta escena me ha recordado a mis padres.
—¿Escena? —preguntó él enarcando una ceja.
—Si, ya sabes, tú tan serio, leyendo, y yo preguntándote si
necesitas
más luz. Una escena muy doméstica. —Miley sonrió y le pasó la mano
por
el pelo. Nick dejó el libro en la mesilla y se quitó las gafas.
—Yo nunca he visto una escena así —contestó mientras apagaba la
luz.
—Ahora ya sí. Buenas noches —replicó ella, y cerró los ojos. Sabía
que
Nick no estaba cómodo con Sam, Silvia y las niñas tan cerca.
Empezaban a pesarle los párpados cuando sintió cómo él se pegaba a
su espalda y
la abrazaba, creyendo
que ya estaba
dormida. Notó su
respiración en la nuca y resultó más que evidente lo excitado que
estaba.
La mano de Nick
se deslizó por su espalda
hasta ir a
posarse con
suavidad encima de
su estómago; luego
él se movió
hasta quedar
perfectamente encajado con ella. Miley iba a darse la vuelta
cuando Nick
empezó a besarle suave y cariñosamente la nuca y el cuello. Sólo
fueron un
par de besos.
—Miley, mi princesa —susurró entre los besos—, tengo miedo.
—Suspiró
profundamente y le dio un último beso en el cuello.
Miley esperó un instante y,
al ver que él
respiraba cada vez más
despacio, se atrevió a mover su mano hasta colocarla encima de la
suya, y
cerró los ojos.
Por la mañana, Nick fue el primero en despertarse, y vio a Miley
aún
dormida acurrucada a su lado. Le encantaba verla dormir. Intentó
salir de la
cama, pero cada vez que se movía, ella se pegaba aún más a él, así
que
optó por rendirse y
quedarse tumbado disfrutando del
momento. Poco a
poco, Miley se fue despertando.
—Buenos días —susurró aún medio dormida.
—Buenos días —contestó Nick mirándola a los ojos—. ¿Has dormido
bien?
—Sí, ¿y tú?
—Sí —respondió él
mientras le acariciaba
la espalda—. Me
gusta
dormir contigo. —Bajó la cabeza y la besó.
Estaban abrazados, él le acariciaba la espalda al mismo ritmo que
su
lengua devoraba su labios; ella subió lentamente una pierna
recorriendo la
de él, para poder estar más cerca.
—¡Nick! —gritó Alicia
entrando de golpe
en la habitación
y casi
provocando un infarto a sus ocupantes—. Natalie y yo hace rato que te
esperamos para jugar. ¿Por qué no te has levantado aún?
—Ya voy —contestó él dando gracias a Dios por haber estado vestido
en el momento de la invasión—. Ve con Natalie y yo ahora mismo
voy.
—¿De verdad? —preguntó Alicia suspicaz—. Estás raro.
—De verdad. Y no estoy raro. —Le tiró una almohada—. Vamos, vete
ya, pirata. En seguida voy.
Alicia salió riéndose de la habitación y Miley, que de la
vergüenza se
había escondido bajo el edredón, por fin pudo respirar tranquila.
—¿Se ha ido?
—Sí, creo que es mejor
que vaya a ducharme. No se debe
hacer
esperar a los piratas.
—Está bien, capitán Jack.
Nick se duchó y vistió a la velocidad del rayo, y mientras él
jugaba a
la isla del tesoro, Miley permaneció en la cocina, hablando con
Sam y Silvia.
—¿Puedo preguntaros una cosa? —Miley se dirigió a ambos y se
sirvió
un poco más de té. Le fascinaba que en ese país creyesen que esa
bebida
podía solucionarlo casi todo.
—Claro —respondió Silvia en nombre de los dos, aceptando la taza
que
le ofrecía—, dispara.
—¿Cómo era el padre de Nick?
Sam y Silvia se miraron el
uno al otro como decidiendo quién
iba a
contestar, finalmente lo hizo Sam.
—¿Tú no lo conocías?
—No mucho —contestó
Miley y tomó
un sorbo—. Nick
pasaba
mucho tiempo en mi casa,
pero a sus padres sólo los vi un par de
veces
cuando venían a buscarlo. Creo que nunca juntos. Su padre era muy
guapo,
creo que Nick se parece mucho a él, y muy serio. Su madre era
también
muy guapa y siempre iba muy arreglada.
—¿Sabes por qué se divorciaron?
—No muy bien, pero me acuerdo de lo triste que estaba Nick.
Recuerdo que vino a casa con una maleta, y que cuando mi madre lo
abrazó, se echó a
llorar. —Miley se emocionó al pensar
en ese día—.
Joe, mi hermano mayor, le dio también un abrazo, y sin decir nada
salieron a pasear. Siempre ha sido parco en palabras.
—Gloria dejó a Rupert por otro hombre —la interrumpió Silvia—.
Según
nos contó el propio Nick, ya hacía meses que se veían, y cuando
ella se
quedó embarazada, los abandonó. Rupert se derrumbó. No podía
entender
lo que estaba pasando, y empezó a beber.
—Al principio no bebía
mucho —continuó Sam—, pero a medida que
avanzaba el divorcio y que él
veía que ella había formado una nueva
familia, como si él y Nick no existieran, bebía cada vez más. Seguía
viviendo en España, pero venía a Inglaterra muy a menudo. —Sam se
pasó
las manos por el pelo—. Yo conocí a Rupert en la universidad, y
aunque no
éramos amigos siempre lo
admiré como periodista. Su mejor amigo era
Steve Gainsborough, el director
de The Scope, y creo
que éste intentó
ayudarlo tanto como pudo. Aunque no sirviera de mucho.
—Todo lo sabemos por Nick —intervino Silvia—, y por su abuela.
¿Conoces a Nana?
—Sí —respondió Miley
aturdida. No sabía
cómo digerir tanta
información—. ¿Y el cáncer?
Mi hermano me contó que Rupert murió de
cáncer.
—Es cierto, pero él se encargó de ahorrarle mucho trabajo
—respondió
Sam—. ¿Te he contado alguna vez como conocí a Nick?
—No.
—Yo trabajaba como director de contenidos para un grupo editorial
al
que pertenecen casi todos los periódicos locales de Inglaterra, y
un día casi
me da un infarto al leer un artículo publicado en uno de esos
periódicos.
—Es ese artículo que leíste ayer —apuntó Silvia.
—Mi primera reacción fue despedir a quien lo había escrito, pero
luego
pensé que sería mucho mejor utilizar todo ese talento para mejores
fines.
Así que fui a buscarlo. Cuando llegué a la redacción de ese
periódico, me
dijeron que Nick se había ido, que su padre acababa de morir y que
si quería
encontrarlo, podía intentarlo en el pub de la esquina.
—¿En el pub? —Miley estaba
sorprendida. No recordaba haber visto
beber a Nick.
—Sí. —Sam se frotó los ojos—. Cuando entré allí, vi a un chico de
unos
veinte años sentado a la barra, frente a una botella sin abrir y
con los ojos
llenos de lágrimas.
Silvia acarició la espalda de su marido para animarlo a continuar.
—Me presenté y le dije que quería contratarlo. Él no me respondió,
se
limitó a mirarme a los ojos y a preguntarme si conocía a Rupert
Trevelyan.
Le dije que sí, y entonces me dijo: «Pues cuéntame cómo era,
porque lo que
yo sé de él quiero olvidarlo». Le conté lo que yo recordaba de su
padre de
nuestra época universitaria, y poco a poco empezamos a hablar de
otras
cosas. Cuando el pub iba a cerrar, lo invité a venir aquí.
—Yo estaba embarazadísima —añadió Silvia— y recuerdo que cuando
vi a Nick me entraron ganas de llorar. Ya sabes lo sensibles que
están las
embarazadas. Parecía tan triste y solo.
—Lo contraté —prosiguió
Sam—. Al principio
nos peleábamos
constantemente, ya sabes lo testarudo que es, pero nos hicimos
amigos.
—La verdad es que los dos lo queremos mucho —dijo Silvia—. Por eso
estamos tan contentos de que te haya encontrado.
—Bueno, no sé si él me ha encontrado a mí o yo a él, pero no tengo
intención de dejarlo escapar. Lo único que quiero es encontrar el
modo de
hacerle feliz. —Miley se mordió nerviosa el labio—. Y para
lograrlo necesito
vuestra ayuda.
—Él nunca habla mucho de
todo aquello —comentó Sam—, pero al
parecer su madre no sólo abandonó a su padre, sino también a él.
Por lo
que sé, Gloria no quiso volver a saber nada de su hijo.
—¿Cómo pudo ser capaz de hacer algo así? —preguntó Silvia
indignada
—. Una cosa es querer divorciarte de tu marido, pero ¿no querer
ver más a
un hijo tuyo? ¡Es indignante!
—Además, cuando Rupert empezó a beber, no sólo arruinó su salud,
sino también la reputación que tenía como periodista. Ya sabes
cómo es la
gente. Desde su muerte, lo que se recuerda de él es que era un
borracho.
Nadie se acuerda ya de lo fantásticos que eran sus artículos antes
de la
bebida. Nick lo pasó muy mal, no puedo ni imaginar lo que se debe
de
sentir al ver
cómo tu padre se destruye por
culpa de una mujer que ni
siquiera se lo merece. —Sam
tomó aire—. Bueno, ahora ya sabes todo lo
que nosotros sabemos.
—Gracias por contármelo —respondió Miley aún emocionada.
—Será mejor que cambiemos de tema —propuso Silvia mirando por la
ventana de la cocina—. Por ahí vienen Barbanegra y sus compinches.
Miley se bebió el té que quedaba en su taza, se levantó y salió al
jardín
al encuentro de su pirata favorito.
En el coche, de regreso a Londres, Nick no dejó de hablar en todo
el
rato. Miley le preguntó por Alicia y Natalie, y él empezó a
contarle todas las
travesuras que les había visto hacer desde pequeñas. Le explicó en qué
consistía el juego de los piratas, de qué se habían disfrazado
todos los años,
lo malas que eran con él.
De vez en cuando, mientras
hablaba, Nick
descansaba la palma encima de la pierna de Miley, y, en
un semáforo,
incluso le cogió la mano y le besó los nudillos. A Miley le gustaba ese
Nick dulce y
relajado, un Nick
que parecía cómodo
en su piel.
Aparcaron el coche y caminaron hasta el edificio del portal
naranja.
—Lo he pasado muy bien —dijo Miley subiendo la escalera—. Sam y
Silvia te quieren mucho.
—Pareces sorprendida —contestó
Nick abriendo la
puerta y
entrando en el apartamento—. ¿Crees que soy difícil de querer?
—preguntó
sonriendo.
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