Pero tras el divorcio regresó. Aunque no
era el mismo. Parecía una copia barata del que había sido. Dejó de
escribir,
de trabajar. —Cerró
los ojos un
instante—. Era el
mejor escribiendo
historias, y en cambio no supo darse cuenta de que la suya
necesitaba un
cambio de orientación.
—Nana quiere hablar contigo sobre esos años. Creo que ella no sabe
muy bien por lo que pasó su hijo y quiere entenderlo.
—Bueno, no sé si yo podré ayudarla —miró el reloj—, pero estaré
encantado de volver a verla. Esa señora siempre me gustó.
—Ya, entiendo a
qué te refieres
—Miley también miró
el reloj—.
Debería irme. —Se mordió el labio—. ¿Puedo preguntarte una cosa?
—Claro —contestó él mientras se levantaba—. Tú dirás.
—La reputación de Rupert. —Lo miró indecisa—. ¿Se podría
recuperar?
—No lo sé. Quizá.
—Nana va a venir a Londres el miércoles. ¿Te parece bien si te
llama
para reunirse contigo?
—Sí —contestó él buscando en el bolsillo interior de su americana—.
Aquí tienes también el número de mi casa.
—Gracias. —Miley cogió la tarjeta—. Por todo.
—De nada. —Los dos
caminaron juntos hacia la
puerta—. Hasta el
miércoles, Miley.
Nick no podía creer lo que estaba viendo. ¿Qué demonios
hacía
Miley hablando con el director de The Scope? ¿Desde cuándo conocía ella a
Steve? ¿Por qué no se lo había dicho?
Le dolían las manos, y se dio cuenta de que tenía los puños
apretados
con fuerza. Se negaba a creer que Miley tuviera algo que ver con
el robo de
los artículos. No, era imposible, seguro que había una explicación lógica
para todo aquello. Sí, seguro que sí. No podía creer que su corazón se
hubiera equivocado tanto. Cerró los ojos y se dio la vuelta; a lo
mejor así se
convencía de que no la había visto. Empezó a caminar y debió de
hacerlo
muy rápido, porque llegó a su casa en seguida. Una vez allí, se
desnudó y
se metió bajo la ducha, como si el agua que se iba por el desagüe
pudiera
llevarse con ella toda su tristeza.
—¿Nick? Ya estoy en casa —dijo Miley al entrar en el
piso, pero
nadie le contestó—. ¿Nick?
—Estoy aquí —contestó él saliendo de la habitación recién
duchado—.
¿Cómo ha ido con Anthony? —le preguntó tenso, esperando a ver qué le
decía.
—Bueno —respondió ella mientras colgaba el bolso en el perchero—,
al
final no he ido a verlo.
—¿Ah, no? —Él levantó una
ceja. Tal vez no a iba mentirle—. ¿Y qué
has hecho?
Ella se dio la vuelta y lo miró a los ojos.
—No puedo decírtelo —contestó, mordiéndose el labio inferior.
—¿Por qué no? —Nick estaba cada vez más intrigado.
—Porque es una sorpresa. —Se puso de puntillas y le dio un beso.
—¿Una sorpresa? —Le rodeó la cintura con las manos.
—Sí, una sorpresa.
Al ver que ella no continuaba, Nick
le dio un beso; eso siempre
lograba despistarla. A lo mejor así le contaba que había visto a
Steve.
—Ya sé lo que estás tratando de hacer —dijo ella apartándose un
poco
para poder respirar.
—¿Lo sabes? —Le besó el cuello.
—Sí, quieres despistarme.
Nick le desabrochó el primer botón de la blusa para poder besarle
el
escote.
—Y está funcionando. Pero
si te digo algo más, Nana me
matará. —
Miley le cogió la cabeza y le besó.
¿Nana? ¿Qué diablos tenía que ver Nana con todo aquello? ¿Era todo
una mentira? ¿De qué conocía Nana a Steve Gainsborough? Fuera lo
que
fuese, tenía que
averiguarlo. Su padre
ya había cometido
el error de
enamorarse de una mujer mentirosa y él no iba a seguir sus mismos
pasos.
Una parte de Nick sabía que Miley no se parecía en nada a su
madre,
pero había otra que llevaba demasiados años convencida de que el
amor no
existía, no para él. Así que lo mejor que podía hacer era resolver
pronto el
misterio del robo de los artículos, llamar a Nana para preguntarle
lo de esa
misteriosa y seguramente inexistente «sorpresa», y proteger su
corazón. Si
Miley le había mentido, se
le rompería en pedazos, y dudaba que
jamás
pudiera recomponerlo.
—Nick, ¿estás bien? —Miley dejó de besarlo al notar que él había
empezado a distanciarse.
—Sí, claro —contestó, pasándose las manos por el cabello—. Creo
que
voy a ir al gimnasio, hace mucho que no voy. ¿Te parece bien?
Entonces Miley se dio cuenta de que la bolsa con la ropa de
deporte
estaba junto a la entrada. Nick
no había vuelto al gimnasio desde
que
dejó de evitarla.
—Sí —dijo ella sin entender lo que estaba pasando. Un segundo
antes,
él la estaba besando, y ahora ¿quería ir al gimnasio?—. Yo llamaré a mi
madre, hace días que no hablo con ella, y luego podemos cenar
algo.
—No, no te preocupes por mí. —Él cogió la bolsa y le dio un beso
en la
mejilla—. Llegaré tarde.
Se fue, y Miley se quedó atónita mirando la puerta. Bueno, seguro
que
estaba preocupado por la revista.
Nick decidió ir
andando, y de camino llamar a Nana, pero
ella no
contestó. Estaría cenando con alguna de sus amigas. Durante todo
el rato
que estuvo en el gimnasio, no pudo dejar de darle vueltas al
asunto. Cuanto
más lo pensaba, menos lo
entendía. ¿Qué podían tener en común
Nana,
Miley y el director de The Scope? ¿Una sorpresa? ¿Qué sorpresa? ¿Por qué?
¿Para qué? La única relación que existía entre The Scope y Nick
era el
robo de los artículos, y él se negaba a creer que Miley tuviera
algo que ver
con ello. Los robos habían
empezado unas semanas después de que ella
llegase y Miley no tenía ningún motivo para colaborar con Steve.
O al
menos ninguno que él conociera. Tal vez quisiera encontrar un
trabajo de
más categoría, o quizá mejorar su curriculum. Aunque ¿de ese modo?
Pero
¡qué tonterías estaba pensando! ¿Cómo podía plantearse que Miley
pudiera
hacer algo así? Subió la velocidad de la cinta en la que estaba
corriendo.
Por mucho que le doliera reconocerlo, sabía la respuesta a esa pregunta.
Tenía miedo de confiar en Miley, tenía miedo de que ella le
hiciera daño, y
cualquier excusa era buena para evitar enamorarse de ella. Detuvo
la cinta
y fue a ducharse.
De camino a casa, se dio
cuenta de que ella no le había mentido
cuando él le había
preguntado por lo que había hecho esa
tarde, pero
tampoco podía quitarse de la cabeza que no le había dicho la
verdad. A lo
mejor no era
tan complicado, tal
vez sólo era
casualidad y se estaba
preocupando por nada. Quizá debía arriesgarse a confiar en ella.
Mientras Nick estuvo en el
gimnasio, Miley llamó a su madre
y
estuvieron charlando. Ella le contó lo feliz que era con Nick y lo
mucho
que le gustaba el trabajo que hacía en la revista. Parecía que por
fin todo
empezaba a tener sentido. Elizabeth le contó las últimas aventuras
de sus
hermanos, y ambas decidieron que, de momento, era mejor que Joe
no supiera nada de lo que había entre ella y Nick. El mayor de los
Martí
era excesivamente protector
con sus hermanas
pequeñas. Después de
colgar, Miley se preparó algo de cena y se acostó. Estaba muerta
de sueño.
Nick llegó y vio que todo estaba a oscuras. Mejor. Aún estaba
hecho
un lío y se alegró de ver que Miley ya estaba dormida. Se desnudó
y se
acostó a su lado. Ella, sin despertarse, se movió hasta apoyar la
cabeza en
su pecho, y él la rodeó con
el brazo. Desde el día en que vieron Drácula,
dormían juntos. Esa noche
«hicieron el amor» por primera vez.
En esa
ocasión, Nick entendió
la diferencia que
había entre acostarse
con
alguien y hacer el amor. Miley y él se habían acostado juntos una
vez, y fue
espectacular, pero no se podía ni comparar con lo que tenían
ahora. Ni él ni
ella habían hablado nunca de eso, pero cuando dormían juntos y Miley
se
abrazaba a él de ese
modo, Nick suponía que era la manera que ella
tenía de decirle que entre ellos dos había mucho más que una
relación
física, y que quería estar con él.
—¿Estás bien? —preguntó Miley sin abrir los ojos.
Él tardó un instante en
contestar. Allí, con
ella en sus brazos, no
lograba acordarse de por qué estaba tan preocupado. Con Miley
sentía una
paz que nunca había sentido antes; era como si todo estuviera
bien, como si
nada fuera tan grave.
Seguro que lo del encuentro con
Steve tenía una
explicación, así que, por primera vez en su vida, decidió
arriesgarse y seguir
a su corazón:
—Sí. Ahora sí —contestó él, y le besó el pelo—. Sigue durmiendo.
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