viernes, 22 de marzo de 2013

What A Feeling- Capitulo 44


Era casi la hora de salir cuando sonó el teléfono.
—¿Sí?
—Te he echado de menos. —La voz de Nick sonó al otro extremo de
la línea.
—Y yo a ti, ¿sales ya? —preguntó Miley.
—No, aún tengo para un rato —suspiró él cansado—. Por eso llamaba,
no me esperes. Vete a casa, yo iré más tarde.
Miley se acordó entonces de lo que le había pedido Nana. Si Nick
iba a estar en la oficina un par de horas más, como era habitual en él, tal
vez fuera un buen momento para buscar el teléfono de Steve Gainsborough
y llamarlo.
—Miley, ¿estás ahí?
—Ah, sí, lo siento —carraspeó ella—. Estaba pensando.
—¿En las ganas que tienes de acostarte conmigo? —Se rió—. Ya sé que
es difícil, pero tienes que aprender a controlarte.
—No, tonto. —Ella también se rió—. Y el que tiene que controlarse eres
tú. Estaba pensando que, si vas a llegar tarde, aprovecharé para pasarme
por casa de Anthony y ver cómo evoluciona su última conquista. —Odiaba
mentirle—. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.  Nos vemos en casa.  —Nick  vio que Sam lo miraba
divertido desde la puerta de su despacho—. Tengo que colgar. Besos.
—Besos.
Sam no pudo evitar reírse.
—Cuando me cuelgas a mí no me mandas besos.
—No creo que a Silvia le gustara —contestó Nick  apretando los
labios.
—Yo tampoco lo creo. —Sam no podía dejar de sonreír—. Vamos, pasa
al despacho, a ver si acabamos esto y nos podemos ir a casa.
A Miley no le fue difícil encontrar el teléfono de Steve en la agenda de
su  ordenador.  Lo  mismo  que  en  las  de  los  demás  empleados,  tenía
introducidos en ella los datos básicos de todos los periódicos y revistas del
sector, y el de The Scope no era una excepción. Ahora sólo tenía que llamar.
Lo hizo un par  de veces,  y en ambas  ocasiones  colgó antes  de que le
contestaran. Tenía que pensar en qué iba a decirle al señor Gainsborough. A
la tercera va la vencida. No podía ser tan difícil; sólo tenía que pedirle al
director de una revista de la competencia que aceptara quedar con ella y
con la madre de su mejor amigo, que llevaba casi diez años muerto.
Marcó. Sonó. Una recepcionista descolgó.
The Scope, dígame, ¿con quién desea hablar?
—Con el  señor  Gainsborough,  por  favor.  —A Miley le sudaban las
manos. Volvió a oír tono de llamada.
—Despacho  del  señor  Gainsborough,  ¿en  qué  puedo  ayudarla?  —
preguntó una secretaria con tono eficiente.
—Desearía hablar con el señor Gainsborough, por favor.
—Ahora mismo está muy ocupado, ¿de qué se trata?
Ya le extrañaba a Miley que todo fuera tan fácil.
—Es personal. —Tomó aliento y decidió arriesgarse—. Dígale que es de
parte de Rupert Trevelyan.
—¿Rupert Trevelyan? —preguntó sarcástica la eficiente secretaria. Era
evidente que había reconocido el  nombre y sabía que los fantasmas no
podían llamar por teléfono.
—Sí, Rupert Trevelyan. Gracias.
Miley volvió a oír la señal de llamada y estaba convencida de que «la
secretaria maléfica» la había vuelto a pasar con la centralita cuando una
voz muy irritada respondió.
—¿Se puede saber qué tipo de broma es ésta?
—¿Señor Gainsborough?
—Sí, ¿y usted quién es? —preguntó enfadado.
—Soy Miley Martí.  —Hizo acopio de valor—. Llamo de parte de la
señora Trevelyan, la madre de Rupert Trevelyan. A la señora Trevelyan le
gustaría mucho poder hablar con usted sobre Rupert.
—Ya, ¿y eso por qué? —Cada vez sonaba más antipático—. ¿Por qué
ahora? Rupert ya lleva casi diez años muerto.
Era lógico que estuviera sorprendido.
—Para ella no ha sido fácil, y para el hijo de Rupert tampoco. Lamento
haberle molestado, señor Gainsborough.
—Oiga, no cuelgue. Aún no le he dicho que no. —Se frotó los ojos—.
Mire, estaba a punto de salir y no me gusta hablar de algo tan personal con
alguien a quien no conozco. Usted podría ser otra periodista sensacionalista
interesada en la tragedia de una vieja figura del periodismo. Así que, ¿sabe
dónde está el café Meridien?
—Sí, claro. —Miley conocía ese café perfectamente, estaba muy cerca
de casa de Anthony.
—Perfecto. —Él tomó aliento—. Tiene suerte de que hoy esté de humor,
señorita Martí. Estaré allí dentro de media hora y ya veremos qué pasa.
—Bien.  —Miley miró el  reloj,  tenía tiempo de sobra para llegar—.  Le
espero allí, y no se preocupe por encontrarme, ya le encontraré yo a usted.
—De eso no tengo ninguna duda, señorita. —Colgó.
Miley  cogió  el  bolso  y  salió  apresurada  a  coger  el  metro.  En  el
trayecto,  pensó en todo lo que quería preguntarle a Steve Gainsborough.
Tenía que averiguar lo que le había pasado a Rupert en los años previos a
su muerte y cómo había afectado eso a Nick.
Llegó al café Meridien y vio al hombre sentado a una mesa, al lado de
una ventana. Aparentaba unos sesenta años, y se le veía muy atractivo y
elegante. Miley lo reconoció gracias a las fotografías que había visto de él
en diferentes  revistas.  Solía acudir  a muchos  eventos  sociales,  siempre
acompañado de su mujer y, a veces, incluso de alguna de sus hijas. Miley
siempre había pensado que parecía un buen hombre, pero ahora que tenía
que hablar con él, no estaba tan segura.
—¿Señor Gainsborough? —Miley se acercó a él y le tendió la mano—.
Soy Miley Martí.
Él aceptó su mano, dobló el periódico que estaba leyendo y la estudió
detenidamente.
—No parece una periodista.
—No lo soy. —Se sentó a su lado—. Soy diseñadora gráfica.
—Dígame, ¿Nana continúa siendo tan entrometida como siempre?
Miley enarcó una ceja al oír el apodo cariñoso de Nana.
—Vamos,  no creerá que me pasé toda mi  adolescencia en casa de
Rupert llamando a su madre «señora Trevelyan». Nana me habría matado.
—Tiene razón.  —Miley  sonrió—. Señor  Gainsborough,  supongo que
querrá saber a qué viene todo esto.
—Estoy impaciente. —Se apoyó en el respaldo del asiento para ponerse
más cómodo—, pero llámame Steve. Me temo que coincido con Nana en lo
de las formalidades.
Miley volvió a sonreír y empezó a contarle por qué Nana y ella querían
hablar con él.
En el despacho de Sam, éste y Nick seguían repasando el reportaje
sobre el cambio climático.
—¿De verdad crees que es buen tema? —preguntó Sam.
—Ya sé que no es muy original, pero todo el mundo está hablando de
ello. Además, creo que nosotros le hemos sabido dar un enfoque distinto.
¿No te gusta?
—Sí, me gusta. Es sólo que aún no hemos logrado averiguar nada de
los robos de los artículos y, aunque en estos últimos números no ha vuelto a
ocurrir, no estoy tranquilo. Además, la semana que viene tengo que asistir a
esa convención en Escocia, y no me gustaría irme dejándote solo con todo
esto.
—No estoy solo. —Nick lo miró serio—. En esta revista hay gente de
sobra para ayudarme. No te preocupes.
—Claro que me preocupo. Si quieres, puedo pedirle a Clive que venga a
echarte una mano.
Nick sonrió burlón.
—Antes prefiero que me cortes un brazo.
—Está bien. —Sam se quitó las gafas—. Algún día me gustaría que me
contaras a qué viene todo esto entre vosotros dos.
—No creo que ese día llegue nunca —respondió Nick con sinceridad
—. Pareces cansado. ¿Por qué no lo dejamos por hoy?
—De acuerdo. —Sam apagó su ordenador—. Mañana será otro día.
Nick  se dirigió a su escritorio y miró el  reloj.  Sólo hacía cuarenta
minutos que Miley se había ido. Si se daba prisa, aún la encontraría en casa
de Anthony, y quizá podían cenar fuera. Sí, seguro que eso le gustaría.
Mientras, en el café Meridien, Miley y Steve seguían charlando.
—Vaya —dijo Steve observando a Miley—. Lamento oír que Nick lo
pasó tan mal con el problema de Rupert con la bebida. La verdad es que fue
horrible ver cómo se destruía, y todo por una mujer que no merecía la pena.
—¿No merecía la pena? —preguntó Miley—. ¿Por qué?
—Porque Gloria sólo se quiere a sí misma. —Steve levantó una ceja—.
Y cuando vio que Rupert tenía prestigio pero no dinero, no dudó en buscar a
otro que sí  lo tuviera. ¿Me equivoco si  digo que su segundo marido tiene
mucho dinero?
Miley hizo memoria y se acordó de que Joe le había contado que
la madre de Nick se había casado con un hombre muy rico de la clase
alta barcelonesa.
—No,  no  te  equivocas  —contestó  Miley—,  pero  aun  así  no  logro
entenderlo.
—Mira, Miley,  lo que tú no entiendes es exactamente lo mismo que
nunca entendió Rupert. Gloria no le quería, nunca le quiso. Aún me acuerdo
de cuando la conoció;  Rupert  y yo estábamos de vacaciones en Ibiza y
Gloria estaba allí con unas amigas. No sé si fue el acento inglés o si creyó
que Rupert era una especie de lord, pero no se separó de él ni un instante.
Al  principio,  todo  iba  bien,  Rupert  se  convirtió  en  un  periodista  muy
prestigioso en todo el Reino Unido, y nació su hijo, Nick. —Steve miró a
Miley a los ojos—. Pero a Gloria no le gustaba vivir aquí, y no paró hasta
convencer a Rupert de que se trasladaran a vivir a Barcelona.  No sé qué
pasó durante esos años, la verdad es que lo único que sabía de él  era a
través de los artículos que escribía. 

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