domingo, 6 de noviembre de 2011

Fire in Two Hearts--cap--10





-¿Para qué? -repuso ella encogiéndose de hombros-. En este sitio nuestra relación no era importante.

-Te refieres a que yo no era importante.

Sin darse cuenta de lo que iba a hacer, Miley estuvo a punto de levantar una mano para mostrarle su anillo de casada, para demostrarle que no había nada que explicar, puesto que todos los hombres se daban cuenta al verlo de que no era una mujer libre. Pero el anillo ya no estaba allí.

-Vassilou estaba de broma -dijo para ocultar el error que había estado a punto de cometer..

-Lo sé.

-Entonces..., ¿por qué me miras de esa manera?

-Porque cuando he llegado estabas rodeada de hombres sonrientes, muchos de los cuales siguen sin quitarte los ojos de encima.

Ella se inclinó adoptando una posición forzada. Estaba irritada y deseaba lanzar algo contra la cabeza de ese indeseable. Estaban a punto de divorciarse y no pensaba admitir ese tipo de comentarios. Su vida era su vida.

-¿Por qué no te marchas, ahora que ya te has disculpado? -le espetó, tomando la taza de café para llevársela a los labios.

Él la miró con una sonrisa de complicidad. Sabía lo que estaba pensando, sabía que deseaba tirarle algo a la cabeza. y sabía que ese tipo de riñas acababan siempre en la cama.

-¿Dónde está tu amante?

¿Qué? –exclamó Miley, deseando que la pesadilla terminara de una vez por todas.

No quería mirarlo, sabía que era un hombre muy atractivo, un cálido amante con un cuerpo estupendo, capaz de hacerla sollozar de placer. Sus manos eran grandes y prometedoras, sus ojos seductores, su boca tentadora y sus brazos lo suficientemente fuertes como para sostener sin titubeos el agitado cuerpo de una mujer en el momento del clímax. En otras palabras, era un amante impetuoso y sensual. Estaba segura de que, en un par de semanas compartidas en el yate, Selena Gómez habría podido darse cuenta de ello.

-Ese gigante rubio de sonrisa perezosa. ¿Dónde está?

Miley parpadeó y bajó la vista para evitar la tentación de comentar sus verdaderos pensamientos.

-Se llama Lucas -informó-, y es fisioterapeuta. ¿Cómo está Selena?

Él compuso una mueca, pensativo.
-He cambiado de opinión con respecto al divorcio -dijo al final por sorpresa.
-¡Yo no! -exclamó Miley inmediatamente.
-No me importa tu opinión.
-No creo que puedas hacer nada sin contar conmigo, Nick -repuso ella, sin poderse creer lo que había oído-. ¿Por qué has cambiado de parecer?
-Porque sí -contestó él encogiéndose de hombros, como si la explicación fuera evidente.
Nick levantó las manos inconscientemente e Miley advirtió su grado de excitación. Ella no pudo evitar que una corriente de deseo le recorriera la espalda.
-Deberías avergonzarte -gruñó atónita ruborizándose.
-Lo sé, pero no puedo evitarlo. He estado así desde que te vi aparecer esta mañana en la sala de reuniones. y la, conclusión es que no habrá divorcio, ni tampoco amantes, hasta que yo no resuelva esto.
Miley comprendió, atónita, que al parecer el problema residía en que él todavía la deseaba.
-Eres tan impresionantemente guapa... -añadió como si eso lo explicara todo.
-Y, sin embargo, sigues pensando que soy una bruja.
-Sí, pero amo a las brujas, eso no es nada nuevo. Forma parte de tu atractivo y yo lo encuentro irresistible. Al igual que tu indómito cabello rojo y tus desafiantes ojos verdes. Al igual que esa boca de labios sedosos que amenaza con lanzarme una dentellada cada vez que te critico.
Sus ojos oscuros estaban posados sobre ella y su tono de voz era serio.
-Todos tus atributos se mezclan en un reto tentador -prosiguió con calma, como si estuviera hablando del tiempo-. Cuando entraste en mi oficina vestida de cuero, me sentí seducido. Cuando te sentaste destilando odio, no sé cómo fui capaz de contenerme durante tanto tiempo antes de lanzarme sobre ti. Estaba sorprendido -confesó-. y ahora que estás ahí sentada con ropas cómodas de color caqui, aparentado ser la persona más fuerte del mundo, yo te deseo más que nunca.
-No aparento serlo. Lo soy -declaró ella.
-Yo también. Y puedes intentar hacerme cambiar de opinión, pero al final las cosas se harán como yo diga.
-¡Aún no me has dicho qué es lo que quieres! No tengo ni la menor idea de a dónde puede llevamos todo esto.



-Te quiero a ti, aquí y ahora -contestó él sin dudar-. Quiero cerrar la boca sobre uno de esos preciosos pezones que se marcan bajo tu camiseta y disfrutar del encuentro -informó escandalosamente-. Aunque no osaría protestar si tú te pusieras de rodillas, me desabrocharas los pantalones y pasaras un buen rato con mi miembro en tu boca. Lo único que pasa es que no creo que este lugar se preste como escenario para semejantes fantasías.

-Tienes razón. Ya estoy harta de todo esto -dijo ella poniéndose en pie-. Vete al infierno con tus fantasías, Nick -añadió, dándose la vuelta para marcharse.

Al igual que ya había hecho por la mañana, él se movió con una ligereza silenciosa, que la tomó por sorpresa. Le rodeó la cintura con el brazo y con un simple movimiento de muñeca, la obligó a sentarse sobre sus rodillas. Ella lanzó un grito mientras los clientes se volvían al unísono para contemplar la escena. «¡Ni te atrevas!», intentó decir Miley, pero ya era demasiado tarde. La boca de él estaba sobre la suya, activa y exigente.

El beso duró apenas unos segundos, pero fue tiempo más que suficiente para que Miley perdiera el sentido de la realidad. A continuación, Nick volvió a sentarla en su propia silla con un gesto enérgico. Confusa, sonrojada y temblorosa, Miley observó cómo Nick se ponía en pie. Durante un instante terrible, creyó que la iba a abandonar, dejándola a solas frente a las humillantes miradas de los clientes. ¿Era para eso para lo que había ido? ¿Pretendía vengarse de cómo se había escapado ella de sus brazos aquella misma mañana?

Nick se metió la mano en el bolsillo y dejó algo metálico sobre la mesa. «Dinero», pensó Miley sin atreverse a mirar. ¿Era capaz de creerse que podía pagar con dinero lo que acababa de hacer? Se produjo un silencio tenso, pero Nick seguía allí sentado, con la vista sobre la mesa. Miley se dio cuenta, por fin, de qué era lo que Nick había dejado allí, pero se sentía incapaz de pensar ni respirar. Levantó la cabeza y lo miró, con los labios aún entumecidos por el reciente beso y el corazón palpitando aceleradamente.

«Sí», se felicitó Nick. «Puede que no seas capaz de creerte lo que acabo de hacer a plena luz del día y con público, pero te advierto de que no se va a quedar ahí la cosa, cariño. Debería haberlo hecho hace años, debería haberte ido a buscar a Londres, haberte agarrado por los pelos, inmune a todas tus protestas, para traerte de vuelta a casa».

Estaba perplejo. «¿Por qué?», se preguntó. La respuesta acudió rápidamente a su mente: Miley se deshacía cada vez que él la tocaba, no podía evitarlo, y eso solo podía significar una cosa: que aún seguía enamorada de él. Pero habían pasado tres años de larga separación. «Si la hubiera escuchado cuando todavía vivía conmigo en Atenas, ahora no estaríamos sentados aquí haciendo el ridículo, discutiendo con palabras nuevas las mismas batallas del pasado. Estaríamos en alguna cama, disfrutando de todos los placeres que suelen compartir un hombre y una mujer. Incluso podríamos crear otra nueva vida para sustituir al hijo que perdimos».

-Vuelve a ponértelo -dijo él con autoridad.

-Pero...

-No acepto excusas. Mientras seas mi esposa, quiero que lleves el anillo de casada.

-Estamos a punto de divorciamos -protestó ella-. ¿Qué sentido tiene llevar un anillo matrimonial durante un divorcio?

A pesar de la queja, Nick sabía que la antigua química que siempre había existido entre ellos había vuelto a hacer acto de presencia. Ella tenía el pulso acelerado y se humedeció los labios con la lengua. Él la imitó y sintió cómo la relación que había entre ellos se hacía cada vez más íntima.

-Ya no significa nada para mí -añadió Miley, apartando la mirada.



-No -contestó-. Lo mejor será que busquemos un lugar más privado donde podamos charlar.
Ella lo miró con sarcasmo, consciente de la oferta sexual que había detrás de esa propuesta.
-En otra ocasión, Nick-repuso con amargura.
-Entonces, quedamos a cenar esta noche, ¿de acuerdo? -propuso él inmediatamente-. Saldremos de la ciudad e iremos a ese restaurante que tanto te gustaba en lo alto de la colina. Buena comida, buena bebida y un leve recuerdo de nuestra feliz vida matrimonial -añadió con una sonrisa sarcástica.
La muestra de su buen humor relajó a Miley, que se dejó caer sobre el respaldo de la silla.
-Lo siento, cariño, pero ya tengo una cita para esta noche.
Nick se enfureció.
-Yo estaba dispuesto a cancelar una cita con Selena. Pero no importa, puedes acudir con tu amante y así seremos cuatro.
Nick se dio cuenta de que acababa de cometer un error táctico cuando la vio palidecer mientras se ponía en pie, temblando.
-Yo me refería a mi madre -balbuceó Miley antes de marcharse.



MENTIROSA», se acusó Miley a sí misma. «Querías decir lo que él supuso con lo de la cita. Lo que no esperabas era su contrarréplica». Constató con alegría que él no la estaba siguiendo, lo cual significaba que el encuentro había quedado en tablas. «¿Por qué dejo que ese hombre me manipule?» Lo normal sería que, después de tres años de separación, las emociones se hubieran aplacado.
El hotel estaba cerca, pero mientras se dirigía hacia allí, sintió los primeros síntomas de un fuerte dolor de cabeza y deseó meterse en la cama. Así que se llevó una tremenda decepción al encontrarse a Lucas Till, a Lucas grebell y a su madre cómodamente sentados en las butacas del vestíbulo.
-¿De dónde vienes? -preguntó Silvia en cuanto la vio-. He estado muy preocupada por ti.
-Te dejé un mensaje en recepción -repuso ella con el ceño fruncido mientras avanzaba para reunirse con ellos.
-Leí el mensaje, Miley-dijo su madre con impaciencia-. Pero no creo que ese «He salido un rato a tomar el aire» pueda explicar una desaparición de tres horas.
-Lo siento -murmuró, inclinándose para besar a su madre en la sonrojada mejilla.
Todos parecían acalorados, pensó Miley. Lucas T. estaba sudando y Lucas Grabell se había quitado la chaqueta y la corbata, y se abanicaba con una revista. De pronto, se dio cuenta de que el aire acondicionado no funcionaba y de que hacía más calor dentro del hotel que en la calle.
-Está estropeado -explicó Lucas T., ante su interrogativa mirada.
No era sorprendente que su madre estuviera irritada. Miley le había prometido llevarla a un hotel con aire acondicionado.
-A ver. ¿Qué os parece si subimos todos a nuestras habitaciones y nos damos una ducha refrescante? Luego podríamos irnos a...
-Tampoco podemos subir a las habitaciones -intervino Grabell-. No hay electricidad, los ascensores no funcionan. Al parecer, sucede muy a menudo.
-y ahora dime, Miley, ¿cómo piensas que puede una mujer impedida escalar cuatro pisos para darse una reconfortante ducha fría?
«No lo sé», pensó ella, con ganas de tirarse al suelo y ponerse a llorar. Nada estaba saliendo según lo planeado. Deseó no haber viajado hasta Atenas. Deseó estar cómodamente instalada en su piso londinense, viendo llover por la ventana, haciendo planes para su próximo reportaje fotográfico. No deseaba volver a posar los ojos sobre Nick porque ese hombre siempre se las arreglaba para hacerle perder los nervios.
-Los hombres pueden subir a sus habitaciones para refrescarse. Mi madre y yo buscaremos...
-Hazme caso Miley -intervino Lucas T.-, estamos en el lugar más fresco del hotel.
-Es un hotel de mala muerte -anunció Monique con desprecio.
-Lo siento -repitió Miley, ciertamente al borde de las lágrimas-. Dadme cinco minutos y buscaré otro hotel a donde podamos trasladamos para...
-¿Pasa algo? -intervino una voz profunda y masculina-. ¿Hay algún problema?
El ánimo de Miley decayó aún más si eso era posible. Nick no parecía acalorado. al contrario. se lo veía fresco y dispuesto a ayudar. Era tan tentador...
-¿Qué haces tú aquí? -preguntó Monique con furia.
-Yo también te saludo. Monique-repuso Nick con una sonrisa, pero sin apartar los ojos del pálido rostro de Miley-. ¿Qué pasa? -volvió a preguntar amablemente.
La amabilidad pudo con ella, su boca empezó a temblar y dejó que las lágrimas corrieran por sus mejillas.
-Yo... -inició la explicación, pero no podía hablar. No era justo que ese hombre pudiera alterar su habitual serenidad de ese modo.

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