UNA vez en la calle, Miley detuvo un taxi, le dio el nombre del hotel y se dejó caer sobre el respaldo del asiento con un suspiro tembloroso. Quizá hubiera debido esperar a que Lucas Grabiell se reuniera con ella, pero la verdad era que prefería que nadie la viera en ese estado.
-¿Se encuentra usted bien? -preguntó el chófer, mirándola por el espejo retrovisor.
¿Realmente tenía tal aspecto de encontrarse mal?, se preguntó Miley. Sí, estaba demacrada y sufría temblores arrítmicos. Cualquiera podría dar- se cuenta de que no estaba en su mejor momento.
-Sí, gracias -mintió, entornando los ojos.
Se sentía como si fuera una fulana. ¿Cómo había sido él capaz de tratarla así? ¿Había ella dado a entender de alguna manera que estaba dispuesta a recibir un trato semejante? «Has ido buscando guerra», le dijo una voz interior. «Pretendías castigarlo por su infidelidad y, sin embargo, has sido tú la que te has llevado la peor parte». Se tocó el dedo anular desnudo y nuevas lágrimas resbalaron por sus mejillas. No sabía si estaba ofendida por el trato que había recibido o, peor aún, si aún estaba enamorada de ese bruto. Era algo que venía preguntándose desde que había oído el nombre de Selena Gómez unido al de Nick.
Se dio cuenta de que sus sentimientos se dividían entre el amor y el odio, tan intensos el uno como el otro. Sin embargo, ese hombre solo sabía hacerla sufrir.
El taxi se detuvo junto a la acera, delante del hotel. Miley buscó unas monedas y pagó el trayecto, antes de salir al sol del mediodía, que caía a plomo. Subió a su habitación, se dio una ducha refrescante y se puso unos pantalones de deporte y una camiseta de algodón de color verde caqui. Se sentía mejor, la ducha había borrado los signos de humillación y su pensamiento había vuelto a funcionar con rebeldía y firme determinación, como siempre. Si necesitaba un recordatorio de por qué había abandonado a Nick hacía tres años, la escena vivida con él de la sala de reuniones bastaba. Lo mejor sería aceptar las condiciones del divorcio, cualesquiera que fueran, y terminar con todo cuanto antes para que Nick pudiera desposar a la hermosa e inteligente Selena y tener un montón de hijos de ojos negros y cabello oscuro.
«Yo hubiera podido darle un hijo», pensó. El dolor de la vieja cicatriz amorosa era insoportable y decidió salir a dar un paseo para despejarse y recobrar la calma.
Se ató el cabello en una sencilla cola de caballo, se echó la cámara al hombro, se puso una gafas de sol y se dirigió al vestíbulo del hotel. Dejó una nota para su madre en la mesa de recepción y el destino quiso que Lucas Grabell entrara al hotel justo cuando ella se disponía a salir.
-¿Te han presentado ya los papeles? -preguntó irritada.
-No -repuso él con el ceño fruncido-. El señor Jonas abandonó el edificio justo después que usted.
¿Para ir a visitar a su futura esposa?, se preguntó Miley con amargura.
-Entonces, ¿qué es lo que hay que hacer?
-Yo estoy a la espera de recibir instrucciones, por ambas partes.
-Bien, puesto que he sido yo la que te ha contratado, puedo permitirme la libertad de darte la tarde libre. Haz un poco de turismo, la ciudad es preciosa.
-Pero, señora Jonas, tenemos un avión reservado para mañana por la tarde. Realmente, deberíamos estudiar los términos del...
-No quiero quedarme con nada -lo interrumpió ella-. Pero si la única manera de acabar esta historia consiste en quedarme con la mitad de todo, lo haré igualmente. Estoy prácticamente segura de que mañana por la mañana recibiremos una nueva propuesta. Firmaré lo que sea y volaremos de regreso a Londres.
-¿Se encuentra usted bien? -preguntó el chófer, mirándola por el espejo retrovisor.
¿Realmente tenía tal aspecto de encontrarse mal?, se preguntó Miley. Sí, estaba demacrada y sufría temblores arrítmicos. Cualquiera podría dar- se cuenta de que no estaba en su mejor momento.
-Sí, gracias -mintió, entornando los ojos.
Se sentía como si fuera una fulana. ¿Cómo había sido él capaz de tratarla así? ¿Había ella dado a entender de alguna manera que estaba dispuesta a recibir un trato semejante? «Has ido buscando guerra», le dijo una voz interior. «Pretendías castigarlo por su infidelidad y, sin embargo, has sido tú la que te has llevado la peor parte». Se tocó el dedo anular desnudo y nuevas lágrimas resbalaron por sus mejillas. No sabía si estaba ofendida por el trato que había recibido o, peor aún, si aún estaba enamorada de ese bruto. Era algo que venía preguntándose desde que había oído el nombre de Selena Gómez unido al de Nick.
Se dio cuenta de que sus sentimientos se dividían entre el amor y el odio, tan intensos el uno como el otro. Sin embargo, ese hombre solo sabía hacerla sufrir.
El taxi se detuvo junto a la acera, delante del hotel. Miley buscó unas monedas y pagó el trayecto, antes de salir al sol del mediodía, que caía a plomo. Subió a su habitación, se dio una ducha refrescante y se puso unos pantalones de deporte y una camiseta de algodón de color verde caqui. Se sentía mejor, la ducha había borrado los signos de humillación y su pensamiento había vuelto a funcionar con rebeldía y firme determinación, como siempre. Si necesitaba un recordatorio de por qué había abandonado a Nick hacía tres años, la escena vivida con él de la sala de reuniones bastaba. Lo mejor sería aceptar las condiciones del divorcio, cualesquiera que fueran, y terminar con todo cuanto antes para que Nick pudiera desposar a la hermosa e inteligente Selena y tener un montón de hijos de ojos negros y cabello oscuro.
«Yo hubiera podido darle un hijo», pensó. El dolor de la vieja cicatriz amorosa era insoportable y decidió salir a dar un paseo para despejarse y recobrar la calma.
Se ató el cabello en una sencilla cola de caballo, se echó la cámara al hombro, se puso una gafas de sol y se dirigió al vestíbulo del hotel. Dejó una nota para su madre en la mesa de recepción y el destino quiso que Lucas Grabell entrara al hotel justo cuando ella se disponía a salir.
-¿Te han presentado ya los papeles? -preguntó irritada.
-No -repuso él con el ceño fruncido-. El señor Jonas abandonó el edificio justo después que usted.
¿Para ir a visitar a su futura esposa?, se preguntó Miley con amargura.
-Entonces, ¿qué es lo que hay que hacer?
-Yo estoy a la espera de recibir instrucciones, por ambas partes.
-Bien, puesto que he sido yo la que te ha contratado, puedo permitirme la libertad de darte la tarde libre. Haz un poco de turismo, la ciudad es preciosa.
-Pero, señora Jonas, tenemos un avión reservado para mañana por la tarde. Realmente, deberíamos estudiar los términos del...
-No quiero quedarme con nada -lo interrumpió ella-. Pero si la única manera de acabar esta historia consiste en quedarme con la mitad de todo, lo haré igualmente. Estoy prácticamente segura de que mañana por la mañana recibiremos una nueva propuesta. Firmaré lo que sea y volaremos de regreso a Londres.
«Para no volver nunca más«, se dijo mientras se despedía del abogado con un ademán, dejándolo plantado en estado de profunda consternación. En cuanto salió a la calle, tuvo que afrontar los rigores del sol mediterráneo sobre su delicada piel. Aún no sabía hacia dónde dirigir sus pasos. Al puerto de El Pireo, decidió, finalmente. Ese lugar le traía buenos recuerdos: las suaves olas del mar chocando contra el malecón, los barcos pintados de todos los colores posibles, el agradable restaurante local donde tantas veces se había parado a tomar un café Nick acababa de aparcar su coche cuando vio a Miley abandonar el hotel. Parecía decidida a dar un paseo para olvidar el mal rato que había pasado en su oficina. Estuvo a punto de salir corriendo hacia ella, pero se contuvo.
Prefería seguirla. ¿Adónde iría? ¿Por qué no estaba en su habitación llorando como una loca? ¿Dónde estaba su amante? No era la primera vez que la veía alejarse con la cámara al hombro, generalmente después de una de sus infructuosas peleas, recordó con culpabilidad.
No había sido fácil convivir con él, reconoció, saliendo de su elegante Ferrari rojo, mientras se quitaba la chaqueta y la corbata, que decidió abandonar dentro del coche. Luego, pensó en seguirla, pero se acordó con ira del amante. La presencia de ese amante lo atormentaba, se dijo mientras cerraba la puerta del coche de un golpazo. ¿Tendrían una cita? Miley desapareció por detrás de una esquina y Nick tuvo que tomar una decisión. La seguiría, el resto del mundo carecía de importancia.
Caminar le sentó bien a Miley. Era gratificante sentir cómo la tensión de su cuerpo se desvanecía con el ejercicio físico. Tomó el metro hasta la estación de El Pireo y, una vez allí, se bebió un refresco mientras paseaba por el puerto, deteniéndose de vez en cuando para tomar fotos de los pescadores delante de sus relucientes barcas. Incluso llegó a sentirse vagamente halagada y divertida cuando uno de ellos le lanzó un pícaro piropo en griego, al cual respondió con una flamante sonrisa.
Una hora más tarde, llegó hasta el puerto deportivo, donde se alineaban decenas de yates de lujo. Varios restaurantes le llamaron la atención, deseosa como estaba de protegerse durante un rato del sol. Escogió uno al que solía ir cuando aún vivía en Atenas, se sentó en la terraza cubierta y pidió un café solo mientras observaba en la lejanía las pequeñas islas que moteaban la superficie del Golfo Sarónico.
Al cabo de unos minutos, el propietario del restaurante, Vassilou salió para darle la bienvenida y saludarla efusivamente, con un beso en cada mejilla. Era la hora de la siesta y la vida en Atenas parecía haberse detenido. El restaurante estaba casi vacío y Vassilou se sentó junto a ella al tiempo que pedía una taza de café para acompañarla. Miley se sintió encantada de poder volver a conversar en griego. Era curioso que hubiese aprendido la lengua del país en la calle, con la inestimable ayuda de un diccionario, en vez de en las lujosas villas de la colina de Licabeto. Su familia política se había dirigido a ella siempre en inglés y nadie había caído en la cuenta de que ella estaba aprendiendo griego a toda velocidad. Eso le había permitido comprender ciertos comentarios desagradables que se habían pronunciado en su presencia.
Charló con Vassilou hasta que se les unió un capitán de barco retirado, especialista en el arte de relatar viejas anécdotas. Poco a poco, se fueron llenando de parroquianos las sillas que había en tomo a la mesa. La amable tertulia de aquellas personas de buen corazón relajó por completo a Miley. A pesar de la pesadilla vivida con Nick, Atenas siempre le había parecido una ciudad encantadora.
De pronto, se dio cuenta de que alguien se le había acercado por la espalda. Las miradas de los contertulios se centraron en el recién llegado con muestras de respeto. Miley creyó que se trataba de otro parroquiano habitual, hasta que una mano conocida se posó sobre su hombro. Se quedó helada y perdió la sonrisa. Se hizo el silencio en la mesa y, poco a poco, los hombres empezaron a retirarse murmurando diversas excusas, para dejar solos a los amantes.
Prefería seguirla. ¿Adónde iría? ¿Por qué no estaba en su habitación llorando como una loca? ¿Dónde estaba su amante? No era la primera vez que la veía alejarse con la cámara al hombro, generalmente después de una de sus infructuosas peleas, recordó con culpabilidad.
No había sido fácil convivir con él, reconoció, saliendo de su elegante Ferrari rojo, mientras se quitaba la chaqueta y la corbata, que decidió abandonar dentro del coche. Luego, pensó en seguirla, pero se acordó con ira del amante. La presencia de ese amante lo atormentaba, se dijo mientras cerraba la puerta del coche de un golpazo. ¿Tendrían una cita? Miley desapareció por detrás de una esquina y Nick tuvo que tomar una decisión. La seguiría, el resto del mundo carecía de importancia.
Caminar le sentó bien a Miley. Era gratificante sentir cómo la tensión de su cuerpo se desvanecía con el ejercicio físico. Tomó el metro hasta la estación de El Pireo y, una vez allí, se bebió un refresco mientras paseaba por el puerto, deteniéndose de vez en cuando para tomar fotos de los pescadores delante de sus relucientes barcas. Incluso llegó a sentirse vagamente halagada y divertida cuando uno de ellos le lanzó un pícaro piropo en griego, al cual respondió con una flamante sonrisa.
Una hora más tarde, llegó hasta el puerto deportivo, donde se alineaban decenas de yates de lujo. Varios restaurantes le llamaron la atención, deseosa como estaba de protegerse durante un rato del sol. Escogió uno al que solía ir cuando aún vivía en Atenas, se sentó en la terraza cubierta y pidió un café solo mientras observaba en la lejanía las pequeñas islas que moteaban la superficie del Golfo Sarónico.
Al cabo de unos minutos, el propietario del restaurante, Vassilou salió para darle la bienvenida y saludarla efusivamente, con un beso en cada mejilla. Era la hora de la siesta y la vida en Atenas parecía haberse detenido. El restaurante estaba casi vacío y Vassilou se sentó junto a ella al tiempo que pedía una taza de café para acompañarla. Miley se sintió encantada de poder volver a conversar en griego. Era curioso que hubiese aprendido la lengua del país en la calle, con la inestimable ayuda de un diccionario, en vez de en las lujosas villas de la colina de Licabeto. Su familia política se había dirigido a ella siempre en inglés y nadie había caído en la cuenta de que ella estaba aprendiendo griego a toda velocidad. Eso le había permitido comprender ciertos comentarios desagradables que se habían pronunciado en su presencia.
Charló con Vassilou hasta que se les unió un capitán de barco retirado, especialista en el arte de relatar viejas anécdotas. Poco a poco, se fueron llenando de parroquianos las sillas que había en tomo a la mesa. La amable tertulia de aquellas personas de buen corazón relajó por completo a Miley. A pesar de la pesadilla vivida con Nick, Atenas siempre le había parecido una ciudad encantadora.
De pronto, se dio cuenta de que alguien se le había acercado por la espalda. Las miradas de los contertulios se centraron en el recién llegado con muestras de respeto. Miley creyó que se trataba de otro parroquiano habitual, hasta que una mano conocida se posó sobre su hombro. Se quedó helada y perdió la sonrisa. Se hizo el silencio en la mesa y, poco a poco, los hombres empezaron a retirarse murmurando diversas excusas, para dejar solos a los amantes.
Miley se inclinó hacia delante para soltar la taza de café y librarse al mismo tiempo de la mano de Nick, pero él se limitó a acariciarle la nuca, antes de darle un beso en la mejilla. El debía saber que no era bienvenido, pero seguramente confiaba en que ella no se atrevería a rechazarlo delante de tanta gente. No lo hizo, y eso hizo que se sintiera confusa. Nick tomó asiento en una de las sillas que acababan de ser abandonadas, pero no la miró directamente. Nick se dio cuenta de que ya no llevaba ni la chaqueta ni la corbata. Además, se había desabrochado los dos primeros botones de la camisa y allí, en el incomparable marco del puerto de El Pireo, parecía otro hombre, más humano, menos ejecutivo, más parecido al hombre del que ella se había enamorado.
Miley suspiró.
-¿Cómo me has encontrado? -preguntó con sarcasmo-. ¿Sigues espiándome? Qué curioso.
Nick volvió la vista hacia ella y sus ojos se cruzaron. Miley luchó para que su cuerpo no reaccionara a la profundidad de su mirada.
-Hablas griego -comentó él con estudiada calma.
-¿Qué problema hay? ¿Piensas que tu mujer es tan estúpida como para no ser capaz de aprender un poco de griego en todo un año? -repuso ella con tono burlón.
-Jamás he pensado que fueras estúpida.
-¿Inepta o desinteresada, quizá? -insistió. Él no contestó. La estaba estudiando con tanta intensidad, que ella no tuvo más remedio que cambiar de posición y darle las explicaciones que estaba esperando-. Tengo buenas aptitudes para los idiomas. y este lugar -añadió señalando todo el puerto de El Pireo con un ademán-, ha sido mi escuela, junto a las personas que acabas de espantar con tus modales autoritarios pero reservados.
-¿Reservados? -repuso Nick-. No he conocido a persona más reservada que tú, Miley. Has vivido en mi casa durante un año, has dormido en mi cama y comido en mi mesa. Y, sin embargo, jamás había oído hablar de tus largos paseos por El Pireo. No sabía que entendías y hablabas nuestro idioma.
-Eso me ha permitido enterarme de pequeños cotilleos que nadie se hubiera atrevido a pronunciar en mi presencia de haber conocido mi secreto.
-¿Comentarios? ¿De qué tipo?
-Frases que dejaban bien claro cuánto me despreciaban los miembros de tu familia, por ejemplo. Comentarios sobre la terrible desgracia que tenía que sufrir el «pobre Nick» al tenerme como esposa. Ese tipo de cosas.
-Nunca pusiste nada de tu parte para agradarles -la acusó él-. Nunca intentaste integrarte con mi familia. Por lo visto, tu vida secreta era mucho más importante que todo eso.
-Tienes una memoria muy selectiva -replicó ella-. No creo que ninguna persona de tu familia me diera jamás ni la menor oportunidad. Ninguno de ellos se mostró nunca interesado por mi vida, mi trabajo, mis gustos...
-Te tenían miedo.
Ella rió ante lo ridículo del comentario, pero él la miró severamente. Al parecer, la cólera matinal se había desvanecido, pero había dejado paso a algo todavía peor, que no tenía nombre.
-Los acobardaste con tu fiera defensa de la independencia feminista de estilo británico. Las familias griegas son mucho más tradicionales y tú te burlaste de sus costumbres y te negaste a hacer ningún tipo de concesiones. Mantuviste en todo momento una terca distancia basada en tu supuesta superioridad cosmopolita, que solo desaparecía cuando estabas a solas conmigo en la cama.
Miley se preguntó si realmente Nick pensaba lo que decía. ¿Era esa la imagen que tenía de ella?
-No me extraña que nuestro matrimonio se acabara tan pronto -murmuró casi para sí-. Tienes tan mala opinión de mí como ellos.
-Yo te amaba.
Miley suspiró.
-¿Cómo me has encontrado? -preguntó con sarcasmo-. ¿Sigues espiándome? Qué curioso.
Nick volvió la vista hacia ella y sus ojos se cruzaron. Miley luchó para que su cuerpo no reaccionara a la profundidad de su mirada.
-Hablas griego -comentó él con estudiada calma.
-¿Qué problema hay? ¿Piensas que tu mujer es tan estúpida como para no ser capaz de aprender un poco de griego en todo un año? -repuso ella con tono burlón.
-Jamás he pensado que fueras estúpida.
-¿Inepta o desinteresada, quizá? -insistió. Él no contestó. La estaba estudiando con tanta intensidad, que ella no tuvo más remedio que cambiar de posición y darle las explicaciones que estaba esperando-. Tengo buenas aptitudes para los idiomas. y este lugar -añadió señalando todo el puerto de El Pireo con un ademán-, ha sido mi escuela, junto a las personas que acabas de espantar con tus modales autoritarios pero reservados.
-¿Reservados? -repuso Nick-. No he conocido a persona más reservada que tú, Miley. Has vivido en mi casa durante un año, has dormido en mi cama y comido en mi mesa. Y, sin embargo, jamás había oído hablar de tus largos paseos por El Pireo. No sabía que entendías y hablabas nuestro idioma.
-Eso me ha permitido enterarme de pequeños cotilleos que nadie se hubiera atrevido a pronunciar en mi presencia de haber conocido mi secreto.
-¿Comentarios? ¿De qué tipo?
-Frases que dejaban bien claro cuánto me despreciaban los miembros de tu familia, por ejemplo. Comentarios sobre la terrible desgracia que tenía que sufrir el «pobre Nick» al tenerme como esposa. Ese tipo de cosas.
-Nunca pusiste nada de tu parte para agradarles -la acusó él-. Nunca intentaste integrarte con mi familia. Por lo visto, tu vida secreta era mucho más importante que todo eso.
-Tienes una memoria muy selectiva -replicó ella-. No creo que ninguna persona de tu familia me diera jamás ni la menor oportunidad. Ninguno de ellos se mostró nunca interesado por mi vida, mi trabajo, mis gustos...
-Te tenían miedo.
Ella rió ante lo ridículo del comentario, pero él la miró severamente. Al parecer, la cólera matinal se había desvanecido, pero había dejado paso a algo todavía peor, que no tenía nombre.
-Los acobardaste con tu fiera defensa de la independencia feminista de estilo británico. Las familias griegas son mucho más tradicionales y tú te burlaste de sus costumbres y te negaste a hacer ningún tipo de concesiones. Mantuviste en todo momento una terca distancia basada en tu supuesta superioridad cosmopolita, que solo desaparecía cuando estabas a solas conmigo en la cama.
Miley se preguntó si realmente Nick pensaba lo que decía. ¿Era esa la imagen que tenía de ella?
-No me extraña que nuestro matrimonio se acabara tan pronto -murmuró casi para sí-. Tienes tan mala opinión de mí como ellos.
-Yo te amaba.
-Pero solo en la cama. ¿Y aún te asombras de que yo procurara hacer algo con mi vida durante el día?
-Desgraciadamente, el amor no siempre es ciego. Durante un año, te vi tratar con desdén a todos mis conocidos. Y... ¿sabes qué es lo más triste? Que ni siquiera tú estabas satisfecha de tu propia actitud.
Tenía razón, reconoció Miley, se había odiado a sí misma casi desde el mismo momento en que había puesto los pies en Grecia. Se había sentido insegura y despreciable. Pero esa verdad no decía mucho a favor de Nick. Si él sabía de su inseguridad desde el principio..., ¿por qué no había hecho nada para ayudarla a superar la tensión?
Y, en cuanto al amor..., ese hombre no sabía ni lo que significaba esa palabra. Ella sí lo había amado, se había entregado, lo había adorado... pero solo había obtenido de él la consabida frase de desaliento: «Estoy demasiado ocupado para pensar en eso». A él no le importaban sus problemas a no ser que las discusiones tuvieran lugar en el lecho matrimonial y aquello interfiriera con su intenso deseo sexual. Si se resistía, él sabía cómo tratarla para hacerla cambiar de idea y ponerla a sus pies, suplicando ternura.
-Cuéntame lo que estás pensando -pidió Nick con ira contenida-. No te quedes ahí callada.
Ella lo miró, adivinando su impaciencia, sus ganas de ahondar en los secretos de su alma. Demasiado tarde, se dijo con amargura. Esa era una conversación que deberían haber tenido hacía tres años.
-¿Qué es lo que quieres, Nick? -preguntó fríamente-. Supongo que no has venido hasta aquí solo para criticar mi personalidad...
-No pretendía criticar. Lo que..., lo que pretendía es pedirte disculpas por la escena de esta mañana.
-Disculpas aceptadas -dijo Miley con ganas de terminar la charla y olvidarse de ese hombre para siempre.
Ella sorprendió con una risotada.
-Eres una bruja -dijo sin ánimo de insultar.
Con gran sentido de la oportunidad, Vassilou llegó con un par de tazas de café humeante. Sonrió, murmuró un par de frases intrascendentes y, antes de retirarse, dedicó una sonrisa traviesa a Miley.
-Nunca me había hablado de que tenía un marido tan apuesto -dijo guiñándole un ojo-. ¿Qué voy a decirle ahora a todos sus admiradores?
-¿Nunca? –preguntó Nick, una vez a solas con Miley de nuevo.
-Desgraciadamente, el amor no siempre es ciego. Durante un año, te vi tratar con desdén a todos mis conocidos. Y... ¿sabes qué es lo más triste? Que ni siquiera tú estabas satisfecha de tu propia actitud.
Tenía razón, reconoció Miley, se había odiado a sí misma casi desde el mismo momento en que había puesto los pies en Grecia. Se había sentido insegura y despreciable. Pero esa verdad no decía mucho a favor de Nick. Si él sabía de su inseguridad desde el principio..., ¿por qué no había hecho nada para ayudarla a superar la tensión?
Y, en cuanto al amor..., ese hombre no sabía ni lo que significaba esa palabra. Ella sí lo había amado, se había entregado, lo había adorado... pero solo había obtenido de él la consabida frase de desaliento: «Estoy demasiado ocupado para pensar en eso». A él no le importaban sus problemas a no ser que las discusiones tuvieran lugar en el lecho matrimonial y aquello interfiriera con su intenso deseo sexual. Si se resistía, él sabía cómo tratarla para hacerla cambiar de idea y ponerla a sus pies, suplicando ternura.
-Cuéntame lo que estás pensando -pidió Nick con ira contenida-. No te quedes ahí callada.
Ella lo miró, adivinando su impaciencia, sus ganas de ahondar en los secretos de su alma. Demasiado tarde, se dijo con amargura. Esa era una conversación que deberían haber tenido hacía tres años.
-¿Qué es lo que quieres, Nick? -preguntó fríamente-. Supongo que no has venido hasta aquí solo para criticar mi personalidad...
-No pretendía criticar. Lo que..., lo que pretendía es pedirte disculpas por la escena de esta mañana.
-Disculpas aceptadas -dijo Miley con ganas de terminar la charla y olvidarse de ese hombre para siempre.
Ella sorprendió con una risotada.
-Eres una bruja -dijo sin ánimo de insultar.
Con gran sentido de la oportunidad, Vassilou llegó con un par de tazas de café humeante. Sonrió, murmuró un par de frases intrascendentes y, antes de retirarse, dedicó una sonrisa traviesa a Miley.
-Nunca me había hablado de que tenía un marido tan apuesto -dijo guiñándole un ojo-. ¿Qué voy a decirle ahora a todos sus admiradores?
-¿Nunca? –preguntó Nick, una vez a solas con Miley de nuevo.
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