domingo, 6 de noviembre de 2011

Fire in Two Hearts--cap--16

No necesito nada más -anunció Monique con satisfacción.

-¿Dónde esta Luca Grabell? –preguntó Miley, preocupada por él.

-Pregúntale a Nick. Se fue a buscarlo hace unos minutos.

Miley se dirigió hacia la terraza, pero Nick estaba solo.

-¿Qué has hecho con mi abogado?

-Se ha ido.

-¡No me digas que lo has enviado de vuelta al hotel Apolo!

-No -repuso él con una mueca-. Tuvo que volver a Londres urgentemente. Mi chófer lo ha llevado al aeropuerto.

-No va a poder volar hoy.

-¿No? ¿Cómo lo sabes?

-Porque no hay plazas libres hasta mañana, me lo han dicho por teléfono.

-¡Qué eficacia! ¿Pensabas marcharte antes de que hiciéramos el amor o después?

Miley mantuvo la vista fija en las escaleras y empezó a subirlas, sin responder.

-He puesto mi avión privado a disposición de tu abogado y del gigante rubio –prosiguió Nick, siguiéndola-. Estarás de acuerdo en que soy un hombre maravilloso, ¿no? ¿Está tu madre cómoda?

-Perfectamente, gracias.

Habían llegado al rellano superior, donde seis pulidas puertas conducían a otros seis elegantes dormitorios.

Miley se dirigió a una de las puertas y Nick a otra.

Cada uno con la mano en el pomo de su puerta, se detuvieron un momento para mirarse, Miley con expresión desafiante y Nick con paciencia divertida.

-Te veré en la cena -dijo él escuetamente-. A las ocho y media -añadió antes de desaparecer.

La cena iba a ser un asunto complicado. Monique estaba cansada y había decidido tomar algo ligero en su cuarto mientras veía la televisión. Miley descendió las escaleras, llevando el mismo vestido, que era el único que había llevado consigo. Sin embargo, se había dado una ducha y se había recogido el cabello en lo alto de la nuca.

Por el contrario, Nick se había vestido de etiqueta y estaba muy apuesto.

-Demasiado elegante para una sencilla cena informal en casa, ¿no? -preguntó miley con sarcasmo.

-Tengo que salir más tarde -explicó él-. Debo visitar a mi madre y explicarle nuestra situación antes de que se ponga a hacer conjeturas desafortunadas.

Miley tenía que agradecer a Nick que se hubiera quedado a cenar con ella, cuando Selena había dejado bien claro que su madre lo esperaba en casa.

Ambos entraron en el comedor más pequeño de la casa, como si fueran dos extraños en su primera cita. Nick la ayudó a tomar asiento caballerosamente mientras Miley se maravillaba ante lo elegante que estaba la mesa, con la mejor porcelana y el más bello cristal, cubertería de plata y dos candelabros encendidos. Sin duda, Alisse había hecho un buen trabajo. Nick se sentó enfrente de ella. Su bello rostro, iluminado suavemente por las velas, la hizo estremecerse de placer. No era justo. ¿Quién podría resistirse a ese hombre? Nick puso una servilleta en tomo al cuello de una botella de champán que se estaba enfriando, y la descorchó sin causar el menor alboroto. El líquido dorado y espumoso llenó primero su copa y luego la de él. La tensión se podía palpar en el ambiente e Miley pensó en arrojarle el champán a la cara si él no rompía el hielo de alguna manera.



-Puedes venir conmigo si quieres –dijo Nick. Ella se lo quedó mirando, boquiabierta, incapaz de creerse lo que acababa de oír ni la soltura con que lo había dicho.
-Gracias -repuso con frialdad-. Pero prefiero ver la televisión con mi madre.
Él compuso una mueca burlona y tomó la copa de champán, brindando con un gesto silencioso en dirección a ella.
-Bienvenida a casa -dijo, mirándola a los ojos, antes de beber.
Si Alisse no hubiera aparecido en ese mismo momento con la comida, Miley se hubiera visto obligada a reaccionar. Comieron prácticamente en silencio. Cuando Miley decidió tomar un sorbo de champán, se le subió a la cabeza inmediatamente. Se sintió temblar y dejó la copa sobre la mesa. Nick la rellenó. Alisse llegó con el segundo plato. A la hora del postre, Miley renunció al atractivo hojaldre bañado de miel y chocolate y pidió una taza de café solo.
Cuando la tensa cena llegó a su fin, Miley se puso en pie sobre unas piernas que no la sostenían con la firmeza que ella hubiera deseado. Nick se apoyó sobre el respaldo de su silla para contemplarla.
-Buenas noches -dijo ella.
Él asintió con la cabeza y ella se puso en marcha para abandonar el comedor. Vio un rato la televisión con su madre y luego se dirigió hacia su dormitorio para meterse en la cama y poder llorar a gusto.
Él estaba con Selena, de eso estaba segura. Seguramente estarían en un rincón tranquilo de la casa de su madre, y él estaría explicándole a media voz lo que había ocurrido entre ellos. ¿Cómo reaccionaría ella? ¿Suplicaría? ¿Lloraría? ¿Se rendiría él a sus encantos y se quedaría a pasar la noche con ella?
Se propuso dormir, pero solo consiguió que su mente se llenara de imágenes que no deseaba ver. Odiaba a Nick. Sentía que había vuelto a perder la batalla emocional, al igual que tres años atrás. No quería volver a cometer la misma equivocación. Tenía que salir de la trampa que ese hombre le había tendido...

UN par de brazos la sacaron de la cama, cuando ya había conseguido dormirse.
-Suéltame, bruto -protestó ella-. ¿Qué piensas hacer conmigo?
-No te habrás creído que iba a dejarte dormir en una cama que no es la nuestra, ¿verdad, boba? -se burló él, levantándola en brazos.
Una vez en el cuarto que en el pasado había pertenecido a ambos, la soltó sobre la enorme cama y se deshizo de su albornoz mientras ella intentaba tapar con pudor las partes más íntimas de su cuerpo con la camiseta de algodón que usaba para dormir.
Él la miró con ojos llenos de promesas lujuriosas y firme determinación masculina. Hundió una mano en su melena, para sujetarla por la nuca y, con la otra, recorrió su magnífico cuerpo desde el pecho hasta los muslos, tiró hacia arriba del borde de la camiseta y, en un solo gesto contundente, se libró de la única prenda que la cubría. Ella se revolvió y lanzó un puño contra su pecho, con ánimo de defenderse, pero él la redujo sin esfuerzo y posó ávidamente los labios sobre su boca. Los gemidos de Miley se convirtieron en una mezcla de protesta y júbilo. En pocos segundos, su alma quedó completamente absorta en los placeres del cuerpo, y se agarró con fuerza a los hombros del hombre que acababa de raptarla. El beso cobró intensidad, ambos empezaron a respirar jadeantes y todos sus movimientos se combinaron en una oleada conjunta de auténtico placer. De pronto, él interrumpió el beso para mirarla con seriedad.
-¿Has hablado con ella? -preguntó Miley en un susurro lleno de pánico.
-No.
-¿Estaba allí?
-Sí.
-¿De verdad que no le has dicho nada?
-De verdad -aseguró él con una mirada feroz-. ¿Para qué iba yo a hablar con ella? Tú eres la única mujer que me ha importado en toda mi vida.
-Pero han pasado tres años -recordó ella con dolor-. Tres años pueden hacer cambiar de opinión a cualquiera.
-¿Tú me has sido infiel?
-No.

-Entonces, ¿para qué seguir discutiendo sobre el tema? –concluyó Nick, lanzándose nuevamente sobre su boca.
No volvieron a intercambiar palabra, sino que se dejaron llevar por la libido, sintiéndose presos de un huracán de sensaciones que atormentaba sus 'sentidos, clamando por alcanzar las máximas cotas de placer.
Se había sentido poseída, se dijo Miley, una vez en calma, acurrucada entre los brazos de Nick. Ese hombre se compenetraba de tal forma con ella que siempre hacían el amor, perdía toda noción de la realidad y se abandonaba a un delirio que no solo calmaba sus necesidades más primitivas, sino que ponía orden en su cabeza y la hacía sentirse mejor persona. Sin embargo, estaba preocupada. No era difícil caer en los brazos de Nick, pero sí convivir con él día tras día. Y l problema estaba en que ella no se sentía mejor preparada para afrontar ese amor que hacía tres largos años. ¿Sería él capaz de discutir abiertamente sobre las dificultades que fueran surgiendo con el fin de solucionarlas?
Miley suspiró y a Nick se le aceleró el corazón, pero optó por no decir nada. Estaba contento y satisfecho, con la mujer que amaba entre los brazos, sintiendo su cálida respiración sobre el hombro. Ella volvió a suspirar y él se puso a un lado, luego se incorporó sobre un codo y la miró.
-¿Qué significan esos suspiros tan melancólicos?
-No son melancólicos.
El enarcó una ceja para burlarse de esa sencilla mentira y ella entornó los ojos.
-¿Por qué no puedes sincerarte conmigo? -preguntó él secamente-. Acabas de sollozar de placer entre mis brazos, me has dicho que me amabas...
-Yo no he dicho eso -protestó ella inmediatamente.
-Pero lo has pensado -repuso él, encogiéndose de hombros para dar a entender que no veía diferencia alguna. Le acarició el pelo y retornó la palabra-: Tenemos que hablar, agapi mou, tenemos que aclarar el porqué de nuestra separación para no volver a cometer el mismo error.
Pero el recuerdo de los terribles últimos días junto a él fue demasiado intenso como para que Nick pudiera reaccionar con calma.
-¡No-exclamó con el rostro lleno de lágrimas, saltando de la cama para correr a refugiarse en la habitación de invitados. Cuando Nick fue a buscarla, ya se había metido en la otra cama, pálida y embutida en aquel viejo albornoz azul que tanto decía sobre sus verdaderos sentimientos.
-¿Cuándo empezarás a dejar de salir corriendo cada vez que te sientas herida? Si no afrontamos juntos el pasado, nunca podremos construir un futuro en común.
Miley tembló de angustia. ¿Cómo había sido capaz de abandonarse entre sus brazos, olvidando lo que ese hombre era capaz de hacer...lo que ese hombre le había hecho?
-Rechazaste a nuestro hijo -dijo-. ¿Piensas que también debemos afrontar ese hecho?
-Eso no es verdad...
-Sí, lo es -insistió ella-. Ni siquiera creo que siguieras enamorado de mí cuando me quedé embarazada.
-No...
-Fue la gota que colmó el vaso y te ocupaste de dejármelo bien claro –prosiguió Miley, decidida ya a soltarlo todo-. Te casaste conmigo por capricho, me sacaste de un ambiente de clase obrera sin previo aviso, y me colocaste en medio de una rica familia de clase alta que jamás llegó a aceptarme. Todo el tiempo tuve la sensación de que debería profesarte una gratitud eterna, pero mi temperamento es rebelde y me resistí a conformarme, resistí a aceptar los planes que tu madre hacía para mí, me resistí a aceptar una forma de vida impuesta.
-Ella solo trataba de informarte sobre las buenas maneras de la sociedad griega.
-Me hablaba con frialdad y desprecio. En realidad, parecía completamente horrorizada por mi presencia.
-Y tú no la supiste comprender. Te rebelaste por el simple placer de verla enfermar de preocupación.
-¡Procuré mantenerme al margen! ¿O es que no te diste cuenta? Decidí pasear por Atenas, con la cámara al hombro, y hacer mi propia vida con gente nueva que me tratara amablemente.
-Como Vassilou.
-Efectivamente. ¿Sabes cómo me sentí cuando tu madre me dijo: «Algunos embarazos llegan a destiempo, Miley».
-Mi madre es incapaz de haber dicho una cosa como esa -se resistió él, palideciendo porque sabía que Miley ella decía era la pura verdad-. Nadie puede ser tan...
-¿Cruel? -terminó ella-. Te recuerdo que, cuando tuve el aborto, tú mismo me dijiste: «Quizá haya sido lo mejor Miley, no estábamos preparados para ello».
Él le dio la espalda y se puso a mirar por la ventana. Ella deseó apalear ese poderoso cuerpo hasta verlo exánime sobre el suelo, pero él era fuerte y ella demasiado frágil como para dar rienda suelta a su urgente y primitiva necesidad de venganza física.
-Me avergüenzo de haber dicho semejante cosa -murmuró él.
-Lo entiendo. Yo también siento vergüenza ajena -afirmó ella, dirigiéndose a la cómoda para buscar un camisón limpio antes de meterse en el cuarto de baño. No cerró el pestillo porque ya había decidido no seguir huyendo de los problemas, tal y como él había pedido.
Él se acercó al umbral.
-Estabas inconsolable y yo no sabía cómo aliviar tu pena -balbució él con tono dolorido.
-No. Estabas totalmente entregado a tus negocios y, cuando tuve el aborto, te tuvieron que sacar de una reunión muy importante. Esa es la verdad continuó ella con la mayor firmeza, por si no hubiera sido suficiente con soportar a un marido que no deseaba ser padre durante mis meses de embarazo, tuve que ver cómo toda tu familia y tú suspirabais de alivio mientras yo me ahogaba a solas en mi pena y me volvía completamente histérica.

-¡de acuerdo! -explotó él-. En aquel momento no deseaba ser padre, lo reconozco. ¿Y qué? Éramos demasiado jóvenes y nuestro matrimonio se desmoronaba por momentos. No éramos felices. Ya no había ni la menor comunicación entre nosotros. Pero yo te adoraba, me tenías fascinado. Cuando te tenía entre los brazos, me sentía poseedor de algo muy especial. Sin embargo, no tuvimos tiempo de convertir el deseo en amor. Antes de que hubiéramos podido asentar nuestra relación, llegó el embarazo. Parecías tan frágil, que no sabía cómo acercarme a ti -dijo él volviendo a su dormitorio. Miley lo siguió.
-¿No pudiste confesarme que te sentías impotente en vez de tratarme con frialdad?
-¿Admitir que era un cerdo asqueroso que se negaba a ser padre? ¿Decirte que no deseaba compartir tu cuerpo con un nuevo ser? -se preguntó él con un gruñido que salió desde lo más profundo de su pecho-. Me despreciaba a mí mismo. ¡ni siquiera sabía lo que pensaba! Cuando perdiste al niño, pensé que había sido lo mejor. En realidad, aún lo pienso. Y mi castigo fue perderte, pero lo asumí con entereza. Preferí perderte a tener que afrontar el daño que te había causado.
-Así pues me dejaste marchar -Comentó ella con tono comprensivo.
-Me habías hecho la vida tan imposible que sentí un verdadero alivio al verte desaparecer.
-Me rompiste el corazón -dijo Miley con dolor-. ¿Jamás se te ocurrió pensar que lo que yo necesitaba era que fueras a buscarme?
-Me despreciaba a mí mismo de tal manera que no resultó difícil convencerme de que tú sentirías lo mismo por mí -confesó él con tono de arrepentimiento y la mirada clavada en sus pies desnudos.
-Así era -se produjo un silencio denso-. Tú no tuviste la culpa -murmuró ella al fin. Me refiero a la pérdida del bebé. Solo fue mala suerte -añadió, abrazándose para contener los temblores. Un par de brazos se superpusieron a los suyos con firmeza. Se sintió tan cálidamente protegida, que no pudo contener un sollozo-. Yo también me sentí culpable, estaba convencida de que había fracasado como mujer, a todos los niveles. Tuve que marcharme porque no podía soportar las hipócritas expresiones de condolencia de todo el mundo, cuando sabía que corrían rumores de que la pérdida del niño era la prueba definitiva de que nuestro matrimonio estaba abocado al fracaso.
Él guardó silencio, pero apretó el abrazo. Ella se volvió, aún entre sus brazos, para devolverle el gesto de cariño, apoyando el rostro sobre su pecho.
-Mañana mismo empezaremos a enmendar nuestros errores para sacar partido a esta nueva oportunidad que nos hemos dado -ordenó él con brusquedad.
Ella asintió con un sollozo contenido.
-Hablaremos en vez de pelear. Cuando alguien e diga algo desagradable, no dudes en contármelo porque pienso escucharte con la mayor atención.
Ella asintió de nuevo y él la separó un poco para poder mirarla a los ojos.
-No te muestres tan sumisa conmigo, agapi mou, porque me pongo nervioso -dijo con un tono divertido que alivió la tensión.
-No estoy sumisa -repuso ella-. Simplemente disfruto de los susurros de tu voz junto a mi oído.
Lanzando un gruñido al aire, ¿Nick decidió castigarla con un beso apasionado que condujo a toda una serie de caricias de regreso al dormitorio común. Durmieron el uno en brazos del otro, se despertaron entrelazados, se ducharon juntos y solo se separaron cuando Miley tuvo que irse al otro dormitorio en busca de algo para ponerse. Volvieron a reunirse en la terraza en torno a la mesa del desayuno. La primera nube en la recién estrenada felicidad de Miley llegó cuando lo vio correctamente vestido para irse a la oficina: traje oscuro, camisa azul claro y corbata azul marino. Tenía un aspecto impresionante, pero ella necesitaba que se quedara a acompañarla.
-Solo serán unas horas -prometió él al ver su mirada de pánico.
-Así es la vida, supongo -repuso ella con una sonrisa.
-Tengo una agenda un poco complicada. Acabo de regresar a Atenas después de una larga ausencia y se acumulan los asuntos por resolver. Sin olvidar la boda de Troy.

-¿Cuándo se casan?
-La semana que viene. Como cabeza de familia, no tengo más remedio que acompañar a mi madre a todos los actos sociales que se están organizando para preparar el evento. Por eso tuve que marcharme anoche, y por eso tendré que marcharme hoy también, a no ser que te convenza de que me acompañes.
El lenguaje corporal era mucho más directo que las palabras, pensó Nick al ver cómo su mujer perdía la sonrisa y ocultaba la mirada en busca de una excusa aceptable. No tuvo que esperar mucho, porque al cabo de un instante, apareció Monique Cyrus, apoyándose en su andador.
Él se levantó y la recibió con una sonrisa.
-¡qué agradable sorpresa! Ee peteria, estás mucho más guapa de pie que en esa silla de ruedas.
-¡No digas tonterías! repuso Monique con reprobación, aunque sus mejillas lucían arreboladas por el cálido recibimiento.
Miley se levantó para besar a su madre y luego le acercó una silla y esperó a que terminara de sentarse lentamente. Nick observó los cariñosos cuidados con que Miley obsequiaba a su madre, sin quejarse ni presumir de ello. Hablaron sobre cómo había pasado Monique la noche hasta que Alisse se presentó con el desayuno. Nick echó una ojeada al reloj y apuró el café, mientras ambas mujeres disfrutaban de unas tostadas con mermelada de naranja. Miley se había vestido con los mismos pantalones de deporte de color caqui del día anterior, pero en esa ocasión llevaba una camiseta blanca.
-Monique-dijo, poniéndose en pie-. Miley y yo debemos acudir a una fiesta esta noche. Nos sentiríamos muy honrados si quisieras acompañamos.
Nick había apostado sobre seguro, Monique era una mujer que siempre había disfrutado de una intensa vida social.
-¿Una fiesta? -preguntó con los preciosos ojos verdes que había heredado su hija brillantes de entusiasmo-. ¡qué divertido! ¿De verdad no os importa que me una a vosotros?
Nick mantuvo la mirada sobre Monique, pero sintió cómo unos dardos invisibles, lanzados por su mujer, se le clavaban en el cuerpo. Estaba contento de tenerla de vuelta en casa, cerca de ella se sentía vivo y pletórico de fuerza.
-No hemos traído el equipaje adecuado para asistir a ninguna fiesta –anunció Miley, dirigiéndose a ambos.
El rostro de Monique se contrajo en una mueca de decepción e Miley sintió aguarle los planes.
-Eso no es problema -intervino rápidamente Nick-. Podéis salir de compras.
-¡Claro, Miley! ¡Tenemos todo el día para ir de tiendas! -exclamó Monique con entusiasmo. Nick sintió cómo los ojos de Miley decían-; «te odio», pero se mantuvo en sus trece, deseándola aún más-. ¿Quién da la fiesta?
Nick explicó a Monique los detalles de la próxima boda de su hermano Troy, antes de responder que la fiesta se celebraba en casa de los futuros suegros, a media hora de coche en dirección a Corinto.
-Estás jugando sucio –dijo Miley en griego. Sabes que no tengo ganas de ir.
-¿Qué has dicho? -preguntó su madre.
-Ha dicho que no es justo obligarte a hacer el doble esfuerzo de salir de compras y luego ir a una fiesta -mintió Nick con suavidad-. Pero podemos resolver el problema a la manera de los millonarios. Voy a hacer que os envíen una colección de trajes de noche a casa para que podáis escogerlos tranquilamente.
Monique sonrió, traviesa, pero Miley lo miró iracunda.
-No intentes escapar de mí o tomaré represalias -le advirtió Nick en griego.
-¿Qué ha dicho? –preguntó Monique.
-Ha dicho que elijamos algo audaz y extravagante -mintió Miley con tono amenazador.
Él rió. ¿Qué otra cosa podía hacer? Se lo había buscado. Pero era divertido tener una esposa que hablara griego. Y había llegado el momento de irse si quería dedicar unas horas al trabajo. Tenía que evitar a toda costa que Miley pudiera arrinconarlo en privado. Se puso en pie y se despidió cordialmente de Monique, antes de depositar un beso en la tensa mejilla de su mujer.

-¿No te apetece ir a esa fiesta, Miley? -preguntó Monique al observar la mirada desafiante que su hija había fijado sobre la espalda de Nick.
Miley volvió la vista hacia su madre, a sabiendas de que, aunque ella conocía todos sus problemas con Nick, nunca le había mencionado el trato que había recibido por parte de su familia.
-Me pongo nerviosa al pensar en que tengo que volver a saludar a mucha gente que conocí hace años, no va a ser fácil -repuso-. Es demasiado pronto.
-Cuando te caes de un caballo, lo mejor es volver a montarte sobre él inmediatamente -sentenció Monique, sin hacerse cargo de las dificultades que preocupaban a Miley-. Además, si yo he sido capaz de darme cuenta de que parecéis felices el uno junto al otro, el resto del mundo también tiene derecho a saberlo –afirmó Monique, dejándose caer sobre el respaldo de la silla-. ¡Caramba! -exclamó-. Me siento renacer con todo este jaleo. Me dan ganas de ponerme a cantar.
Y eso hizo, cantar durante toda la mañana, hasta que llegó la furgoneta con los vestidos de noche. Entonces, se dedicó a parlotear alabando la elegancia de los exclusivos diseños y la originalidad de los complementos. Cuando por fin llegó la hora de la siesta de su madre, Miley se alegró de poder encerrarse en su habitación, aunque no pudo abandonarse por completo a la tristeza que la embargaba porque Nick podía aparecer en cualquier momento y tenía que estar preparada para enfrentarse con él cara a cara.
Nick había prolongado en exceso su visita a la oficina y, en cuanto pudo, abandonó sus asuntos hasta el día siguiente y se dirigió hacia el Ferrari rojo. Allí encontró la chaqueta que se había quitado el día anterior, antes de seguir a Miley a la salida del hotel Apolo. Un sobre blanco, el mismo que ella le había entregado durante la tensa reunión de la mañana, sobresalía de uno de los bolsillos. Lo abrió, encontró la llave de la caja fuerte de Miley en Atenas y la carta firmada que lo autorizaba a disponer de ella a su antojo. Sintió una enorme curiosidad por saber qué era lo que Miley llamaba «las reliquias de la familia».
Cuando llegó a casa, abrió la puerta del dormitorio común y, desde el umbral, observó a Miley sentada sobre la cama con las piernas cruzadas, vestida con una amplia camiseta de algodón que creyó reconocer como propia, y con la cabeza boca abajo, para poder peinarse la espesa melena con comodidad. Probablemente acababa de salir de la ducha, se dijo.
-Si quieres ducharte, lo mejor será que lo hagas en otro cuarto de baño, porque no respondo de mí y podría acuchillarte mientras estás desnudo y vulnerable bajo el chorro del agua -dijo ella sin levantar la vista.
Él no pudo evitar que una amplia sonrisa le iluminara el rostro. Después de la jugarreta de por la mañana, casi había esperado encontrarla recluida en la habitación de invitados, negándose a verlo.
-De eso nada cariño -negó tranquilamente-. Una muerte rápida no sería suficiente para ti.
-No me tientes.
-De acuerdo. Pero creo que ya he optado por vivir la vida peligrosamente a tu lado -dijo entrando decididamente en la habitación y cerrando la puerta tras de sí.
Ni siquiera entonces se dignó ella a levantar la cabeza. El se dirigió hacia una cómoda y depositó dos cajas de terciopelo negro sobre ella. Se libró de la chaqueta y la corbata, tratando de decidirse entre saltar sobre ella, sin darle la menor oportunidad de defenderse, o molestarla un poco dedicándose a ignorarla, al igual que ella estaba haciendo con él. La primera idea era tentadora, pero resolvió optar por la ducha. Eso los dejaría en términos de igualdad y sabía que, después de haber proferido su amenaza, ella no iba a ser capaz de quedarse de brazos cruzados sin pasar a la acción.
Se deshizo de los pantalones y de los zapatos mientras Miley continuaba peinándose cuidadosamente. Ya solo le quedaba puesta la camisa y no era suficiente para tapar la gran protuberancia que se elevaba en su entrepierna. Necesitaba afeitarse urgentemente, así que entró en el baño y abrió la ducha, antes de tomar la cuchilla para afeitarse. Ella se acercó a la puerta, tal y como él había previsto, y se quedó desconcertada al verlo de pie frente al espejo. Una vez consciente de la treta, compuso su mejor expresión de rabia y desafío.
-Elige arma -dijo él perezosamente, sin separar los ojos del espejo que, según pudo comprobar, mostraba el rostro de un hombre que había cambiado radicalmente en las últimas veinticuatro horas. Habían desaparecido las duras marcas del cinismo y su rostro volvía a ser el de un hombre bien parecido en el mejor momento de su vida. Reconoció que el cambio se debía por entero a la presencia de Miley, esa mujer voluble y rebelde que lo miraba con unos increíbles ojos verdes, clavados en un rostro de piel delicadamente nacarada, enmarcado por una húmeda y espesa cabellera de color rojo.
Ella saltó sobre él sin previo aviso, pero Nick pudo soltar la cuchilla antes de vérselas con ella. Miley lloraba y balbucía convulsivamente mientras le daba golpes y empujones, dando rienda suelta a su rabieta.
-¡No quiero salir esta noche! -gritó lastimeramente.
Ella había elegido bien sus armas. Nick se sentía capaz de combatir la furia, pero se veía impotente para enfrentarse a las lágrimas de una mujer compungida.
-No llores, agapi mou. No es justo.
-¿No podemos esperar unos cuantos días antes de que me sueltes delante de .esas fieras salvajes de nuevo? Por favor... -suplicó.
El ruego estuvo a punto de tener efecto sobre él, pero se recobró y la tomó en brazos para llevarla hasta la cama.
-Si alguien se atreve a mirarte mal, acabaré con él o con ella de un plumazo, lo prometo.
-¡Pero eso no impide que piensen atrocidades de mí, Nicko!
«Nicko». Miley era la única persona que lo llamaba por ese diminutivo. Cuando oía esa palabra su corazón reaccionaba amándola devotamente. Amando a esa Miley hermosa, cobarde e insegura que nadie conocía, aparte de él. La empujó sobre la cama y se recostó junto a ella.
-¿De veras piensas que tú y yo somos las únicas personas que nos arrepentimos del pasado? -preguntó-. Cuando te fuiste, mi madre estuvo a punto de sufrir un colapso al verme destrozado. Al cabo de un año, no pude resistir tu ausencia y me marché lejos de aquí. Te aseguro que ha tenido tiempo de echarme de menos y, si cree que tú eres la garantía de mi estabilidad, sabrá cómo ganarse tu cariño.
-¿Adónde fuiste? -preguntó ella, mucho más tranquila.

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