Nick echó un vistazo a la habitación. El suelo era de baldosas grises que imitaban malamente el dibujo del mármol y los muebles debían de estar allí desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. La cama tenía unas sábanas de color café y la colcha era acrílica y de color naranja. Pensó en el lujo de su propio dormitorio, en su gigantesca cama cubierta con las mejores sábanas de algodón blanco y con un edredón forrado de seda verde.
No tuvo que hacer ningún esfuerzo especial para imaginarse la silueta de Miley en aquel dormitorio, sentada en el suelo escogiendo fotos, o en cualquier otro lugar. La imaginara como la imaginara, su belleza creaba un contraste magnífico con la decoración. La había echado de menos más de lo que podía reconocer. Y, además, había llegado el momento de preguntarse si su larga estancia en España no había tenido algo que ver con la ausencia de ella en Atenas.
Cuando oyó que la ducha se apagaba, salió de su ensoñación y puso en marcha sus planes.
-¿Qué se supone que estas haciendo? –protestó Miley, sorprendida al encontrarlo todavía allí.
Él estaba completamente vestido y se dedicaba a meter la ropa de ella en la maleta. Sobre la cama había un juego de ropa interior limpia y el único vestido que Miley había llevado consigo.
-Pienso que resulta obvio -respondió él fríamente.
-Pero ya te he dicho...
Él se incorporó para mirarla a los ojos.
-He reconocido el albornoz -anunció tranquilamente.
Ella se defendió instintivamente, cerrando las solapas sobre su garganta.
-Yo...
-¿Tú qué? -la interrumpió, observando cómo ella se ruborizaba-. ¿Te lo llevaste por equivocación al marcharte? ¿O lo robaste porque necesitabas arroparte con una prenda que había sido mía?
-Era cómodo, nada más -repuso ella con impaciencia-. Si quieres que te lo devuelva...
-Sí, por favor.
Sin el menor asomo de duda, Nick se dirigió hacia ella como si tuviera la intención de arrancárselo con sus propias manos. Ella dio un paso atrás y él la miró con una mueca burlona. Estaba seguro de que ella no quería desprenderse de esa reliquia íntima. Aún lo amaba.
-Me gustaría que abandonaras el tema y te fueras de una vez -murmuró ella, enojada.
-Mentirosa -le espetó él-. Lo que de verdad deseas es que te quite el albornoz para volver a la cama y hacer el amor otra vez.
-Me intimidas.
-No -refutó él-. Lo que pasa es que eres caprichosa y te gusta el melodrama -afirmó mientras acariciaba su labio inferior con el pulgar-. Lo que deseas es que te obligue a rendirte a mis pies. Deseas que te rapte y te lleve a casa por la fuerza para mantener a salvo tu preciosa rebeldía.
¿Tenía él razón? Sí, tenía razón, aceptó Miley sombríamente. El cuerpo que aún cubría con el albornoz se sentía vivo en su presencia, sus pechos estaban tensos y la parte baja de su abdomen empezaba a latir con los primeros síntomas de la excitación sexual
Meneó la cabeza para deshacerse de la caricia del pulgar.
-Esa casa ya no es mi casa -anunció, con ese tono de terquedad que le era tan propio. Y, a continuación, traicionó el sentido de sus palabras humedeciéndose el labio inferior, recién acariciado, con la lengua.
Nick entornó los ojos al darse cuenta de lo mucho que revelaba ese pequeño gesto.
-Lo será -aseguró-. En cuanto te vistas con la ropa que he elegido para ti, nos iremos a casa, juntos, como hacen todos los matrimonios, y nos dejaremos caer sobre la primera cama que encontremos para terminar lo que hemos empezado aquí.
Una vez dicho lo cual, Nick se dio la vuelta y continuó recogiendo sus pertenencias, dejándola de pie, temblorosa y con un ligero sentimiento de frustración.
-¿Se unirá Selena a nosotros para formar un trío?
-preguntó con ironía-. ¿O prefieres que llame a Lucas por si necesitamos un hombre extra?
-Selena no cuenta -repuso él incisivamente-, ni ese Lucas tampoco. Acabamos de volver a consumar nuestro matrimonio en esa cama y no hay cabida para nadie más -añadió.
Se miraron con ojos chispeantes de desafío, cada uno a su manera. Ella reconoció que su marido había madurado mucho en los últimos tres años. 'No tenía nada que ver con el hombre preocupado e irritable con el que había convivido. Se notaba que había conseguido superar las tensiones y dificultades derivadas de una herencia imprevista. Su padre, Aristotle, había muerto seis meses antes de su boda y su hijo mayor se había tenido que hacer cargo de un boyante grupo empresarial, lleno de directivos y consejeros que pugnaban por granjearse el favor del heredero y aumentar su poder. Nick había atravesado una época de estrés crónico, obsesionado por las grandes decisiones financieras, y sin tiempo para las nimiedades de la vida doméstica. Miley no había comprendido sus problemas en aquel entonces, pero había pasado el tiempo y todo indicaba que el joven magnate había aprendido a sobrellevar la carga con mucha mayor soltura.
-¿Por qué? -se interesó ella-. ¿Por qué has cambiado de opinión con respecto a mí?
-Todavía te deseo -repuso él sin dudarlo-. y lo único que te pido es que aceptes que tú sientes lo mismo por mí para poder abandonar esta estúpida discusión de una maldita vez.
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