Prologo
Una
cálida noche de verano. Para ser exactos, estamos en el primer
sábado
del mes de agosto. Las estrellas nunca brillaron tanto. Estoy
sentada
en la ventana de mi dormitorio, admirando este espectáculo
magnífico
y pensando en las cosas que me sucedieron ese verano.
Yo
era otra Miley Hudson.
El
recuerdo duele. Mi cerebro trata de encontrar el lugar exacto del
dolor,
pero desiste, porque todo duele. Estoy cansada de vivir como si
fuera
ya adulta y madura. Me gustaría volver a ser una niña —una niña
de
seis años que se cayó de su bicicleta.
Me
gustaría echarme a llorar y salir corriendo a la cocina, donde mi
mamá
me levantaría del suelo, me daría un gran abrazo y un beso en la
piel
de mi rodilla. Me daría leche y chocolate para que el dolor pasara y
dejara
de llorar.
Esta
es una de las cosas que la gente no nos enseña cuando se habla de
crecer: cómo
lidiar con los dolores que van con un beso.
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