Sarah vivía en una pequeña cabaña, en una pequeña ciudad al final
de
mundo llamada Little
Netherby, en medio de la nada. Uno de esos lugares
frecuentado por personas mayores en sus vacaciones, donde las
madres
enviaban a sus hijas rebeldes, por lo general con el fin de
mantenerlas
alejadas de la influencia de la ciudad.
Ella vivía con su novio Kai y su gata, Tallulah. Sarah y Kai
tienen una vieja
librería en la ciudad próxima, Gran Netherby. Ambos son poetas y leen sus
obras de poesía en festivales o en salas oscuras y vacías de bares
llenos de
humo.
Mama, Mía y yo fuimos a uno de estos conciertos el pasado verano,
en un
¨espacio alternativo¨al
sur de Londres. Los poemas de Sara eran muy
divertidos, pero ella los leía con una voz tan baja y con tantos
tics
nerviosos que daba la impresión de que pedía disculpas por lo que
estaba
haciendo.
Los poemas de Kai eran tan malos que daban dolor de cabeza. Sólo
había
una palabrerío grandilocuente e interminable, lleno de tonterías
sobre
cuerpos desnudos, olores humanos y el poder de la lujuria. Las
mujeres de
la edad de mamá parecían adorarlo, encantadas con la aparición del
rockero Kai y su supuesta:
¨capacidad de entender
a las mujeres¨
Mía y yo nos echamos a reír y todos nos miraron feo. Mamá dijo que
teníamos a comportarnos como:
¨adultas¨
Eso fue suficiente para que nosotras muramos de risa. Puse mi
equipaje en el vestíbulo y entré en la pequeña cabaña. Tuve la impresión de
entrar
en una de esas tiendas donde venden todo tipo de cosas. No había
un
centímetro de espacio libre.
Parpadeé varias veces para ver mejor: Un montón de libros, cajas,
pedazos
de papel pintado y horribles piezas de cerámica luchado por mi
atención.
—Kai no está, se fue a comprar libros —Sarah dijo emocionada.
Llevaba
anillos en cada dedo y cientos de tintineantes pulseras en sus
brazos.
Cada vez que se mecían, parecía una campana en una ráfaga de
viento.
— ¿Estás bien? —preguntó, mientras yo estaba en el centro de la
sala,
parpadeando como una loca.Antes de que pudiera responder, se fue a
la
cocina y comenzó a buscar tazas, mientras decía:
—En cuanto a ti, no lo sé, pero me muero por un café.
Me queje y me tiré en el sofá polvoriento, lista para ver la
televisión. Sin
embargo, di la cara con los ojos de un gran gato negro sentado en
el
espacio donde debería estar la televisión. Nos miramos mutuamente
y
saltó de la mesa, cayó con un golpe en mi regazo y empezó a
ronronear.
Sarah regresó con dos tazas grandes y se echó a reír:
—A Tallulah le gustas, para ronronear así. Mi gata no se deja
impresionar
fácilmente, sólo va donde quiera y simplemente hace lo que le
plazca. A
menudo va conmigo a la librería—.Tomé un sorbo de café y fui
directo al
grano:
— ¿Cuánto tiempo me quedaré aquí?—Sarah suspiró antes de
contestar:
—El tiempo de las vacaciones... para empezar. También es necesario
resolver el problema de la nueva escuela. Podemos tratar en la
Escuela de
la Comunidad de Netherby, si deseas empezar una nueva vida aquí.
Se sentó a mi lado e hizo algunas caricias a Tallulah. Después de
un largo
silencio, continuó:
—Mira, Miley, ya estás lo suficientemente mayor para saber que no
puedo
obligarte a nada. Yo no puedo obligarte a decir lo que pasó en la
escuela, o
forzar tu estancia aquí. No mando sobre ti, no quiero hacerlo.
Puedes irte cuando desees. Sólo pido que me informes antes de cualquier decisión.
Eso me sorprendió, porque durante el viaje en el coche con mamá,
yo
estaba ensayando un discurso tipo:
¨Tú no puedes obligarme a quedarme
aquí. Voy a escaparme. No me puedes
obligar a hacer nada¨
Dicho esto, mi plan ahora era no abrir la boca, igual que hice con
mamá.
Quisiera estar en silencio hasta que Mía como un hada madrina
inesperada, me liberara con la verdad.
Mi problema incluso tenía un nombre. Encontré un diccionario de
mamá
sobre los problemas de los adolescentes, que dejó a propósito en la
cocina:
¨Mutismo electivo¨ En mi caso, sin embargo, creo que sería mejor hablar de
¨Mutismo selectivo¨
El discurso de Sarah me dejó sin habla. Me tomé mi café y me
permití
sentir un poco mejor. Como no podía elegir entre quedarme o no, el
lugar
ya no parecía una prisión.
— ¿Puedo usar el teléfono? —le pregunté, ya que mi madre había
confiscado mi móvil. Sarah pasó un largo tiempo agitando las
pulseras
antes de decir:
—Para ser honesta, el teléfono está cortado.
Por un momento pensé que era genial. Significaba un largo descanso
de la
irritante voz de mamá. Más tarde, me molestó. No había televisión,
ni
teléfono y ningún amigo. Nada de diversión y una eternidad para
meditar.
¡Sí! Tal vez un campamento militar fuera mejor que esto.
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