domingo, 4 de noviembre de 2012

The Manual Of The Forbidden - The Day Before - Capitulo 163


83. Tres son multitud

Después de abrazos y saludos, 
ella engancha su brazo
en el mío, y mientras caminamos,
ella me dice
sobre rastrear todas 
y cada una de las playas en Newport,
hasta que finalmente me envió un mensaje 
para conseguir mi ubicación.

Su propia búsqueda del tesoro.



Aunque, ¿qué clase de tesoro soy?
—No tenías que venir —dije—. 
Estoy bien.

—No, Mils, no estás bien.
—¡Viniste a la playa sola!
¡Eso no está bien!
¡Es extraño!

—Excepto, que ya no estoy sola.
Ya no.

Ella no lo entiende.

Me giró y apuntó a Nick.

Sus cejas se arrastran hacía arriba 
paralelas con las esquinas 
de su boca.
—Así que, ¿qué otros secretos estás escondiendo?

Ella me tira hacia abajo 
en la arena
donde nos sentamos lado a lado,
haciendo preguntas y respuestas 
una y otra vez como si estuviéramos 
en un programa de televisión. 



Estábamos tan absortas,
que no reparamos en él 
hasta que su sombra cae sobre nosotras.

—Nick —dije—, 
Vino  Selena.

—Oye, Cat —dice Selena—. 
Gracias por cuidar de mi chica.

—¿Cat? —preguntó él—. 
En realidad es Nick.
Rima con “Wade”?


Me reí.

—No, mira, en lugar de ¿“amigo’”?
Es “Cat”, su cosa.

Él cruzó sus brazos y 
trata de darle una sonrisa.
                                                          
 Wade: en inglés significa caminar, vadear. Se lo indica como una rima para el nombre, es
intraducible.


—Sí, bueno, dado que estás aquí,
parece que mi trabajo está hecho.

El pánico se elevó en mí 
como una gaviota tomando vuelo.

Selena es rápida 
en venir a mi rescate.

—No me voy a quedar.
Sólo necesitaba asegurarme que ella estaba bien.
Y lo está, así que me voy de aquí.

—Tengo algo que necesito hacer —dijo él—. 
¿Por qué no van a comer? —Me mira—. 
Me encontraré contigo después.

Hay una mirada en sus ojos 
que me dice que no debería discutir.
Quiero hacerlo.
Pero no lo hago. Intercambiamos números,
y antes de que se fuera, dije:
—Cara, me llamas.

Cosa, me llamas.
Sus ojos son
pequeños charcos de tristeza.
—No puedo prometerlo.

Sin pensarlo,
me acercó y lo abrazo.
Lo aprieto con más fuerza que él.
Porque no quiero que se vaya.

Beso su mejilla.
—Llámame —susurro.

Y luego lo dejo ir.
  

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