Gran Netherby estaba a más o menos diez minutos de caminata desde
Pequeño Netherby. Ahí solo había una tienda de beneficencia, una
cafetería, una farmacia, un salón de belleza y la librería, que
estaba en la
esquina de la parte más baja de la calle y tenía un pequeño
letrero donde
se leía: Librería Sarakai.
Era tan, tan pequeño, que bastaba con parpadear para perderlo de
vista.
Intente descubrir cuáles eran las llaves correctas, tratando de
recordar las
instrucciones de Sarah. Mientras trataba de abrir la puerta, sentí
una
sensación desagradable en la nuca, como si cien pares de ojos me
observasen.
La cortina del salón de belleza, que estaba al otro lado de la
calle, hizo un
movimiento brusco y podía ver las señoras que salían de la tienda
de
beneficencia, me espiaron largamente y dieron media vuelta. Muy diferente
de Londres, donde a nadie le interesaba nada de nadie
En Gran Netherby, una extraña abriendo la librería era una noticia
importantísima.
Empujé una abertura para conseguir entrar. La tienda era mucho más
grande de lo que parecía por fuera. Había un balcón a la izquierda
de la
entrada y detrás un pequeño espacio que funcionaba como oficina.
Al otro
lado del mostrador, la tienda se convertía en un bosque de
estanterías que
parecían extenderse por millas. Al lado de una de las estanterías,
había un
armario.
El lugar era tan polvoriento que, en comparación, hacia la casa de
Sarah
parecerse un centro quirúrgico. Empecé a toser. Aquel no era un
lugar
donde aquellos que son alérgicos al polvo o tuvieran los nervios
delicados pudieran trabajar. Los estantes mal clavados crujían bajo el peso de
los
libros.
Daba la impresión de que un movimiento en falso o un estornudo
serían
suficientes para que todo colapsara. El único objeto sin polvo era
un nuevo
cartel, anunciando el Festival de Netherby en agosto. Miré y vi
que algunas
buenas bandas venían a tocar.
Cuando me puse a buscar dinero para regresar, encontré una caja de
discos viejos En ella estaba escrito: Propiedad Personal de
Kai. PROHIBIDA
SU VENTA. Di una patada a la caja.
¿Cómo se atreve a decir que se sentía un
vegetal siempre que Sarah se le
acercaba?
Era ridículo, partiendo de un hombre que se transformaba en un
sapo
lujurioso cada vez que algo remotamente femenino se le acercara.
Recogí una montaña de correspondencia y di un vistazo al escritorio.
Basto
una única mirada para ver todo. Había una caja registradora, una
vieja
computadora, una radio en mal estado y una silla en la que había
un cojín
de terciopelo hecho pedazos y lleno de pelos de gato. También
había un
viejo teléfono que no daba línea. La radio por lo menos trabajaba.
La
prendí y busque una estación que tocase algo con ritmo o blues.
Tire el
cojín de la silla, me senté y comencé a girar al ritmo de la
música. Al
girar la segunda vez, me encontré con una cara con un par de
patillas
blancas y ojos llorosos mirándome.
— Usted es nueva por aquí — dijo patillas. Sin pensarlo, respondí:
— Y usted, es viejo por aquí. Él se echó a reír y dijo:
— ¡Touche! — A continuación, levantó la mano:
— Julio Lawrence, ¡a su servicio! Todos me llaman Julio.
— Soy Miley— le respondí, mirándolo fijamente. Julio seguía
sonriendo y
hablando alto:
— Oh, Miley, ¡la chica de ojos verdes! Este establecimiento era
mío hasta
que me retire. En mi tiempo era Libros Antiguos
Julio Lawrence. Su especialidad eran los libros de arte y de
fotografía.
Acarició las tiras de una
vieja cámara que llevaba alrededor del cuello y
continuó:
—Hace mucho tiempo, me consideraba un buen fotógrafo. Ahora, como
un
viejo y fiel labrador, siempre vuelvo a mi antiguo terreno de caza.
La
librería llegó a ser un lugar muy útil, desde que se cerró la
biblioteca. De
hecho, tiene correspondencia debajo de la puerta—. Seguí su mirada a un
cartel marrón y arrugado, pegado en el vano de la puerta.
— Yo creo que por eso no lo he visto llegar – respondí.Fue hasta
una
estantería y recogió un libro. Luego, se sentó en una silla y
dijo:
— No te preocupes por mí. Soy lo que llaman "fauna
local".
Aumente el volumen de la radio y traté de ignorarlo. Aunque yo no
lo
admitiese, en realidad estaba contenta de tener compañía. Me
gustaba ser
tratada como una adulta, pero era aterrador estar con una tienda
entera a
mi cuidado, aún más, una librería empolvada con un nombre vulgar.
Julio
dijo en el fondo de la tienda:
— Sarah siempre escucha Radio 4 bien bajito. La música puede tener
un
efecto muy perturbador cuando alguien está tratando de sumergirse
en un
libro.
— Usted conoce el viejo dicho, Julio — le grité, agachándome para
prender
la computadora (quería enviar un correo electrónico a Mía y otro
para
Jackson) —La música tiene encantos que domestican a una bestia
salvaje—. Por encima de mí, una voz con cuerpo, dijo:
— ¡Pecho! Es pecho.
Saque la cabeza de debajo la mesa y me encontré mirando a una
conocida
camiseta desgastada. Rápidamente, metí la cabeza debajo de la mesa
de
nuevo.
— Es en el pecho, sí — le dije, tratando de ahuyentar aquellos
delirios
sobre su pecho desnudo. Después, me golpeé la cabeza cuando traté
de
salir de debajo de la mesa y en la parte superior con una tela de
araña que
estaba allí, esperándome. Cuando por fin conseguí levantarme, él
estaba ante una estantería
tomando un libro, que paso para mí:
— La música tiene encantos para calmar el pecho que está
sufriendo—dijo,
después se dio la vuelta y salió de la tienda y me dejó con el
libro de citas y
las telas de araña decorándome el cabello.
Este no era la más feliz de las presentaciones. Por otra parte, no
pude
verlo bien, es decir, aún no lo había visto sin un libro delante
de la cara.
Tomé el cartel pegado en la puerta. Yo no quería saber más de
visitas
inesperadas. Para mantenerme ocupada, tomé un marcador de una caja
bajo el mostrador, donde estaba escrito en el cartel:
LOS VISITANTES SON BIENVENIDOS
, añadí, DE PREFERENCIA, ¡QUE
COMPREN!
Después me lance en una silla y traté de relajarme. Una media hora más
tarde, la campana terminó mi paz.
— ¡Las campanas! ¡Las campanas! — Julio hizo una mala imitación de
El
jorobado de NotreDame, lo encontré muy divertido y me vi frente a
una
anciana que acababa de entrar. Con el pelo rojo brillante y labios
púrpura,
parecía salida de una de esas películas de terror antiguas. Lanzó
una pila
de libros en el mostrador, miró a mi cartel y dijo:
— Yo también prefiero los compradores. Y mirad que en el salón
donde yo
trabajo aparecen muchas más desocupadas.
— Yo no voy a comprar el día de hoy — dijo, mirándome amontonar la
pila
de libros.No he aprendido a usar la caja registradora, ni siquiera
sabía si
estaba autorizada a comprar libros.
— Ah, ¿no? Bueno, creo que usted conoce bien su negocio. — Ella se
fue a una estantería y empezó a hojear algunos libros en mal estado. Julio la
miró:
— Esta es Ava, una cliente regular—.Ava se enderezó:
— Soy perfectamente capaz de presentarme, sin la ayuda de los
demás
querido Julio — y diciendo eso, rodó sus ojos:
— Espero que Sarah ya le haya hablado de los Románticos
Radicales.
— ¡L'amour, toujoursl'amour
! — dijo Julio efusivamente. Ava continúo sin
dejar de mirarme esperando una respuesta:
— Los Románticos Radicales — repitió muy despacio,
como si yo fuese una
débil mental. — Sarah debe haberle dicho acerca de nosotros.
— No exactamente — refunfuñe. — Acabo de llegar.
— Tenemos un acuerdo. Ponemos nuestros libros románticos a
circular
por el pueblo y en la tienda. Si una copia se vende, el dinero se
queda con
Sarah.
En un movimiento rápido, reemplazó los libros en la estantería y
se llevó
los otros metidos en una bolsa. También dejó un paquete en el
mostrador.
— He traído estas cosas para Sarah. ¿Está mejor? Sarah tiene que comer.
El desengaño amoroso es terrible—.Al doblar el cuerpo, llegó tan
cerca de
mí que podía sentir su aliento de menta. Me agarró del brazo,
diciendo:
— Mira, yo nunca he confiado mucho en Kai. Él tiene una mirada
errante
y de ternero muy bien diseñada. Añadir a eso un par de versos
rimados y
veras que la combinación es letal.
— La gente dice que tengo buenas piernas — Julio interrumpió. Se
puso
de pie, se dobló y subió el dobladillo de los pantalones.
Ava siguió: — No puedo seguir charlando pequeña. Muchas cabezas
para lavar.
Salió de la tienda meneándose en su falda ajustada. Julio no le
quitaba los
ojos a ningún movimiento y exclamó:
— Wow, ¡qué mujer!—Pasó otra hora y yo todavía luchaba para
encender
la computadora, cuando Julio se levantó y se estiró:
— ¿Quieres ir a tomar el té de la tarde conmigo?
— No, gracias. Voy a ver a Sarah. A esta hora, ella debería estar
aquí — le
respondí. Yo no estaba ni un poco dispuesta a tomar té con un
fósil.
— Después del té, pasó por aquí y daré un vistazo en la tienda
para ti.
Tengo la llave de aquí — dijo.
Después de que Julio saliera, di un vistazo a los paquetes que Ava
dejo.
Había dentro un sándwich con olor irresistible. Arranque un
pedazo, lo comícon avidez y fui a ver a Sarah. En el camino, eche
un
vistazo a la cafetería. Esperaba que fuera una de esas casas
agitadísimas,
con papel tapiz llena de ilustraciones en negrita y manteles de
encaje en
las mesa, pero sólo vi mesas de pino sin adornos y con acceso a
Internet.
Era un lugar que valía la pena conocer. Me detuve un poco y vi a
Julio
sentado en la ventana, haciéndome señas y hablando con el chico
caliente.
Cuando me daba a la fuga, el chico volteó la cabeza y por un
instante, sus
ojos se encontraron con los míos. Era como si alguien me pasara un
cubito
de hielo por la espalda.
Miré hacia abajo y seguí mi camino rápidamente. Mi cabeza era un
hervidero.
¿Por qué diablos estoy reaccionado de esa manera?
¿Por qué había dicho que iríacon Sarah, en lugar de ir a
tomar el té con
Julio?
Si no hubiera creado esta desastrosa situación mintiendo, habría
sido
presentada al Chico Caliente. Pero, al final de
cuentas:
¿Porque ese chico me perturbaba tanto? Es probable que tratara a las chicas como
mascotas, como Jackson hacía,
para luego dejarlas tiradas. Una cosa era cierta. Yo tendría que
sacarlo de
mi cabeza, porque yo Miley Hudson, tenía el increíble talento de
siempre
tomar la decisión equivocada.
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L'amour, toujoursl'amour:
El amor, siempre, el amor.
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