martes, 15 de marzo de 2011

perfect lover-cap-7

La tomó en brazos y se encaminó hacia la escalera.

     En un principio, Miley no reaccionó, perdida como estaba en la sensación de aquellos fuertes brazos que la rodeaban con pasión; su mente estaba totalmente centrada en el hecho de que un hombre la hubiera levantado del suelo y no hubiese gruñido por el esfuerzo. Pero al pasar junto a la enorme piña que decoraba el pasamanos de la escalera, salió de su ensimismamiento con un sobresalto.

     — ¡Eh, tío! —le soltó agarrándose a la piña de caoba tallada como si se tratara de un salvavidas—. ¿Dónde crees que me llevas?


     Él se detuvo y la miró con curiosidad. En ese momento, Miley fue consciente de que un hombre tan alto y poderoso como aquél, podría hacer lo que le apeteciese con ella y sería inútil intentar detenerlo.


     Un estremecimiento de terror la sacudió.


     Sin embargo, por muy peligrosa que la situación fuese, una parte de ella no estaba asustada. Algo en su interior le decía que ese hombre jamás le haría daño intencionadamente.


     — Te llevo a tu dormitorio, donde podemos acabar lo que hemos empezado —dijo llanamente, como si estuviesen hablando del tiempo.


     — Me parece que no.


     Él encogió aquellos hombros, maravillosamente amplios.


     — ¿Prefieres las escaleras entonces?, ¿o quizás el sofá? —se detuvo y echó un vistazo alrededor de su casa, como si estuviese considerando las opciones—. No es mala idea, en realidad. Hace mucho que no poseo a una mujer en un…


     — ¡No, no, no! El único sitio donde vas a poseerme es en tus sueños. Y ahora déjame en el suelo antes de que me enfade de verdad.


     Para su asombro, él obedeció.


     Comenzó a sentirse un poco mejor una vez que sus pies tocaron tierra firme y subió dos escalones.


     Ahora estaban frente a frente, y casi a la misma altura; bueno, si es que alguien podía estar alguna vez a la altura de un hombre con semejante autoridad e innato poder.


     De pronto, el impacto de su presencia la golpeó con intensidad.


     ¡Era real!


     ¡Cielos!, selena y ella habían conseguido convocarlo y traerlo a este mundo.


     Con el rostro impasible y sin la más ligera muestra de que la situación lo divirtiera, la miró directamente a los ojos.


     — No entiendo por qué estoy aquí. Si no quieres sentirme dentro de ti, ¿por qué me has convocado?


     Estuvo a punto de gemir al escuchar sus palabras. Y más aún cuando la visión de su cuerpo dorado, esbelto y poderoso introduciéndose en ella le pasó por la mente.


     ¿Qué se sentiría cuando un hombre tan increíblemente delicioso te hacía el amor durante toda la noche?


     Estaba claro que Nick sería delicioso en la cama. No cabía duda. Con la destreza y agilidad que caracterizaban sus movimientos, no hacía falta decir lo fenomenalmente bien que…


     Miley se puso tensa ante el rumbo de sus pensamientos. ¿Qué pasaba con este hombre?


     Jamás en su vida había sentido un deseo sexual como el que sentía en esos momentos. ¡Nunca!

    
     Literalmente hablando, lo tumbaría en el suelo y se lo comería entero.

     No tenía sentido.


     Se había acostumbrado, con el paso de los años, a que le describieran innumerables encuentros sexuales de la forma más gráfica; algunos de sus pacientes incluso intentaban conmocionarla o excitarla.


     Ni una sola vez habían conseguido su propósito.


     Pero cuando se trataba de Nick, lo único que tenía en mente era cogerlo, echarlo en el suelo y subírsele encima.


     Ese pensamiento, tan impropio de ella, le devolvió la sensatez.


     Abrió la boca para responder su pregunta, y no dijo nada. ¿Qué iba a hacer con este hombre?
Aparte de aquello.


     Movió la cabeza con incredulidad.


     — ¿Qué se supone que voy a hacer contigo?


     Los ojos de él se oscurecieron por la lujuria e intentó tocarla de nuevo.


     ¡Oh, sí!, le pedía su cuerpo, por favor, tócame por todos sitios.


     — ¡Para! —espetó, dirigiéndose tanto a Nick como a sí misma; se negaba a perder el control. La cordura gobernaría la situación, no las hormonas. Ya había cometido ese error una vez, y no estaba dispuesta a repetirlo.


     Subió de un salto un escalón más y lo miró directamente a los ojos. ¡Jesús, María y José!, era fantástico. El cabello rubio le caía en ondas hasta la mitad de la espalda, donde estaba sujeto por una tira de cuero marrón. Excepto tres finas trenzas acabadas en pequeñas cuentas de cristal, que oscilaban con cada uno de sus movimientos.


     Las cejas, de color castaño oscuro, se arqueaban sobre unos ojos fascinantes a la par que terroríficos. Y esos ojos la estaban mirando con más pasión de la que debieran.


     En ese momento desearía poder matar a Monique, sin ninguna duda.


     Pero no tanto como le gustaría meterse en la cama con este hombre y clavar los dientes en esa piel dorada.


     ¡Déjalo ya!


     — No entiendo lo que sucede —dijo al fin. Tenía que pensar; descubrir lo que debía hacer—. Necesito sentarme un minuto y tú… —deslizó los ojos sobre el magnífico cuerpo—. Tú necesitas taparte.


     Nick puso una expresión crispada. Era la primera vez en toda su existencia que alguien le decía eso.


     De hecho, todas las mujeres a las que había conocido antes de la maldición, no habían hecho otra cosa que intentar arrancarle la ropa. Lo más rápido posible. Y después de la maldición, sus invocadoras habían dedicado días enteros a contemplar su desnudez mientras pasaban las manos por su cuerpo, saboreando su presencia.


     — Quédate aquí un momento —le dijo Miley antes de subir a toda prisa las escaleras.


     Nick observó el vaivén de sus caderas mientras subía los peldaños y su miembro se endureció al instante. Echó un vistazo a su alrededor con los dientes apretados, en un intento por ignorar el ardor que sentía en la entrepierna. La clave estaba en la distracción; al menos hasta que ella claudicara.
Lo cual no tardaría en ocurrir. Ninguna mujer podía negarse por mucho tiempo el placer de tenerlo.
Con una amarga sonrisa ante aquella idea, contempló la casa.


     ¿En qué lugar y en qué época se encontraba?


No sabía cuánto tiempo había estado atrapado. Lo único que recordaba era el sonido de las voces a lo largo del tiempo, el sutil cambio de los acentos y de los dialectos según pasaban los años.


     Mirando la luz que se encontraba sobre su cabeza, frunció el ceño. No había ninguna llama. ¿Qué era esa cosa? Los ojos se le llenaron de lágrimas, irritados, y desvió la vista.


     Eso debía ser una bombilla, decidió.


     «Oye, necesito cambiar la bombilla. Hazme el favor de darle al interruptor que está junto a la puerta, ¿vale?»



     Mientras recordaba las palabras del dueño de la librería, miró hacia la puerta y vio lo que supuestamente debía ser el interruptor. Nick se alejó de las escaleras y apretó el pequeño dispositivo. De inmediato, las luces se apagaron. Volvió a encenderlas.

     Sonrió sin proponérselo. ¿Qué otras maravillas le aguardaban en esta época?


     — Aquí tienes.


     Nick miró a Miley que estaba en la parte superior de la escalera. Le arrojó un largo rectángulo de tela verde oscuro. La sostuvo sobre el pecho mientras la incredulidad lo dejaba perplejo.


     ¿Había dicho en serio lo de cubrirle?


     Qué extraño. Frunciendo más el ceño, se envolvió las caderas con la tela.


     Miley esperó hasta que se alejó de la puerta para mirarlo de nuevo. Gracias a Dios, por fin estaba tapado. No era de extrañar que los victorianos insistieran tanto en el asunto de las hojas de parra. Era una pena no tener unas cuantas en el patio. Lo único que crecía allí eran unos cuantos acebos, y dudaba mucho que él apreciara sus hojas.


     Miley se encaminó hacia la sala y se sentó en el sofá.


     — Ayúdame, Moni —suspiró—. Me las pagarás por esto.


     Y entonces, él se sentó a su lado, revolucionando todas las hormonas de su cuerpo con su presencia.


     Mientras se movía hasta la otra punta del sofá, Miley le miró cautelosamente.


     — Así que… ¿para cuánto tiempo has venido?


     ¡Oh, qué buena pregunta, Miley! ¿Por qué no le preguntas por el tiempo o le pides un autógrafo ya que te pones? ¡Jesús!


     — Hasta la próxima luna llena —sus gélidos ojos dieron muestras de un pequeño deshielo. Y, mientras deslizaba su mirada por todo su cuerpo, el hielo se transformó en fuego en décimas de segundo. Se inclinó sobre ella para tocarle la cara. Miley se incorporó de un salto y puso la mesita del café como barrera de separación.


     — ¿Me estás diciendo que tengo que aguantarte durante todo un mes?


     — Sí.


     Conmocionada, Miley se pasó la mano por los ojos. No podía entretenerlo durante un mes. ¡Un mes entero, con todos sus días! Tenía obligaciones, responsabilidades. Hasta tenía que buscar un pasatiempo.


     — Mira —le dijo—. Lo creas o no, tengo una vida en la que no estás incluido.


     Sabía, por la expresión de su rostro, que a él no le importaban sus palabras. En absoluto.


     — Si crees que estoy encantado de estar aquí contigo, estás lamentablemente equivocada. Te aseguro que no elegí venir.


     Sus palabras consiguieron herirla.


     — Bueno, cierta parte de ti no siente lo mismo —le dijo mientras dedicaba una furiosa mirada a aquella parte de su cuerpo que aún estaba tiesa como una vara.


     Él suspiró al echar un vistazo a su regazo y vislumbrar la protuberancia que sobresalía bajo la toalla.

     — Desafortunadamente, tengo tanto control sobre esto como sobre el hecho de estar aquí.


     — Bueno, la puerta está ahí —dijo señalándola—. Ten cuidado de que no te golpee el trasero al cerrarse.


     — Créeme; si pudiese irme, lo haría.


     Miley titubeó ante sus palabras, ante su significado.


     — ¿Quieres decir que no puedo ordenarte que te marches?, ¿ni que regreses al libro?


     — Creo que la expresión que usaste fue: bingo.


     Miley guardó silencio.


     Nick se puso de pie lentamente y la miró. Durante todos los siglos que llevaba condenado, ésta la primera vez que le sucedía una cosa así. El resto de sus invocadoras habían sabido lo que él significaba, y habían estado más que dispuestas a pasar todo un mes en sus brazos, utilizando felizmente su cuerpo para obtener placer.


     Jamás en su vida, mortal o inmortal, había encontrado a una mujer que no le deseara físicamente.


     Era…


     Extraño.


     Humillante.


     Casi embarazoso.


     ¿Sería un indicio de que la maldición se debilitaba?, ¿de que quizás pudiera liberarse?


     No. En el fondo sabía que no era cierto, aun cuando su mente se esforzaba en aferrarse a la idea. Cuando los dioses griegos decretan un castigo, lo hacen con un estilo y con un ensañamiento que ni siquiera dos milenios pueden suavizar.


     Hubo una época, mucho tiempo atrás, en la que había luchado contra la condena. Una época en la que había creído que podría liberarse. Pero después de dos mil años de encierro y tortura despiadada, había aprendido algo: resignación.


     Se merecía este infierno personal y, como el soldado que una vez había sido, aceptaba el castigo.
Sentía un nudo en la garganta y tragó para intentar deshacerlo. Extendió los brazos a los lados y ofreció su cuerpo a Miley.


     — Haz conmigo lo que desees. Sólo tienes que decirme cómo puedo complacerte.


     — Entonces deseo que te marches.


     Nick dejó caer los brazos.


     — En eso no puedo complacerte.


     Frustrada, Miley comenzó a caminar nerviosa de un lado a otro. Finalmente, sus hormonas habían regresado a la normalidad y, con la cabeza más despejada, se esforzó por encontrar una solución. Pero por mucho que la buscaba, no parecía haber ninguna.


     Un dolor punzante se instaló en sus sienes.


     ¿Qué iba a hacer un mes —un mes entero— con él?


     De nuevo, una visión de Nick tumbado sobre ella, con el pelo cayéndole a ambos lados del rostro, formando un dosel alrededor de sus cuerpos mientras se introducía totalmente en ella, la asaltó.


     — Necesito algo… —a Nick le falló la voz.


     Miley se dio la vuelta para mirarle, con el cuerpo aún suplicándole que cediera a sus deseos.
Sería tan fácil rendirse ante él… Pero no podía cometer ese error. Se negaba a usar a Nick de ese modo. Como si…


     No, no iba a pensar en eso. Se negaba a pensar en eso.


     — ¿Qué? —preguntó ella.


     — Comida —contestó Nick—. Si no vas a utilizarme de forma apropiada, ¿te importaría si como algo?


     La expresión avergonzada y teñida de desagrado que adoptó su rostro le indicó a Miley que no le gustaba tener que pedir.


     Entonces cayó en la cuenta de algo; si para ella esto resultaba extraño y difícil, ¿cómo demonios se sentiría él después de haber sido arrancado de donde quiera que estuviese, para ser arrojado a su vida como si fuese un guijarro lanzado con un tirachinas? Debía ser terrible.


     — Por supuesto —le dijo mientras se ponía en movimiento para que él la siguiera—. La cocina está aquí —lo guió por el corto pasillo que llevaba a la parte trasera de la casa.


     Abrió el frigorífico y se apartó para que él echara un vistazo.


     — ¿Qué te apetece?


     En lugar de meter la cabeza para buscar algo, se quedó a medio metro de distancia.


     — ¿Ha quedado algo de pizza?


     — ¿Pizza? —repitió Miley asombrada. ¿Cómo sabría él lo que era una pizza?


     Nick se encogió de hombros.


     — Me dio la impresión de que te gustaba mucho.


     A Miley le ardieron las mejillas mientras recordaba el tonto jueguecito al que se dedicaron mientras comían. Monique había hecho otro comentario acerca de reemplazar el sexo con la comida, y ella había fingido un orgasmo al saborear el último trozo de pizza.


     — ¿Nos escuchaste?


     Con una expresión hermética, él contestó en voz baja.


     — El esclavo sexual escucha todo lo que se dice en las proximidades del libro.


     Si las mejillas le ardieran un poco más, acabarían explotando.


     — No quedó nada —dijo rápidamente, desando meter la cabeza en el congelador para enfriársela—. Tengo un poco de pollo que me sobró de ayer, y también pasta.


     — ¿Y vino?


     Ella asintió con la cabeza.


     — Está bien.


     El tono despótico que utilizó Nick hizo estallar su furia. Era uno de esos tonillos usados por un típico Tarzán que en el fondo quería decir: Yo soy el macho, nena. Tráeme la comida. Y había conseguido que le hirviera la sangre.


     — Mira, tío, no soy tu cocinera. Como te pases conmigo te daré de comer Alpo.


     Él arqueó una ceja.


     — ¿Alpo?


     — Olvídalo —aún irritada, sacó el pollo y lo preparó para meterlo en el microondas.


     Nick se sentó a la mesa con ese aura de arrogancia tan masculina que acababa con todas sus buenas intenciones. Deseando tener una lata de Alpo, Miley sirvió un poco de pasta en un cuenco.


     — De todos modos, ¿cuánto tiempo has estado encerrado en ese libro? ¿Desde la Edad Media? —al menos su forma de actuar correspondía a la de la época.


     Él permaneció sentado, tan quieto como una estatua. Nada de mostrar sus emociones. Si no lo hubiese conocido mejor, habría pensado que se trataba de un androide.


     — La última vez que fui convocado fue en el año 1895.


     — ¿En serio? —Miley se quedó con la boca abierta mientras metía el cuenco en el microondas— ¿En 1895? ¿Estás hablando en serio?


     Él asintió con la cabeza.


     — ¿En qué año te metieron en el libro?, la primera vez quiero decir.


     La ira se adueñó de su rostro con tal intensidad que Miley se asustó.


     — Según tu calendario, en el año 149 a.C.


     Miley abrió los ojos de par en par.


     — ¿En el año 149 antes de Cristo? ¡Jesús, María y José! Cuando te llamé Nicholas de Macedonia era cierto. Eres de Macedonia.

  Él asintió con un gesto brusco.

     Los pensamientos de Miley giraban como un torbellino mientras cerraba el microondas y lo ponía en marcha. Era imposible. ¡Tenía que ser imposible!

     — ¿Cómo te metieron en el libro? A ver, según tengo entendido, los antiguos griegos no tenían libros, ¿verdad?

     — Originalmente fui encerrado en un rollo de pergamino que más tarde fue encuadernado como medida de protección —dijo con un tono sombrío y el rostro impasible—. Y con respecto a qué fue lo que hice para que me castigaran: invadí Alexandria.

     Miley frunció el ceño. Aquello no tenía ni pizca de sentido; como el resto de todo lo que estaba sucediendo.

     — ¿Y por qué ibas a merecerte un castigo por invadir una ciudad?

     — Alexandria no era una ciudad, era una sacerdotisa virgen del dios Príapo.

     Miley se tensó ante el comentario, y ante la magnitud del castigo que implicaba «invadir» a una mujer. Encerrar al autor de la invasión para toda la eternidad era un poco excesivo.

     — ¿Violaste a una mujer?

     — No la violé —contestó mirándola con dureza—. Fue de mutuo consentimiento, te lo aseguro.



     Vale, ése era un tema sensible para él. Se percibía claramente en su gélida conducta. No le gustaba hablar del pasado. Tendría que ser un poquito más sutil en su interrogatorio.

     Nick escuchó el extraño timbre, y observó cómo Miley apretaba un resorte que abría la puerta de la caja negra donde había introducido su comida.


     Ella sacó el humeante cuenco de comida y lo colocó ante él, junto con un tenedor plateado, un cuchillo, una servilleta de papel y una copa de vino. El cálido aroma se le subió a la cabeza e hizo que el estómago rugiera de necesidad.


     Se suponía que debía estar perplejo por el modo tan rápido en que ella había cocinado, pero después de haber oído hablar de artefactos con nombres extraños como tren, cámara, automóvil, fonógrafo, cohete y ordenador, Nick dudaba que cualquier cosa pudiese tomarlo por sorpresa.
En realidad, no quedaba ningún sentimiento en él, aparte del deseo; hacía mucho que había desterrado todas sus emociones.

     Su existencia no era más que una sucesión de fragmentos temporales a lo largo de los siglos. Su única razón de ser era la de obedecer los deseos sexuales de sus invocadoras.


     Y, si algo había aprendido en los dos últimos milenios, era a disfrutar de los escasos placeres que podía obtener en cada invocación.


     Con ese pensamiento, cogió una pequeña porción de comida y saboreó la deliciosa sensación de los tibios y cremosos tallarines sobre su lengua. Era una pura delicia.


     Dejó que el aroma de las especias y del pollo invadiera su cabeza. Había pasado una eternidad desde la última vez que probó la comida. Una eternidad sufriendo un hambre atroz. Cerró los ojos y tragó. Acostumbrado como estaba a la privación en lugar de a los alimentos, su estómago se cerró ante el primer bocado. Nick apretó con fuerza el cuchillo y el tenedor mientras luchaba por alejar el terrible dolor.


     Pero no dejó de comer. No lo haría mientras hubiese comida en el cuenco. Había esperado demasiado tiempo para poder aplacar su hambre y no estaba dispuesto a detenerse ahora.
Después de unos cuantos bocados más, los retortijones disminuyeron y le permitieron disfrutar plenamente de la comida.


     Una vez su estómago se calmó, tuvo que echar mano de todas sus fuerzas para comer como un humano y no zamparse la comida a puñados, tal era el hambre que le devoraba las entrañas.
En momentos como éste, le resultaba muy difícil recordar que aún era humano, y no una bestia desbocada y feroz que había sido liberada de su jaula.


     Hacía siglos que había perdido la mayor parte de su condición humana. Y estaba decidido a conservar lo poco que le quedaba.


     Miley se apoyó en la encimera y lo observó mientras comía. Lo hacía lentamente, de forma casi mecánica. No dejaba entrever si le gustaba la comida, pero aún así, continuaba comiendo.


     Lo que realmente le sorprendió fueron los exquisitos modales europeos que demostraba. Ella nunca había sido capaz de comer de ese modo, y fue entonces cuando comenzó a preguntarse dónde habría aprendido a utilizar el cuchillo para mantener la pasta en el tenedor, y evitar que se cayera.


     — ¿Había tenedores en al antigua Macedonia? —le preguntó.


     Nick dejó de comer.


     — ¿Disculpa?


     — Me preguntaba cuándo se inventó el tenedor. ¿Ya lo utilizaban en…?


     ¡Estas desvariando!


     Le gritó su mente.


     ¿Y quién no lo haría en esta situación? Mira al tipo. ¿Cuántas veces crees que alguien ha actuado como un imbécil y ha acabado devolviendo la vida a una estatua griega? ¡Especialmente una estatua con ese cuerpo!


     No muy a menudo.


     — Creo que se inventó a mediados del sigo XV.


     — ¿En serio? —preguntó ella—. ¿Tú estabas allí?


     Con una expresión ilegible, alzó los ojos y a su vez le preguntó:


     — ¿A qué te refieres, al momento en que inventaron el tenedor o al siglo XV?


     — Al siglo XV, por supuesto. —Y pensándolo mejor, añadió:— No estabas allí cuando se inventó el tenedor, ¿verdad?


     — No. —Nick se aclaró la garganta y se limpió la boca con la servilleta—. Fui convocado en cuatro ocasiones durante ese siglo. Dos veces en Italia, una en Francia y otra en Inglaterra.


     — ¿De verdad? —Intentó imaginarse cómo debía ser el mundo en aquella época—. Apuesto a que has visto todo tipo de cosas a lo largo de los siglos.


     — No tantas.


     — ¡Oh, venga ya! En dos mil años…


     — He visto mayormente dormitorios, camas y armarios.


     Su tono seco hizo que Miley se detuviera y él continuó comiendo. Una imagen de Drew se le clavó el corazón. Ella sólo había conocido a un imbécil egoísta y despreocupado. Pero parecía que Nick tenía más experiencia en ese terreno.


     — Cuéntame entonces, ¿qué haces mientras estás en el libro, te tumbas y esperas que alguien te convoque?


     Él asintió.


     — ¿Y qué haces para pasar el tiempo?


     Nick se encogió de hombros y Miley cayó en la cuenta de que, en realidad, no demostraba poseer un gran número de expresiones.


     Ni de palabras.


     Se acercó a la mesa y se sentó en un taburete frente a él.


     — A ver, de acuerdo con lo que me has dicho tenemos que estar juntos durante un mes, ¿qué tal si nos dedicamos a charlar para hacerlo más agradable?


     Nick levantó la mirada, sorprendido. No podía recordar la última vez que alguien quiso conversar con él, excepto para darle ánimos o hacerle sugerencias que lo ayudaran a incrementar el placer que les proporcionaba. O para pedirle que volviera a la cama.


     Había aprendido a una edad muy temprana que las mujeres sólo querían una cosa de él: esa parte de su cuerpo enterrada profundamente entre sus muslos.


     Con esa idea en la mente, paseó lentamente la mirada por el cuerpo de Miley, deteniéndose en sus pechos, que se endurecieron bajo su prolongado escrutinio.


     Indignada, Miley cruzó los brazos sobre el pecho y esperó a que él la mirara a los ojos. Nick casi soltó una carcajada. Casi.

     — A ver —dijo él utilizando sus mismas palabras—. Hay cosas que hacer con la lengua mucho más placenteras que charlar: como pasártela por los pechos desnudos y por la garganta —bajó la mirada hacia el lugar donde, aproximadamente, quedaría su regazo a través de la mesa—. Sin mencionar otras partes que podría visitar.

     Por un instante, Miley se quedó sin habla. Y después le encontró la gracia al asunto. Y un momento más tarde empezó a ponerse muy cachonda.


     Como terapeuta, había oído cosas mucho más sorprendentes que ésa, se recordó.


     Sí, claro, pero no lo había dicho una persona con la que ella quería hacer otras cosas aparte de hablar.


     — Tienes razón, hay otras muchas cosas que se pueden hacer con una lengua; como, por ejemplo, cortarla —le dijo, y se regodeó en la sorpresa que reflejaron sus ojos—. Pero soy una mujer a la que le gusta mucho hablar, y tú estás aquí para complacerme, ¿verdad?


     Su cuerpo se tensó de forma muy sutil, como si se resistiera a aceptar su papel.


     — Es cierto.


     — Entonces, cuéntame lo que haces mientras estás en el libro.


     Miley sintió como sus ojos la atravesaban con una intensidad tan abrasadora que la dejó intrigada, desconcertada y un poco asustada.


     — Es como estar encerrado en un sarcófago —contestó él en voz baja—. Oigo voces, pero no puedo ver la luz ni ninguna otra cosa. No puedo moverme. Simplemente me limito a esperar y a escuchar.

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