17. Búsqueda del Tesoro 
Me senté en la arena fresca, 
mi mente a la deriva 
como madera en el agua. 
Hace unos meses 
nos quedamos en una casa en la playa, 
el papá, mamá, de Kelly y yo. 
Cuando estábamos a punto de volver a casa, 
Su mamá insistió que tres de nosotros consiguiéramos 
un último chapuzón del océano, 
como si fuéramos criaturas frágiles del mar, 
necesitando del agua 
para sobrevivir. 
Cuando llegamos a la playa, 
Su papá empezó a correr y dijo: 
—Diez minutos para encontrar un tesoro. 
La ganadora del mejor tesoro 
escogerá la música para el viaje a casa. 
Kelly gritó: 
—¡Yo voy a ganar éste, Jelly! 
Eché mi cabeza hacia atrás y me reí. 
No había jugado a la búsqueda del tesoro 
desde que Kelly y yo nos conocimos. 
Solíamos jugar todo el tiempo: 
en el parque, 
en una caminata, 
incluso en nuestro propio patio trasero. 
Salté por la arena, la brisa 
alcanzando mi camisa, 
exponiendo mi vientre, blanco 
como el de una gaviota. 
Me eché a reír de nuevo. 
Al otro lado de la playa, 
Su papá y Kelly 
recorrían la arena mojada, 
sin duda buscando por 
una joya perdida de la Madre Naturaleza. 
Mis ojos recorrieron 
la arena seca 
por los montones de madera a la deriva. 
Cavé con mis manos, 
buscando por 
un tesoro enterrado, 
hasta que mis brazos 
se volvieron pesados. 
Subí la pila, buscando por el otro lado, 
y entonces 
algo brillaba 
bajo el sol: 
un señuelo para pesca, azul y plata 
completo con un gancho. 
Un tesoro increíble, 
sobre todo porque yo estaba salvando a alguien 
de ser capturado. 
Su Papá agitó los brazos, 
para decirnos que el tiempo 
se había terminado.  
Kelly nos mostro lo que había encontrado en primer lugar: 
una roca de oro, una ágata, 
clara y suave. 
Cuando les mostré la mía, su padre dijo: 
—Un carrete en línea. 
¡Muy bonito! 
Y luego, con los puños bien cerrados, 
poco a poco dio vuelta sus manos 
extendió sus dedos 
abiertos 
como una anémona del mar 
en una marea. 
Kelly y yo jadeamos 
cuando vimos 
lo que tenía. 
Dos Nicknas de plata 
con un diminuto 
talismán de dólar de plata 
en el extremo de cada uno. 
Después de que Kelly —la hija siempre cariñosa— 
le diera un abrazo, 
dijo: —Pero tú no ganaste, ¿verdad? 
No lo encontraste. 
Las reglas son que tienes que encontrarlo. 
Cariñosa y competitiva. 
—Kel, creo que los dos ganamos. 
Gracias. 
Me encanta. 
—A también. 
—Kelly repitió—. 
Pero, ¿quién escoge la… 
Le di un golpecito en el hombro 
y grité: —¡Tú! 
intencionadamente terminando un juego 
y comenzando otro. 
Por supuesto que me persiguió, 
porque eso es lo que hacen las hermanas pequeñas. 
Y por supuesto que la voy a dejar elegir 
la música en el auto camino a casa, 
porque eso es lo hacen las hermanas mayores. 
Dejan a sus 
hermanitas 
ganar.   
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