Nick se detuvo en seco en medio de la calle como si
hubiera descubierto algo importante. Ya estaba. Por fin sabía lo que tenía que
hacer; tenía que recuperar su amistad con Miley, quería que volviera a
sonreírle y quería volver a charlar con ella hasta las tantas. Aprovecharía una
de esas charlas para advertirle sobre Anthony, y seguro que entonces todo
volvería a la normalidad. Lo único que tenía que hacer era asegurarse de no
tocarla de nuevo. Ya sabía lo que pasaría si lo hacía, y no quería arriesgarse
a eso. Era valiente, pero no tanto; y con este último pensamiento, tomó el
camino de regreso a su piso.
Miley se puso el pijama y decidió que leería un rato.
No tenía sueño y a lo mejor así podía esperar a que Nick llegara y empezar a
poner en práctica los consejos que Anthony le había dado. Según él, Nick se
pasaba la mano por el pelo siempre que ella se mordía el labio, y eso era señal
de que se ponía muy nervioso. Miley se estaba preparando un té cuando sonó el
teléfono. No tuvo tiempo de dejar la tetera encima de la mesa antes de que el
contestador ya respondía a la llamada.
—Nick, «cari», ¿estás ahí? —Era Monique. Miley se
quedó helada. Según Nick, hacía más de tres meses que no la veía—. Supongo que
no. —Soltó una risa tonta—. Te llamaba para decirte que he encontrado esa
bufanda tuya que tanto te gusta detrás de mi sofá. —Hizo una pausa dramática y
continuó—. Si quieres recuperarla, ya sabes donde estoy. Ciao.
Miley estaba tan furiosa que temió romper el asa de
la taza que aún sujetaba entre los dedos. Intentó serenarse. Si analizaba con
calma el mensaje de Monique, podía darse cuenta de que nada implicaba que Nick
hubiera estado con ella. Esa bufanda, si en realidad existía, podía haber
estado allí desde mucho antes de que ella llegara a Londres. Pero Miley estaba
tan enfadada que no era capaz de pensar. Dejó la taza y se sentó en una de las
sillas que había en la cocina. Ahora lo veía todo claro: Nick no quería tener
nada con ella. A él sólo le interesaban las mujeres como Monique, mujeres que
utilizaban una excusa tan cutre como una bufanda perdida para llamar su
atención. Y pensar que había echado de menos sus conversaciones... Era obvio
que para él eso no significaba nada. El muy cretino le había mentido. Dios, y
ella que se había creído todo ese rollo sobre lo de encontrar a alguien
especial. Miley se dio cuenta de que ya no podía seguir en ese piso; una cosa
era que él no quisiera ser su pareja y otra muy distinta, y mucho más dolorosa,
era que él le hubiese mentido, que se hubiera burlado de ella. Por extraño que
pareciera, Miley no derramó ni una sola lágrima, y sin pensar en lo tarde que
era, descolgó el teléfono y llamó a Anthony.
—¿Sí? —respondió éste con voz soñolienta.
—¿Decías en serio lo de ayudarme a buscar piso?
—preguntó ella sin disculparse siquiera.
—¿Miley? —Anthony se despertó de golpe y encendió la
luz de su habitación para asegurarse de que no estaba soñando—. ¿Estás bien?
¿Ha pasado algo?
—Claro que estoy bien. —Respiró hondo—. Y no, no ha
pasado nada.
—Ya. —Anthony era perfectamente capaz de distinguir
el dolor que se escondía en las palabras de Miley—. Vamos, cuéntamelo.
—Ha llamado Monique.
—¿Monique? —Eso era mucho peor de lo que imaginaba—.
¿Y qué quería? Hace mucho que no se ven.
—Seguro. —Miley estaba convencida de que Anthony
intentaba encubrir a su amigo para cumplir con la solidaridad masculina y todas
esas chorradas.
—Te lo juro. —Movió la almohada para estar más
cómodo—. Y bien, ¿qué quería?
—Devolverle una bufanda.
—Miley, piénsalo bien, casi estamos en junio. Nadie
lleva bufanda en esta época; ni siquiera el estirado de Nick.
Miley tuvo que reconocer que en eso tenía razón.
—Da igual. Esa llamada ha sido sólo un aviso
—replicó Miley enigmática.
—¿Un aviso de qué? —Nunca lograría entender a las
mujeres.
—De que si me quedo aquí acabaré pasándolo muy mal.
—Respiró hondo de nuevo—. ¿Vas a ayudarme?
—Claro que sí. Te ayudaré, y no sólo con lo del
piso. —Anthony siempre había pensado que Nick era un hombre muy inteligente,
pero empezaba a tener serias dudas al respecto.
—Gracias. —Miley comenzó a recuperar la calma, pero
al ver la hora que era se sobresaltó—. Dios mío, Anthony, es tardísimo.
—Ya lo sé. —Bostezó—. Deberías acostarte.
—Siento haberte despertado —se disculpó Miley.
—No pasa nada. Para eso están los amigos. Buenas
noches. —Anthony colgó antes de que ella pudiera desearle lo mismo.
Miley se quedó en la cocina unos minutos más. Lavó
la tetera y la taza que había ensuciado para nada y, cuando estaba a punto de
apagar la luz, oyó cómo se abría la puerta del piso.
—¿Miley? —Nick entró en la cocina—. ¿Aún estás
despierta?
—Sí —respondió ella escueta—. Me he preparado un té,
pero me temo que no puedo ofrecerte. Acabo de tirarlo todo.
—No te preocupes. —¿Eran imaginaciones suyas o Miley
estaba más seria que de costumbre?—. Lo único que tengo ganas de hacer es
acostarme.
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