—Aparta y déjame entrar en mi habitación —refunfuñó Nick
pasándose nerviosamente las manos por el pelo y sin mirarla a la cara.
—¿Se puede saber qué te pasa? Nos hemos besado y...
yo... bueno, a mí... me ha gustado. Mucho. —Ella intentó acariciarle la
mejilla, pero él se apartó como si le hubiera quemado.
—Miley, apártate, me quiero acostar. Estoy cansado,
y lo que ha pasado abajo es sólo una muestra más que evidente de lo mucho que
necesito dormir, así que apártate y vete a la cama. Mañana será otro día y los
dos nos habremos olvidado de esta tontería. —Levantó la ceja y, con una mano,
intentó que se hiciera a un lado.
—No. No pienso moverme hasta que me contestes una
pregunta. —A Miley empezaba a temblarle la voz. Quizá todo lo que había sentido
mientras se besaban estaba sólo en su imaginación. Pero no, ella había notado
cómo a Nick le latía el corazón, cómo se le aceleraba el pulso, así que tenía
que saberlo—. ¿Por qué sientes haberme besado?
Entonces él la miró, se mesó el cabello por enésima
vez, respiró profundamente y contestó:
—Lo siento porque ha sido un error, una tontería. El
cansancio, la cena, el vino, esa camisa roja. Un error. Yo no puedo hacer esto.
No contigo.
—No ha sido ningún error. —Y diciéndolo, le rodeó el
cuello con los brazos y volvió a besarlo. Él se resistió unos segundos, pero en
seguida respondió al beso con todas sus fuerzas.
—Miley, para. Si no paras tú, yo ya no podré
hacerlo.
Nick dijo esas palabras mientras, con una mano, le
desabrochaba los botones de la camisa, y con la otra abría la puerta de su
habitación.
—¿Y quién te ha pedido que lo hagas?
Ella le lamió el cuello y empezó a levantarle la
camiseta. Una pequeña parte de su cerebro le dijo que al día siguiente se
arrepentiría, pero con los labios de él recorriéndole la clavícula, descartó
esos pensamientos por completo.
Nick sabía que aquello no estaba bien, que Miley se
merecía mucho más de lo que él estaba dispuesto a darle en esos momentos, pero
Dios, había intentado ser noble y ella se lo había puesto muy difícil. Debería
apartarla, encerrarse en su habitación y no salir de allí hasta que supiera si
estaba dispuesto a arriesgar su corazón por Miley. Sin embargo, ahora, lo único
en lo que podía pensar era en que su cuerpo la necesitaba; necesitaba sentir
que ella le deseaba, sentir cómo sus manos le recorrían el cuerpo, cómo ella le
entregaba un poco de su alma. Dios, qué egoísta era. Tenía que apartarla sin
perder un instante, mientras aún tuviera fuerzas.
—Miley,
princesa. —Le cogió las manos y las apartó de su abdomen, pero ella se soltó y
las colocó encima de su entrepierna—. No puedo.
—¿No puedes qué? —Le besó la mandíbula.
—Esto... —Nick la miró a los ojos, y al ver el calor
que brillaba en ellos, se rindió—. Bésame.
Y ella lo hizo.
Los dos se buscaron frenéticamente, con sus labios,
sus manos, su piel. Era como si no pudieran respirar el uno sin el otro. Se
desnudaron en segundos, sin delicadeza, con prisa, sin importarles nada más a
ninguno de los dos.
Cuando estuvieron desnudos, Nick se detuvo un
segundo para observarla.
—Eres preciosa. Ven aquí. —Cogió una caja de
preservativos sin abrir—. ¿Estás segura? —preguntó una última vez antes de
tumbarse a su lado.
—Cierra la boca —fue la única respuesta que obtuvo
antes de que Miley se sentara encima de él y lo besara.
Nick no pudo aguantar más; llevaba cinco semanas en
un estado de permanente excitación y al sentir su piel desnuda junto a la de
él, su cuerpo tomó el control, entró dentro de ella y perdió la poca cordura
que le quedaba.
—Nick —gimió Miley, sorprendida, y con una mano
buscó la de él.
—Me gusta que me llames así. Sólo tú me llamas así.
—Nick entrelazó sus dedos con los de ella y le acercó los nudillos a los
labios.
Quería decir algo más, pero no sabía qué. Sabía que
lo que estaba sintiendo no era sólo placer, aunque fuera el mayor que había
experimentado nunca; sabía que era algo más, pero no lograba identificarlo, de
modo que optó por no decir nada.
Los dos se movían al unísono, diciéndose con sus
cuerpos aquello que llevaban semanas sintiendo, y cuando ninguno de los dos
pudo soportarlo más, ambos se abandonaron por completo.
Cuando dejaron de temblar, Miley se acurrucó encima
de Nick y le besó el hueco del cuello. Nick no dejaba de acariciarle el pelo
mientras intentaba recuperar la respiración.
«Debería soltarla», pensó Nick, pero no podía.
Acababa de tener el mayor orgasmo de su vida y aún estaba excitado. Eso no era
normal, o al menos no para él. No podía parar, no podía dejar de moverse,
quería, necesitaba volver a sentir cómo ella lo envolvía en su calor una vez
más. Intentó obligarse a apartarse, pero cuando casi había reunido las fuerzas
necesarias para hacerlo, Miley volvió a mover las caderas, dándole permiso para
volver a perder el control. Esta vez intentó ser más delicado, se dijo que la
acariciaría, que la besaría... pero se equivocó. En cuanto ella le lamió el
lóbulo de lo oreja, todo su cuerpo se prendió fuego, y juntos se precipitaron
de nuevo hacia el límite.
Pasados unos minutos, se dio cuenta de que con dos
veces tampoco tenía bastante; tal vez nunca lo tuviera. Miley se había dormido
abrazada a él y, con mucho cuidado, la colocó a su lado y se levantó para ir al
baño. Regresó en seguida y se quedó mirándola.
Había sido un error. Los dos llevaban semanas
atormentándose con miradas furtivas y caricias inocentes, y esa noche el vino
había destruido las pocas defensas que a ambos les quedaban. De todos modos, Nick
era lo bastante honesto como para reconocer que había sido la mejor noche de
toda su vida. Por mucho que quisiera engañarse y justificar su comportamiento
por el nivel de alcohol en su sangre o por el cansancio acumulado, nada podía
ocultar lo que había sentido al acostarse con Miley. Él había estado con
bastantes mujeres, no podía decirse que fuera un semental ni un mujeriego, pero
tampoco había sido un monje, y nunca, nunca, había sentido tanto placer como
esa noche con ella. ¿Cómo podía saber si era algo más? ¿Cómo podía saber si
valía la pena arriesgarse? ¿Que no acabaría como su padre?
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