Sam Abbot era un hombre de unos sesenta años,
excéntrico, brillante y quizá lo más parecido que tenía Nick a un ángel de la
guarda. Se habían conocido cuando éste trabajaba como becario en un periódico
local y Sam fue allí para estrangular al que se había atrevido a escribir un
artículo satírico comparando el parlamento británico con la caza del zorro.
Pero cuando Sam conoció a su víctima, decidió que era mejor utilizar a «aquel
muchacho descarado» para otros fines, y le ofreció un trabajo como periodista
en uno de los periódicos de mayor tirada de Londres. Desde entonces, cada vez
que Nick se metía en un lío por no saber cerrar el pico o por no entender el
sentido del humor británico, Sam lo ayudaba, y cada vez que Sam quería obtener
la mejor noticia, el mejor enfoque o disfrutar de una partida de snooker,
llamaba a Nick.
—¿Piensas entrar o vas a quedarte ahí pasmado?
—preguntó Sam frunciendo el cejo.
—Lo siento. —Nick tuvo que hacer un esfuerzo para no
sonrojarse. Tenía que hablar con Miley esa misma noche—. ¿Es ésa la revista?
—La
misma. —Sam se frotó la cara con las manos—. Están los dos artículos que íbamos
a publicar esta semana. Míralo tú mismo. —Le ofreció la revista.
Nick
le echó un vistazo y, pasados unos minutos, la tiró encima de la mesa.
—Tienes razón. ¿Qué vamos a hacer?
—Varias cosas. Primero, vamos a averiguar quién
demonios nos ha robado esos textos, y segundo, tenemos que encontrar el modo de
publicar el ejemplar de esta semana sin ellos. ¿Tienes alguna idea?
—Sobre quién ha robado los artículos, no, pero creo
que sé cómo podemos publicar el ejemplar del miércoles sin problema. Hay un par
de piezas que descarté en números anteriores y que podríamos utilizar en éste.
—Perfecto.
—¿Y sobre el robo? —Nick aún no se podía creer qué
alguien les hubiera robado los artículos.
—Tenemos que pensar algo. Tenemos que averiguar qué
ha pasado antes de que se repita. Tengo la sensación de que esto no va a ser un
caso aislado.
—¿Por qué lo dices?
—Porque me duele la pierna.
Nick lo miró estupefacto.
—No me mires así. Desde que me rompí la pierna, cada
vez que tengo un mal presentimiento me duele. Y nunca falla.
Nick sonrió aliviado. Tal vez la pierna de Sam
fallara esa vez.
Sam y Nick se pasaron casi todo el día repasando los
nuevos artículos y decidieron que, de momento, ellos dos serían los únicos que
tendrían copias de los archivos.
—Deberíamos irnos —dijo Sam mirando el reloj—.
Silvia y las niñas querían ir a cenar a un restaurante y mañana tenemos un
compromiso fuera de la ciudad, así que...
—Tranquilo. Yo también debería irme ya. —Nick se
quitó las gafas y se dispuso a apagar el ordenador.
—¿Cómo van las cosas con esa chica, con la hermana
de Guillermo?
—Miley.
—¿Quién?
—Miley. La hermana de Guillermo se llama Miley.
—Ah. Bueno, pues, ¿cómo van las cosas con Miley?
—Sam empezaba a sonreír de un modo extraño. Nunca había visto a Nick ponerse
tan nervioso por una simple pregunta.
—Bien. —Cogió la chaqueta, e iba a despedirse cuando
Sam insistió.
—¿Sólo bien?
—Sí, bien. Normal.
Sam conocía demasiado bien a Nick como para saber
que no le estaba diciendo la verdad y que, además, no tenía intención de
hacerlo. Así que optó por no insistir; ya encontraría el momento adecuado para
volver a intentarlo.
—Me alegro. —Apagó la luz de la sala y los dos se
encaminaron hacia el ascensor.
Bajaron en silencio, pensativos.
—Nos vemos el lunes. —Sam se despidió con una
sonrisa.
Algo preocupaba a Nick, y estaba dispuesto a
apostarse su mejor taco de billar a que era esa chica con la que tenía una
relación «normal».
Nick decidió regresar a su apartamento caminando.
Así tenía más tiempo para pensar en lo que iba a decirle a Miley cuando la
viera. No debería haberse acostado con ella. Él siempre había tenido claro que
no quería tener una relación con nadie, que con su trabajo y sus amigos ya
tenía más que suficiente. Y acostarse con Miley había sido un error, un error.
Ella era dulce, lista, divertida... perfecta. Pero no para él. Sí, tenían que
olvidar lo que había pasado y ser sólo amigos. Ojalá ella pensara lo mismo.
Miley vio la cara de Nick al entrar en el
apartamento y supo que algo iba mal.
—Hola. ¿Habéis averiguado algo sobre el robo?
—No, nada. —Colgó la chaqueta y se sentó en el sofá
como si no pudiera dar ni un paso más. Se lo veía muy cansado—. Miley, tenemos
que hablar.
—Esa frase nunca me ha gustado.
—¿Cuál?
—«Tenemos que hablar.» Cuando la dicen mis padres
significa que he hecho algo muy malo, cuando la dice Guillermo, que me he
metido en un lío, y cuando la dice una de las niñas, mis hermanas, que quieren
pedirme dinero o ropa prestada. Y si lo dicen los gemelos, significa que ellos
se han metido en un lío y quieren que yo los ayude a salir de él.
—Bueno, yo no quiero que me prestes dinero ni
ninguna de tus faldas.
—Ya, pero seguro que estoy metida en un lío.
Ambos sonrieron, pero a Nick la sonrisa no le llegó
a los ojos.
—¿Qué pasa? —preguntó Miley.
—Tenemos que hablar de lo de anoche.
—Esto va de mal en peor —murmuró ella sin que él la
oyese.
—¿Por qué no te sientas? —Nick dio unas palmadas en
el sofá y, cuando ella se sentó, continuó—: Lo de anoche no debería haber
sucedido nunca.
—¿Ah, no? —Miley no podía creer lo que estaba
oyendo, pero justo cuando iba a contestarle, vio que él se disponía a continuar
y optó por dejarlo acabar antes de decir nada.
—Lo de anoche, aunque fue fantástico, no debería
haber sucedido nunca. Los dos habíamos bebido demasiado y perdimos la cabeza.
Pero tú estás en mi casa, y yo debería haber sido capaz de controlar mis
impulsos y no abusar así de tu confianza.
Miley tuvo que morderse la lengua para no
interrumpirlo; ya volvía a sonar como un personaje de una novela de Jane
Austen. Para ella, la noche había sido fantástica, y la única queja que tenía
era que él lo lamentara.
—De hecho, intenté detenerme, pero bueno, tú...
Bueno, ahora eso ya no tiene importancia. Tú eres la hermana de mi mejor amigo
y yo no quiero perder su amistad, ni la tuya, por nada del mundo. Creo que lo
mejor que podríamos hacer es olvidarlo y pasar página, ¿no crees?
Cómo Miley no contestó, Nick continuó:
—Yo valoro mucho nuestra amistad —repitió.
—Y yo. —Miley decidió interrumpirlo. Si de la boca
de Nick salía la palabra «amigos» una vez más, iba a matarlo—. No te preocupes,
ya está olvidado.
—¿En serio? —Nick parecía tan aliviado que a ella le
entraron ganas de abofetearlo—. Me quitas un gran peso de encima, creí que te
enfadarías.
—¿Enfadarme? ¿Por qué? —Levantó las cejas para dar
más credibilidad a su actuación—. ¿Por no declararme tu amor eterno tras una
noche juntos? Una noche de la que apenas recuerdo nada, por cierto.
Ante ese cínico comentario, Nick retrocedió un poco.
Una cosa era que ella estuviera de acuerdo con él en lo de ser sólo amigos, y
otra muy distinta que no fuera capaz de acordarse de lo fantástico que había
sido todo entre ellos. Porque lo había sido, ¿no?
—Ya, bueno. Me alegro de que hayamos aclarado las
cosas. —Nick tenía miedo de mirarla a los ojos, pero sabía que tenía que
hacerlo. Sólo así lograría asegurarse de que ella no estaba fingiendo esa
indiferencia—. Miley.
—¿Sí?
—Creo que lo que pasó anoche fue porque en estas
últimas semanas hemos pasado demasiado tiempo juntos. Ya sabes, aquí, en el
trabajo, los fines de semana. Los dos bebimos demasiado y bueno, tú estabas
aquí, y yo...
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