—Eres un traidor —farfulló Anthony, pero sin
enfadarse, pues seguía sonriendo—. Te advierto que si esa boca empieza a
largar, yo les contaré a todos lo de la sueca.
Jack meditó durante medio segundo y luego, con una
sonrisa de oreja a oreja, dijo:
—De acuerdo, cuéntaselo. Ya sabes que no soy
vergonzoso.
—Sabía que podía contar contigo, Jack. Vamos,
empieza a hablar y no te olvides ningún detalle. —Miley volvió a servirse vino,
e hizo lo mismo con la copa de Nick.
—Mierda. —Anthony cogió la servilleta para cubrirse
la cara y no ver ni oír cómo todos sus amigos se reían de él.
Así pasaron un par de horas más, riendo y bebiendo,
hasta que Anthony, viendo que el restaurante estaba ya vacío, les advirtió.
—Chicos, esta gente tiene que cerrar.
—Sí,
ya es muy tarde. Miley, deberíamos irnos. Debes de estar cansada y a mí me iría
bien dormir. Mañana tengo que revisar unos documentos... No todos podemos
disfrutar de un sábado sin trabajo.
—Nick,
eres un pesado —lo interrumpió Jack—, pero sigo queriéndote. Largaos, nos vemos
el lunes en el trabajo. Miley, como siempre, ha sido un placer.
—Eh,
no te olvides de darme dos besos —gritó Anthony acercándose a ella—. Me encanta
esa costumbre española, creo que voy a apropiarme de ella.
Miley le dio un beso en cada mejilla y empezó a
ponerse el abrigo.
A las despedidas de Jack y Anthony siguieron las de
los demás. Todos fueron muy cariñosos e intentaron sobornarla de varias maneras
para que antes de irse desvelara algún chisme sobre Nick. Ella se despidió con
una sonrisa y les prometió que en la próxima cena les contaría algo realmente
«inspirador».
«Por
fin solos», pensó Nick. La cena había sido muy agradable. Desde el primer día, Miley
había conectado muy bien con todos sus amigos, y ellos parecían adorarla.
Especialmente Anthony, que esa noche la había estado mirando con mucho interés,
tanto que había llegado a ponerlo nervioso. No era que a él le importara, pero
¿era necesario que cada dos palabras la piropeara y que no parase de darle
palmaditas en
la mano? ¿Y a qué había venido eso de los dos besos?
Al día siguiente mismo hablaría con Miley para advertirle que Anthony, aunque
era uno de sus mejores amigos, no era de fiar.
Iban caminando en silencio, hasta que ella
interrumpió sus pensamientos.
—Nick, ¿te preocupa algo? Estás muy callado.
—No, no estoy preocupado. ¿Tú estás contenta? —Tras
un silencio añadió—: Lo pareces.
Miley sonrió, no paraba de hacerlo.
—Sí, lo estoy. Estoy contenta, feliz. Hace dos
meses, estaba hecha un lío, no tenía trabajo, mi mejor amiga estaba más
preocupada por su último ligue que por mí, y tenía miedo de qué pasaría al
venir a Londres. Temía verte de nuevo y no saber hacer mi trabajo, y volver a
enamorarme de... —Al darse cuenta de lo relajada que se sentía por culpa del
vino, cerró la boca de golpe.
—¿A enamorarte de quién? —Nick le cogió la mano que ella no había parado
de mover mientras hablaba sin control. Estaban delante del portal, y Miley lo
miraba perpleja. Notaba cómo el corazón le retumbaba en los oídos y cómo se le
erizaban los pelos de la nuca.
—De nadie. Tonterías, ya sabes. Hemos bebido
demasiado —susurró ella, pero Nick seguía mirándola fijamente. Le había soltado
la mano, pero ahora todo su cuerpo la tenía atrapada contra el portal. No la
tocaba, sus manos estaban apoyadas en la pared a ambos lados de la cabeza de Miley.
—No hemos bebido tanto, lo sabes perfectamente.
—Soltó el aliento—. Mira, esto ya está durando demasiado. Si seguimos así,
tarde o temprano voy a volverme loco, de modo que deberíamos hacer algo al
respecto.
Los ojos de Nick estaban fijos en ella, eran más
oscuros, más intensos que nunca. Miley pensó que iba a besarla, quería que la
besara, pero él permanecía quieto, a sólo unos milímetros de ella, sin hacer
nada, mirándola como nunca nadie la había mirado; entonces se atrevió a
preguntar:
—No sé a qué te refieres —mintió ella—. ¿De qué
estás hablando?
—De esto.
En ese momento, Nick bajó la cabeza. Sus labios
rozaron los de ella y, antes de besarla, dijo:
—Necesito tocarte. —Le rozó el pelo con las manos—.
Te necesito.
Empezó de un modo tierno, lento, como una caricia, y
Miley notó cómo se le derretían las rodillas. Era tan dulce. Nick le besó los
párpados, las mejillas, e inició un camino de besos por sus pómulos, su
mandíbula, hasta la comisura de sus labios.
—Me encanta tu olor. Me vuelve loco, hueles a... no
sé, pero me dan ganas de besarte todo el cuerpo. —Entonces posó la boca justo
detrás de su oreja y, lentamente, se dirigió hacia sus labios. Miley no sabía
qué hacer, evidentemente la habían besado antes, pero no así; aquello era un
ataque a todos sus sentidos. Tenía los ojos cerrados, esperando sentir sus
labios de nuevo, cuando Nick susurró.
—Abre la boca, Miley, separa los labios y bésame.
Ella obedeció, y en ese momento supo que estaba
perdida y absolutamente loca por aquel hombre. Cuando sus lenguas se tocaron,
los dos perdieron el control. Nick apartó las manos de la pared y las colocó
encima de sus hombros, sólo unos segundos; a continuación empezaron a
deslizarse y recorrerle el cuerpo, hasta pararse en sus caderas. El único
propósito de Nick era sentirla, tenía que estar más cerca de ella; le separó
las piernas para así poder colocarse en medio. Miley tampoco permanecía quieta.
Empezó a acariciarle la nuca, el pecho, necesitaba tocarlo, lamerlo, o si no
explotaría. Pero cuando empezaron a jadear, Nick se paró. ¿Qué estaba haciendo?
¡A su edad, en medio de la calle y con Miley! Seguro que se estaba volviendo
loco.
—Lo siento, no sé qué me ha pasado. —Fue lo primero
que dijo, a la vez que sacaba las llaves para abrir la puerta.
—¿Que lo sientes? ¿Estás loco? ¿Por qué lo sientes?
Yo no.
Nick, que subía los peldaños de dos en dos, negó a
la puerta de su apartamento en un tiempo récord. Miley intentaba seguirle.
—¡Malditos tacones! ¡Nick, para un segundo!
Nada,
seguía haciéndose el sordo. Abrió la puerta, lanzó las llaves encima de la
mesita que había junto a la entrada y, cuando iba a entrar en su cuarto, Miley
logró interceptarlo.
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