lunes, 18 de abril de 2011

perfect lover-cap-59

— ¿Y mis hijos? —preguntó. Quería, no, deseaba volver a ver a su familia, a las dos únicas personas que habían significado algo para él.
— Sabes que no podemos cambiar eso.
nick maldijo a Atenea. Los dioses siempre conseguían atormentarlo quitándole todo lo que le importaba. Jamás le habían concedido nada.
Atenea alargó el brazo y lo acarició ligeramente en la mejilla.
— Elige con cuidado —susurró, y se desvaneció.
— ¿nick?, ¿con quién hablas?
Parpadeó al escuchar a miley en el pasillo.
— Con nadie —contestó—. Hablo solo.
— ¡Ah! —exclamó ella, aceptando la mentira sin problemas—. Estaba pensando en llevarte de nuevo al Barrio Francés esta tarde. Podemos visitar el Acuario. ¿Qué te parece?
— Claro —respondió él, saliendo del baño.
miley frunció el ceño, pero no dijo nada mientras se dirigía hacia las escaleras.
nick fue a cambiarse a la habitación. Mientras se ponía los pantalones, se fijó en las fotografías que miley tenía en el vestidor. Parecía una niña tan feliz… tan libre. Le gustaba especialmente una en la que su madre le pasaba los brazos alrededor del cuello y ambas se reían a carcajadas.
En ese momento, supo lo que debía hacer. No importaba lo mucho que deseara otras cosas, jamás podría quedarse con ella. Se lo había dicho ella misma la noche que lo invocaron.
Tenía su propia vida. Una en la que él no estaba incluido.
No, miley no necesitaba a alguien como él. A alguien que sólo atraería la indeseada atención de los dioses sobre su cabeza.
Rompería la maldición y aceptaría la oferta de Atenea.
No pertenecía a esta época. Su mundo era la antigua Macedonia. Y la soledad.


Algo iba mal. miley lo notaba en el ambiente mientras conducía hacia el Barrio Francés. nick iba sentado junto a ella, mirando por la ventana.
Había intentado varias veces hacerlo hablar, pero no había modo de que despegara los labios. Todo lo que se le ocurría era que estaba deprimido por lo sucedido en el cuarto de baño. Debía ser duro para un hombre habituado a mantener un férreo control de sí mismo perderlo de aquel modo.
Aparcó el coche en el estacionamiento público.
— ¡Vaya, qué calor hace! —exclamó al salir y sentirse inmediatamente asaltada por el aire cargado y denso.
Echó un vistazo a nick, que estaba realmente deslumbrante con las gafas de sol oscuras que le había comprado. Una fina capa de sudor le cubría la piel.
— ¿Hace demasiado calor para ti? —le preguntó, pensando en lo mal que lo estaría pasando con los vaqueros y el polo de punto.
— No voy a morirme, si te refieres a eso —le contestó mordazmente.
— Estamos un poco irritados, ¿no?
— Lo siento —se disculpó al llegar a su lado—. Estoy pagando mi mal humor contigo, cuando no tienes la culpa de nada.
— No importa. Estoy acostumbrada a ser el chivo expiatorio. De hecho, lo he convertido en mi profesión.
Puesto que no podía verle los ojos, miley no sabía si sus palabras le habían hecho gracia o no.
— ¿Eso es lo que hacen tus pacientes?
Ella asintió.
— Hay días que son espeluznantes. Pero prefiero que me grite una mujer a que lo haga un hombre.
— ¿Te han hecho daño alguna vez? —El afán de protección de su voz la dejó perpleja. Y encantada. Había echado mucho de menos tener a alguien que la cuidase.
— No —contestó, intentando disipar la evidente tensión de su cuerpo.
Esperaba que nunca le hiciesen daño, pero después de la llamada de Rodney, no estaba muy segura, y era bastante posible que ese tipo acabase con su buena suerte.
Estás siendo ridícula. Sólo porque el hombre te ponga los pelos de punta no significa que sea peligroso.
La expresión del rostro de nick era dura y muy seria.
— Creo que deberías buscarte una nueva profesión.
— Tal vez —le dijo evasivamente. No tenía ninguna intención de dejar su trabajo—. A ver, ¿dónde vamos primero?
Él se encogió de hombros despreocupadamente.
— Me da exactamente igual.
— Entonces, vamos al Acuario. Por lo menos hay aire acondicionado —y cogiéndolo del brazo, cruzó el estacionamiento y se encaminó por Moonwalk hacia el lugar.
Nick  permaneció en silencio mientras ella compraba las entradas y lo guiaba hacia el interior. No dijo nada hasta que estuvieron paseando por los túneles subacuáticos, que les permitían observar las distintas especies marinas en su hábitat natural.
— Es increíble —balbució cuando una enorme raya pasó sobre sus cabezas. Tenía una expresión infantil, y la luz que chispeaba en sus ojos la llenó de calidez.
Súbitamente, sonó su busca. Soltó una maldición y miró el número. ¿Una llamada desde el despacho un sábado?
Qué raro.
Sacó el móvil del bolso y llamó.
— ¡Hola, miley! —le dijo Beth, tan pronto como descolgó—. Escucha, estoy en mi consulta. Anoche entró alguien al despacho.
— ¡No!, ¿quién haría algo así?
miley captó la mirada curiosa en los ojos de nick. Le ofreció una sonrisa insegura, y siguió escuchando a Beth Livingston, la psiquiatra que compartía la consulta con Luanne y con ella.

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